Sueños primermundistas

Respirar tranquilo y aliviado. Esa es la sensación que sentí al pisar, por fin, tierra nuestra, tierra arequipeña, luego de casi un mes de ausencia (que se me hizo largísimo en algunos ratos), debido a mi viaje por el continente europeo.

Pero reencontrarme con la tierra es también hacerlo con sus deficiencias o problemas habituales que nos hace sentir que la lucha por el desarrollo es un trabajo cada vez más enorme, mucho más llegando de los llamados países del primer mundo que han alcanzado tal condición, entre otras cosas, debido a la estricta aplicación de los principios de la modernidad: el orden y puntualidad, la responsabilidad y respeto, etc.

Es decir, luego de un largo viaje por varios países y ciudades europeas donde casi todo funciona con una precisión de relojero suizo, y llegar a Arequipa, con dos horas de retrazo porque el avión no pudo salir debido a la huelga cusqueña, demorarse una hora más en el aeropuerto Rodríguez Ballón porque la faja de recojo del equipaje está malograda y, finalmente, esperar otra hora a la salida del aeropuerto, empapado y de frío, porque no hay taxis, es reencontrarse con nuestra difícil realidad y medir la larga distancia que aun nos falta recorrer en nuestra aspiración primermundista, que, sospecho, todos compartimos.

Ya en casa, volviendo a ajustar relojes, el de mano y el biológico, a nuestra vida cotidiana, sigue el proceso de volver al trabajo y reencontrase con los amigos, colegas, alumnos, y, principalmente, tomarle el pulso a la ciudad a través de sus noticias para medir, como dicen los comunicólogos, la agenda setting; es decir, el tema que sensibiliza más a la opinión pública. El que he encontrado es la fabulesca polémica entre la iglesia y las autoridades regionales en torno al aborto terapéutico.

Más o menos el caso es el siguiente: el Gobierno Regional, a través de la Gerencia Regional de Salud ha decretado las normas del aborto terapéutico, ajustándose así a un viejo dispositivo legal que reconoce su necesidad en casos extremos. Obviamente, el máximo representante de la iglesia local levantó la voz, calificó de satánicos y nazis a las autoridades regionales, e hizo que éstas, aparentemente, retrocedieran en su decisión. Entonces, resulta que hoy el debate de la ciudad es entre las fuerzas oscurantistas y demoníacas, representadas por el Gobierno Regional, y las luminosas y beatíficas, representadas por la Iglesia y algunos seguidores.

Al enterarme de este tema, no pude dejar de ligarlo a mi reciente experiencia en Europa, particularmente en España, donde actualmente hay un proceso electivo que tiene como principales protagonistas a José Luis Rodríguez Zapatero, que quiere repetir el plato, y a Mariano Rajoy. El oficialista y su principal opositor, como suele decirse en las campañas electivas. Bueno, el asunto en que entre los principales temas de la campaña está la propuesta del PSOE, de poner punto final a la subvención que le otorga el Estado a la Iglesia Católica. Por supuesto que eso ha levantado una gran polvareda, pero lo interesante es que la gente está de acuerdo con esa propuesta; es decir, si la iglesia católica quiere seguir manteniéndose y propalando su doctrina, que lo haga con su plata; es decir, con la que ostenta (y vaya que lo hace, principalmente en Roma) y la de sus seguidores y no con la del Estado que pertenece a todos los miembros de la sociedad. La primera vez que visité España, coincidentemente, se debatía la ley que promulgaba la no obligatoriedad del curso de religión en los colegios, principalmente públicos. Esa ley hoy existe y de seguro que la nueva que está en debate también se aprobará.

¿Significa eso que España se ha satanizado? No, sigue siendo un país muy católico; sin embargo, como corresponde a cualquier país medianamente civilizado, hay una clara distinción, entre los roles de la Iglesia y los del Estado. Allá, pocos dudan que vivimos épocas donde la Iglesia no tiene ingerencia ni en el arte, ni en el derecho y mucho menos la razón, y muchísimo menos en épocas de la hiperpostmodernidad como lo señala Gilles Lipovetsky, un sociólogo muy de moda por esos lares, y que demuestra que actitudes como los de la Iglesia, son muchas veces pura pose.

Ver la ingerencia de una parte de la iglesia, la más conservadora, en nuestra sociedad, escuchar su alharaca en asuntos públicos y con poses medievales, es una forma, también, de medir nuestro retraso. Lo peor es que ese cambio, el de mentalidades donde actúa astutamente la iglesia, es el más duro por hacer.

Saber que eso es lo que se debate en nuestra ciudad, y aun con los inevitables estertores europeos, no puedo dejar de pensar en cuán lejanos están aun nuestros sueños primermundistas.

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