Muerte en Connecticut

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Nuevamente el mundo está sacudido por la masacre ocurrida en un colegio primario de Connecticut, Estados Unidos, donde las principales víctimas fueron niños. Lastimosamente, éste no es un hecho aislado, pues es uno más de los muchos que se han producido en los últimos años, y todo parece indicar que se seguirán repitiendo. Es decir, el coloso del norte ya nos tiene acostumbrados a esa barbarie, pareciera que es la forma como esa sociedad vive su violencia o, como se dice ahora, su inseguridad ciudadana.

Como era de esperarse, inmediatamente han salido los analistas, entre antropólogos y sicólogos, a intentar explicar porqué suceden cosas como esa, y la mayoría de opiniones apuntan a que Estados Unidos es una sociedad riesgosa “porque todo el mundo tiene armas”. Eso es verdad, pero a medias. Una de las cosas que me sorprendió del país del norte, desde la primera vez que la visité, fue constatar eso: allí es absolutamente legal portar armas, que se adquieren con toda naturalidad y libertad, como cuando nosotros vamos a comprar pan al establecimiento de la esquina. A mediados de los ochentas, mi primera visita americana, veía tiendas y galerías enormes vendiendo armas de todo tipo. Hoy, con el avance del mundo infocomunicacional, las tiendas y galerías ya no son necesarias, pues se hacen por e-buy lo que incrementado ostensiblemente el negocio.

¿Y por qué la gente compra afiebradamente armas como nosotros compramos afiebradamente panetones en diciembre? Sencillamente, por cultura. Es decir, los americanos han inoculado en su chip cultural que tienen que estar armados porque es una forma de sentirse libres y protegidos de cualquier intento que los pueda privar de esa libertad, como por ejemplo una tiranía militar. Por otro lado, es una manera de sentirse seguros, una seguridad que, de acuerdo a su individualismo, también depende de ellos, pues poco es lo que esperan de la policía que no es que sea ineficiente y corrupta como por estos lares, sino que la sienten ausente, alejada (la mayoría de americanos gusta vivir en los suburbs, no en la ciudad o el centro). Este aspecto también ha sido alimentado por una cultura popular y de masas que ha hecho que los americanos no necesiten de policías, sino de héroes, seres fantásticos que vendrán a salvarlos cuando el mundo (su país) está en peligro.

Esa visión cultural tiene asideros históricos que nacen desde su lucha independentista y que, incluso, está refrenda constitucionalmente. Todo esto ha ido afiatiándose por siglos, hasta llegar a construir, en la actualidad, una sociedad donde el 60% de la población tiene armas, donde la práctica del tiro es casi un deporte nacional y en donde mueren, en promedio, cincuenta mil personas al año, justamente por el uso de armas, entre balaceras, suicidios y actos barbáricos como el de Connecticut; es decir, más muertos que en cualquiera de las guerras en las que participan los americanos por todo el mundo.

Todo eso lo saben los gringos, pero nadie lo cuestiona porque hay otra razón de peso que explica esa tenencia afiebrada de armas: es una de las industrias, y, por tanto, una de las economías más poderosas de Estados Unidos. Es tan poderosa que nadie se atreve a discutirla, ni siquiera los candidatos presidenciales que cuando están en campaña ponen en la agenda temas de los más inimaginables, pero de la industria armamenticia, jamás. Es más, hay varios candidatos, e incluso presidentes, cuyas campañas han sido financiadas íntegramente por estas industrias. Es decir, cultura y economía van de la mano y eso ha formado parte de una tradición imbatible.

Esto significa que luego del dolor y el luto que ha causado la muerte absurda de estos niños y demás personas en Connecticut, la cosa seguirá igual, y casi nadie cuestionará o culpará a la tenencia libre de armas como la causante de esa barbarie.

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