Facilismo profesional

El reciente informe del IDH 2007, donde, a nivel general aparecemos en el puesto 87 (un poquito mejor que en años anteriores), y en el educativo en el 43, por debajo de Bolivia, confirma lo que casi todos sabemos: la educación peruana está al garete.

Casi desde el inicio del segundo mandato aprista, el tema educativo ha estado en la agenda pública, ya sea por la política confrontacional del gobierno con el magisterio, las evaluaciones frustradas y frustrantes de éstos y, lo último de la semana, su decisión de suspender nuevas facultades de Educación


y de cursos de capacitación a distancia, medida, por cierto, apoyada por casi todo el mundo, que, además, han solicitado que se extienda a otras profesiones como derecho, contabilidad, etc. las carreras más ofertadas por las casi noventa universidades que tenemos regadas en el país.

De la debacle de la educación nacional, se sabía desde hace muchísimo tiempo. Hace casi una veintena de años, Leon Trahtemberg, quizá el que mejor sabe del tema en nuestro país, dio el campanazo en una CADE, (Conferencia Anual de Ejecutivos). Allí, a los empresarios del país, les dijo que la educación peruana era una estafa, y que si no se le atendía urgentemente, no sólo ese sector estaría en peligro, sino la propia democracia peruana. Repito, eso ocurrió hace una veintena de años.

Sólo en el 2000, el gobierno transitorio de Paniagua, retomó el tema y se consideró como uno de los puntos básicos del Acuerdo Nacional, el cual dio nacimiento al Consejo Nacional de Educación que trabajó, bajo la batuta de Patricia Salas, el Proyecto Nacional de Educación como una política de Estado. Felizmente el actual gobierno, me imagino con remilgos, lo aceptó, pero por lo visto poco o nada se ha hecho de manera efectiva. ¿El resultado? Cada vez peor y sin una luz esperanzadora a la vista, pues no creo que la suspensión de las facultades de Educación, solucione el problema. Es más, sospecho que la siempre sorprendente criollada nuestra, ya está encontrando la forma de sacarle al vuelta a la medida, puesto que en realidad lo que está en juego es mantener el negociado millonario que se encierra detrás de la formación de los profesores en nuestro país, negociado que se agranda siempre y cuando se garantice el facilismo como doctrina formativa.

Allí radica, pienso, el problema: el facilismo que atraviesa la formación de la profesión profesoral en el país. Ahora, para ser honestos, hay que decir, de la gran mayoría de profesiones. Lo veo todos los días en varias universidades, tanto locales como de otras regiones, y no sólo a nivel de pre grado sino también de post grado (y me atrevo a decir que en ese nivel, el del postgrado, el facilismo es mayor).

El reciente Informe MacKinsey, que hace una evaluación de los diez primeros puestos del PISA, ratifica lo que también sabemos desde hace mucho tiempo: el éxito educativo se basa en el altísimo nivel de los profesores. A ese nivel sólo se llega con un altísimo nivel de exigencia, como lo demuestran los finlandeses o coreanos que ostentas los primeros lugares educativos del mundo. En esos países, especialmente entre los que se forman como profesores no existe el vocablo “facilismo”.

Pero, repito, el problema no sólo es de los que se forman como profesores, sino que, lamentablemente, atraviesa a muchas carreras. Por eso será que luego, cuando uno quiere postular a un postgrado fuera del país, descubre que las barreras de admisión que han puesto las universidades americanas, por ejemplo, son cada vez más altas, especialmente para los postulantes de países tercermundistas como el nuestro. Por eso será que, cuando uno visita una universidad europea encuentra a poquísimos paisanos, pues casi no existimos en sus listas de “recruitment weekend” o seleccionados.

Mi permanente contacto con universidades foráneas me ha enseñado que ese cotejo es más saludable que el de sólo estar mirándonos el ombligo. Es decir, contactarse con universidades extranjeras solventes y /o estudiar en ellas, ayuda mucho a saber lo que es realmente seguir una profesión. Para hacerlo, se necesita un colchón o “background”, sin él la cosa no funciona. Por cierta experiencia, y básicamente, recogiendo la de muchos amigos que se fueron y quedaron en el extranjero como

académicos, me atrevo a sugerir la forma de hacerse de ese colchón. Apretadamente, son: 1)Leer como un condenado, o como lo diría Beto Ortiz, “Lee, carajo”, 2)No tenerle miedo a los números, 3)Aprender otro idioma, en especial el inglés (aunque nos cortemos las venas, es el idioma del conocimiento), 4)Investigar, no contentarse con lo que dice el profesor o con las notas de clase (que observo que cada vez se hacen menos), y 5)Escribir, pero académicamente; es decir, bien dateado, bien leído.

Quizá peque de altivo, pero sospecho que estos tips no sólo sirven para aquellos que deseen tentar suerte académica fuera del país, sino también para los que están aquí y quieren que su formación profesional, ya sea de profesor, sociólogo, economista o lo que sea, no pase por el penoso tamiz del facilismo.

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