Diploma y Medalla de la Cultura

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La iniciativa de un siempre movedizo Carlos Rivera, director de Casa de Cartón, hizo que una serie de instituciones se juntaran para hacer un reconocimiento a mi labor académica, cultural y socio-educativa, en  un acto que se hizo el viernes pasado en la Biblioteca Mario Vargas Llosa y en donde se me entregó el Diploma y Medalla de la Cultura. Las palabras centrales estuvieron a cargo de Jorge Bedregal La Vera que comparto con ustedes.

Estas palabras son de lejos las más complicadas que me ha tocado redactar en los últimos tiempos. Resulta particularmente difícil hablar en el homenaje de una persona que se quiere y respeta tanto como a José Luis Vargas Gutiérrez.

 Con José Luis nos encontramos en la universidad, ambos bregando por ingresar a la carrera docente y desde el primer instante comprendí que la amistad iba a signar años de encuentros (y sólo un no tan breve pero insignificante) desencuentro.  Encontré en Vargas al cómplice de travesuras, de risas, de proyectos, de viajes y de aprendizajes.

 Yo traía de mi universidad una carga pesada y densa de positivismos castrantes que José Luis se encargó de desmenuzar mostrándome nuevas posibilidades de entender esas realidades complejas y por momentos desesperantes de la realidad peruana de fines de los 80.  Compartimos música (como anécdota, Vargas aparte de los libros estupendos que ha publicado y que todos aquí, supongo, conocemos, es autor de una pléyade de cancioneros inéditos en varios tomos que recogían las canciones más cursis y románticas de nuestros años juveniles y que usábamos con especial entusiasmo, en los paseos al campo donde mezclábamos poesía y cantos estridentes de nuestra interminable adolescencia). Compartimos cine y televisión (otra anécdota, llamadas a las 3 de la mañana para comentar una escena o un capítulo que nos haya estremecido con especial ardor el alma), compartimos libros y hallazgos, compartimos secretos y cuitas, amores y desamores.

 Gracias en parte a estas irrefrenables ganas de vivir, ver y sentir de nuestros años juveniles que duran hasta hoy, es que nos mantuvimos al día, no sólo en la último de lo artístico y culturoso de nuestra ciudad, sino también en lo académico a través de larguísimas conversaciones con amigos y conocidos, que en muchos casos enriquecieron y en muchos otros, cambiaron nuestras formas de ver nuestro mundo.

 Me consta que en medio del fárrago de mediocridad que se sufre y vive en la academia, José Luis se dio la maña de lograr en sus estudiantes responder a los retos que implica un análisis sesudo y osado.  Y eso lo logró incluso cuando se convirtió en Director de la Escuela Profesional de  Sociología y que desplazó el escritorio correspondiente a su cargo, por la acción directa organizando y participando en congresos internacionales y nacionales y activando una medio adormecida vida académica.

 Su desplazamiento cómodo y creativo por las cenagosas aguas del periodismo y las comunicaciones le dieron la oportunidad de conocer y ser conocido sin hacer caso a los cantos de sirena que desde el poder siempre encuentra gargantas dispuestas a seducir y corromper.  Su paso por el fenecido Arequipa al Día fue significativo para convertir a ese diario en el primero realmente moderno de la ciudad.  Sus columnas, heréticas e irreverentes, muchas veces causaron urticarias crónicas en algunos personajes de la estridente fauna política de Arequipa.

 Su labor desde la Mesa de Concertación de Lucha Contra la Pobreza es el continuar de su forma de pensar y de vivir en coherencia con sus valores.  La Mesa es, gracias a Vargas y a los que lo precedieron, un significativo espacio para concertar, conversar, hacer visible lo que muchos se empeñan en ocultar o disimular.  Referente obligatorio en Arequipa dentro del mundo de la sociedad civil que él y sus colaboradores mantienen siempre en alto y en constante actividad.

Como verán, José Luis es una parte importante de nuestra comunidad, no solo académica, comunicativa o política, es también parte importante en la vida de muchas personas que hemos aprendido a respetarlo y quererlo.  Ahora, la inmensa amistad que tenemos y que recuperamos a miles de kilómetros de nuestras casas, una noche en Coyoacán, se extiende en nuestros hijos y nuestras esposas.

 El simple hecho de haberme invitado a dar unas palabras en este homenaje, que es merecidísimo, más allá de fórmulas o lugares comunes, lo siento también como un homenaje a esa amistad incondicional y permanente.  Cuando una Nochebuena, hace ya varios años, José Luis estuvo dispuesto a no subir a un avión que nos traería de vuelta a casa, a la patria y a nuestras familias; mientras no me permitieran a mí abordar, es uno de los momentos de esa amistad que brilla con intensidad en mi querencia y mi alma. Ahora, te abrazo, con abrazo de hermano, de aprendiz, de amigo y de compadre y en ese abrazo quiero condensar lo que, estoy seguro, muchas personas sienten.  Gracias por ser y gracias por estar, querido “Varguitas”.

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