Corín Tellado
Eran unas revistas en formato grande que provenían, creo, de México, la meca editorial que alimentó mi niñez de revistas de todo tipo, entre ellas Susy que era una versión gráfica de las fotonovelas corintillescas. Allí yo leía, incluso con morbosidad, esas historias románticas que tenían un solo hilo conductor: la chica pobre e idiota que se enamoraba del chico rico, pero también idiota. Obvio que ese romance no era fácil, pues estaba atravesado por las tragedias de todo amor al estilo corintillesco; es decir, la envidia, los celos, la oposición, la separación, el llanto…, pero luego, la redención, el triunfo del amor; fin, todos felices y contentos.
Con el auge de la televisión, en especial la del color y cable, el reino de Corín Tellado menguó y no supe más de ella. Recién me entero que seguía escribiendo para la revista Vanidades desde su matriz en Miami. Es decir, seguía produciendo y no se en torno a qué tipo de historias, porque creo que su estilo ya no encajaba con lo que hoy se vive y menos con las nuevas nociones y vivencias que sobre el romanticismo existen. En otras palabras, pienso que Tellado encarnaba, de manera popular, la expresión shakesperiana del amor romántico, aquel signado por la desdicha, el llanto y, fundamentalmente la eternidad, el amor para toda la vida, como se pensaba en los setentas.
Sabemos que actualmente ya nadie, o casi nadie, cree en eso. Hoy, como diría Giddens, o Bauman, el amor es plástico, líquido. El mundo virtual, ha profundizado esos conceptos y experiencias que se reproducen por mil todos los días. En ese escenario, no imagino cómo podía encajar Corín Tellado con sus historias edulcorantes y simplonas, pero que sirvieron a miles o millones para alimentar la necesaria ilusión amorosa que todos, en algún momento, necesitamos. Por eso es que su muerte ha hecho noticia y de seguro que muchas y muchos al enterarse, más que recordar a Corín Tellado, habrán recordado aquellos tiempos cuando en el amor, único, doliente, pero sempiterno y bello, creían.