La mafia educativa de ALAS

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Comparto con ustedes este magnífico artículo de mi colega Alberto Adrianzen acerca de lo que personifica esa empresa educativa de educación superior que tiene el estrambótico nombre de Alas Peruanas (UAP). Para este sociólogo, la UAP encarna la mafia enquistada en la educación superior de nuestro país y que ha contribuido a desacreditar el sistema universitario nacional.

Ya saben mi posición acerca de esta empresa de titulos seudouniversitarios. Se los he contado aquí y aquí. También ha salido en amplios informes de la prensa local como éste; sin embargo, lo que me sorprende es que nada va a pasar, pues su impresentable rector nacional como su émulo local, actúan con gran cuajo. Comprensible, pues ellos defienden su empresa, pero lo más soprependente es que ningún alumno o profesor de esa empresa ha reaccionado. En fin, la UAP tiene todo el derecho de engañar a su alumnado y éstos con sus profesores, tienen todo el derecho de engañarse.

Pero mejor lean el artículo de Adrianzén.

La mafia educativa, punto para la agenda de FENDUP .- El escándalo en torno a la Universidad Alas Peruanas (UAP) demuestra lo mal que anda nuestro sistema universitario. Como se sabe, la UAP, gracias a una sentencia judicial inaudita, es la única universidad que está al margen de la Ley Universitaria. Su historia muestra claramente cómo la corrupción y la impunidad fujimoristas, campean aún en nuestro país.
Como ha informado, fue gracias a un fallo “del inefable Juzgado de Derecho Público (ahora desaparecido) –que presidió el procesado y destituido Percy Escobar y que fuera creado por Montesinos para operar judicialmente de acuerdo con los intereses fujimoristas– que la UAP ha podido abrir hasta la fecha 26 filiales a nivel nacional (en 23 diferentes regiones) y unas 9 Unidades Académicas Descentralizadas, pese a que la Ley Universitaria lo prohíbe expresa y estrictamente”. La UAP es la única universidad que opera “legalmente” (hace ya varios años) al margen de la legalidad universitaria ya que no es fiscalizada ni por el Consejo Nacional para la Autorización de Funcionamiento de Universidades (Conafu) ni por la Asamblea Nacional de Rectores (ANP).

Por eso, han creado una red al mejor estilo montesinista (una mafia) de “socios”, “colaboradores” y “allegados” para mantener tamaña ilegalidad y crecer en todo el país. En esta red estarían involucrados personas vinculadas al despacho presidencial, al alcalde de Lima, congresistas (sobre todo apristas), jueces, magistrados, políticos, militares, periodistas, etc., que gozarían de una serie de granjerías otorgadas por este “centro universitario”.

Sin embargo, el escándalo de la UAP no solo es corrupción. La UAP evidencia cómo la proliferación de universidades privadas sin ningún control y de baja calidad, ha hecho un daño estructural a la educación y al país. Ello ha terminado por sepultar cualquier posibilidad de desarrollo de carreras técnicas de mando medio. Los esfuerzos del sistema educativo desde los años 70 por establecer una educación más vinculada al trabajo y menos a los “títulos profesionales”, han naufragado con la multiplicación de estos centros superiores.

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En los años 90 diversas encuestas (ver Imasen Confidencial) mostraban que sectores importantes de la sociedad optaban por carreras técnicas. Incluso, se creía que un técnico podía ganar más dinero que un profesional. Se puede afirmar que se estaba frente a un cambio cultural: la movilidad social era posible gracias al trabajo y al esfuerzo personal (procesos más igualitarios), y no mediante el simple expediente de imitar a la elite que basaba su legitimidad en el título profesional. Se estaba construyendo una racionalidad moderna muy distinta a las pautas oligárquicas.

Ese cambio cultural abortó. No es extraño que hasta hoy a los miembros de la clase alta, por ejemplo, se les siga llamando “doctores”. La mercantilización de la educación, tanto escolar como universitaria, vendió la ilusión del título profesional como el principal vínculo de ascenso social. Hoy sabemos que esa ilusión, además de ser una gran estafa, es también una gran frustración: los hijos de las clases populares que estudian en esas universidades y que obtienen su título profesional difícilmente podrán competir con los de clases altas y medias que estudian en otras escuelas y universidades privadas tanto nacionales como extranjeras.

Las carreras técnicas, tan necesarias para nuestro desarrollo, quedaron así relegadas a un segundo plano, y los técnicos al no tener un “título profesional” carecen de reconocimiento social. Vivimos en una sociedad bloqueada y premoderna que solo favorece a las elites y a unos cuantos pillos (socios incluidos) que lucran con la educación y con los peruanos. Finalmente, no hay que olvidarnos que quien maneja hoy los destinos de la educación es dueño de una universidad privada y amigo del Presidente.

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