Bendito Obama
Por lo captado por los medios, parece que dicha emoción se ha expandido por todo el orbe y hay quienes han vendido, incluso, su vida para estar en ese momento histórico (a eso hay que añadirle que los americanos son especialistas en hacer de todo un gran espectáculo). No niego que también me prendí de ese momento, vía televisión, y lo que me llamó la atención fue el discurso del nuevo presidente: breve, claro, concreto. Lo curioso es que los infaltables críticos, han señalado que ha sido un discurso ¡larguísimo¡. Si un discurso de dieciocho minutos lo califican así, cómo calificarán las eternas peroratas que pronuncian nuestros mandatarios.
Bueno, para que ustedes mismos califiquen el primer discurso oficial de Obama, les dejo el texto completo del mismo.
Ciudadanos: Vengo aquí hoy con humildad por la tarea que nos espera, agradecido por la confianza que nos conceden, consciente de los sacrificios soportados por nuestros ancestros. Agradezco al presidente Bush por su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha mostrado durante esta transición.
Cuarenta y cuatro estadounidenses han prestado el juramento presidencial. Las palabras han sido pronunciadas durante oleadas de creciente prosperidad y las aguas quietas de la paz. Sin embargo, de vez en cuando el juramento ha ocurrido entre nubarrones y tormentas furiosas. En estos momentos, Estados Unidos de América ha perdurado no sólo por la capacidad o visión de quienes ocupan altos cargos, sino porque nosotros el pueblo hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros fundadores, y fieles a nuestros textos fundacionales.
Así ha sido. Así debe ser con esta generación de estadounidenses. Que estamos en medio de una crisis es ya bien sabido. Nuestra nación está en guerra, contra una poderosa red de violencia y odio. Nuestra economía está muy debilitada, una consecuencia de codicia e irresponsabilidad de algunos, pero también de nuestro fracaso colectivo en no adoptar decisiones difíciles ni preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas; se han reducido empleos; han cerrado compañías. Nuestro sistema médico es demasiado costoso; nuestras escuelas desatienden a numerosos estudiantes; y cada día trae nuevas evidencias de que las maneras en que consumimos la energía fortalecen a nuestros adversarios y amenazan a nuestro planeta.
Estos son indicios de crisis, sujetos a estadísticas. Menos cuantificable pero no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país – un insistente temor de que el declive de Estados Unidos es inevitable, y que la próxima generación debe disminuir sus expectativas.
Hoy les digo que los retos que enfrentamos son reales. Son serios y son muchos. No se superarán fácilmente ni en poco tiempo. Pero sepan esto, Estados Unidos – los superaremos.
Hoy, nos reunimos porque escogimos esperanza en lugar de miedo, unidad en lugar de conflicto y discordia.
Hoy, venimos a proclamar el fin de las quejas nimias y las falsas promesas, las recriminaciones y dogmas gastados, eso que por demasiado tiempo ha estrangulado nuestra política.
Seguimos siendo una nación joven, pero en las palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar de lado las cosas infantiles. Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu duradero; de escoger nuestra mejor historia; de transmitir ese valioso obsequio, esa noble idea, que pasa de generación a generación: la promesa divina de que todos somos iguales, todos somos libres y todos merecen una oportunidad de buscar su mayor proyecto de felicidad.
Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, entendemos que grandeza nunca es una certeza. Debe obtenerse. Nuestra travesía nunca ha sido por atajos ni aceptando menos de lo justo. No ha sido la senda para los débiles de corazón – para quienes prefieren el placer antes que el trabajo, o sólo buscan los placeres de la riqueza y la fama. Al contrario, la ha sido para los arriesgados, los emprendedores, los hacedores – algunos reconocidos pero en su mayoría hombres y mujeres anónimos en sus trabajos, que nos han llevado por el camino largo y accidentado hacia la prosperidad y la libertad.
Por nosotros, empacaron sus escasas pertenencias y atravesaron océanos en busca de una nueva vida.
Por nosotros, se esforzaron en fábricas explotadoras y colonizaron el oeste de Estados Unidos, soportaron el látigo y labraron la dura tierra.
Por nosotros, lucharon y murieron, en lugares como Concord y Gettysburg; Normandía y Khe Sanh. Una y otra vez, estos hombres y mujeres se esforzaron y sacrificaron hasta excoriarse las manos para que pudiéramos tener una mejor vida. Vieron a Estados Unidos como mayor a la suma de nuestras ambiciones individuales; mayor que todas las diferencias de nacimiento, riqueza o facciones.
Esta es la senda que seguimos hoy. Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó la crisis. Nuestras mentes no son menos inventivas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado o el año pasado. Pero nuestro momento de parálisis, de proteger mezquinos intereses y postergar decisiones desagradables – ese momento con seguridad ha pasado. Desde hoy, necesitamos levantarnos, sacudirnos el polvo, y comenzar nuevamente la labor de rehacer a Estados Unidos.
Dondequiera que vemos, hay trabajo por hacer. El estado de la economía pide acciones, audaces y rápidas, y actuaremos – no sólo para crear empleos nuevos, sino para establecer bases nuevas para crecer. Construiremos las vías y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que nutren a nuestro comercio y nos unen. Daremos a la ciencia su debido puesto, y aplicaremos las maravillas de la tecnología para mejorar la calidad de nuestra atención médica y reducir su costo. Aprovecharemos el sol, el viento y la tierra para abastecer nuestros autos y operar nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y universidades para que satisfagan las necesidades de una nueva era. Podemos hacer todo esto. Y haremos todo esto.
Ahora, hay algunos que cuestionan la magnitud de nuestras ambiciones – quienes sugieren que nuestro sistema no puede tolerar demasiados planes grandes. Su memoria es corta. Han olvidado lo que este país ya ha hecho; lo que hombres y mujeres libres pueden alcanzar cuando la imaginación se junta con el bien común, y la necesidad con el valor.
Lo que los cínicos no entienden es que el suelo se movió bajo los pies – que las estériles discusiones políticas que nos han consumido por tanto tiempo ya no son vigentes. La pregunta que formulamos hoy no es si nuestro gobierno es demasiado grande o demasiado pequeño, sino si funciona – si ayuda a las familias a hallar trabajos con salarios decentes, atención médica a precios accesibles, una jubilación digna. Cuando la respuesta sea sí, planeamos seguir adelante. Cuando la respuesta sea no, los programas terminarán. Aquellos que manejamos fondos públicos tendremos que rendir cuentas – para gastar acertadamente, reformar malos hábitos y realizar nuestras funciones a la luz del día – porque sólo entonces podemos restaurar la confianza vital entre un pueblo y su gobierno.
Tampoco la pregunta ante nosotros es si el mercado es una fuerza para el bien o para el mal. Su poder de generar riqueza y expandir libertades no tiene igual, pero esta crisis nos ha recordado que sin un ojo vigilante, el mercado puede perder el control – y que una nación no puede prosperar prolongadamente cuando favorece solamente a los prósperos. El éxito de nuestra economía siempre ha dependido no sólo del tamaño de nuestro producto interno bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de extender la oportunidad a cada corazón dispuesto – no por caridad, sino por ser la ruta más segura a nuestro bien común.
En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos por falsa la disyuntiva entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros padres fundadores … nuestros padres fundadores, ante riesgos que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el estado de derecho y los derechos del hombre, una carta acrecentada por la sangre de generaciones. Esos ideales aún iluminan al mundo, y no renunciaremos a ellos sólo por comodidad. Así que para todos los otros pueblos y gobiernos que están viendo hoy, desde las grandes capitales a la pequeña villa donde nació mi padre: sepan que Estados Unidos es un amigo de cada nación y cada hombre, mujer y niño que busca un futuro de paz y dignidad, y que estamos listos para liderar una vez más.
Recuerden que generaciones anteriores enfrentaron el fascismo y comunismo no solamente con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y convicciones duraderas. Entendieron que nuestro solo poder no puede protegernos, ni nos da el derecho a hacer lo que nos plazca. En cambio, sabían que nuestro poder crece a través de su uso prudente; nuestra seguridad emana de la justedad de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, las cualidades temperamentales de humildad y compostura.
Somos los responsables de este legado. Guiados por estos principios una vez más, podemos enfrentar estas nuevas amenazas y pedir un esfuerzo aún mayor – incluso más cooperación y comprensión entre naciones. Comenzaremos a dejarle responsablemente Iraq a su gente, y a forjar una bien ganada paz en Afganistán. Con viejos amigos y antiguos enemigos, trabajaremos incansablemente para aminorar la amenaza nuclear, y revertir el espectro de un planeta que se calienta. No ofreceremos disculpas por nuestro estilo de vida, ni tampoco titubearemos en su defensa, y para quienes buscan alcanzar sus metas provocando terror y asesinando inocentes, les decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no puede ser roto; no pueden durar más que nosotros, y los derrotaremos.
Sabemos que lo diverso de nuestro patrimonio es una fortaleza, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes – y ateos. Estamos marcados por cada idioma y cultura, extraídos de cada rincón de la Tierra; y porque hemos probado el amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y emergimos de ese capítulo oscuro más fuertes y más unidos, estamos bien ciertos de que los viejos odios algún día pasarán; que las líneas tribales pronto se disolverán; que al hacerse el mundo más pequeño, nuestra humanidad se emancipará; y que Estados Unidos debe jugar su papel en anunciar una nueva era de paz.
Para el mundo musulmán, buscamos un nuevo camino, basado en interés mutuo y respeto mutuo. A aquellos líderes en el mundo que buscan crear conflictos, o responsabilizar a Occidente por los males de sus sociedades – sepan que su pueblo los juzgará por lo que puedan construir, no por lo que destruyan. A aquellos que se aferran al poder a través de corrupción, engaño y silenciando a la disidencia, sepan que están en el lado equivocado de la historia; pero que extenderemos la mano si están dispuestos a abrir el puño.
A la gente de los países pobres, les prometemos que trabajaremos con ustedes para que sus granjas florezcan y fluyan aguas limpias; para nutrir a cuerpos privados de comida y alimentar a mentes hambrientas. Y aquellas naciones como la nuestra que disfrutan de abundancia relativa, les decimos que ya no pueden seguir indiferentes al sufrimiento más allá de las fronteras; ni tampoco podemos consumir los recursos del mundo sin pensar en las consecuencias. El mundo ha cambiado, y debemos cambiar con él.
Al evaluar el camino que nos espera, recordamos con humilde gratitud a esos valientes estadounidenses que, en este preciso momento, patrullan desiertos lejanos y montañas distantes. Ellos tienen algo que decirnos, así como los héroes caídos que yacen en Arlington susurran a través de los tiempos. Los honramos no sólo porque son guardianes de nuestra libertad, sino porque encarnan la vocación de servicio; la disposición de hallar significado en algo más grande que ellos mismos. Y sin embargo, en este momento – un momento que definirá nuestra generación – es precisamente este espíritu el que debe habitar en todos nosotros.
Por mucho que el gobierno pueda hacer y deba hacer, es definitivamente la fe y la determinación del pueblo estadounidense en las que descansa esta nación. Es la bondad de albergar a un extraño cuando los diques ceden, la entrega de trabajadores que prefieren reducir sus horas antes de ver a un amigo perder su empleo, lo que nos ayudará a ver durante nuestras horas más oscuras. Es el valor del bombero para subir por una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre para criar a un hijo, lo que finalmente decide nuestro destino.
Nuestros retos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los enfrentaremos pueden ser nuevos. Pero esos valores sobre los que depende nuestro éxito – trabajo arduo y honestidad, valor y justedad, tolerancia y curiosidad, lealtad y patriotismo – son antiguos. Estos valores son verdaderos. Han sido la fuerza silenciosa de progreso durante nuestra historia. Lo que se exige entonces es un regreso a esas certezas. Lo que se espera de nosotros ahora es una nueva era de responsabilidad – un reconocimiento, de parte de cada estadounidenses, de que tenemos deberes con nosotros mismos, con nuestra nación y el mundo, deberes que no aceptamos a regañadientes sino con alegría, firmes en la convicción de que no hay nada más satisfactorio al espíritu, más definitivo para nuestro carácter, que entregar nuestro todo a una tarea difícil.
Este es el precio y la promesa del civismo. Esta es la fuente de nuestra confianza – el conocimiento de que Dios nos llama para moldear un destino incierto. Este es el significado de nuestra libertad y nuestro credo – por qué hombres y mujeres y niños de cada raza y cada credo pueden unirse en celebración a lo largo de esta magnífica plaza, y por qué un hombre cuyo padre hace menos de 60 años no podía ser servido en un restaurante local, puede ahora presentarse ante ustedes para prestar el juramento más sagrado.
Así que celebremos este día recordando quiénes somos y cuánto hemos recorrido. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el mes más frío, un pequeño grupo de patriotas apiñados en campamentos a orillas de un río congelado. La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento cuando el resultado de nuestra revolución estaba en la mayor duda, el padre de nuestra nación ordenó que estas palabras fueran leídas a la gente:
“Que se le diga al mundo futuro … que en la profundidad del invierno, cuando nada sino la esperanza y la virtud podían sobrevivir … que la ciudad y el país, alarmados ante un peligro común, avanzaron para enfrentarlo”.
Estados Unidos, ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras dificultades, recordemos estas palabras atemporales. Con esperanza y virtud, enfrentemos una vez más estas corrientes heladas, y soportemos las tormentas por venir. Que los hijos de nuestros hijos puedan decir que cuando nos pusieron a prueba nos negamos a terminar este recorrido, que no nos regresamos ni vacilamos; y con los ojos fijos en el horizonte y con la gracia de Dios sobre nosotros, llevamos ese gran obsequio de libertad y lo entregamos sin riesgos a generaciones futuras.
Gracias. Dios los bendiga. Y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América.