La política del futuro
Luego del proceso revocatorio de la semana pasada ocurrido en Lima, se ha vuelto a desatar el debate sobre nuestra democracia, y más específicamente, de la calidad de nuestro sistema político. Por lo que sucede y vemos constantemente, no es difícil deprimirse y creer que no hay solución ante tanto desmadre; sin embargo, sin pretender buscar consuelo de tontos, nosotros no somos los únicos que adolecen de estos problemas. En realidad la crisis no es de la política peruana, sino es de la política en general, aquí y en todo el mundo. Sobre eso viene debatiéndose ya un buen tiempo, y una muestra es el ensayo que comparto con ustedes y que pertenece al notable sociólogo catalán Manuel Castells.
La política del futuro ya llegó
El 8 de enero se anunció en Internet la creación del “partido del futuro”, un método experimental para construir una democracia sin intermediarios que sustituya a las actuales instituciones deslegitimadas en la mente de los ciudadanos. La repercusión ciudadana y mediática ha sido considerable. En tan sólo el primer día del lanzamiento, y a pesar de que se colapsó el servidor tras recibir 600 peticiones por segundo, hubo 13.000 seguidores en Twitter, 7.000 en Facebook y 100.000 visitas en YouTube. Medios extranjeros y españoles se han hecho eco de una conferencia de prensa desde el futuro que anuncia el triunfo electoral de su programa: democracia y punto (http://partidodelfuturo.net).
Señal de que ya no se puede ignorar lo que surge del 15-M (nacimiento del movimiento de los indignados). Porque este partido emerge del caldo de cultivo creado por el movimiento aunque en ningún caso pueda asimilarse al mismo. Porque no hay “el movimiento” con estructura organizativa ni representantes, sino personas en movimiento que comparten una denuncia básica de las formas de representación política que han dejado inermes a la gente ante los efectos de una crisis que no han causado pero que sufren cada día. El 15-M es una práctica colectiva e individual cambiante y diversificada, que vive en la red y en las calles, y cuyos componentes toman iniciativas de todo tipo, desde la defensa contra el escándalo de las hipotecas a la propuesta de ley electoral que democratice la política.
Pero hasta ahora, muchas de estas iniciativas parecen abocadas a un callejón sin salida. Por un lado, las encuestas reflejan que una gran mayoría de ciudadanos (en torno a un 70%) están de acuerdo con las críticas del 15-M y con muchas de sus propuestas. Por otro lado, toda esta movilización no se traduce en medidas concretas que alivien a las personas porque hay un bloqueo institucional a la adopción de dichas propuestas. Los dos grandes partidos españoles son corresponsables de la sumisión de la política a los poderes financieros en el tratamiento de la crisis, compartiendo, por ejemplo, la gestión irresponsable de los directivos del Banco de España, con un gobernador socialista, en el caso de Bankia y del sistema de cajas, que ha conducido a la ruina a miles de familias. De ahí que el 15-M se expresó en el espacio público, en acampadas, en manifestaciones, en asambleas de barrio y en acciones puntuales de denuncia. Pero aunque esta intervención es esencial para crear conciencia, se agota en sí misma cuando se confronta a una represión policial cada vez más violenta.
Afortunadamente, el 15-M ha frenado cualquier impulso de protesta violenta, jugando de hecho un papel de canalizador pacífico de la rabia popular. El dilema es cómo superar las barreras actuales sin dejar de ser movimiento espontáneo, autoorganizado, con múltiples iniciativas que no son programa y por eso pueden congregar potencialmente al 99% que saben lo que no quieren, es decir lo que hay, y que se acuerdan en buscar en conjunto nuevas vías políticas de gestión de la vida.
Para avanzar en ese sentido, ha surgido una iniciativa espontánea de ir ocupando el único espacio en el que el movimiento apenas está presente: las instituciones. Pero no en lo inmediato, porque su proyecto no es el de ser una minoría parlamentaria, sino de cambiar la forma de hacer política, mediante democracia directa instrumentada mediante Internet, proponiendo referéndums sobre temas clave, coelaborando propuestas legislativas mediante consultas y debates en el espacio público, urbano y cibernético, planteando medidas concretas a debatir entre la ciudadanía y sirviendo a la vez de plataforma para propuestas que salgan de la gente.
En realidad, no es un partido, aunque esté inscrito en el registro de partidos, sino un experimento político, que se va reinventando conforme avanza. En el horizonte sí se vislumbra un momento en que el apoyo de la ciudadanía a votar contra todos los políticos a la vez y en favor de una plataforma electoral que tenga ese solo punto en el programa permita una ocupación legal del Parlamento y el desmantelamiento del sistema tradicional de representación desde dentro del mismo. No es tan descabellado. Es en gran medida lo sucedido en Islandia, referente explícito del partido que nos habla desde el futuro.
Pero ¿cómo evitar reproducir el esquema de partido en el proceso de conquistar la mayoría electoral? Aquí es donde se plantea la decisión, criticada desde la clase política y algunos medios, de las personas que han tomado esta iniciativa de mantenerse en el anonimato. Porque si no hay nombres, no hay líderes, ni cargos, ni comités federales, ni portavoces que dicen hablar por los demás pero que acaban representándose a sí mismos. Si no hay rostros, lo que queda son ideas, son prácticas, son iniciativas. De hecho, es la práctica de la máscara como forma de creación de un sujeto colectivo compuesto de miles de individuos enmascarados, como hicieron los zapatistas en su momento, o como hace Anonymous con su famosa máscara reconocible en todo el mundo pero con múltiples portadores. Incluso el anonimato de la protesta se encuentra en nuestros clásicos: “Fuenteovejuna, todos a una”. Tal vez llegue un momento en que las listas electorales requieran nombres, pero incluso entonces no necesariamente serían líderes, porque se pueden sortear los nombres entre miles de personas que estén de acuerdo con una plataforma de ideas. En el fondo, se trata de poner en primer plano la política de las ideas con la que se llenan la boca los políticos mientras se hacen su carrera a codazos entre ellos. La personalización de la política es la mayor lacra del liderazgo a lo largo de la historia, la base de la demagogia, de la dictadura del jefe y de la política del escándalo basada en destruir a personas representativas. La X del partido del futuro no es para esconderse, sino para que su contenido lo vayan rellenando las personas que proyecten en este experimento su sueño personal de un sueño colectivo: democracia y punto. A codefinir.