A raíz de un artículo de Martin Tanaka denominado “Macartismo y fracasomania” de julio de 2010, empecé a indagar sobre la vigencia del tema en el Perú, y hoy que nuestro país está cubierto de huaicos y desastres causados por la naturaleza, luego de oír a nuestras autoridades políticas, a nuestros funcionarios públicos, y a tanto figuretti y opinologo, he querido compartir algunas reflexiones con ustedes.
Cómo siempre, hay derecho a discrepar, solo pido que sea mediante un debate de ideas, no una competencia de adjetivos.
La fracasomanía es una categoría desarrollada por Albert O. Hirschman, economista americano, allá por 1975 (NOTA 1), que aún hoy, 42 años después, mantiene plena vigencia.
¿Por qué tiene vigencia? Porque describe una forma de comportamiento que nos es muy cercana a los peruanos, ya que la vemos cotidianamente en nuestros dirigentes políticos de todos los niveles: nacionales, regionales, locales, y en nuestros funcionarios públicos y autoridades del más alto nivel.
En efecto, hace unos días leyendo mi periódico dominical encontré a un exministro (Nota 1) que escribió:
“En el Perú, raramente construimos sobre lo avanzado. Se resaltan los errores (reales o ficticios) de gestiones anteriores y minimizan sus aciertos. Por ejemplo, no se destaca lo suficiente el rol del Ministerio de Educación del gobierno de Alan García para ordenar el sector y facilitar la reforma educativa del ex ministro Jaime Saavedra. Asimismo, pocos han rescatado la inversión en prevención durante el gobierno del presidente Ollanta Humala. Se implementó el COEN; de descolmataron ríos; se instalaron sistemas de alerta y enmallados en quebradas; se compraron helicópteros, aviones de carga, maquinarias pesadas… Reconocer un mérito ajeno no significa pasar por alto errores o corrupción. Pero preferimos destruir“.
¿Cuál es esa forma de comportamiento denominada “fracasomania” que los caracterizaría? ¡Esa! La descrita por este exministro que -casi seguro- cuando asumió el cargo, hizo lo que ahora critica. Estas autoridades y dirigentes -¡no son líderes!- tienen como actitud recurrente el tender a minimizar lo positivo que puede haber logrado una determinada gestión, acción o política gubernamental ajena a la suya. Y, más bien, tienden a concentrarse en exaltar los problemas, vacíos e impactos negativos que van encontrando en el camino de su gestión, para achacarlo inmediatamente al pasado, Finalmente, tienden a lavarse las manos –cual Poncio Pilatos-, y decir “Todo está mal”, “No hay nada bueno que rescatar”, “Pero, felizmente, ya llegamos nosotros”, etc. Y si por casualidad, ocurre que su plan o acción demuestra ser ineficiente o un rotundo fracaso, no asumen la responsabilidad, pues siempre podrán excusarse invocando “La naturaleza ha superado a la ingeniería”, “técnicamente, no se ha caído, se ha desplomado”, “no es plagio, es copia”, “no es justicia, esto es una persecución política. Soy una víctima”
En otras palabras: Estarás frente a este comportamiento de “fracasolico” cuando percibas que los flamantes decisores de políticas (sean gobernantes políticos, funcionarios públicos, o dirigentes sociales) opten por:
- a) Criticar del peor modo a muchas de las acciones, instituciones y proyectos desarrollados por políticas y gestiones previas.
- b) Prefieran ignorar, reformar, sustituir totalmente las acciones pasadas, por otras propias, creyendo que ellos son el mesías prometido, que tiene la solución o el bálsamo perfecto.
Los fracasomaniaticos no se dan cuenta que crean la percepción social de que hay una necesidad imperativa de iniciar todo de nuevo, desde cero, porque el ciudadano promedio piensa que no se ha hecho nada positivo, o lo que ha hecho no sirve, cundiendo así la frustración, el desánimo o la animadversión social con la gestión anterior. Esa mala leche de los fracasolicos deslegitima no solo la labor de las autoridades y funcionarios públicos: deslegitiman al Estado mismo. ¿No se dan cuenta o sí, y realmente eso buscan?
Nota 1.- El Comercio del 26 de marzo del 2017. Sección Economía. Opinión Piero Ghezzi. “Construir Estado para la reconstrucción”. Página 22.