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Encounter

Friday night en Nueva York. Vamos a un restaurant francés que ella tiene en lista desde el año pasado. El lugar es bonito en las fotos pero lo es más aun al verlo con tus propios ojos. Entramos, la reserva está para más tarde pero nosotros sabemos cómo funcionan esto, primero al bar a tomar algo mientras avanza la hora. Lo mismo de siempre, supongo, yo una copa de vino y ella un cocktail emblema.

Nuestra conversación empieza con literatura. Ella escribe poesía, y por alguna razón que no llego a comprender del todo ha decidido compartirla conmigo. Me muestra sus más recientes poemas. Tienes talento, pienso. Tienes talento, le digo. Ella sonríe y entonces le pregunto qué experiencias le llevaron a plasmar esos versos. Y así se abre paso el relato de vivencias crudas, porque como dijo Bolaño la vida es un poco más dura que la literatura.

La mesa está lista. Apenas tomamos asiento ella se pone a ojear al tipo que se encuentra al lado y no me toma mucho tiempo entender por qué. Es una persona particular, de mediana edad, perfectamente afeitado, bien peinado, claramente educado. No ha venido en traje de etiqueta pero su vestimenta es sobria. Ella me pregunta que qué onda con este sujeto. Sí, en voz alta, nuestro idioma es refugio en este país. Está cenando solo, está cenando como un rey (escargots, steak, cocktails y después vendrá el dessert y el café). Pero lo central es la vibra que destila, un aura que nace en sus gestos, en su manera de dar las gracias, en el pin que lleva en la solapa del saco, en la solemnidad con la que coje los cubiertos. Este tipo es alguien, da igual que no sepamos exactamente quién.

El tipo se ha apoderado de nuestra conversación, sin saberlo. Pero claramente hablar sobre una persona nunca va a ser igual a hablar con esa persona. Lo primero, aunque siempre un homenaje, palidece ante la posibilidad de hacer lo segundo. Una posibilidad que languidece pues el tiempo avanza y ni él ni nosotros cenaremos para siempre. Él recibe su dessert. Entonces ella me mira y yo entiendo perfectamente. Excuse me sir but just out of curiosity, what’s the name of what you have ordered. Y entonces amanece la conversación. Ella le pregunta si viene seguido, y él responde contando una pizca de su vida. Es saxofonista, forma parte de una banda que a veces viene a Nueva York para tocar; está hospedado en el apartamento de una amiga —entiendo que es una amiga— y aunque ella le dijo que hoy no podía él decidió venir igual. Le gusta este lugar, ya ha estado aquí varias veces y nos habla sobre la decoración, la comida y el servicio. El tipo es muy elocuente pero no nos hace ninguna pregunta, así que le suelto un thank you y él un you are welcome y entonces retoma el postre.

Volvemos a lo nuestro. Ya no recuerdo de qué conversamos y creo que es porque ambos en realidad seguíamos pensando en el gentleman de al lado. Nos quedamos callados. Algo ha cambiado; no sé bien qué, no sé si ella o yo o el lugar pero hay algo nuevo, distinto. Sea como fuere en nuestra mesa ya no queda nada, pedimos la cuenta y mientras nos levantamos de la mesa lo miro y siento que va a decirnos algo pero al final se limita a sonreír y a hacer un gesto de despedida.

Y mientras salimos no puedo evitar pensar que estamos cometiendo un error tremendo, que deberíamos volver y decirle Sir we don’t want to leave without asking your name, and actually it would be a pleasure to talk a little bit more with you, I am… and I want to be a novelist, she is… and she loves poetry and is really talented at writing. Sé que nos diría por supuesto encantado y entonces nos sentaríamos a su mesa y él nos hablaría del arte, de la sensibilidad y de apreciar el mundo y su belleza. Y en esa conversación recordaríamos una vez más que el Derecho no es lo nuestro, que la vida es mucho más que eso, y que hay un universo entero pendiente de ser descubierto.

Drifting

Le digo que voy a contar una historia que desembocará en otra que a su vez conectará con una tercera y todo dentro de un mismo esquema. Y ahora voy a empezar, anuncio, y le hablo sobre la vez en que un amigo y yo casi perdemos la vida y que después de eso me dijo ya basta me voy a buscar a la dominicana, y me contó que en Miami —en Little Havana, para ser precisos— la conoció y que hubo química y que entre palabras al oído y miradas sentidas ella le contó su vida y le dijo que ya estaba cansada de lo mismo, que quería salir a empezar de cero, ¿por qué no juntos? ¿por qué no viajar a Asia o a Oceanía y hacer todo de nuevo?

He hablado de corrido al menos cinco minutos. Le pido disculpas por el monólogo y ella me dice que no hay problema, que estuvo bonito y me pregunta a dónde iremos después. En ese momento me queda claro que a ningún lado.

Comparison

Espero mi uber, para lo que se paga en esta ciudad el carro debería aparecer de inmediato pero la app dice que llega en ocho minutos. Se acerca un homeless, me pide dinero y yo le doy un par de dólares, él dice thank you y entonces lo miro y asiento, pues no es usual que te agradezcan. El tipo se queda a mi lado y ya estoy a punto de preocuparme cuando me pregunta si por favor puedo invitarle un cigarro. Sonrío, le entrego uno y mientras da la primera pitada me dice que necesitaba eso. Le digo que la vida es bastante jodida y se queda callado por unos segundos para luego decir it is man, it is.

Entonces comienza a hablar. Sin mirarme. El tipo mira la vereda del frente, como esperando poder cruzar. Yo también hago lo mismo. Y habla sobre su hermana, sobre esa perra que, entiendo, no ha honrado una promesa que le hizo. Habla de pigs y de cops y de que algo es una fucking comedy. La verdad es que entiendo solo la mitad de lo que dice, pero sé que habla de cosas que duelen.

Llega el uber. El tipo sigue hablando. Qué ganas de prender otro cigarro e invitarle también uno más y que sea mi turno de tomar la palabra. Una pena, ya no hay tiempo. Me acerco al carro, el tipo se queda callado, pero antes de subir volteo y le digo que yo también tengo problemas, y sí, los míos son nada comparados a los suyos.

Pero son los míos.

(Dis)regard

Me caes muy bien si estás sobrio pero cuando llevas unos tragos encima aflora una vena de soberbia que no tolero. Puedo conversar con egocéntricos, con excéntricos, con patanes pero no puedo soportar ese discurso altanero que busca ponernos por encima del resto —¿debería sentirme halagado de que hables en plural?—. Tuvimos suerte, imbécil, tuvimos suerte y el esfuerzo empeño sacrificio que hicimos no nos hubiera llevado a nada de no ser por los privilegios que tuvimos. Pero no, no te voy a decir esto, mejor me río cortésmente y me abro paso porque no pienso gastar ni un segundo de mi tiempo intentando hacerte ver este defecto. Y además, quién soy yo para hacer ello.

Glimpse

Me dices hola cómo estás y yo te digo mal y me miras con sorpresa, tu pregunta fue por cortesía y mi respuesta no encaja dentro de la fórmula estándar. Dudas, pero me preguntas por qué qué pasó y en esos segundos entiendo que podría confiar en ti pero no lo haré porque, como siempre, prima la tendencia de autosabotearme innecesariamente. Entonces sonrío y te digo que estaba bromeando y tú dices qué alivio y que ya nos vemos pronto y entonces nos despedimos pero en esa última mirada siento que en realidad no me crees, que sabes que estoy jodido.

Shutdown

Todo va bien, estás tranquilo respondiendo correos y de un momento a otro sientes tus amígdalas palpitar y entonces sabes lo que viene sabes que va a pasar de nuevo. Segundos después se abre un vacío por dentro. Buenas tardes, Derrumbe, supongo que ya nos tocaba juntarnos de nuevo.

Sales. Da igual a donde sea. Caminas porque caminar te relaja porque caminar te limpia porque caminar siempre funciona. Caminas y te pones a sonreír nerviosamente porque no conoces otra manera de desfogar esta carga de ansiosa angustia o de angustiante ansiedad o de angusiosa ansiante o de lo que sea que fuere ya que no hay palabras para describir esto con acierto. Y te pones a pensar, a tratar de identificar qué motivo en particular ha causado esto. Las peores veces son en las que no hay alguno, como hoy, entonces sientes que estás fallando en todo que te estás equivocando que desde hace años vas tomando decisiones incorrectas que, que, que. Yo debí yo pude yo hubiera, conjuros de mierda que sabes que son dañinos pero que recitas sin miramientos. En el punto más bajo todo deja de tener sentido, tu persona, tus acciones, las cosas, se vuelven nada. Nada. No hay nada. Soy nada. No valgo nada. Y es tan insignificante todo que no tiene sentido si quiera cuestionar, refutar, contraargumentar. Si se va a demoler, para qué intentar proteger.

Pero poco a poco, porque nada es eterno, el episodio acaba. 25 cuadras después te vuelves a sentir en calma. Ya pasó. Estás por cerrar el tema pero te das cuenta de que cada vez tienes que caminar más para lograr estar en paz. Entonces entiendes que cada vez estás peor, que ninguna ayuda ha funcionado, y que esto no tiene solución.

Ending

Me basta verte llegar para saber que algo no anda bien. O mejor, para recordar que algo no anda bien, porque es algo que siento desde hace semanas, por la forma en que me has estado escribiendo, por tu tono de voz en las llamadas que hemos tenido, porque nuestra comunicación se volvió solemne sin motivo. Entonces llegas y me dices hola y me preguntas si podemos caminar un momento. Pones tus manos en los bolsillos, algo nunca visto, y vamos andando como si nos hubiésemos conocido ayer y no hace más de dos años, hablando del clima, del tráfico y de cómo va el trabajo.

Yo la verdad no sé muy bien qué hacer. Trato de hacerte reír, te pregunto por las cosas que te importan, te hablo de las cosas que te gustan, pero nada funciona. Llegamos a la puerta del restaurant en el que teóricamente vamos a cenar y te pregunto en tono de broma si se acomoda a tus altísimas expectativas y solo dices que normal, que puede ser ese o cualquiera. Entonces trato de acercarme pero me evitas. La pregunta ya es inevitable, te consulto si todo va bien, si hay algo que te preocupa. Me miras y entonces veo en tus ojos firmeza y certeza y comprendo que esto es mucho más grave de lo que pensaba, vas a emitir un certificado de defunción, no hay nada que discutir aquí.

Me pongo a recordar cuando nos conocimos, la primera vez que salimos, nuestras conversaciones con los gatos, tus cuentos, tus poemas, mis relatos, todas las veces en que fuiste mi apoyo, la manera en que sonríes, y lo hermosa que eres (siempre). Y en paralelo te escucho decir que esto es difícil, que lo has pensado mucho, que yo soy un gran tipo, que esto no es culpa mía, pero que ya nada es lo mismo. Y entonces recuerdo el día en que me tomaste de la mano y citando a de Moraes dijiste que el amor es eterno mientras dura. Ahora entiendo, ahora por fin lo entiendo.

Kroy Aveun

Despierto, otro sábado en la Metrópolis. Good morning America, digo en voz baja, mientras me pongo la ropa deportiva. Voy a la cocina y tomo un vaso de agua, estoy listo. Salgo procurando hacer poco ruido.

Es cierto que esta ciudad nunca duerme. Son las 5:00 y en la calle hay corredores, ciclistas y peatones en general. Mi destino es el parque central. Al llegar caliento cantando rock en español en voz baja y luego corro alrededor del lago viendo los rascacielos de la ciudad. Esta vista es de las pocas cosas que extrañaré cuando esto acabe.

Estoy de vuelta en el apartamento. La bienvenida es un saludo del gringo —27 años, de Virginia, PhD— que tengo por compañero de piso. Nos llevamos bastante bien; ambos somos introvertidos y tenemos rutinas que son compatibles. Desayunamos juntos, hablamos un poco y luego cada uno a lo suyo.

10:30. Debería estudiar pero salgo rumbo al centro, mi plan es ojear un par de librerías. El metro es mirar por la ventana y ver nada, si a eso se le añade que el internet es muy intermitente en el tren entonces es fácil ponerse a reflexionar sobre uno mismo, sobre lo que estás haciendo.

Cuando salgo de la estación pienso en el mantra que estos días he escuchado hasta el cansancio: hay que aprovechar el buen clima. Es cierto, el día está lindo, hay sol pero no hay calor y corre un viento ligero que es una maravilla. Sé que no va a ser así siempre, el invierno ya está cerca (winter is coming me repito de manera cojuda). Sé también que no voy a estar aquí para siempre.

Voy caminando y apreciando la ciudad, para esta hora ya todo está en funcionamiento. Hay mucha gente y movimiento pero, como siempre, siento que cada persona, cada lugar, cada cosa, está en su burbuja. Qué difícil es conectar con lo que te rodea. Uno podría estar muriéndose en el piso y el resto caminaría procurando evitarte, un loco podría gritar y la gente simplemente subiría el volumen a sus audífonos. Esta ciudad no te acoge con los brazos abiertos. Tampoco te rechaza. Hace algo peor: nada. Para esta ciudad uno no existe, no está aquí, es como hablarle a una pared.

La jornada en las librerías estuvo buena, compré nada pero encontré buenas obras de ciencia ficción y en la próxima visita no saldré con las manos vacías. Miro mi reloj, 12:15, tengo un almuerzo a la 1:00 por la cercanía. Hago hora caminando y faltando 5 minutos la espero en la entrada. Cuando llega nos saludamos como estilan en algunas partes de Europa, tres besos, izquierda derecha izquierda.

El restaurant es vegetariano y se llama Planta. Claramente no estamos aquí a propuesta mía. Pido un chili sin carne, ella algo que no entendí bien y conversamos sobre la ciudad, la universidad y nuestros países. El almuerzo va muy bien, yo no soy gracioso pero ella sí. Salimos y vamos un rato al Madison Square Park y a preguntarnos qué tiene de especial el Flatiron Building. Al despedirnos le digo que deberíamos repetir esto, me dice que definitivamente. Mientras la veo irse me pregunto si su respuesta fue sincera o por cortesía. Bueno, para qué darle más vueltas, ya lo sabremos en su momento.

3:30 p.m. Enrumbo hacia mi apartamento, como es temprano y no tengo nada que hacer compro mi canasta básica en un minisúper a tres casas de mi lugar. Qué caro está todo aquí. Nunca he sido bueno en mis finanzas personales pero esta ciudad te obliga a ser económicamente responsable. Veo los precios y los calculo a mi moneda y básicamente es una locura lo que cuestan algunos vegetales. Pienso también en lo que un chileno me dijo, “el que convierte no se divierte”, y entonces me gana el ánimo de despilfarro y compro kétchup con sabor jalapeño y jamón de pavo saborizado con miel. Total, solo se vive una vez.

Mi compañero de piso no está en el apartamento. Pongo música, abro mi laptop, hora de perder el tiempo. Igual, trato de escribir un poco, trato de limpiar un poco, trato de avanzar mis pendientes un poco. Trato.

Hoy es el cumpleaños de un tipo, indio. El plan de algunos mexicanos —a los que yo siempre me acoplo— es calentar en la casa de uno de ellos y luego ir al Irish bar donde es la celebración. Voy a la casa del mexicano, el tipo me cae muy bien y me siento bastante cómodo con ellos en general; y no solo porque hablamos todos en español. Si algún grupo de amigos voy a tener será, eventualmente, este.

El bar me parece bueno, es espacioso y la música no está tan alta. Saludo al cumpleañero y conversamos un instante, luego de eso termino dentro de un grupo bien variopinto. Estoy un poco cansado de hablar, así que me va bien que haya varias voces y no tener que intervenir mucho. Nunca voy a ser el alma de la fiesta o un máster de la conversa, tampoco me interesa, me basta con atender y aprender de otros, y lo bueno es que hay escasez de personas más dispuestas a escuchar que a hablar.

2:30 a.m. Llego a mi apartamento. Mientras me alisto para ir a la cama pienso en mi hermana, en las gatas de mi hermana, en mi familia, en los parques de San Borja, en Aviación con Javier Prado y en Larcomar mirando el acantilado. Pienso que duermo, que descanso y que mañana despierto y estaré en Lima y escucharé RPP y miraré hacia el cielo y vere su color grisáceo abúlico, ese que adoro y que no cambio por nada del mundo.

Showdown

Sábado, tres de la mañana. El grupo cae desde Miraflores hasta El Buen Sabor del Óvalo Higuereta. Alberto se sienta, llama al mozo.

—Qué tal nochecita ah.
—Ha estado bacán, para qué —dice Francisco—.
—Especialmente para Mario, que hace tiempo necesita hacer borrón y cuenta nueva —responde Juan Carlos—. Oe Mario despierta, no te duermas cojudo.

Mario, sin embargo, no estaba quedándose dormido. Estaba quieto, pensando. Nada de esto realmente le interesa. Si el objetivo de la salida era olvidar todo pues el resultado no ha sido exitoso.

Ni Alberto ni Juan Carlos optan por seguir molestándolo. Francisco empieza a hablar sobre otra gente, suelta algunas anécdotas. Alberto y Juan Carlos lo escuchan sonriendo, pero no por lo que cuenta.

Cuando la comida llega Mario dice que va al baño. Alberto lo mira, divertido.

—Apura que se enfría.
—Cuidado que acá hay buitres —añade Juan Carlos—.

Mario, que ya estaba parado, voltea pero no dice nada. Se va. Francisco mira a Juan Carlos. Se pone serio.

—No seas tan evidente pues, me cagas.

Juan Carlos lo mira burlonamente.

—¿Evidente? No entiendo.
—Puta no te hagas al huevón. De qué estamos hablando.
—De que eres un pendejo —interviene Alberto—. ¿No has visto la cara del pobre Mario? ¿Por qué, viejo? ¿Por qué justo ella?

Juan Carlos se ríe. Francisco intenta un último argumento.

—Al final a quien más lo joden es a él. Se cagan de risa a su costa.

Alberto lo mira, hace un gesto ambiguo. Juan Carlos le lanza un poco de cancha. Mario regresa, encuentra a los tres comiendo callados. Hace un comentario sobre el estado del baño y llama al mozo para pedir más limón. Francisco, intentando bromear, le pregunta al mozo si hay cerveza. Juan Carlos lo interrumpe.

—Qué fue, ¿quieres emborrachar a Mario para comerte su plato? —dice Juan Carlos—.

Juan Carlos vacila un poco tan pronto termina la frase. Ha sido demasiado. Todos se quedan callados. Nadie se mira. Francisco intenta atajar la situación.

—Ya viejo, dejémoslo ahí nomás.
—No, normal —interviene Mario—. Ya no estamos, ella puede hacer lo que quiera. Y este huevón también.

Mario no mira a Francisco en ningún momento. Baja un poco la cabeza. Sabe que lo mejor es no decir más, que parezca como si no le importa, como si fuese cualquier cosa.

—Ya hermano, tranqui, son huevadas —dice Alberto—.
—¿Pero saben qué sí me llega al pincho? Hacerse el cojudo. Tratar de pasar piola, no tener la decencia de decir viejo me gusta esta flaca, ¿no te jode si le hablo no? Es bien básico eso, es un tema de tener una pizca de lealtad.

De nuevo silencio. Juan Carlos y Alberto se ponen a comer, se enfocan en sus platos. Mario mira a Francisco, y este le devuelve la mirada.

—Pero ya no estás con ella.
—Eres una cagada, ándate a la mierda. Váyanse a la mierda todos.

Mario se levanta. Sale sin despedirse. Alberto lo sigue hasta la entrada del local, unos minutos después vuelve.

—Se ha ido en un taxi de calle, ojalá no lo calateen. Ese es más salado.

Juan Carlos y Alberto empiezan a bromear sobre lo ocurrido pero Francisco, molesto, interviene.

—Bueno ya estarán contentos. A mí me pueden decir lo que quieran, normal, yo acepto, pero ustedes también son una mierda. La diferencia es que yo reconozco, ustedes no. Juan Carlos tú como siempre eres un desatinado hasta las huevas, ¿sabes por qué a veces no te invitan ni te avisan de algunas juntas? Bueno, ya sabes. Te pintas de bacán pero no te das cuenta que llegas al pincho, que incomodas a la gente. A ver, ¿quién se ha reído de tus bromas hoy, cojudo? ¿Ves? Nadie.

Juan Carlos no se da por aludido.

—Ya ya apágate nomás huevón. Quédate hablando solo nomás, yo me quito.

Juan Carlos saca su celular, pide un taxi y se va sin despedirse de Francisco. Alberto y Francisco se enfocan en comer por un rato, hasta que Alberto rompe el silencio.

—¿Se quebró Mario no? Yo creo que si se quedaba se ponía a llorar —dice Alberto—.

Francisco lo mira, incrédulo.

—Qué ganas de regodearte en la comidilla, huevón. Te haces el que no te metes pero te encanta estar ahí, disfrutar del roche, del chisme. Te diría que normal, ¿pero Mario no es tu pata desde letras? No lo conozco tanto pero creo que él no se burlaría así de tus roches, porque te considera su amigo. En cambio tú quieres seguir cagándote de risa con lo sucedido. Yo puedo ser una mierda de persona a veces, pero tú eres una persona de mierda.

Francisco se queda solo. Saca su celular, busca la conversación con ella, y mientras piensa en que mañana volverán a salir, no puede ocultar una mueca de burla.

Purpose

Mi papá estaba demasiado metido en mi educación y además era muy exigente. Revisaba todas mis tareas y después de corregirlas me dejaba ejercicios adicionales de matemática. Yo los resolvía bien y rápido, por lo que poco a poco comencé a adelantarme a los temas que veía en clases. Algunas veces me equivocaba o me quedaba estancada, pero mi papá era un bello, nunca se molestaba, me ayudaba y me daba ánimos. Quizá por eso nunca tuve anticuerpos a estudiar, a sacar buenas notas, a ser chancona.

Sí, creo que a la larga me hubiese saturado, pero cuando tenía 11 años mis papás se divorciaron. Pasé a ver a mi papá solo los fines de semanas y aunque me decía que estudie ya no se metía como antes. Yo igual seguía sacando buenas notas y estudiaba sin necesidad de que me lo pidieran. Ganaba siempre este premio al rendimiento académico y mi mamá decía en todas las reuniones familiares que yo iba a hacer grandes cosas. Me pedía que hable sobre historia y como a mí que me gustaba hablar de eso, hasta ahora me gusta, pues yo feliz.

Entonces llegó la universidad. Meses antes de que empiece a postular mis papás se juntaron para hablar conmigo. Recuerdo que mi mamá dijo que yo tenía todo para ser embajadora o ministra, y por eso creía que debía estudiar Derecho, pero que la decisión era mía. Mi papá me pidió que elija bien, que era una elección que iba a definir mi futuro.

¿Tú sabes cómo es esa presión? Esa que no viene de una orden directa, sino en la que te dicen que puedes elegir pero cuando te acercas a una opción que no quieren se ponen tristes y en cambio cuando te acercas a la opción que ellos quieren se alegran y te sonríen. Ya, eso sentí mientras pensaba en qué carrera escoger. Que “elija bien” me dijo mi papá; el problema es que para ellos elegir bien era escoger ciertas carreras y otras no. Yo pensé mucho qué estudiar pero en realidad en ese momento ninguna carrera me llamaba particularmente la atención, por eso elegí Derecho.

Y en la universidad conocí la verdadera competitividad. Lo del colegio es nada comparado con la universidad. Hay gente que se toma muy en serio los estudios. Muy en serio. Conoces gente capa, que la tiene clarísima, que es demasiado responsable. ¿Qué haces entonces? No sé cómo explicarlo, pero sientes algo que te dice que no puedes quedarte atrás, que no sería justo que te quedes atrás, porque tú igual que ellos eres inteligente, responsable, con las ideas claras. Y entonces también te tomas muy en serio los estudios. Y entonces también compites.

Yo, sí te he contado, he sido directora de una revista, parte del equipo del moot de derechos humanos, y también asistente de docencia. Creo que todo eso me ha servido, y creo que aprendí muchísimo, pero la verdad no me metí a esas cosas por querer experimentar, por verdadera curiosidad. Fue por el miedo de perderme de algo, por temor a dejar pasar algo importante o valioso o una puerta para otras oportunidades.

¿Las prácticas? Todo empieza cuando te enteras de que algunos de la prom ya empezaron a practicar. La gente comienza a hablar de los estudios, de los estudios más grandes, de las mejores boutiques. Esto en realidad pasa desde segundo ciclo de la carrera creo, pero entre el tercer y cuarto ciclo es que se vuelve el tema. En dónde estás practicando se vuelve una pregunta común y la respuesta cambia en algo la percepción que tienes de la otra persona.

Yo entré primero a una empresa. ¿No sabías? Jajaja pues no, no toda mi vida he estado en “la mejor firma del país”, como tú le dices. Primero estuve seis meses en una pesquera. Empecé ahí porque mi tío me recomendó; yo estaba recién acabando segundo ciclo y pues acepté. Fue una experiencia bonita, el jefe del área legal era muy buena persona y entre los del equipo había un clima familiar por así decirlo. Además de eso pude conocer gente que no era abogada o estudiaba Derecho, lo que me gustó mucho. Y para colmo, la carga laboral era suave, incluso en verano que no tenía clases respetaron mis horas. Quizá los mejores meses laborales que he tenido. En serio.

En realidad, creo que por eso me chocó un poco cuando entré a mi cárcel actual. No te rías, de verdad. Es que no pensé que iba a ser tanta la presión, y aparte se espera que todo salga perfecto y de manera rápida. No hay pretextos, ni siquiera el hecho de que acabas de empezar ahí es una excusa. Pero yo me adapté bien, me acoplé y hacía buen equipo con mis jefes directos.

La competencia es dura, aunque eso no es nada nuevo. Pero hay otra cosa. En la universidad casi nunca sentí un trato diferente, pero al practicar sí fue distinto. Había, cómo decirlo, como un tonito de condescendencia en la forma en que algunos abogados me pedían cosas, en la forma en cómo me daban instrucciones, en un leve matiz de sorpresa o incredulidad cuando les presentaba los encargos. Es algo que se nota en la entonación, en los gestos, que transmite como que duda de si vas a poder hacerlo tan bien como ustedes, los hombres. Por eso sentía que debía esforzarme más, hacerlo todo excelente, porque la vara está más arriba, ¿me entiendes?

Entonces el tiempo pasa y como haces las cosas bien te contratan y luego acabas la carrera. Tienes que sacar el título. A mí me parece inviable pedirle a alguien que está de asistente en un estudio que se titule por tesis. Simplemente no es posible, ¿Te imaginas?  O sea tomaría mínimo 2 años. En el seminario de investigación había encontrado un par de temas de historia y derecho que realmente me interesaban. Pero no había tiempo. Al final hice lo más eficiente entre comillas y me titulé sustentando dos expedientes. Me dije que no había problema, que después podía investigar sobre los temas que me interesaban y escribir un artículo o algo. De eso ya 5 años y ningún artículo.

Como abogada las cosas cambian. Te pagan un sueldo más que aceptable y entonces sientes que tu trabajo es valorado. Pero a cambio esperan compromiso absoluto. Ya no hay clases en la universidad ni nada que te impida dedicarte de lleno al trabajo. Entonces los ámbitos de tu vida como que se subyugan, dependen del tiempo libre que te queda después de trabajar. Todo gira en torno al Estudio.

Y hay días malos. Y seguido. Cuando todo se acumula, cuando estás en medio de un Due Diligence jodido y te dicen que te van a meter a otro deal y a la vez las consultas “pequeñas” se van acumulando. Hay gente que sabe lidiar muy bien con la ansiedad; creo que por fuera yo también porque aun con todo encima puedo avanzar rápido, seguir con la cabeza fría, no desesperarme. Pero por dentro termino agotada, un cansancio en la disposición, en las ganas de hacer nuevas cosas, en el entusiasmo. Eso es lo que yo siento.

No me acostumbro a los días malos. Creo que nunca me acostumbraré. Quisiera decir que cuando llegue a ser senior se hará más manejable pero mi jefa es socia y trabaja casi tanto como yo. Los domingos a veces me cruzo con ella, ¡hasta trae a sus hijos! Creo que yo no podría. No podría con tanto, con tener una familia y también seguir trabajando en este lugar. No quisiera nunca, como me contó una abogada, llevar a mis hijos al cine y dejarlos con la empleada y yo salir de la función para ponerme a trabajar esas horas.

Y durante esos días en que todo se junta, mientras sientes que te ahogas, llega un punto en que te pones a pensar: ¿por qué estoy haciendo esto? O mejor, creo que la pregunta podría ser qué viene después. Porque básicamente es eso. Trabajo casi todo el día de lunes a viernes y al menos la mitad de mi domingo. ¿Para qué? ¿Hacia qué? ¿Qué es eso que logro por sacrificarme así? Ya, un día después de terminar el año mi jefa me llamará y me mostrará mis cifras de rendimiento, me felicitará por las ¿180? ¿190?  horas facturadas en promedio por mes, y me dirá a cuánto asciende mi bono. Claro, ese día te sientes bien; pero el costo es que tu vida sea terrible todo el año. Que básicamente estés esperando las vacaciones o los feriados largos para viajar y despejarte y olvidarte del trabajo. Eso no es sano. No es sostenible.

Si la pregunta es por qué hago todo esto, porque me esfuerzo tanto, una respuesta podría ser que este es el camino para llegar a ser socia. Pero… ¿cuándo decidí que quería ser socia? O sea, en qué momento en mi cabeza dije ya, voy a hacer esto, voy a darle prioridad a mi trabajo, porque en el futuro podré ser socia del Estudio. La verdad es que nunca pensé eso. Bien por los que tienen esa motivación. Yo, siendo sincera, no la tengo. Una vez me preguntaste por qué elegí trabajar en un estudio. En cierto modo, yo no escogí.

Pero estoy aquí. Tampoco me veo en otro lado. Me gusta la historia, el diseño de interiores, a veces pienso que pude estudiar Arquitectura, pero ya estoy aquí, ¿sabes? Tengo algo, cómo decirlo, algo asentado. Es aquí donde puedo lograr algo. Lograr algo… aunque no sé si es eso lo que quiero. Porque sacrifico cosas importantes. Porque no sé cuántas otras cosas podría hacer si el trabajo no consumiese todo mi tiempo y mi energía. Porque una de las cosas que más daño me hacen es esta idea de que tengo que ser alguien en la vida.

Pero bueno, así son las cosas.

¿A dónde vamos a ir a cenar?