Post navidad
Fotos al tradicional nacimiento, más fotos al árbol con los regalos; la música villanciquera de fondo con un siempre renovado José Feliciano entonando Feliz navidad. Mientras todo eso sucede en la sala, en la cocina opera otro espectáculo: el pavo, las ensaladas, la decoración de la mesa, los vinos, panetones, que luego serán motivo temático con la sempiterna pregunta: qué panetón te gustó este año?
A las finales, la hora central, supuestamente la más importante: doce de la noche, y algunos impertinentes cohetes, lagrimillas y cohetones sonarán en la calle anunciándonos que llegó la hora central. Abrazos, felices navidades, correteaderas a la calle para reventar nuestras propias sartas y así envenenar el ambiente con olor a pólvora y, lo más importante, asaltar el árbol navideño para romper ferozmente los papeles navideños, abrir y descubrir los regalos. Gracias por aquí y por allá y luego a la calle nuevamente para ver como se puebla de niños que salen con sus regalos a exhibirlos y, de paso, competir, entre ellos a quién te hizo el mejor regalo?
¿Dónde quedó el supuesto personaje central de la fecha, el nacimiento que también es otro espectáculo y que demandó horas construirlo? Todo olvidado. Allí es donde recuerdo, comparo y decido que me gusta más mis
navidades infantiles, aquellas donde mis padres me llenaban de imaginación e ilusión con el cuento del Niño o Papanoel que a la mañana siguiente traía los regalos que, por cierto eran eternos, o en todo caso para una buena temporada. Hoy son perecederos, fugaces. Su duración depende de la atención o el gusto infantil; o también, de su fragilidad, pues, no hay pudor en confesar que son juguetes chinos cuya vida es como un respiro.
Me gusta más esas navidades donde a las doce mis padres nos enseñaban, al pie del nacimiento, cantar, recitar y hacer cualquier pirueta para ganarse el derecho a un regalo. Hoy todo es tan expeditivo, fugaz, volátil y gratuito.
En fin, lo que queda y quizás sea la única satisfacción, es volver a reencontrarse con los familiares idos, ver la avidez de nuestros hijos pequeños en descubrir sus regalos, sus caras felices, tal vez un gracias papá y aunque el juguete dure un respiro, ver la felicidad dibujados en sus rostros. A eso se reduce ahora la Navidad, pero valió la pena.