Semana esta de rememoraciones espinosas. A nivel internacional se han recordado los treinta años del conflicto de Las Malvinas, y en casa nos hemos vuelto a rasgar las vestiduras por los veinte años del autogolpe fujimorista. Por el primer recuerdo, se ha cuestionado el todavía apetito colonialista de Inglaterra frente a la dignidad y el derecho del pueblo Argentino para ejercer su soberanía. Por el segundo recuerdo, se alzan voces condenando a un Fujimori maléficamente dictatorial arrasando un supuesto espíritu democrático del pueblo peruano. Con esos enfoques, recordar ambos sucesos, es realmente espinoso.
Sobre el caso de Las Malvinas: hace treinta años publicaba una revista que se llamaba La Mosca, junto con Walther y Patricia Salas. Estando el segundo número en el horno de la imprenta, estalló el problema y lógicamente decidimos dedicarle esa edición “al valeroso pueblo argentino que junto con su gobierno estaban luchando contra la colonia británica”. Esa visión fue cambiando a medida que pasaban los días, pues el hecho más luctuoso fue enterarnos cómo es que el gobierno argentino de entonces, encabezado, cuando no, de militares golpista y corruptos, prácticamente habían montado el hecho simplemente para frenar la crisis de gobierno que habían causado. Lo peor fue enterarnos cómo ese propio gobierno, que había conducido al pueblo argentino a ese problema usando el siempre efectivo patriotismo, les robaba las donaciones que habían hecho para solventar la guerra.
De esto último nadie ha querido referirse en la rememoración que Las Malvinas ha generado esta semana, pero es bueno recordar que siempre algo termina oliendo cuando los políticos militares se inventan guerras abusando de la buena fe, y a veces ingenuo patriotismo del pueblo.
Sobre el golpe fujimorista, es fácil hoy alzar la voz en contra, condenándolo y reivindicando la democracia; sin embargo, pocos recuerdan que el golpe fue respaldado por el 98% de la población, y no sólo porque la actuación de los partidos políticos, a nivel de gobierno y en su propia intimidad, era desastrosa y vergonzosa (situación que continúa hasta hoy), sino porque, como sociedad, no podemos escapar de nuestra histórica cultura autoritaria. Es decir, en el fondo seguimos inoculados de una forma de hacer política, e incluso de relacionarnos entre nosotros, que es lo más grave, no a través del diálogo, respeto y tolerancia, sino de la violencia, criollada e intolerancia. Las recientes elecciones generales lo han vuelto a demostrar, pues hemos terminado eligiendo entre dos opciones poco democráticas e incluso autoritarias y con pasados sinuosos. Salvo mejor parecer.