Enmierdamiento y Feria de Libro
Ya desde el siglo XVI hasta bien entrado el XIX, las principales ciudades europeas se distinguían por el amontonamiento de basura y, consecuentemente, por el hedor reinante de sus principales calles y plazas. ¿Molestaba eso a la gente? No, al contrario; el enmierdamiento se convirtió, incluso, en un referente direccional a tal extremo que se opusieron tenazmente cuando las autoridades decidieron limpiar las ciudades.
No puedo dejar de pensar en eso cuando leo y escucho la protesta visceral de cierto sector de la población contra la Feria de Libro instalada en nuestra Plaza de Armas acusándola prácticamente de inmunda y reclamando su inmediato retiro. Obviamente, la autoridad edil hará eco de ese “pedido ciudadano”. Es decir, nos hemos acostumbrado tanto al enmierdamiento que ver a nuestra principal Plaza adornada de libros y cultura nos ha llegado a parecer repugnante.
Definitivamente, nos parece mil veces mejor que nuestra Plaza de Armas esté invadida de ambulantes, o diez mil veces mejor que sea el centro de acopio de mano de obra barata, o cien mil veces mejor que sirva de centro mediático de seudo protestas de huelguistas eternos que, incluso, montan allí carpas y tabladillos; o doscientas mil veces mejor que sea tomada y cercada con horribles plásticos para remodelaciones que nadie sabe y que ninguna autoridad quiere informar. Todo eso es mejor a que se instale allí una Feria de Libros porque, obviamente, para los que ya están enmierdados por aquello en lo que se ha convertido nuestra Plaza de Armas, ver o escuchar hablar de libros y cultura afecta su sensibilidad y, probablemente, subleva su visión.
Lo peor es que para suerte de toda esa gente, hay una autoridad que los apoya porque también tiene los sentidos enmierdados.