Mi papá y nuestro mundo fantástico
Eddie Murphy está de vuelta y lo hace, una vez más, con una película de corte familiar, léase infantil, para todos; es decir, de fácil digestión. En esta ocasión, Murphy encarna el papel de un exitoso ejecutivo financiero que sufre una crisis de confianza que la recupera al prestarle atención a su pequeña hija y, en especial, cuando acepta la invitación que ella le hace para jugar.
Ya desde hace tiempo que Murphy viene dedicándose a este género con resultados cada vez más patéticos. Basta recordar Norbit o Papá canguro para confirmar la afirmación. Con excepción de Dreamgirls, Murphy se alejó del drama y también de la buena comedia que hizo exitosamente, sino recordemos De mendigo a millonario o Un detective en Hollywood.
Pareciera que de ese Murphy ya nada queda. Sólo queda verlo ahora cada vez más camaleónico con su cuerpo, recurso que no usa en Mi papá y nuestro mundo fantástico. Quizá esa sea el único atributo de esta cinta, pues sin hacer alardes de efectos especiales recurre a la actuación natural donde se explota la historia de las relaciones comunes y simples que demanda todo niño de su padre.
Esa es la fortaleza de esta cinta: llana, humilde que la convierte, eso creemos, en la mejor opción de la actual cartelera cargada de cine infantil, pero abrumada de efectos computarizados y con historias de violentos héroes supranaturales. La verdad es que de esos salvadores del mundo ya estamos cansados.