Archivo del Autor: 70024260

Acerca de 70024260

Profesor en la PUCP y en la UP.

Breakpoint

Ese día estaba trabajando sin audífonos y escuché que preguntabas cómo configurar algo en Excel. Volteé hacia tu sitio y ya estabas mirándome, entendí que la pregunta era para mí y entonces me sentí bien. Me acerqué y te dije que yo podía ser tu IT Guy por hoy pero solo por hoy; sonreíste y me exigiste que solucione de inmediato —pero con por favor incluido, porque nunca te faltó la cortesía— el asunto.

Tu problema ya lo había tenido yo hace unas semanas así que pasé a explicarte la respuesta de forma detallada. Tanto que pensaste que me estaba burlando y pediste que me largue. Yo te ofrecí disculpas y tú me dijiste que de rodillas y te respondí que también si quieres. Te hiciste la indignada y yo dije que bueno dada la falta de cooperación me veía en la necesidad de reiniciar el CPU. Entonces con un tono de regocijo que aun hoy recuerdo dijiste que era un tonto y nos reímos juntos.

Un par de horas después, mientras hacía un trámite en una notaría, yo seguía pensando en todo lo sucedido. Fue ahí, ¿sabes? Si tu pregunta es cuándo, ahora puedo identificar con certeza el momento.

 

Wrong forecast

Pido una cerveza en barra y un brasileño se me acerca. Lo conozco, ambos nos especializamos en la misma área y además coincidimos en un curso. Nos saludamos y cruzamos algunas palabras. Es de estas conversaciones que en el fondo no comunican nada pero que son muy importantes en cuanto a demostrar ciertas formas. La plática se cierra con un deberíamos juntarnos a almorzar un día. Nos damos la mano y entonces, como recordando algo, me dice que felicitaciones, que vio que voy a ser asistente de un profesor. Yo, que estoy contento por ello al punto de compartirlo en redes, le digo sonriendo que no es nada, y lo felicito por haber sido designado chair de la asociación brasileña de estudiantes en la universidad. Me dice que gracias y volviendo a lo mío dice que debe ser curioso (“it’s funny”) asumir un puesto de asistente cuando en mi país he sido profesor.

Lo miro. Atino a decir que sí pues, es cierto, pero que igual me pareció una oportunidad. Entonces, quizá comprendiendo que sus palabras no fueron las más acertadas, me dice que claro que sí, que por supuesto que sí, que postularon muchísimos y que gente muy buena quedó fuera. Le respondo que definitivamente es algo que suma y le vuelvo a dar la mano y enrumbo hacia mi grupo.

Siento cómo un atisbo de duda surge, empieza a tomar forma y crece, pero me digo que no es momento. Lo que ha pasado es irrelevante, lo que haya dicho ese tipo es lo de menos —aunque me tomará tres días sobreponerme a ese comentario—. Y me molesto conmigo porque a esta edad lo que otros digan me debería importar una mierda pero claramente no es así. Todavía no es así.

Estoy ensimismado pero llego a captar que un (otro) brasileño y una uruguaya me hacen gestos con las manos. Al acercarme me reciben con sendas sonrisas, unas que siento sinceras; también han sido nombrados asistentes. Me felicitan y yo les felicito. Hablamos sobre lo que implica el puesto y cuando empiezan a especular sobre el pago pienso que en ningún escenario asumir algo nuevo puede ser un retroceso, que estoy yendo hacia adelante, siempre hacia adelante.

 

Departure*

Gracias por la chela, chino. ¿Qué feo se cayó el plan no? Pero no hay paltas, para la próxima te juro que junto a todos. En fin, salud.

¿Mi viaje? Ah, mis estudios afuera. No es un viaje cualquiera, cojudo, es un MBA en Harvard Business School. ¿Puta locazo no? Yo pensaba irme más adelante pero decidí postular a ver qué tal y salió. Sí, safo en un mes y no vuelvo a este país de mierda en 2 años mínimo. Me saqué la lotería conchasumadre.

El Perú es una mierda por varias razones. Sí sí, no creas que estoy perdido, ya me contaron sobre tu discusión con el gordo. La caviarada te está ganando chino, y no entiendo por qué pues te conozco desde cachimbo, en esos días en que te alucinabas economista (¿ibas a economía pues no?) y hablabas de libre mercado y del valor supremo de la libertad y no sé qué más. Huevón siempre fuiste muy teórico, yo te daba la razón pero pensaba que te faltaba ir al grano.

Bueno, este país es una cagada porque la gente no deja avanzar a nadie. El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro, chino. Tenemos recursos naturales y hay una brecha de infraestructura tal como para mantener ocupada a la gente chambeando hasta 2050, ¿por qué estamos jodidos entonces? Simple, porque la gente es una cagada. Tienes a un montón de zánganos que quieren todo sin hacer ni mierda y tienes a una clase política hasta las huevas.

Son un montón de zánganos cojudo y con gusto te lo explico. La gente quiere todo gratis y sin mover un dedo, y no solo eso, se oponen al progreso. ¿No has visto cuántos proyectos mineros se han ido a la mierda? Hay un buen video de Alan García en el que explica que la gente considera que su cerro de mierda es sagrado y por eso no puede haber excavación. Con eso nos vamos a la mierda todos pues, cancelada la minería, cancelada la industria. Que el país siga subdesarrollado mientras los recursos se pudren en el subsuelo.

¿La contaminación? Ese es un argumento de mierda, chino. No, no te digo que no haya contaminación, te digo que puedes trasladar a la población. Mira a las Bambas. Jaja te digo que estoy informado, ¿ves? A mí no me vas a atarantar. Te decía que en las Bambas se trasladó a la población y fresh, todo solucionado. Y es que es bien simple, huevón: si el proyecto es rentable en teoría debería poderse lidiar con la gente. Pero acá en el Perú tienen unas creencias de mierda que impiden cualquier conversación. Y si no se puede conversar entonces qué acuerdo vas a lograr pes chino. Y ese es solo un ejemplo, lo mismo pasa con grupos como los profesores, los médicos, sindicatos, etc. El país está hasta las huevas porque nos falta gente que quiera sacarse el ancho.

Puta yo sí me he sacado el ancho. ¿Tú también, no? Por las huevas no hemos estudiado años, sin jalar cursos, metiéndole fuerza y aprendiendo. Luego en la cancha lo mismo, yo he podido trabajar en cadenas de suministro y es un mundo jodido. Hay que fajarse porque si te duermes te ganan. Y esa es la diferencia pues, que nos sacamos la mierda y creamos riqueza. A la gente no le importa generar valor, solo quieren un sueldo, y matarían por un sueldo sin trabajo. Pones una pensión de desempleo como en España y aquí la gente dejaría de trabajar, huevón, tendrías a mucha gente tirada panza arriba.

Privilegios… esa palabra no tiene sentido huevón. Es un floro bien de resentidos. No esperaba eso de ti, chino. Si uno tiene visión empieza su empresa desde donde sea. Empiezas con una carretilla y luego vas y vas construyendo hasta tener varios restaurantes. ¿Ese no es el caso de Ronald o como mierda se llame? Ese cojudo tiene más plata que tú y yo juntos, huevón. Siempre hay una manera, es cuestión de ponerse creativo y tener el empuje. Si tienes el empuje, se puede.

Sí, la empresa la formamos mi primo y yo con un poco de plata que vino de la familia. Pero eso no significa que sin esa plata no hubiésemos podido empezar. Fácil comenzábamos más lento, pero de que se puede se puede, ¿verdad? Además esa plata no fue un regalo, fue un préstamo.

No hay que estudiar para tener visión… Es cuestión de querer crecer, de no conformarse. Esa es la gente que al final termina arriba, chino.

Puta no me estoy contradiciendo, hermano. Es lo que ya dije sobre lo de no tener plata; si no puedes estudiar igual puedes triunfar, pero claro estudiar nos facilita las cosas, nos ayuda.

¿Los otros están en desventaja, dices? Ya no jodas pes chino, siempre habrá diferencias.

¿Mi lógica es una mierda? Jaja ya estás picado chino, y recién vas dos chelas. No sé por qué te tomas tan en serio eso huevón. Yo me enfoco en lo mío, no tengo nada contra los demás pero sus problemas son sus problemas no? ¿tú crees que la gente piensa en el resto? No alucines pes. Además, no te pintes de bueno. Todos saben que eres una mierda. ¿Eras? ¿Ya no? Bueno no sé.

Cambiemos de tema, cojudo. Al final todo eso es una huevada, ¿tu vida acaso? Ya la gente verá cómo se las arregla. Más bien pide un par de chelas más y yo ahorita llamo al gato para ver si hacemos una encerrona de la que no salimos hasta el lunes, además te tengo que contar el cagadón que se metieron un par de impresentables en la boda de Luciana. Debiste caer cojudo, la historia comienza así…

 

*No comparto en absoluto la visión planteada en este texto (que por cierto tampoco puede ser llamado relato, porque no sucede nada).

Candidez

2008-II, maquinitas de estudios generales letras. Entro a intranet para cambiarme de Economía a Gestión. El trámite es sencillo, solo me falta hacer click en aceptar. De pronto me viene la idea de que esto no es cualquier cosa, que es una decisión importante. Entonces en cinco años tendré un título en gestión, sabré gestionar, pero ¿y eso para…? Me imagino “gestionando” una empresa grande, la imagen no me mueve en absoluto.

El pata que me acompaña pregunta por la demora. Qué fue chino estás arrugando, dice. Le contesto que no es una decisión fácil. Me pide que apure o que ya lo vea más tarde pues ya tiene hambre. Vuelvo a mirar la pantalla, ya no quiero seguir dándole vueltas a esto, le doy a aceptar.

Y mientras nos dirigimos a almorzar pienso que al final eso no importa, que yo voy a ser escritor, que mis obras van a dejar huella, que viviré de la Literatura, que…

Priorities*

Está por cruzar la pista pero alguien lo detiene. Deja el celular, mira al semáforo y su luz verde, a los carros que pasan raudamente. Agradece al buen samaritano y vuelve al teléfono.

Está hablando por Whatsapp. Le dice a alguien que tiene que enfocarse en lo importante, que no debe distraerse en cosas irrelevantes. Es necesario ordenar las prioridades, pontifica, pues esa es la única manera de tener éxito. Recibe un mensaje de audio, se pone los audífonos para escucharlo pese a que lo hará a la máxima velocidad posible mientras lee sus correos nuevos.

Sin darse cuenta llega a una esquina. Cruza mientras escribe frenéticamente que a veces por querer ganar tiempo uno termina perdiendo todo.

No alcanza la orilla del frente.

The Dark Side of the Moon

Fui de Work & Travel a Estados Unidos porque mis padres pensaban que era importante que consolide mi inglés. Como no tenía tanto interés me enfoqué en encontrar una oferta laboral con buena paga sin importar dónde estuviese —salvo Alaska—. Me llegó una propuesta para trabajar en el grifo de un pueblo pequeño de Louisiana. El pueblo estaba en medio de la nada y el grifo ni siquiera estaba cerca al pueblo. Acepté.

Llegué a Louisiana junto con otro estudiante peruano, Gustavo. En el aeropuerto nos recogió una polaca para llevarnos a nuestro housing. De ese trayecto recuerdo que ella estuvo casi todo el tiempo al teléfono hablando pestes sobre las personas afroamericanas.

La casa era grande y algo antigua. El mobiliario y la decoración eran casi inexistentes (en la sala había un sillón, una mesa y unas sillas, y eso es todo). La polaca nos llevó al segundo piso, había dos cuartos y di por entendido que un cuarto era para mí y el otro para Gustavo, pero ella nos indicó que uno de los cuartos era nuestro. El otro le pertenecía a otras dos personas. Yo pregunté si eran peruanos también, ella se limitó a decir que no. Poco después se fue diciendo que tanto John como Rohan ya sabían que Gustavo y yo llegaríamos hoy.

Cuando llegó John entendí por qué la polaca no nos dijo más sobre nuestros compañeros. John era un señor de 37 años, de Ghana, que también estaba en un programa de Work & Travel. Por suerte John era un tipo muy amable y educado. Pese a la diferencia en edad, procedencia, cultura, pese a la diferencia en todo, nos llevamos bien. Aprovechando su apertura le pregunté por Rohan, respondió que era de Haití, tenía 27 o 28 años y era una persona peculiar.

Rohan llegó y su saludo al vernos fue solo un “hey”. Encajaba en el estereotipo clásico del afroamericano miembro de una pandilla: pantalones por debajo de la cintura, polo de una talla demasiado grande, pañuelo negro que cubría todo su cabello. Y si su apariencia era suficiente para mantener mi distancia, su actitud descartaba cualquier otra opción. Era una persona agresiva, ácida, impulsiva. Gran parte del tiempo se la pasaba insultando —por teléfono— y sus maneras eran las de quien siempre está a la defensiva.

Con todo, la convivencia fue aceptable. John nos ayudó mucho a Gustavo y a mí, nos animó a comprar bicicletas —él tenía una— y así conocimos todos los lugares interesantes de la zona. Alguna vez incluso nos invitó a comer, lo que fue un gran gesto porque siento que era muy cuidadoso con su dinero. Por su lado Rohan podía ser alguien problemático pero bastaba no meterse en sus cosas y cumplir con las reglas de convivencia —no dejar platos sin lavar, limpiar el baño, etc.— para llevar la fiesta en paz. Además sentía que la presencia de John lo mantenía a raya con nosotros.

Las cosas se jodieron a mediados de febrero. Llegué a la casa del trabajo y me recibió Gustavo asustado. Rohan estuvo insultando a medio mundo porque tenía que salir y una de las llantas de su bicicleta estaba pinchada. Gustavo vio que Rohan agarró la bicicleta de John, le dijo que esa no era su bicicleta y Rohan le respondió insultándolo. La conducta de Rohan me pareció mala y entendía el estado de ánimo de Gustavo, pero pensé que no pasaría a mayores. John hablaría con Rohan, le reclamaría, este no diría nada porque estaba en falta y asunto cerrado. Le dije a Gustavo que ya ellos arreglarían el tema cuando lleguen.

Como esperaba, John recibió la noticia de manera calmada. Le pidió a Gustavo que cuente de nuevo lo que pasó y dijo que ese tipo de conductas no eran aceptables y que hablaría seriamente con Rohan. Para este momento hasta Gustavo ya estaba más tranquilo, incluso llegamos a bromear entre nosotros sobre el versus que se iba a dar y si debíamos preparar canchita en microondas para verlo.

Horas después llegó Rohan, y entró hecho un vendaval. John lo saludó y le dijo que tenían que hablar. Rohan no lo miró ni le respondió, se fue a la cocina y John lo siguió. Escuchamos a John decirle a Rohan que no podía coger cosas ajenas sin permiso, mientras que Rohan seguía sin decir nada. John siguió hablando hasta que Rohan reaccionó. Rohan le dijo que se vaya a la mierda (“go fuck yourself”) y le recordó que él le prestó dinero para que compre esa bicicleta.

La actitud de John cambió. Él también alzó la voz y respondió que ya le había pagado el dinero prestado, y que en cualquier caso eso no tenía nada que ver. John le dijo que la bicicleta no era suya y que si se atrevía (“if you dare []”) a hacer algo así de nuevo llamaría a la policía. En ese punto se escuchó el ruido de un cajón abriéndose y luego un sonido metálico. John le preguntaba a Rohan que qué estaba haciendo y este ya gritando le respondía que no se atreva a amenazarlo, que lo mataba si volvía a amenazarlo. Gustavo me preguntó si debía llamar a la policía y yo le dije que sí y que mejor deberíamos salir, pero en ese momento escuchamos ruidos de pasos en la cocina y de pronto John y Rohan estaban en la sala, Rohan empuñando un cuchillo.

Nos quedamos congelados. John nos pidió que llamemos a la policía y que salgamos pero nos quedamos inmóviles. Rohan le dijo a John que no vuelva a hablar de llamar a la policía, y John le preguntó qué pasaba si lo hacía, y si en verdad pensaba apuñalarle. John le pidió que suelte el cuchillo antes que la situación se agrave más y nos volvió a pedir que llamemos a la policía. En ese punto Rohan se abalanzó contra él y John logró cogerle la mano que empuñaba el cuchillo y empezaron a forcejear. Gustavo reaccionó y me dio un codazo y salimos de la casa. Gustavo llamó a la policía y nos quedamos fuera, esperando. Al minuto salió Rohan, desesperado, nos vio y luego se fue corriendo, huyendo.

Temí por John. Le dije a Gustavo que entraría a buscarlo. No lo encontré en el primer piso, así que fui escaleras arriba. Me acerqué a su cuarto, la puerta estaba junta. Toqué y llamé a John, mas no obtuve respuesta. Abrí la puerta lentamente, mientras seguía llamándolo. En el fondo del cuarto vi su silueta, estaba sentando en una cama. Me acerqué y le pregunté si debía llamar a 911, sin embargo él seguía en silencio. No podía ver bien pero su rostro tenía un gesto extraño. Llegué a su lado, quería verificar que no estaba herido, y entonces vi que una de sus manos empuñaba el cuchillo. En un acto reflejo salí rápido del cuarto. Mientras bajaba las escaleras pensaba que su cara no reflejaba dolor, pánico o trauma. Sus ojos estaban desorbitados y tenía una sonrisa, una sonrisa rara, enferma.

En su rostro había euforia.

*Pido disculpas si alguna parte del texto puede denotar prejuicios o razonamientos basados en estereotipos.

Aftermath

Your thoughts devour my point of view

Tres horas discutiendo en el estacionamiento. Una cuestión puntual ha sacado a luz tensiones subyacentes, reclamos guardados, disculpas adeudadas. Ha sido difícil, hemos avanzado a trompicones, pero lo logramos. Estamos bien, siento que estamos bien.

Enciendo el auto, vamos a comer algo. Le digo que dentro de todo me alegra haber tenido esta conversación. Ella se toma unos segundos para contestar. Me dice que en realidad hubiera preferido no tener que pasar por esto. Volteo a verla, percibo el inicio de su mirada altiva.

Sé que debería responderle. Decir que no, que al contrario, que solo hablando salvaremos esto, lo que tenemos. Pero tengo miedo de arruinar el momento. Entonces ella con una sonrisa cambia de tema, y yo me limito a seguirla. Y sin darme cuenta ya la suerte está echada, porque su orgullo más mi incapacidad para conversar sobre lo que duele son una condena irremisible.

Blank

La primera vez yo no pasaba de los 13 años. Estaba con mis amigos de barrio haciendo hora y alguien dijo miren quién viene, es el gallo. Quién carajo será el gallo, pensé, pero igual que los demás me acerqué a recibirlo. Al verme me saludó como al resto y mientras íbamos a jugar fútbol me preguntó si seguía yendo a jugar Super Nintendo y si recordaba cuando fuimos a comprar cachitos de manjar hasta el otro lado de la carretera central.

Entendí que el gallo vivió en el barrio hasta un par de años antes. Yo hacía un terrible esfuerzo por identificar ese rostro, esas maneras, esa voz pero mi mente no arrojaba nada. Al final supuse que quizá lo conocí cuando era más chiquillo —la referencia a Super Nintendo reforzaba esto— y que por alguna razón su persona no quedó grabada en mi memoria. No le di más importancia al tema.

La segunda vez fue hace 7 años. Caí a una reunión de gente que conocí en la universidad. Estaba abriendo una cerveza cuando sentí un toque en el hombro. Al voltear vi a un tipo que me dijo chino a los años y acto seguido me dio un abrazo. Mi sorpresa fue evidente porque bromeando dijo que quedé en shock. Traté de guardar la compostura y comenzamos a hablar.

De esa conversación saque, además de su nombre, diversos datos importantes. Él había estudiado comunicaciones, necesariamente lo conocí en estudios generales —primer año de la universidad—, teníamos amigos en común y nuestro vínculo pareció haber consistido en almorzar algunas veces y conversar sobre fútbol europeo. No llevamos ningún curso en común, tampoco al parecer tuvimos alguna rutina usual, simplemente nos cruzábamos y perdíamos juntos el tiempo. El punto es que no fuimos mejores amigos ni mucho menos, pero definitivamente nos llevamos bien. Por eso me saludó de muy buena manera, y por eso mismo es que yo debería haberlo identificado. Al día siguiente me puse a averiguar todo lo que pudiese de él. Sus redes sociales y el sistema de la universidad daban fe de que todo lo que dijo era cierto. Este tipo existió y en verdad estudiamos juntos.

Quedé afectado. Lo del gallo podía explicarse como parte de todo aquello de la infancia que no recordamos. Esto era distinto. No había explicación razonable para esta suerte de olvido selectivo. Estuve tentado de llamar a mi psiquiatra pero la idea de tomar más pastillas me desagradaba. Decidí que esto lo tenía que resolver yo mismo. Me contacté de nuevo con él, quedamos para almorzar juntos.

En el almuerzo me dediqué enteramente a intentar recordarlo. Le dejé hablar largo y tenido. Buscaba alguna referencia, algún dato, una chispa que me permitiese decir ya recuerdo, claro, qué cojudo; y así encontrar un registro mental entero de este tipo. Pero nada de lo que dijo evocaba mis recuerdos. Yo sí ubicaba los lugares, los tiempos y las personas que mencionaba, pero no a él. Para mí todo lo que contó en verdad sucedió, solo que sin su presencia. De ese día lo único que pude confirmar es que él no era una alucinación, estaba ahí, el mozo le habló. Él existía, eso era irrefutable.

Sé cómo lidiar bien con la desesperación, por razones que no vienen al caso tengo experiencia en afrontar episodios de crisis. La clave, al menos para mí, es aceptar, aceptarse. Mis falencias, mis sufrimientos, son parte de mí mismo. Se trata de aprender a convivir con nuestros demonios, sobre esa base uno puede tomar acciones concretas para el problema específico. Así que después de varios días me tranquilicé y acepté las cosas como eran. Es cierto, no recordaba a ese tipo, pero eso no era obstáculo hacia adelante. Entendí que podía hacer mi vida sin pensar en él, porque total no es parte de mi presente, porque no tengo que verlo. Y si no lo veo, y dado que tampoco lo recuerdo, pues es como si no existiese; esa fue mi conclusión y con eso cerré el tema.

Luego de eso mi vida hasta ayer siguió sin sobresaltos.

Hoy mientras caminaba en la mañana una chica me llamó por mi nombre y se acercó a mí con una gran sonrisa. Me saludó y preguntó qué había sido de mi vida. Conversamos un rato, me propuso hacer algo en la noche. Me preguntó si yo tenía el número de siempre, como no supe que responder sonrió y dijo que lo suponía, y que me escribiría. Horas después quedamos en cenar en mi departamento.

En la cena hemos hablado sobre diversos episodios que no pueden ser inventados pero de los que no tengo ninguna reminiscencia. Por ella me entero sobre mi presencia en conciertos de bandas que no ubico, en museos que nunca he visitado, en anécdotas de las que no había escuchado. Es prácticamente una vida. Pero esta vida, esta otra vida, ¿es mía? He estado ahí, he hecho eso, he vivido aquello, pero no lo recuerdo. Mi tranquilidad empieza a tambalearse. Le pido que me muestre una foto nuestra, cualquiera. Me mira incómoda, me dice que las borró todas. No sé qué hacer, le digo que está bien, que no hay problema. Me pregunta si puede preguntarme algo. Le respondo que sí y entonces me mira con tristeza y me cuestiona por qué falló lo de nosotros.

Me quedo en silencio, ella me toma la mano, me dice que no tengo que responder ahora. La miro, le digo que no me siento bien, que me prepararé un té. Voy a la cocina mientras siento un derrumbe por dentro. Trato de mantener la calma, me asusta mucho la dimensión de este tema pero sé que será peor si intento rechazarlo, negarlo. Tengo que admitir que tengo esto, que sufro esto. Ahora que acepto que es parte de mí puedo buscar medidas específicas para mejorar mi situación. Al final quizá no sea tan malo, creo que incluso le acabo de encontrar un lado bueno.

Cojo un cuchillo y mientras me acerco a ella pienso que si tengo suerte mañana no recordaré nada de esto.

 

El Tiburón

Viernes de verano. Angamos con Tomás Marsano bulle de gente. Personas que entran y salen de Real Plaza, taxis recogiendo y dejando pasajeros, ambulantes que venden dulces, anticuchos, hamburguesas. Todo acompañado por el constante toque del claxon, el rap de los jaladores de buses, la promoción de arepas bajo la simple fórmula de repetir la palabra arepa varias veces.

El Tiburón, sin embargo, es una burbuja. Pese a que estamos en una mesa al aire libre todo se oye distante. Dentro de sus linderos hay una sensación de paz, de calma. Aquí las cosas van a un ritmo distinto, como si estuviésemos en otro tiempo. Pedimos un par de cervezas, el dependiente nos trae la carta y uno de mis amigos la revisa aunque sé que es por gusto. Las botellas llegan y otro les empieza a sacar las etiquetas. Con los vasos llenos yo digo salud pese a que sé que por darme la contra nunca hay brindis. Y conversamos, que para eso estamos.

Aparece por fin el que siempre llega tarde. Se sienta y observa con gracia el local, inspecciona la mesa, las sillas. Entonces pregunta por qué seguimos viniendo a este cuchitril para hacer hora. Y yo me rio para no responderle, confesarle, que este es uno de los lugares en que más cómodo me siento.

Delirio

Los que mandan no sólo se detienen ante lo que nosotros
llamamos absurdos, sino que se sirven de ellos para
entorpercer la consciencia y aniquilar la razón.

Cuando la candidata vio los resultados del conteo rápido se sintió aturdida, pero el shock fue interrumpido por su esposo, quien le empezó a hablar del voto extranjero y a recordarle las cifras en boca de urna. Ella se limitó a escucharlo, a él y a los demás. Luego recobró el liderazgo. Pidió silencio. Pidió hablar con la encuestadora a cargo del conteo rápido.

Un día antes a la candidata le explicaron que el resultado sería una moneda al aire. Habían revisado hasta el agotamiento las encuestas y sus estudios privados y la conclusión era la misma: tablas. Sí, las cifras la ubicaban a ella arriba, pero la distancia era ínfima. Y sí, su tendencia al alza era real, pero eso no daba garantía alguna por la intensidad del antivoto. Ahora, con los resultados del conteo rápido, es necesario entender. Cuando el gerente de la encuestadora se pone al habla ella va al grano: qué significa esto en posibilidades. La respuesta llega con rodeos y eufemismos, pero la conclusión es clara, el método del conteo rápido es muy certero, y en todas las experiencias previas este había casi coincidido con el resultado final. Aun cuando la diferencia es mínima, las posibilidades de éxito son muy bajas.

La candidata no termina de reconocer la situación. Va a la cama pensando en la diferencia mínima. Mínima. Ya tiene experiencia al respecto. Evoca la sorpresa, la frustración, el dolor de hace cinco años, y recuerda que todo lo que estaba fuera de su control conspiró para perjudicarla, que ella no perdió, que a ella la hicieron perder.

Antes de quedar dormida decide que esa vivencia no será en vano.

El día después de la elección es duro para la candidata. Temprano, ve cómo cada avance del conteo oficial reduce la brecha a su favor frente al oponente, y ve después cómo es desplazada al segundo lugar. La perspectiva es funesta, los votos pendientes por procesar son de zonas en las que el candidato ha arrasado.

Pero ella no está dispuesta a ceder. La diferencia es mínima, repite y repite. Debe haber alguna solución. El 2016 quiso un recuento que no pidió porque la ley no lo contemplaba y porque todo el apoyo estratégico —medios, gremio empresarial, otras tiendas políticas— se esfumó tan pronto supieron que otro era el ganador. Pero esta vez es diferente, lo percibe. El resultado tiene desesperado a medio país.

La candidata convoca una reunión previa a la conferencia de prensa que dará—es imperativo salir y decir algo—. En ese contexto se le informa que los mejores abogados se organizan para evaluar la viabilidad de impugnar votos que no convienen, que los medios se rehúsan a hablar de un candidato ganador, que analistas “independientes” deslizan duda sobre la fiabilidad de los resultados. Su candidato a vicepresidente, sin embargo, es pesimista. La distancia de votos es en realidad grande, indica. ¿Vamos a eliminar casi cien mil votos? No es viable, habría que impugnar un número alto de mesas en máximo tres días y eso sin contar que es obvio que no van a ganar todos los casos. Es necesario aceptar, dice. A la candidata le choca esa lectura. Le pide a su vicepresidente que se limite a dar soluciones. Desde ese día nadie volverá a repetir frente a ella términos como aceptar o reconocer.

La conferencia sale terrible. La candidata ve la grabación y reconoce su rostro de derrota. Enfurece al verse así, ella que es fuerte, que ha logrado tantas cosas, que ha sorteado tantos obstáculos. Un fiel cuadro —uno que demostró ser capaz de inmolarse en su nombre— le dice en confianza que hay que creer, morir antes de dudar. Ella no suele dar la razón a otros, pero le dice que está de acuerdo, y que ella dará el ejemplo.

Esa noche la candidata comienza el quiebre con la realidad. Porque para sostener que ella ganó es necesario ignorar hechos, pasar por alto datos. Se trata de inventar una realidad paralela. Inventarla y meter a todo un país en ella. Para eso el primer paso es creer, solo creyéndose la historia es que podrá venderla a otros. En ese momento la candidata empieza a descartar elementos objetivos y a reemplazarlos por juicios insólitos. La conclusión es bastante simple: le están robando la elección, hubo un plan fraudulento de los enemigos —¿el comunismo? ¿el terrorismo? ¿el expresidente a quien vacó?— que debe ser descubierto y denunciado.

En teoría no debería ser fácil asimilar una posición sobre los hechos tan distorsionada. La candidata sin embargo lo hace con cierta rapidez. Y la razón principal es el miedo. Es una huida hacia adelante. Ella sabe que o será presidenta o será presa. Creer que es la verdadera ganadora le permite evitar la idea de ella encarcelada. Perseguir la esperanza de victoria para escapar de la desesperación.

El día dos después de la elección es crucial. La candidata reúne a su círculo y les explica lo que harán para ganar. Son varios los frentes. El principal es el procesal. Es necesario impugnar todas las actas posibles, seguramente el contrincante hizo fraude en el interior del país, las actas demostrarán ello: datos que no coinciden, firmas falsas, etc. La diferencia de votos es minúscula —el vicepresidente se queda callado—, impugnar mil actas implica atacar alrededor de 300 mil votos. Se le informa que las firmas de abogados ya están trabajando a ritmo frenético. Ok, dice ella, siguiente punto, la presión social. Es necesario crear un eslogan para todo lo que viene. Su asesor de publicidad ya ha pensado en eso, propone dos: respeta mi voto y no al comunismo. La candidata aprueba, construirán la campaña sobre esas bases, y dice campaña porque, repite a su círculo, las elecciones no han terminado. Se prepara un programa de eventos, marchas, conferencias. Asimismo, la candidata toma contacto con ese asesor que fue la mano derecha de su padre, y le pide gestiones para acercarse al jurado electoral.

Después de esa fecha comienzan las malas noticias. Se presentan muy pocas impugnaciones dentro de plazo. Los abogados que teóricamente son la crema y nada caen por el ridículo de presentar las apelaciones fuera del horario de atención. Se abre un frente adicional consistente en lograr que se acepten esos pedidos. Por otro lado las gestiones para llegar a los magistrados son difíciles y luego se arruinan porque uno de los involucrados ventiló todo el plan, e incluso sacó a la luz al asesor de su padre. El golpe es terrible, la población empieza a incrementar su rechazo contra la candidata.

Y lo peor de todo es que no se puede probar el fraude. La candidata no entiende qué pasa, por qué no pueden encontrar la evidencia. El fraude existe, se dice a sí misma, existe por lo que es cuestión de rastrearlo. ¿Qué está fallando, entonces? Enfurece, la culpa es de los incompetentes abogados que tiene y de lo hábil que fue el enemigo. El fraude existe, se repite, el fraude existe.

La situación se torna crítica. El jurado electoral sortea los obstáculos dejados por uno de sus integrantes —el único al que la candidata pudo “convencer”— y tramita implacablemente las apelaciones: todas son desestimadas. En unos días terminarán con las impugnaciones y procederán a proclamar al ganador de las elecciones. La proclamación, así lo percibe la mayoría, es el hito final de este suplicio.

Pero todavía se puede, piensa ella. La proclamación de resultados no es el fin. Al contrario, puede ser el punto de quiebre que genere la victoria. Ese día la mitad del país debe salir a protestar, ese día los medios deben reportar el estallido social, ese día el congreso debe proponer una investigación de los resultados y un procedimiento contra los jueces del jurado electoral, ese día los empresarios, los políticos, los aliados del extranjero, las personas influyentes deben copar todas las planas y dejar en claro que se consolida un fraude contra la voluntad popular.

En ese delirio la candidata no nota el derrumbe de su narrativa. No ve que los medios han empezado a pasar la página, no ve que los empresarios ya no la llaman, no ve que cada vez es más costoso y difícil juntar gente para sus mítines, no ve que sus vicepresidentes han desaparecido, no ve que su esposo está evaluando cómo salir del país, no ve que hace días que sus aliados ya no hablan de la candidata como ganadora, sino de la necesidad de nuevas elecciones —en las que ella, después de todo esto, no tiene posibilidades—.

Ella sigue en su mundo.

Hay una última posibilidad, piensa. Algo a lo que la candidata le ha dado vueltas por varios días, una sobre la que vaciló hasta que casi revocan su libertad y la vuelven a mandar a prisión preventiva. Algo que ha trabajado solo con su padre. Una propuesta irresistible a la persona indicada, y aunque el destinatario aún no ha aceptado, ya ha sido tanteado y su silencio puede considerarse prometedor. Toma la decisión. Se hacen las coordinaciones, y después, desde un teléfono encriptado, la candidata se dispone a contactar a quien puede marcar su destino, el único que importa.

Para cuando el Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas contesta, la candidata ya no tiene dudas, el fuego es necesario.

—General, según la Constitución, nadie debe obediencia a un gobierno usurpador.