Adiós QUEHACER
He terminado de leer el número 195 de Quehacer; literalmente, el último; es decir, su edición de despedida. Como tal, trae un recuento de cómo se concibió y apareció (allá, por el año 1979 bajo la batuta de Henry Pease), para luego desarrollarse hasta llegar a su final, con este nostálgico número 195 que hace una revisión de sus 35 años de existencia. Con orgullo puedo decir que tengo toda la colección, pues soy de los que se formaron ideológica y políticamente con Quehacer, pero, también, soy de los que se afiataron profesionalmente con esta publicación de DESCO.
Siendo estudiante universitario, Quehacer se convirtió más que una revista en una herramienta fundamental de estudio, pues en sus páginas desfilaban las mejores plumas de las ciencias sociales, los mismos que sin ambages manifestaban su posición izquierdista, ya que por los años 80 era un orgullo confesarse como tal. Ellos, con brillante lucidez debatían el Perú que todos ansiábamos, entremezclándose con los temas mundiales y culturales que también marcaban la época. De esa manera, Quehacer se convirtió en una revista intelectual y vanguardista que debíamos consultar para sustentar y enriquecer los sueños de transformación social que manteníamos.
Luego vinieron los años difíciles; es decir, los del terrorismo, la hiperinflación aprista y el fujimorismo. Más que difíciles, de cruda realidad, pues ya no estábamos soñando en la universidad, sino lidiando e intentado supervivir en una sociedad hostil que nos cacheteaba por no haberla entendido integralmente y que nos empujaba a abandonarla o sumarse a su nueva lógica para salvase como sea: informalidad y pendejería. En esas circunstancias también estuvo Quehacer siempre intentando entender a ese nuevo Perú.
Ya en los últimos años, seguía buscando la revista guiado más por la rutina y el animus del coleccionista, aunque sus apariciones eran cada vez más distantes, pues la invasión del mundo virtual y el desencanto de la política le restaban “materia prima”. Es decir, en el escenario nacional ya no existían los grandes debates y mucho menos las grandes figuras izquierdistas que analizar. En ese escenario, Quehacer desentonaba; es más, el espíritu de Henry Pease, Cancho Larco y Fico Velarde, sus otroras directores, jamás se hubiesen prestado a sintonizar y mucho menos festejar la nueva modalidad de hacer política: el vedetismo, la trapacería y la ausencia total de reflexión.
Yo me integré al equipo de Quehacer a fines de los noventa, colaborando con varios artículos e investigaciones. Llegué a conocer a Cancho Larco y gocé de su eterna sabiduría. A Balo Sánchez, el director con quien muere la revista, lo conocí desde mis épocas estudiantiles por su poesía. Es decir, no sólo como lector sino también como colaborador, Quehacer se convirtió en parte esencial de mi formación política, cultural y profesional. Por eso es que al leer la despedida de este último número, el 195, no puedo dejar de sentir una especial nostalgia.
Muchos fuimos formados por esta magnìfica revista, incluso cuando no creyeramos que nos representase ideologicamente, porque lo que se decía en las páginas de Quehacer, no se decìa en ninguna otra parte…
La vamos a extrañar.
Ojala tenga la dicha de tener esas 193 revistas que me faltan…..Siendo estudiante de sociología aspiro a una formación cultural, académica y profesional también, pero con la muerte de revistas como "QUEHACER", nos empezamos a sumar mas a la irracionalidad generalizada, muy bien mencionada en su post por el día del sociólogo.