Periodistas
Recibo una llamada desde Lima de mi hermana Silvia quien en seco me dice Feliz día. Yo me confundo, pues quien debía decirlo soy yo, puesto que es su cumpleaños. Pero ella me reitera Feliz día…por ser periodista. En ese momento caigo en la cuenta que, efectivamente, el primer día de octubre se celebra en nuestro país el Día del Periodista Peruano, fecha que recuerda el primer diario del Perú y América, el Diario de Lima, fundado por Jaime Bausate y Mesa.
No soy periodista; sin embargo, por muchos años estuve muy ligado a esa actividad. Actualmente sigo escribiendo para algún medio cuando me lo solicitan, pero creo que eso no me califica como periodista, mucho menos ahora que me aboco sólo a atender, a veces, esta página para mi propia satisfacción. Es decir, hice periodismo, aunque no profesionalmente puesto que no tengo ese título; sin embargo, desde mis años universitarios empecé a escribir en el ya desaparecido El Observador, en Expreso e incluso El Peruano. En Arequipa, el primer diario que aceptó mis notas editoriales fue Correo y luego El Pueblo. Mi apego al periodismo se intensificó cuando fui convocado por Carlos Meneses y Enrique Mendoza para diseñar y preparar el lanzamiento del desaparecido Arequipa al día donde ocupé el cargo de Jefe de la Página Editorial por muchos años. Luego vino la experiencia del semanario El Búho y allí paro de contar.
Es en esos años, dentro de Arequipa al día, que me asaltó un dilema ético de hacer periodismo profesionalmente; es decir, estudiarlo con la rigurosidad que podía darme la universidad. Por eso postulé e ingresé a la carrera de periodismo de la UNSA, pero me salí inmediatamente al ver los profesores: o fueron alumnos míos de una medianía paralizante, o enseñaban algo que no entendían porque jamás tuvieron la experiencia de escribir un renglón siquiera. La forma como suplí esa necesidad y deseo de tener una formación profesional en el periodismo fue viajando a Lima para estudiar en la Pontificia Universidad Católica del Perú una Maestría en Ciencias de la Comunicación. Con el título bajo el brazo, regresé y enseñé en la Escuela de Periodismo de la UNSA, en su programa regular y el de profesionalización. Mi paso por allí fue fugaz porque, a nivel del pregrado el curso Sociología de la comunicación fue cambiado por Medio Ambiente y en el nivel de profesionalización, los alumnos, periodistas prácticos de larga data que obtendrían el título en cortísimo tiempo, protestaron ante la autoridad porque me atreví a dejarles lecturas, tareas y, horror de horrores, los iba a evaluar.
No sé si será porque no soy periodista (en todo caso me gusta más definirme como comunicador), pero yo no creo, a diferencia de muchos periodistas, que esta sea una de las labores o profesiones más sacrificadas. Para mí no es un sacrifico, es un privilegio. Sacrificio es lo que hace un chofer al madrugar para iniciar la jornada del día, o su cobrador; pero tener la oportunidad de escribir, ya sea noticiando u opinando para que luego nos lean, por cientos o miles, no es sacrificio, es un privilegio. Y a veces ese privilegio se nota más justo el Día del periodista, pues es una de las pocas profesiones donde gente de otras áreas saludan o congratulan al periodista por lo que es su función. Es más, lindando con lo kafkiano, es la única profesión en donde veo que sus integrantes, es decir, los periodistas, instan a las autoridades a que, a través de un aviso, almuercito o regalito, les digan felicitaciones por lo que haces.
Lo último plantea el tema del papel de los periodistas, no de la prensa, en la sociedad, pues nadie duda de la importancia de la prensa y de los medios en general, mucho más cuando sabemos que nos encontramos inmersos en la sociedad infocomunicacional. La duda recae en los periodistas; es decir, quiénes son aquellos que se autodenominan periodistas, qué nivel tienen, cómo se han preparado, profesional y éticamente, pues abundan los estudios que desnuda la opinión que tiene la población acerca de los hombres de prensa local y es para llorar, mucho más cuando la opinión se focaliza en aquellos que se tildan de líderes de la prensa local por su arrebato, alharaca, o postura radical.
Mi informal paso por el periodismo me ha enseñado que los radicales y bulliciosos terminan siendo los peores, los que dañan más el quehacer periodístico. Pero, así como hay para llorar, también hay para alegrarse, pues como en todo campo profesional, hay de todo. Hacer periodismo no sólo es usar el carné como chaveta, sino también para informar, orientar, educar y, principalmente, para incomodar al poder, y si es un poder corrupto, como el que puebla mayormente la ciudad, entonces incomodar más. Allí radica la función periodística y de eso hay en la Ciudad Blanca. Poca, pero hay. Por y para esos pocos: ¡salud!