Showdown

Sábado, tres de la mañana. El grupo cae desde Miraflores hasta El Buen Sabor del Óvalo Higuereta. Alberto se sienta, llama al mozo.

—Qué tal nochecita ah.
—Ha estado bacán, para qué —dice Francisco—.
—Especialmente para Mario, que hace tiempo necesita hacer borrón y cuenta nueva —responde Juan Carlos—. Oe Mario despierta, no te duermas cojudo.

Mario, sin embargo, no estaba quedándose dormido. Estaba quieto, pensando. Nada de esto realmente le interesa. Si el objetivo de la salida era olvidar todo pues el resultado no ha sido exitoso.

Ni Alberto ni Juan Carlos optan por seguir molestándolo. Francisco empieza a hablar sobre otra gente, suelta algunas anécdotas. Alberto y Juan Carlos lo escuchan sonriendo, pero no por lo que cuenta.

Cuando la comida llega Mario dice que va al baño. Alberto lo mira, divertido.

—Apura que se enfría.
—Cuidado que acá hay buitres —añade Juan Carlos—.

Mario, que ya estaba parado, voltea pero no dice nada. Se va. Francisco mira a Juan Carlos. Se pone serio.

—No seas tan evidente pues, me cagas.

Juan Carlos lo mira burlonamente.

—¿Evidente? No entiendo.
—Puta no te hagas al huevón. De qué estamos hablando.
—De que eres un pendejo —interviene Alberto—. ¿No has visto la cara del pobre Mario? ¿Por qué, viejo? ¿Por qué justo ella?

Juan Carlos se ríe. Francisco intenta un último argumento.

—Al final a quien más lo joden es a él. Se cagan de risa a su costa.

Alberto lo mira, hace un gesto ambiguo. Juan Carlos le lanza un poco de cancha. Mario regresa, encuentra a los tres comiendo callados. Hace un comentario sobre el estado del baño y llama al mozo para pedir más limón. Francisco, intentando bromear, le pregunta al mozo si hay cerveza. Juan Carlos lo interrumpe.

—Qué fue, ¿quieres emborrachar a Mario para comerte su plato? —dice Juan Carlos—.

Juan Carlos vacila un poco tan pronto termina la frase. Ha sido demasiado. Todos se quedan callados. Nadie se mira. Francisco intenta atajar la situación.

—Ya viejo, dejémoslo ahí nomás.
—No, normal —interviene Mario—. Ya no estamos, ella puede hacer lo que quiera. Y este huevón también.

Mario no mira a Francisco en ningún momento. Baja un poco la cabeza. Sabe que lo mejor es no decir más, que parezca como si no le importa, como si fuese cualquier cosa.

—Ya hermano, tranqui, son huevadas —dice Alberto—.
—¿Pero saben qué sí me llega al pincho? Hacerse el cojudo. Tratar de pasar piola, no tener la decencia de decir viejo me gusta esta flaca, ¿no te jode si le hablo no? Es bien básico eso, es un tema de tener una pizca de lealtad.

De nuevo silencio. Juan Carlos y Alberto se ponen a comer, se enfocan en sus platos. Mario mira a Francisco, y este le devuelve la mirada.

—Pero ya no estás con ella.
—Eres una cagada, ándate a la mierda. Váyanse a la mierda todos.

Mario se levanta. Sale sin despedirse. Alberto lo sigue hasta la entrada del local, unos minutos después vuelve.

—Se ha ido en un taxi de calle, ojalá no lo calateen. Ese es más salado.

Juan Carlos y Alberto empiezan a bromear sobre lo ocurrido pero Francisco, molesto, interviene.

—Bueno ya estarán contentos. A mí me pueden decir lo que quieran, normal, yo acepto, pero ustedes también son una mierda. La diferencia es que yo reconozco, ustedes no. Juan Carlos tú como siempre eres un desatinado hasta las huevas, ¿sabes por qué a veces no te invitan ni te avisan de algunas juntas? Bueno, ya sabes. Te pintas de bacán pero no te das cuenta que llegas al pincho, que incomodas a la gente. A ver, ¿quién se ha reído de tus bromas hoy, cojudo? ¿Ves? Nadie.

Juan Carlos no se da por aludido.

—Ya ya apágate nomás huevón. Quédate hablando solo nomás, yo me quito.

Juan Carlos saca su celular, pide un taxi y se va sin despedirse de Francisco. Alberto y Francisco se enfocan en comer por un rato, hasta que Alberto rompe el silencio.

—¿Se quebró Mario no? Yo creo que si se quedaba se ponía a llorar —dice Alberto—.

Francisco lo mira, incrédulo.

—Qué ganas de regodearte en la comidilla, huevón. Te haces el que no te metes pero te encanta estar ahí, disfrutar del roche, del chisme. Te diría que normal, ¿pero Mario no es tu pata desde letras? No lo conozco tanto pero creo que él no se burlaría así de tus roches, porque te considera su amigo. En cambio tú quieres seguir cagándote de risa con lo sucedido. Yo puedo ser una mierda de persona a veces, pero tú eres una persona de mierda.

Francisco se queda solo. Saca su celular, busca la conversación con ella, y mientras piensa en que mañana volverán a salir, no puede ocultar una mueca de burla.

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