Más Cotler
Conozco a Julio Cotler desde que fui becaria Fulbright en el Perú en los años ochenta, luego nos encontramos cuando fui funcionaria de la Fundacion Ford en los años 90 y ahora somos colegas de centros de investigación, amigos y pares.
Al tomar su vida y obra como punto de partida, como él nos pide, para discutir la situación actual del país y del mundo, llegué a tres temas que han sido preocupaciones constantes de Julio y también mías (modestamente), que a la vez presentan nuevas preguntas para nuestros tiempos. Estos son:
a. Los retos para la construcción de una democracia con justicia social.
b. Los retos para desarrollar una economía y sociedad menos dependientes de los diversos “poderes fácticos internacionales”.
c. Los retos para desarrollar las ciencias sociales en instituciones de educación superior y al servicio del país.
Democracia con justicia social
Conocí por primera vez al doctor Cotler cuando llegué a Lima para desarrollar una investigación de tesis doctoral a inicios de los años ochenta. Mi tema era la transición a la democracia desde fines de los años setenta y el papel de la izquierda en este proceso.
Me había formado en Ciencia Política y Estudios Latinoamericanos en EE. UU., y en el marco de proyectos comparativos sobre breakdowns (o caídas de las democracias establecidas) y transiciones (de las dictaduras vulnerables), proyectos en los cuales el debate oscilaba entre las explicaciones estructuralistas y las que enfatizaban el papel de los actores y la voluntad política.
En estos proyectos, la voz de Cotler había sido enfática, insistiendo en la imposibilidad de comprender las debilidades de la democracia en el Perú —un país realmente excepcional— sin entender los factores histórico-estructurales detrás, comenzando con el legado colonial, las profundas desigualdades y la exclusión social y étnica, la dependencia del país respecto al sistema capitalista mundial y, por ende, la falta de una élite capaz de dirigir y no solo dominar. Con tal legado, las posibilidades de crear un sistema político democrático parecían pocas o nulas.
Sin embargo, yo como estudiante y “gringa”, me atreví a ser más optimista sobre las posibilidades de una salida diferente a partir de 1980. Eran los tiempos de grandes movimientos populares, de una IU poderosa, una ciudadanía más amplia, y donde tres cuartas partes del electorado apoyaba opciones de centro e izquierda aparentemente democráticas.
Me acerqué a Julio bastante nerviosa, con mi carta de presentación y mis preguntas inocentes. Y él me sorprendió sobremanera con su enorme generosidad: generosidad con su tiempo, sus consejos y, especialmente, ¡sus historias! Una riqueza de información y anécdotas sobre los actores, los acuerdos y la “micropolítica” que no hubiera esperado de alguien tan tajantemente estructuralista como ese autor.
De hecho, fue Julio quien me aconsejó mirar más de cerca la transición, y analizar no solo la izquierda (de la cual ya era bastante crítico), sino a los diversos actores, sus intereses, sus estilos de liderazgo (bastante caudillistas y patrimoniales) y sus estrategias políticas o falta de ellas; en particular al APRA y los militares, y las relaciones entre ambos, que tomaban un giro histórico en esta transición.
Con el transcurso de los años ochenta, la situación se puso cada vez más preocupante, no solo para una salida hacia la izquierda, sino para la democracia a secas. Amenazaban el crecimiento de SL, el desastroso manejo político y económico de Alan García y una espiral de crisis y violencia peor que cualquiera pudiera imaginar. Debo confesar que mis propias conclusiones sobre esta “transición truncada” se fueron forjando en conversaciones como las que tuve con Julio, aunque al final para darle la contra. Porque si bien persistían algunos de los retos estructurales de los cuales él siempre hablaba, terminé más convencida de las enormes responsabilidades e irresponsabilidades de aquellos actores que tuvieron el poder de cambiar esa historia. Y no lo hicieron.
Como sabemos, después vino el fujimorismo y un regreso al manejo más autoritario y personalista del poder, al Estado como botín y la corrupción de dimensiones históricas. Durante estos años, la voz de Julio Cotler fue constante en su defensa de la democracia y los derechos humanos, porque creía que el autoritarismo —sea militar o civil disfrazado, de minorías o mayorías— siempre ha sido y será peor.
Y esto nos lleva a las preguntas para hoy: ¿cuántos peruanos y peruanas están de acuerdo con él en este punto? ¿Por qué el autoritarismo siempre es peor? ¿Y cuántos ahora creen (creemos) que es posible tener una democracia con mayor justicia social?
Por un lado, hay quienes enfatizan en el enorme crecimiento de la ciudadanía (casi veinte millones de electores en 2011, o 70% de la población), la diversificación de las fuentes de poder y la expansión tanto de los movimientos sociales como de los temas que estos plantean para la agenda pública. Demandas de equidad y respeto, de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, de acabar con el racismo y la discriminación, de proteger y valorar nuestros recursos naturales y repensar la matriz extractiva y primario exportadora de nuestra economía, temas antes limitados a reducidos círculos intelectuales, ahora reciben amplia discusión pública.
Por el otro lado, están quienes, como Julio y otros colegas del IEP, señalan las brechas persistentes y nuevas, la mayor desigualdad social (o acaso la mayor percepción política de ella) y la impaciencia de quienes no han sido beneficiados por el modelo actual, y su tendencia a recurrir a la violencia y el liderazgo autoritario para hacerse escuchar. También están las debilidades actuales de nuestro Estado, al escala nacional y subnacional, para defender a la población frente a los viejos y nuevos poderes fácticos. Y esto me lleva al siguiente tema.
El poder y el panorama externos
Julio siempre ha enfatizado en la importancia de ir más allá de las fronteras y analizar los poderes externos que ejercen influencia sobre el desarrollo del Perú. Sean EE. UU. (la CIA, el Pentágono), las empresas extranjeras y transnacionales, los organismos multilaterales, el sector financiero internacional o el narcotráfico. A diferencia de otros, Julio siempre los ha analizado desde adentro, valiéndose de informes, documentos y entrevistas con representantes de tales poderes, para una comprensión más matizada de su actuar.
Hoy, cuando el balance de poder en el mundo parece estar cambiando drásticamente, cuando potencias como China y Brasil se asoman como socios relevantes para el Perú, vale la pena preguntarse: ¿cuáles son los retos que esto representa para el desarrollo nacional? ¿La diversificación de socios nos permite escaparnos de la llamada “maldición de los recursos naturales” o más bien se agudiza con la “guerra por los recursos” que motiva a todos? ¿Y qué implicancias políticas tiene este nuevo panorama internacional?
Aquí quisiera mencionar que Julio Cotler fue uno de los primeros intelectuales latinoamericanos en viajar a China, a inicios de los años ochenta, para asistir a un primer encuentro entre latinoamericanistas y académicos chinos que estudiaban la región, organizado por la Fundación Ford. En esta época, el principal socio comercial de China en la región era el Chile de Pinochet, y los chinos estuvieron fascinados con las radicales medidas neoliberales de los Chicago Boys.
Dado que todos los latinoamericanos en el grupo, incluido Julio, fueron críticos de los regímenes militares, la visita iba a ser por lo menos problemática. Comenzando por la primera recepción, auspiciada por la Embajada de Chile en Beijing, donde todo el grupo optó por no asistir, en solidaridad con los colegas exiliados y reprimidos del Cono Sur.
Según una amiga común que formó parte del mismo grupo, las cosas empeoraron cuando les tocó comentar trabajos de los colegas chinos sobre la crisis en Centroamérica, que para entonces era tema prioritario en la agenda internacional. Aparentemente, los argumentos de los chinos fueron algo así:
Centroamérica está en el patio trasero de EE. UU., y todas las potencias grandes deben controlar a sus patios traseros. Nosotros también lo hacemos. Además, la URSS está dando ayuda a las guerrillas, y nosotros odiamos a la URSS, entonces, estamos del lado de estos regímenes militares.
Los demás miembros del grupo trataban de sugerir, diplomáticamente, que el problema de Centroamérica no era externo, sino de los terratenientes contra los campesinos. Cuando los chinos parecieron no entender, Julio perdió la paciencia, y, en su estilo característico, les habló directamente, diciendo: “¡Ustedes más que nadie deberían reconocer a una revolución campesina cuando la ven!”. Entiendo que fue la mejor frase de la conferencia.
Hoy más bien preguntamos ¿cuáles son las implicancias de tener a China como socio en lo que hace poco ellos mismos consideraban la esfera de influencia de EE. UU.? ¿Representa la gran oportunidad para el Perú de librarse de la dependencia de la economía, las empresas y los militares norteamericanos? ¿Tiene esto implicancias también para la política? ¿Cuántos de nuestros jóvenes investigadores están analizando este fenómeno y qué les diría Julio al respecto?
Educación superior y ciencias sociales, ayer y hoy
Finalmente, quisiera recordar que estamos conmemorando los cincuenta años de una serie de instituciones académicas peruanas: la Universidad del Pacífico, la Universidad de Lima, la Universidad Cayetano Heredia, la Universidad San Martín de Porres, la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP y el IEP.
Todas fueron creadas entre 1962 y 1964 con el fin de formar nuevas élites (de clase media), para comprender y dirigir un país en vías de modernización y aparente democratización. Y todas dieron importancia a lo social y a las ciencias sociales aplicadas a la realidad nacional.
Hoy estamos definitivamente en otro contexto. Más de un tercio de los peruanos menores de 25 años cursa estudios superiores en más de cien universidades y centenares de institutos y el 60% de ellos lo hace en una institución privada. ¿Cuál es el rol de las ciencias sociales en este contexto? ¿Qué ofrecemos a los jóvenes de hoy y cómo los formamos?
Hay una brecha enorme entre nuestras instituciones cincuentonas y la diversidad de otras entidades educativas del país, brecha que todos de alguna forma nos esforzamos en llenar, con relativa dificultad. Pero quien lo hace y lo ha hecho siempre, con aparente facilidad, es el doctor Julio Cotler.
Él siempre ha sido un puente entre la élite intelectual transnacional y el resto del país, y hoy lo es para miles de jóvenes, que lo siguen como maestro y analista, aunque nunca hayan estado en clase con él.
Sus publicaciones son best sellers en todas las universidades (según el IEP, Clases, Estado y Nación en el Perú ha vendido más de 31,000 ejemplares y lleva cinco reimpresiones). Pero los jóvenes de hoy no solo leen sus escritos, sino que leen a Julio en entrevistas para diarios y la televisión, en blogs y redes sociales. ¿A qué se debe su popularidad? Sin duda, a su visión del país, una mirada integral que supera a los “microestudios” y las visiones altamente especializadas de los científicos sociales de nueva generación; pero también debido a sus características personales, como su tendencia a hablar directo e ir al grano, algo poco común en nuestro medio; su habilidad para contar una historia, muchas historias, que nos ayudan a entender la Historia de forma viva y fascinante; y su generosidad y respeto, con sus pares, con los jóvenes, con los periodistas. Julio Cotler brinda un mismo trato para todos, a la vez directo e interesado. No solo te dice lo que piensa, sino que te pregunta lo que tú piensas, y escucha atento tu respuesta.
Quisiera terminar con una frase de Albert Einstein, que me pareció muy pertinente: “Enseñar con el ejemplo no es la principal forma de influir sobre otros. Es la única forma de hacerlo”.
Julio Cotler ha influido sobre todos nosotros, con sus preguntas, sus aciertos y, sobre todo, con su ejemplo.