De paradojas y realidades
Nuestro historial político no deja de sorprendernos por sus paradojas: ad portas de nuestro accidentado bicentenario republicano, estamos por elegir al sesentavo presidente, el cuarto de un proceso ininterrumpido de democracia; sin embargo, la inestabilidad y el miedo vuelve a atacarnos repitiendo así esa constante que hace que cada proceso electivo en nuestro país sea de desesperanza y vacío.
Quienes generan hoy ese desaliento y temor son PPK y Keiko, personajes que aumentan la paradoja, pues ambos pertenecen a una misma opción y/o ideología política y programática; es más, han sido socios políticos en anteriores elecciones, pero hoy se envuelven en insultos de todo calibre que los sitúan como enemigos irreconciliables, para beneplácito de la platea antisistema del país y augurando desacuerdos políticos en desmedro de la próxima gobernabilidad.
A pocos días de la segunda y decisiva vuelta electoral, todas las encuestas ubican a Keiko muy por encima de PPK y eso ha profundizado el miedo a niveles de espanto, pues muchos creen que con el retorno fujimorista el país entrará por la senda de la inviabilidad total. El ángel salvador sería PPK, otrora demonio imperialista y enemigo del país por sus vínculos con la banca internacional, desconociendo que sin estructura partidaria y con minoría congresal, las capacidades de gobierno de PPK se reducen ostensiblemente.
Para no desalentarnos, habría que recordar que estos escenarios no son nuevos en nuestro país. Esa misma situación de desesperanza fatídica la teníamos a fines de los 80 cuando las huestes senderistas ya ponían fecha para instaurar su proyecto político con Abimael Guzmán a la cabeza; la misma sensación suicida la experimentamos en los 90 cuando elegimos a un pintoresco Fujimori renegando de un monumental Vargas Llosa; y para no irnos tan lejos, hace cinco años elegíamos a Humala, el Sida, para salvarnos del supuesto caos, atraso y corrupción que retornaría con Keiko, el Cáncer. Como sabemos, Guzmán está preso y su proyecto senderista casi aniquilado; Fujimori conquistó la preferencia popular y el Perú lo reeligió derrotando a otro peruano universal, Pérez de Cuellar; y hoy estamos despidiendo, por fin, al inepto gobierno nacionalista de quien heredaremos mayor delincuencia, crisis y corrupción.
Es decir, escenarios apocalípticos los hemos tenido en varios procesos electorales; escenarios construidos por nosotros mismos y en especial de nuestra clase política. Varios dicen que eso se debe a la ignorancia, pobreza o simple tendencia cacósmica (fascinación por lo excrementicio) de nosotros, los peruanos. Lo real es que toda esa lamentación, teñida de crítica o análisis la hacemos sólo en estas coyunturas. Pasadas éstas, como que la vida se normaliza y continuamos bregando en nuestras individualidades, pero sin miradas colectivas, que es la única manera de tener una visión de país o de imaginarnos como tal.
Esta noche es el último debate presidencial entre PPK y Keiko. Quienes vetaremos al fujimorismo votando por Kuchinsky esperamos, casi milagrosamente, que reaccione virulenta y sabiamente para pulverizar a la ahora despiadada China; o que en esta última semana se destape algo que derrumbe el tremendo aparato político que ha sabido construir Keiko con la complicidad de nuestra indiferencia. Harto difícil que ello ocurra, la suerte ya está echada y no desde ahora, sino desde el resultado de la primera vuelta que demostró, sin tapujos, lo que mayoritariamente quiere el país: un gobierno naranja. Esa es la realidad y, tanto democrática como sociológicamente, hay que saberla aceptar mientras construimos una alternativa que, de aquí al 2021, no nos sitúe nuevamente en la postura plañidera de hoy.