Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal
A tono con las principales ciudades del orbe, la nuestra participó del estreno mundial de una de las sagas más esperadas de la historia del cine: Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal , o simplemente Indiana Jones IV que para nosotros tiene una implicancia particular, pues gran parte de la trama sucede en nuestro país, especialmente en Nazca (aunque el conocimiento que exhiben Spielberg y Lucas de la cultura peruana es pobrísima, pues ubican a Nazca en el Cusco, con rancheras como cortina musical y con un quechua más mexicanizado que Pancho Villa).
Más allá de eso, el arqueólogo Dr. Jones, vuelve a sus andadas después de diecinueve años y, como en sus tres anteriores entregas, lo que le motiva es descubrir grandes tesoros que ayudan a responder magnos misterios de antiguas culturas humanas. Y lo hace, a pesar de los años, envuelto en un absoluto frenesí lleno de persecuciones, peleas, duelos de espadas, bichos, explosiones, esqueletos, telas de araña, etc.
En medio de toda esa narración, Spielberg hace constantes guiños no sólo a los tres Indianas, sino a la mayoría de su fantasiosa obra. Es decir, este Indiana IV nos trae escenas que inmediatamente nos traslada al universo spielberiano de ET, Encuentros cercanos, I. A., etc. Ese es quizá el mayor doblez de la cinta, pues en su afán de ligarlo a sus grandes creaciones, Spielberg termina matando el espíritu científico del Dr. Jones, para reducirlo a un simple y pasmado curioso de fenómenos extraterrestres que serían los auténticos hacedores de las grandes culturas del pasado. Es decir, tanto correteo de Indy para terminar militando en Alfa & Omega. Los arqueólogos y antropólogos deberían protestar.