Rescatando al cachaco
Inevitable la pregunta periodística de estos días: “¿Qué esperas del mensaje presidencial?”. Inmediatamente me da ganas de responder, “Nada, pues si los cuatro anteriores fueron frustrantes, el último mensaje humalista será peor”. Sin embargo, más que esperanzadora mi respuesta es retadora: “Sólo espero que, por lo menos, en su último año de gobierno cumpla con el papel que encarnó y por lo la gente votó en la segunda vuelta: la del militar que acabaría con la delincuencia reinante en el país”.
Estoy convencido que para mucha gente como yo, ese fue el punto inflexivo que motivó, durante la segunda vuelta electoral del 2011, la preferencia electoral a Ollanta antes que a Keiko Fujimori. Es decir, en ese escenario ambos eran el cáncer y el sida (Vargas Llosa, dixit), pero si había que optar tapándose la nariz, lo que determinó la inclinación humalista fue la figura del cachaco rudo y combatiente, incluso, contra el terrorismo. En ese momento poco importó las acusaciones contra los DDHH; al contrario, lo favorecía, afiatava esa figura del militar dispuesto a acabar de un plumazo el problema de la inseguridad ciudadana que se expandía en el país. Por eso, cuando entre sus primeros anuncios presidenciales dijo que encabezaría la lucha contra la delincuencia, muchos creyeron que su voto no fue en vano.
Cuatro años después, los índices de criminalidad han aumentado espantosamente e, incluso, ya se habla de un nuevo tipo de terrorismo protagonizado por las bandas organizadas: el terrorismo civil. Ante este nuevo escenario, su gobierno ha vuelto a pedir facultades extraordinarias lo que facilitaría anunciar medidas contundentes para, por lo menos, frenar la inseguridad reinante en el país.
Es lo único que espero del último mensaje humalista. En todo caso es lo único que me gustaría oír y eso puede hacerlo, máximo, en 15 minutos. Sin embargo, leerá lo que le han escrito por más de dos horas mayormente defendiendo a su mujer. Es un hecho. Perfecto final de un gobierno marital.