Hace muchos años realicé una pasantía en Japón y -en nuestro afán de conocer y aprender de esa cultura tan educada y avanzada- visitamos un santuario shintoista. Allí se vendían unos amuletos y talismanes para atraer la felicidad y la calma a distintos bienes materiales. Si, como suena.
Me explicaron que todos los bienes materiales –refrigeradora, autos, televisor, etc- tenían una especie de alma. Esa alma era feliz si cumplían su finalidad, pero un bien malogrado, o que no es utilizado para lo que fue diseñado, tenía su “alma” infeliz. Se vendían talismanes no para atraer la buena suerte o felicidad, al comprador, sino a ciertos bienes materiales.
Y así, con esa visita al templo shintoista, renació mi inquietud por conocer más sobre la relación entre la utilidad, la finalidad y la felicidad, que la había adquirido cuando pulpín. En Estudios Generales Letras aprendí que, Aristóteles en su libro “Ética a Nicomáco” analizaba la relación entre el carácter, la inteligencia y la felicidad. Especialmente en los libros VI y VII distingue:
- Entre saber qué hacer para ser feliz,y
- El estar dispuesto a ejecutar ese quehacerpara ser feliz.
En ese libro, pensado en su padre Nicómaco, Aristóteles señala: ”La virtud humana no puede ser ni una facultad ni una pasión sino un hábito”. Así, para Aristóteles “hábito” quiere decir:
- La virtud NO ES algo que aparece espontáneo y por corresponder a la naturaleza, sino como consecuencia de la práctica o repetición; como consecuencia del aprendizaje.
- Los hábitos pueden ser malos (aquellos que nos alejan del cumplimiento de nuestra naturaleza y reciben el nombre de vicios) o ser buenos (aquellos por los que un sujeto cumple bien su función propia y reciben el nombre de virtudes).
Siguiendo a Aristóteles, cuando una entidad –persona u objeto- realiza su función propia, pero no de cualquier manera, sino de un modo perfecto, entonces es “virtuosa” o “buena”.
Aristóteles también precisa que, la felicidad (o placer) es “aquello que acompaña a la realización del fin propio de cada ser vivo” (NOTA 1), o lo que es lo mismo, dice que la felicidad viene cuando el hombre realiza la actividad que le es más propia, y –además- cuando la realiza de un modo perfecto.
En consecuencia:
- Un hombre que haga bien lo que tenga que hacer, no solo será virtuoso, sino también será feliz.
- La misma lógica se aplica para las cosas:
2.1.- Si hablamos que todos los días llegamos al trabajo en “un auto”, aludimos a un carro que nos transporta día a día, y denotamos que dicho carro cumple con su naturaleza: ser medio de transporte.
2.2.- Si especificamos o resaltamos que, todos los días llegamos al trabajo “en un muy buen auto”, implícitamente resaltamos que cumple su finalidad –transportarnos de modo seguro, económico y eficiente- y con ello –también implícitamente- lo etiquetamos de “virtuoso”.
Y también en base a lo anterior, ¿Cómo aplicamos estas enseñanzas aristotelicas al funcionario público peruano?, ¿Qué tiene que hacer el ciudadano que ejerce labores o función pública para ser considerado virtuoso por los demás y él ser feliz por lo que hace?
El gestor público -trabajador o funcionario- tiene una finalidad: brindar un servicio público, satisfacer el “interés público”. ¿Qué es el interés público? No hay una respuesta clara y precisa, pues es un concepto jurídico indeterminado, que es llenado de diversas formas (En otro post, ya trabajamos el enfoque tradicional de cómo entenderlo. Hoy retomaremos el enfoque moderno).
El gestor público tiene por finalidad brindar un servicio público, el satisfacer el “interés público” que, desde un concepto moderno parte de que:
- Son las autoridades electas que conforman el gobierno las que tienen la responsabilidad de definir y responder a las siguientes preguntas genéricas, abstractas:¿Qué es el interés público?, ¿Qué interés público debe atenderse?, ¿Cómo debe atenderse?
- El directivo, gestor o funcionario público es un estratega que tiene la responsabilidad de descubrir, definir y crear “valor público” para cada una de las peculiares actuaciones que le son sometidas. Para ello, él debe ver:
#1.- Hacia arriba, para renegociar el mandato político y lograr una definición política de “valor”.
#2.- Hacia afuera, para ver el valor de la producción, del producto que logra la organización.
#3.- Hacia dentro, para ver la situación y actuación organizacional actual (como contexto).
#4.- Hacia abajo, para ver la situación y actuación organizacional actual (sobre todo de sus colaboradores)
#5.- Debe ver hacia dentro de sí mismo, para certificar que su decisión trasciende el formalismo legal y es una decisión ética, justa, conforme a los valores y principios constitucionales más elevados: Enfoque de los derechos humanos en la gestión pública.
Para actuar como tremendo visionario y estratega, el gestor público, no solo debe ser culto, debe ser más: ¿sabio?. Creo que no. ¡Debe ser más aún!. Los filósofos entienden el contraste y la diferencia:
- La sabiduría (sophia)es la habilidad para reflexionar, teórica y correctamente, sobre lo que pasa en el mundo en abstracto.
- La frónesis –algo de lo que ya hemos hablado en otro post– incluye algo más: la habilidad de evaluar situaciones particulares a la luz del contexto y elegir bien los medios y los fines, pensando en cómo se aplicarán y repercutirán en dicho contexto o caso concreto. Por ello, la literatura americana sobre educación llama Phronesis a la virtud del pensamiento que nos remite a una sabiduría práctica y cotidiana, y por tanto contribuye al embellecimiento o perfeccionamiento de nuestra vida. Y con ella, de la vida de quienes nos rodean.
En base a lo anterior, considero que el gestor público, de cualquier nivel, debe desarrollar su labor con un enfoque fronético.
Solo cuando el gestor público –funcionario o trabajador- comprende la trascendencia de su labor: que más allá de ser un ganapán que hace lo que se le ordena, él debe actuar de modo práctico y cotidiano para reducir brechas socio económicas en la población, y con ello, contribuir a lograr el embellecimiento o perfeccionamiento de la vida de quienes lo rodean y dependen de él: los ciudadanos; solo cuando el gestor público –funcionario o trabajador- realiza dicha labor, pero no la realiza de cualquier modo, para solo cumplir el mandato legal y justificar su sueldo; sino porque realmente cree que esa es su labor; él será feliz por hacer su labor, y será reconocido por los demás.
En las últimas navidades, celebrando un almuerzo con el personal a cargo, les dije: “La gente ve el cargo, pero no la carga” refiriéndome a que muchos solo aprecian la remuneración que el trabajador publico percibe, pero no se fijan en la responsabilidad civil, penal y administrativa que uno tiene durante 10 años después de haber dejado un cargo. Por eso, quien guste de la gestión pública, debe saber que le gusta y ama realmente trabajar en ello. Y luego deberá recordar esto, en los muchos momentos que surgen y te dan razón para estar desanimados o arrepentido de trabajar para el Estado.