La prisión de Guillén
Dictan prisión domiciliaria por 6 meses a Juan Manuel Guillén por colusión desleal agravada. Esa fue la noticia que corrió como reguero de pólvora desde la noche del lunes y me imagino que muchos, como yo, se entristecieron, pues no sólo se trata del principal personaje de la vida política local de los últimos lustros, sino también de aquel que nos llenó de esperanza sobre la manera de cómo reconstruir la política: con honestidad y con la moral puesta en marcha.
Eso sucedió en los años 90, en momentos aciagos de la vida nacional encarnada en Fujimori y Montesinos. En ese marco es que empezó a levantarse la figura de Juan Manuel, primero desde la rectoría de la universidad agustina a la que llevó a su época dorada. Su paso al municipio provincial lo consolidó sólo como líder local y el Gobierno Regional lo catapultó a nivel nacional, haciendo que soñáramos (me incluyo) con la presidencia del país. Las razones de tal idealismo eran imbatibles: se trataba del político académico; líder aglutinador de todas las fuerzas regionales, desde el pueblo hasta la iglesia; honrado; enemigo feroz de la corrupción y, por encima de todo, filósofo; es decir, la encarnación del sueño platónico.
Sin embargo, detrás de esa figura ideal estaba el hombre; es más, un grupo de hombres, su entorno más íntimo, pues ya con el inicio de su segunda gestión regional empezó a hablarse de malos manejos y corrupción. Es decir, la estampa ideal que Guillén encarnaba empezó a empañarse generando cuestionamientos y críticas que, con el paso de los años, fueron sumándose hasta terminar en lo que hoy ha motivado su prisión domiciliaria, junto con varios de su círculo más cercano.
A las finales, es en el espacio judicial donde se determinará el grado de culpabilidad de Guillén, pero me parece que en el espacio político y del imaginario ciudadano, el fallo ya está dado; es decir, Guillén engruesa la fila de nuestros políticos envueltos por la ola corruptiva que Maquiavelo había advertido cuando se tiene tanto poder y que en nuestro país es tan fácil de sucumbir por la tentación de la riqueza mal habida.
En medio de ese resultado miserable a la que nos lleva la política subdesarrollada que se practica en nuestro país, yo prefiero seguir guardando la imagen de un Guillén siendo mi profesor de filosofía, luego la del amigo y finalmente cómplice de sus primeros sueños políticos y alentador de lo que íntimamente confesaba sobre lo que realmente quería hacer: un bibliotecario. Allí, envueltos en cientos de libros que él adora, especialmente todo lo relacionado a la literatura eisteniana, sólo me gustaría preguntarle porqué, teniendo el poder de revolucionar la UNSA con Nueva Universidad y luego Arequipa con Tradición y Futuro, prefirió el hedor cornejista y el vacío yamilista. Tengo la esperanza que algún día recibiré sus respuestas.