El Barza
en Barcelona, me encargaban que les comprara las camisetas de ese club deportivo. Solícito, yo aceptaba la comisión pensando que, de paso, me iba a ganar alguito con tantas camisetas compradas, pues creía que costaba lo que cuesta un polo gamarrino. Iluso e ignorante yo, pues cuando estuve en el Camp Nou, en su zona comercial, jamás imaginé lo astronómico que costaba cada camiseta.
Recuerdo que el precio de cada camiseta era, en moneda peruana, unos doscientos soles. Y eso sin contar el nombre o número del jugador del momento. Eso elevaba el precio en veinte o soles más. Es decir, para mi, una fortuna, pero no para mis solicitantes que me pedía no una sino dos o tres camisetas (las de la temporada tal, las de cuando fueron campeones tal, etc. etc.)
En realidad, eso es lo que más me atrajo del impresionante Camp Nou, su centro comercial donde uno puede encontrar hasta tres mil artículos, todos ligados al club. Cosas realmente inimaginables que se agotan en un cerrar de ojos, mucho más las benditas camisetas, pues para adquirirlas había que hacer colas inmensas y era común enterarse, cuando te tocó el turno, que muchas tallas ya estaban agotadas y había que esperar otra producción, o simplemente otra temporada.
Allí es donde comprendí lo que es la industria del fútbol: una maquinaria inmensa de hacer millones y millones que son producidos principalmente por una fanaticada casi invidente que está convencida que los jugadores, los tal Messi, Xavi, Iniesta o Eto’o son dioses. Eso me acercó a entender porqué se habla de cifras siderales
cuando de sueldos o pases se trata de esos jugadores. Y percibirlos como dioses no ocurre solo allá, en Barcelona, pues me impresionó enterarme que aquí, en Arequipa, entre mis alumnos, también hay seguidores que ven y encuentran en ese club lo que jamás verán y encontrarán en los equipos locales o nacionales que, por lo poco que me entero, más se asemejan a ligas de parapléjicos. Parte de nuestra realidad.