Quino

Fue la coincidencia de estar en la capital y la cercanía de donde estaba alojado que me animó a ir a la Feria Internacional de Libro de Lima, en su decimocuarta edición. Pero hubo un motivo más: la presencia, ese día de Joaquín Salvador Lavado, el mundialmente conocido Quino.

En esta ocasión, la FIL de Lima se viene realizando (va hasta el 5 de este mes) en un alero del Museo de la Nación. Hay que decir que eso le ha dado una mayor amplitud que ha permitido ver a algunas editoriales nuevas, especialmente las brasileñas que ha sido el país invitado, pero en general he visto las casa editoriales de siempre, exhibiendo lo de siempre, salvo alguna que otra novedad. Es cierto también que se han sumado otras actividades para hacer de esta FIL más atractiva, pero de allí a decir, como lo afirman los organizadores, la Cámara Peruana del Libro, que esta FIL es de igual magnitud a sus símiles de Guadalajara o Buenos Aires, hay una gran distancia.

He tenido oportunidad de asistir a las FIL de Guadalajara y Buenos Aires y son realmente impresionantes, no sólo por la variedad de editoriales de todo el mundo que allí se dan cita, en escenarios gigantescos que uno nunca termina de visitarlos en su totalidad, sino también por la variedad de espectáculos, de todas las artes, que allí se presentan movilizando prácticamente a toda la ciudad.

Pero regresando a la FIL de Lima, les contaba que fui motivado a asistir por la presencia de Quino. En realidad, ese día, el 23, fue la gran atracción de la Feria. Mucha gente se apertrechó desde tempranas horas para ver si podía estar en el recinto donde el famoso creador de Mafalda iba a dar una conferencia. Estuve cerca de las 6 de la tarde y ya era imposible, por lo menos, meter la cabeza. El local estaba repleto. La cosa se complicó más cuando, al terminar, la gente quiso que Quino firmara alguno de sus libros, donde destacaba algún que otro tomo de Mafalda que yo también desde mi época escolar coleccionaba con religiosidad.

Fue imposible, por tanto, acercarme a Quino. Sólo me quedó la satisfacción de haber estado con él en Buenos Aires, en un evento similar y conversar con él y confesarle que su ingenio y sus personajes, esa pandilla de niños que encabezó Mafalda, fueron para mi inspiradores y afirmadores de lo que luego, como diría Ribeyro, sería mi paso por el servicio revolucionario obligatorio.

Mientras yo me desgañitaba contándole a Quino lo que Mafalda significó en mi infancia, en especial Miguelito y Manolito, con benevolencia, el maestro me escuchaba hasta, cortezmente, cortar mi recordatoria fluidez, diciéndome que por su edad se sentía cansado. Me despedí agradeciéndole por los eternos minutos brindados y ahora que lo he vuelto a ver en Lima, observé que, efectivamente, los años no han pasado en vano; por tanto, a este genio del humor gráfico, hay que cuidarlo como la joya viviente que es.

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