Los mejores del año
La voz más bella.- La técnica se aprende en la ópera; el repertorio se memoriza. Pero el color de la voz, la belleza de la voz, ay, con eso se nace. Eso se debe al capricho de los genes, al humor de los mismos dioses, y Juan Diego Flórez, el tenor peruano de 35 años, está visto que cuenta entre sus preferencias. La suya es la voz más bella de la ópera. Y esa dote natural en un mundo de oídos finos marca la diferencia. Nació con un don. Ahora, consciente de su suerte, lo pule obsesivamente. Es muy responsable con el repertorio que afronta. Se ciñe al belcantismo, sobre todo al más puro, el de Rossini, sin olvidarse de Bellini y Donizetti. Poco más. No quiere dar pasos en falso, pero con el tiempo puede que crezca algo en otros campos que por el momento le producen gran inseguridad. Hasta ahora le ha ido bien con ese cuidado… Después de que le exigieran repetir algunas arias en varios teatros –la Scala entre ellos, donde le aclamaron su interpretación de À mes amis, de La fille du régiment– ya se ha ganado el respeto absoluto como rey de la ópera y un hueco entre sus leyendas. Pero Juan Diego Flórez representa algo más. Aparte de ser el bastión de una época dorada en el canto latino, encarna como pocos un divismo moderno. Es un hombre de su tiempo: curioso y con gustos eclécticos. Demuestra un nivel de autoexigencia nada común en ningún ámbito. Más en una carrera que exige sacrificios a todos los niveles. Físicos, intelectuales, personales, de imagen. Todo eso lo va dominando Flórez con una tranquilidad y una elegancia asombrosas. Una prueba inequívoca de su estirpe. La de los grandes. (Jesús Ruiz Mantilla)
El mejor sabor de Perú.- Los peruanos añoramos con el paladar. Cuando nos encontramos en el extranjero, hablamos de cebiches, tacu-tacus y parihuelas. Es normal. Llevamos 26 años sin clasificarnos para un mundial de fútbol y la política suele deprimirnos. Por eso, donde Argentina tiene a Maradona y Brasil a Lula, nosotros tenemos a Acurio.
Más que un chef, Acurio es un Estado paralelo: posee cinco cadenas de restaurantes con sucursales en más de diez países. Conduce un programa de televisión sobre los secretos culinarios de los mercados populares y dirige una escuela de gastronomía para jóvenes sin recursos. Está por abrir un hotel de lujo que compartirá los beneficios con la comunidad campesina de su zona. Su filosofía es que “la cocina es una de las armas del Perú para derrotar las desigualdades que lo ahogan históricamente”. Nada menos.
La historia le da la razón. La cocina peruana es el lado positivo de todas nuestras catástrofes nacionales. La explotación colonial llevó a Lima a los mejores chefs del Virreinato, y ellos tuvieron que exprimir su creatividad por falta de carne. Por si fuera poco, la esclavitud generó una diversidad gastronómica sin parangón. Los manjares de Acurio están horneados con siglos de turbulencias sociales.
Fue a Madrid a cursar Derecho y aprendió cocina a escondidas. En esa ciudad conviven hoy más de 60.000 peruanos, y un puñado de ellos trabaja en su restaurante Astrid & Gastón. Si usted quiere saber cómo se integran las culturas o de qué se trata el mestizaje, pruebe el lechoncito confitado con pastelitos de rocoto y ají amarillo. Es todo lo que necesita saber. (Santiago Roncagliolo)