Entre reyes y reyezuelos
Pero no hay que negar que la fascinación de la que muchos se contagiaron por la visita real, también se debe a que gran parte de nuestra población y en especial muchas de nuestras autoridades no han superado su espíritu colonialista; es decir, hasta hoy, existen quienes creen que lo mejor para nuestro país sería materializar el sueño sanmartiniano de establecer un país de reyes y príncipes, como compensación de la frustración en la que vivió nuestro mundo criollo por sentirse gente de segunda clase ante los verdaderos españoles. Sin embargo, a pesar de haberse frustrado ese sueño, quedan muchos rezagos de él, o, en todo caso, ese espíritu monárquico se manifiesta de muchas maneras, lo cual nos coloca en la situación de sociedad postcolonial, tal como lo califica de Gonzalo Portocarrero.
Por ejemplo, es muy típico entre nuestra clase política, descubrir la trasformación que sufren cuando asumen o toman el poder. Existen autoridades que sin el mayor rubor se olvidan de su espíritu democrático, que su elección se debe a la voluntad popular y que, por tanto, su actuación debe responder a esa confianza. Sobran ejemplos para demostrar que dejan de lado todo eso para convertirse no en reyes, sino en reyezuelos; o sea, una combinación perversa entre ese espíritu monárquico con el sultanismo; es decir, una autoridad que termina convencido que su cargo es su chacra y que puede hacer con él, lo que le de la gana. Lo curioso es que ese mismo espíritu se traslada a su equipo de trabajo o “funcionarios de confianza” que ante una reelección, terminan actuando como una corte monárquica, creyendo, incluso, que sus cargos son heredables.
Obviamente que esta ideología atenta contra el desarrollo democrático que necesita el Perú y, además, debilita mucho más nuestro ya endeble Estado, pues está harto demostrado que detrás de ese pensamiento, se empoza la corrupción, que es la que verdaderamente reina las relaciones Estado-sociedad en nuestro país.
Por eso es que nos imaginamos que los que estuvieron codeándose para rozarse con los Príncipes de Asturias, deben haber sentido que se azulaba su sangre, a la vez de haberse creído en las nubes y relamiéndose los labios ante sus insaciables apetitos de poder. Obvio que los príncipes los deben haber mirado como simples sapos, que es lo que verdaderamente son.