Cusco
El asunto es interesante y a la vez enmarañado si nos desconcentramos, pero lo valioso es observar que existen las instituciones y los mecanismos legales que, si sumáramos una voluntad colectiva amplia, pueden hacer que mejoremos como país. El asunto es ese: interesarse, sumarse, participar. Difícil, sí, pero no hay otra fórmula.
Pero la estadía en el Cusco no sólo fue para participar de ese evento, pues al estar allí es inevitable resistirse a su encanto histórico (es, definitivamente, nuestra gran capital turística), y a lo que ello arrastra: su cosmopolitismo nocturno. Cusco es una ciudad que no duerme, por lo menos su centro histórico. La mundanería que noche a noche la asalta es universal. Sus llamadas discotecas (cuartuchos atestados y con alucinadas decoraciones) terminan siendo, a partir de las doce de la noche, lo más global que existe en el país, gente de todas las nacionalidades, colores e idiomas que se encuentran e hermanan con el más universal de los lenguajes: música, drogas y sexo.
En el día, Cusco muestra su otra cara: la históricamente imperial, cuna de una de las más grandes civilizaciones. Ese pasado la mantiene. Cerca de una veintena de aviones aterrizan en su aeropuerto diariamente trayendo gente de todo el orbe para asombrarse de una de las maravillas universales. Sin embargo, ese rostro también tiene su lado sombrío, pues, como ciudad, Cusco no sintoniza con ese cosmopolitismo, con esa gran actividad turística, pues caminarla fuera del casco histórico es encontrarse con una urbe que nos descubre ese lado oscuro: una pobreza que bordea el 57%, una desnutrición que alcanza el 32%, un aparato educativo deleznable, una gestión pública caótica, etc.
Al encontrarse con esa realidad, la pregunta salta inmediatamente: ¿pero, dónde está toda la inmensa potencialidad que genera el turismo?. Bueno, allí uno se entera que en realidad dicho potencial está manejado por corporaciones que dirigen al Cusco desde Lima y que, por tanto, se llevan en carretillas las utilidades y que, cegados por la codicia, ni siquiera respetan o saben conservar ese pasado del cual viven. Por ejemplo, en Písac, en el Valle Sagrado, el balcón más bello de la plaza ha desaparecido, pues está cubierto totalmente por un cartel de Tatoo Adventure Gear. Pero, dónde están las autoridades, los cusqueños para evitar eso? Bueno, ya lo dije, la gestión pública es un caos (actualmente a la alcaldesa la han revocado y ésta se ha atornillado al sillón municipal), y los cusqueños… tal vez rezando a sus apus y divagando por volver a encontrarse, en la noche, con el verdor de los ojos de la italiana que a mi también me paralizó.