La herencia fujimorista
El pasado cinco de abril se cumplió 21 años del autogolpe fujimorista, aquella decisión tomada por el Fujimori de su primera etapa y que inauguró, como bien lo denominó Sinesio López, la democradura; es decir, un gobierno eminentemente militar, pero con maquillaje democrático; o sea, una variante de la tradición dictatorial en nuestro país. La fecha sirvió para que muchos medios me entrevistaran al respecto. Lo que noté es que muchos periodistas, que hace más de dos décadas eran imberbes, querían que les contara cómo fue la resistencia democrática, en especial de la supuesta e indomable Arequipa. Creo que se desilusionaron cuando les dije que no las hubo; al contrario, la gran mayoría aplaudió el golpe.
Y es que así fue, pues el 93% de la población, aquí y el Perú en general, respaldó la democradura, y lo hizo por la sencilla razón que la democracia partidaria o parlamentaria de entonces era un fiasco y un obstáculo pertinaz a las reformas que quería hacer el Fujimori de la primera etapa, y que el país exigía por la crisis política y económica en que se ahogaba el Perú (Sendero Luminoso ponía fecha para ingresar a Palacio de Gobierno y la inflación era de las más altas de la historia económica mundial). La disolución del Congreso allanó el camino para que Fujimori redondeara sus políticas y hay que reconocer que a partir de allí, el país encontró un rumbo del cual, desde el plano económico, hasta hoy sigue funcionando bien.
Es cierto que hubo cierta resistencia, pero aquellos que al principio se opusieron, luego los vimos vitoreando a Fujimori en la Asamblea Constituyente y en los diferentes procesos electorales que hubo en esos años. Lo peor es que, con el paso de los años, veo que los llamados antifujimoristas son los que mejor imitan ese estilo que ya se ha instalado en la cultura política de nuestro país y que creo es el peor legado del fujimorismo. Me refiero a lo que desde la sociología se ha llamado el achoramiento; es decir, usar las palancas del poder o del gobierno no de una manera institucionalizada o, por lo menos, respetando las formas tradicionales que antes se exigían (organización partidaria, doctrina, liderazgos, etc.). No, nada de eso, con la cultura del achoramiento ahora sabemos que hay que ser prepotente o un gran pendejo para empoderarse políticamente; obviamente, violando las normas e, incluso, las mínimas formas.
En el escenario político de hoy, veo que los mejores alumnos del fujimorismo son, justamente, los humalistas, pues vienen mostrando diligentemente todas las mañas que inauguró el fujimorismo para entronizarse en el poder, actuando como meros señores feudales. El problema es que no estoy seguro si les funcione, pues nótese que líneas arriba he mencionado al Fujimori de la primera etapa, pues hay que recordar que el fujimorismo tiene varias. Creo que el de la primera es la que mejor recuerdo ha dejado, ya que estabilizó el país y restableció el orden, condiciones elementales para que, desde la visión estructuralista, una sociedad tenga sentido. Las otras etapas fujimoristas son las peores, pues no sólo se instaló el envanecimiento del poder sino la cleptocracia.
El humalismo que hoy imita al fujimorismo no ha hecho, aún, nada trascendente por el país; por tanto, no tendrá etapa alguna, sino simplemente será un gobierno de paso. Sin embargo, nada de eso parece importar, pues el inevitable envanecimiento del poder ya afectó a la pareja presidencial y, como ya lo advirtió Hobbes, esa enfermedad es incurable.