Laureles (marchitos)

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No sigo el Mundial: No entiendo la pasión que genera el fútbol. Sin embargo, el fracaso de España me resulta interesante. El campeón aureolado con habilidad técnica, pundonor, entrega; un favorito en las casas de apuestas. Su fracaso, por el contrario, ha sido resonante. El campeón se despide en la primera ronda, vapuleado. Los que saben de fútbol ensayan varias teorías y explicaciones.  A mí me ha recordado un viejo dicho del teatro: “Eres tan bueno como lo fue tu último papel”. Las glorias del ayer, aún las recientes, son agua pasada. Es cierto que nuestros éxitos son las raíces de nuestra situación presente. Pero jactarse de ellos es labor de tontos.  La turbulencia del presente hace que la realidad se reconfigure. Esto nos exige revisar tanto fracasos como éxitos, las razones de los mismos, sus consecuencias. Después de todo, es bien sabido que nada se marchita más rápido que los laureles.

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El Reto

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El Reto

Japón, siglo  XVII, durante un período de hambre.

Un campesino no tenía con que alimentar a su familia. Recuerda  la costumbre que promete una fuerte recompensa al que sea capaz de desafiar  y vencer al maestro de una escuela de sable. Aunque no había tocado un arma en su vida, el campesino desafía al maestro más famoso de la región.

El día fijado, delante de un público numeroso, los dos hombres se enfrentan.

 El campesino, sin nada que perder, inicia el combate con fiereza.

El maestro de sable, un poco turbado por tal determinación, se pregunta : ¿Quién será este hombre?, jamás ningún villano hubiese tenido el valor de desafiarme. ¿No será una trampa de mis enemigos? piensa.

El campesino, acuciado por el hambre, se adelanta resueltamente hacia su rival.

El Maestro duda, desconcertado por la total ausencia de técnica de su adversario. Finalmente, retrocede movido por el miedo. Antes incluso del primer asalto, el maestro siente que será vencido. Baja su sable y dice: Usted es el vencedor. Por primera vez en mi vida he sido abatido. Entre todas las escuelas de sable, la mía es la mas renombrada. Es conocida con el nombre de “La que en un solo gesto lleva diez mil golpes”. ¿Puedo preguntarle, respetuosamente, el nombre de su escuela?

“La escuela del hambre” – responde el campesino.

 

Cuento anónimo

 

 

Lo inesperado como regalo

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Los artistas más productivos  tienen un plan en mente cuando llegan a trabajar. Ellos saben lo que quieren lograr, cómo hacerlo y qué hacer si un proceso se descarrila. Pero existe una línea muy fina entre una buena planificación y exceso de la misma. Nunca he permitido que la planificación  inhiba la evolución natural de mi trabajo.

(…) Un plan es como el andamio alrededor de un edificio. Cuando trabajas en la estructura exterior, el andamiaje es vital. Pero una vez que la cáscara esté en su lugar y se empieza a trabajar en el interior, el andamiaje desaparece. Eso es lo que pienso de la planificación. Tiene que ser lo suficientemente seria y sólida para conseguir que la labor se establezca y  se oriente pero no puedo permitir que domine la labor una vez que se empieza a trabajar en las interioridades del proyecto. La verdad es que la transformación de las ideas rara vez sale de acuerdo al plan.

Esta es, para mí,  la paradoja más interesante de la creatividad: Para ser habitualmente creativo  hay que prepararse para serlo, pero una buena planificación por sí sola no hará que mis  esfuerzos sean exitosos, es sólo después de dejar de lado los planes que puedo dar vida a mis esfuerzos.

Cuando estaba haciendo “Surf en el Rio Estigia” tuve problemas para concebir el final. Yo anhelaba algo majestuoso y no lo lograba. Entonces, un día en el ensayo, lo ví. Quería que cuatro bailarines de la compañía estuvieran en la escena final con una bailarina. Cuatro hombres, una mujer. No era la manera habitual de hacerlo. Tal vez algo inusual podía ocurrir con esa combinación. Y entonces me di cuenta: ¿y sí  levantan a la bailarina lo más alto posible, manteniéndola en una posición perfecta? Si se iluminaba de manera adecuada  (es decir, de manera teatral) parecería estar flotando en el aire. ¡Ese era el final!

Fue un golpe de suerte, pero estaba dispuesta a aceptarlo  por la sencilla razón de que necesitaba un  final. En ese momento me sentí bendecida, ya que la pieza  tomó una dimensión diferente, más coherente. Desde luego, no lo había planeado de esa manera. Fue un regalo. Pero también sentí que me lo había ganado.

Tus  esfuerzos creativos nunca pueden ser trazados completamente de antemano. Hay que tener en cuenta las  repentinas alteraciones del paisaje, el cambio de plan, la chispa accidental. Y hay que aprender a verlo como un golpe de suerte más que una alteración de  un esquema perfecto. Habitualmente las personas creativas están, en palabras de E. B de White, “dispuestas a tener suerte”.

Woody Allen dijo que el ochenta por ciento de éxito en el mundo del espectáculo radica en presentarse. Lo mismo sucede con la suerte: ochenta por ciento depende de que estés allí para verla. Mis bailarines pueden estar haciendo las cosas más maravillosas en el estudio, pero si no estoy allí para ser testigo de ello, puede muy bien suceder lo mismo  que  con el proverbial árbol que cae solo en el bosque. Nunca sucedió

 

 

 

En “The creative habit. Learn it and use it for life”  Twyla Tharp. 2006, pp. 118 – 120

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SER OTRO

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Ser otro

Un ex presidiario portugués mata sus horas revisando Internet. Encuentra, por casualidad, uno de tantos estudios sobre economía europea elaborados por uno de tantos consultores de la UNESCO. Se le ocurre una idea. Baptista de Silva de 61 años, rostro serio y hablar pausado, armado de unas elegantes tarjetas de visita y un nuevo vestuario pagados con lo último de sus pocos ahorros logra, al cabo de unos meses, presentarse ante autoridades y medios como experto en economía europea y, además, consultor de la ONU para tales asuntos. Su ascenso fue fulgurante. Decía lo que la gente quería escuchar: “En Naciones Unidas estamos muy preocupados por las consecuencias sociales de las medidas de austeridad. Tenemos que salir de esta crisis. Ya les hemos preguntado a las autoridades europeas si no van a otorgar las mismas condiciones a los portugueses que les han dado a los griegos”. Sin pestañear siquiera otorga entrevistas a diestra y siniestra. Hasta que un viejo colega de prisión lo ve por televisión, disertando como un experto. Y hasta allí llega la ilusión.

Un joven futbolista tramita y obtiene la documentación que lo acredita como peruano y menor de edad. Así puede integrar la selección sub veinte. Un ex compañero que equipo declara a los medios y su mentira se descubre: es ecuatoriano, tiene 25 años, casado para más señas. El hombre que se presentaba como su padre es, en realidad, su padrastro.

¿Cuánta energía, cuanta audacia, cuanta imaginación se requiere para ser otro?. ¿Cuánta determinación necesitaría para construirme una vida alterna, más colorida, más fascinante, una vida a la medida de mis fantasías?. Con lo que le cuesta a uno asumirse tal cual es. Algo me queda claro: no cualquiera puede ser un impostor.

 

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HABÍA UNA VEZ UN ACRÓBATA MALABARISTA QUE LE TENÍA MIEDO A LAS ALTURAS

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Había una vez un acróbata malabarista que le temía a las alturas. Desde que pudo soñar, soñó con saborear el vértigo de mirar el mundo desde donde lo miraban los pájaros. Pero ¿qué podía hacer? tenía miedo.

Durante años se había fatigado aprendiendo todas las técnicas, todos los trucos de los mejores y más famosos artistas del alambre pero jamás habría podido elevarse más allá de la altura del pequeño arbusto que habitaba su jardín.

Una vez atravesó un mar y dos continentes solo para conocer al Gran Portentini, el artista entre artistas, el mago de las alturas, el hombre ave. Cuando finalmente llegó al otro lado del mundo, comprobó con tristeza que su travesía había sido vana: el gran Portentini se había retirado a vivir modestamente en la cumbre de una montaña.

Regresó a casa tan desanimado que durmió tres días y tres noches. La última noche soñó con el Gran Portentini. El maravilloso hombre ave se balanceaba a una altura de vértigo sobre un alambre infinito. Todo el universo parecía haberse detenido para observar tan maravillosa hazaña. El Gran Portentini se detuvo, miró hacia abajo y le sonrió: “No eres un caso perdido, recuerda siempre que toda altura es relativa”.

Era la mañana del cuarto día. Se incorporó de un salto, se calzó los zapatos de práctica, se trepó al alambre que se balanceaba por encima del arbusto pequeño que habita su jardín. Finalmente, fue muy feliz.

 

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CONECTADOS

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La mayoría de nosotros somos conscientes del efecto directo que ejercemos en nuestros amigos y en nuestra familia. Dependiendo de nuestras acciones pueden ser felices o desgraciados, sanos o enfermos, hasta ricos o pobres. Pero rara vez nos paramos a pensar que cuanto creemos, sentimos, hacemos o decimos puede llegar más allá de las personas a quienes conocemos. A la inversa, nuestros amigos y nuestra familia son conductos por los que nos pueden llegar las influencias de cientos o de miles de personas. En una especie de reacción social en cadena., podemos vernos profundamente afectados por hechos de los que no somos testigos y en los que intervienen personas a quienes no conocemos. Es como si pudiéramos sentir el pulso del mundo social que nos rodea y responder a sus persistentes ritmos. Como parte de una red social, nos trascendemos, para bien o para mal, y nos convertimos en parte de algo mucho mayor. Estamos conectados.

El hecho de que estemos conectados tiene consecuencias radicales para nuestra concepción del ser humano. Las redes sociales tienen valor precisamente porque nos pueden ayudar a conseguir lo que no seríamos capaces de conseguir por nosotros mismos. (…) Pero los efectos de las redes sociales no siempre son positivos. La depresión, la obesidad, las enfermedades de transmisión sexual, el pánico financiero, la violencia e incluso el suicidio también se difunden. Porque resulta que las redes sociales tienden a magnificar los frutos de todo lo que plantamos en ellas.

En parte por este motivo, las redes sociales son creativas y lo que crean no pertenece a ningún individuo y lo comparten todos sus miembros. Una red es como un bloque comunal: todos nos beneficiamos de él, pero todos hemos de asegurarnos de que siga estando sano y sea productivo. Esto significa que las redes sociales requieren cuidados: por parte de los individuos, de los grupos, y de las instituciones. Aunque las redes sociales son fundamentalmente y singularmente humanas, amén de omnipresentes, no debemos dar su existencia por garantizada.

Si eres más feliz o más rico o estás más sano que otros, puede que ello tenga que ver con el lugar que ocupas en la red, por mucho que no puedas discernir bien cuál es. Y puede también que tenga mucho que ver con la estructura global de la red, aunque no podamos controlarla.

Los poderosos efectos de las redes sociales sobre las conductas individuales y sus resultados sugieren que el ser humano no tiene un control completo de sus decisiones. La influencia que unos tienen sobre otros en las redes sociales, por tanto suscita algunas cuestiones morales. Nuestra conexión con otras personas afecta nuestro libre albedrío.

(…) Si queremos comprender el funcionamiento de la sociedad, necesitamos llenar los vínculos perdidos entre los individuos. Necesitamos comprender de qué forma las interconexiones y las interacciones entre las personas dan a pie a aspectos totalmente nuevos de la experiencia humana que no están presentes en el individuo. Si no comprendemos las redes sociales, no existe ninguna esperanza de que comprendamos completamente cómo somos y cómo es el mundo que habitamos.

En CHRISTAKIS, NICOLAS A. Y FOWLER, JAMES H.
2010 “Conectados”, Editorial Taurus Pensamiento, pp. 43 – 45. Sigue leyendo

ACERCA DE FRACASAR

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Pedro es un hombre exitoso. Cuando digo exitoso me refiero a que tiene una buena reputación, dinero suficiente ganado en una actividad que le encanta, una familia que lo quiere, amigos. Vive con la conciencia razonablemente tranquila y, cada que puede, intenta hacer el bien. Cuando en la prensa especializada le preguntan cuál es su secreto, él responde amable, educado, que todo es gracias a la formación dada por sus amados padres, a las generosas oportunidades que le dieron en los inicios de su carrera, que sí la persistencia en el esfuerzo, que sí la consistencia en la intención.

Pedro es mi amigo y le he preguntado lo mismo, a solas y con un café de por medio. Me ha confesado que en realidad no lo tiene del todo claro. Se considera inteligente, tal vez un poco más que el promedio, trabajador sí pero confiesa que casi siempre ha trabajado en lo que le apasiona. Carismático, lo normal digamos.

Pero sí hay algo en lo que se diferencia de la mayoría de personas es en su actitud frente al fracaso: “Es algo que tenemos en mi familia. Mi abuelo paterno, a quién adoraba, llegó a este país con una mano adelante y otra detrás. Lo poco que tenía lo invirtió en el negocio de venta de ropa de un paisano quien terminó estafándolo poco tiempo después. Pobrísimo y amargado se fue al norte en busca de trabajo. En el bus conoció a mi abuela, una profesora recién graduada que había conseguido su primera plaza. Se enamoraron al instante, tiempo después se casaron y juntos levantaron una familia y un negocio que florecieron con los años.

Cuando tenía 14 años postulé a una beca para estudiar fuera y fallé en el examen por muy poco. Fue una tragedia. Estaba tan deprimido que ni hablaba ni comía. Mis padres convocaron de urgencia a mi abuelo. Lo recuerdo como si fuese ayer. Se sentó en mi cama y con su media sonrisa me dijo “Te das cuenta que sí el desgraciado de mi amigo no me hubiese estafado, no me hubiera visto obligado a irme de viaje entonces no habría conocido a tu abuela, no habría nacido tu papá y no existirías tú. Así que hijito, levántate de una vez, que tu abuelita te ha mandado las cocadas que tanto te gustan”

Cada vez que la vida me ha dicho no, recuerdo esa historia e intento convencerme de que, tal vez, en ese fracaso pueda encontrar la semilla de una oportunidad”

 

 

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DIFERENTE Y MEJOR

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Amelia es encantadora, educada, amable y considerada. Solidaria con los compañeros de trabajo, siempre buscando los puntos de conciliación. Es un gusto trabajar con ella. Hace unos días durante un momento de café conversabamos sobre la violencia y como nos afecta en la vida cotidiana. En los gestos, en las medias palabras y en lo que no nos permitimos expresar pero sentimos; esas pequeñas o grandes contradicciones con las que traicionamos nuestros intentos por ser (o al menos parecer) coherentes. “Lo que más detesto, es ese maltrato verbal” me decía. “Es terrible como alguna gente trata a las personas del servicio doméstico, por ejemplo. Y es peor considerando que los patrones son tan cholos como los del servicio.” Me quedé perpleja, ella prosiguió con total naturalidad: “Todavía una persona de diferente raza se puede entender ¿pero un cholo choleando a otro cholo? Incomprensible ¿no te parece?” Amelia se considera a sí misma de otra raza, diferente y, sospecho que en el fondo, superior. Amelia no maltrataría a una persona por el solo hecho de ser o parecer chola. Eso le parecería racismo.

 

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PROPÓSITO

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Hambre de propósito

Estamos en la “Era de la Creatividad”. Y estamos hambrientos. Clamamos por propósitos.

Esto no implica que, de repente, dejemos nuestro puesto en contabilidad y nos matriculemos en una escuela de cine o abandonemos nuestro trabajo en la inmobiliaria para empezar a escribir nuestra primera novela. Algunos podrán hacerlo, pero no todos. ¡Completamente predecible!

Lo que sí es posible: empezar a reconocer nuestro trabajo como parte importante de nuestra vida tanto como nuestras noches o fines de semana en casa y no solo como la actividad económica que nos permite pagar nuestra “vida real” fuera de la oficina. Nuestros trabajos SON la vida real, maldita sea, y debemos pelear para asegurarnos que este sea reconocido y respetado, no solo por otros sino por nosotros mismos.

No vamos a renunciar a nuestros trabajos para abrir una panadería orgánica o iniciar negocios por internet porque, es posible, que seamos demasiado flojos para dejar un trabajo real en la América corporativa. No, abandonaremos la América corporativa porque necesitamos que nuestro trabajo sea REAL. Real para nosotros. Puede que nos quedemos en nuestro trabajo corporativo. Puede que busquemos un trabajo mejor, en una corporación mejor. Un trabajo que se ajuste a nuestro plan. En un lugar que no tome a su gente como “algo seguro”.

O puede que nos quedemos en nuestro trabajo actual. Tal vez el cambio que se necesita deba darse de manera silenciosa, desde adentro.

Tal vez hay más de una manera de romper una nuez. Tal vez de eso se trata el ser creativo.

La búsqueda de propósito

Nuestros pensamientos se organizan porque ya no estamos dormidos. Nuestros ojos están abiertos, y ahora buscamos lo que podemos hacer con esto.

Como dijo Buda, no hay un solo camino al Nirvana. La sabiduría tiene seis billones de puertas. Mientras estemos vivos intentaremos encontrar no La Puerta, no Una Puerta sino Nuestra propia, única puerta. Y debemos estar dispuestos a pagar por este privilegio. Debemos estar dispuesto a ceder dinero y tiempo y poder y estatus y certidumbres y comodidades para obtenerlo.

Y ¿adivinen que?: será una puerta grandiosa. Resonará. No solo para nosotros sino para todos los aquellos que estén cerca, Será una puerta útil y productiva. Viva y productiva. Creará y distribuirá riqueza. Se centrará en la compasión pero será intolerante con los tontos, los parásitos y los cínicos.

Puede ser algo modesto o no. Puede ser una pequeña tienda de velas, puede ser una compañía de software con sede en Suecia. Puede significar entrar a la política o hacer trabajo voluntario con ancianos. Puede ser iniciar un estudio de diseño o abrir un bar con el primo Mike. Puede ser un guion de película, pintar o descubrir el violín. No importa.

Lo que importa es el propósito.

MacLeod Hugh. (2005). Meaning scales. 11 noviembre 2011

Sitio web: https://www.gapingvoid.com/blog/2005/02/08/meaning-scales/

Traducción propia

 

Tres niños

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Tres niños han muerto intoxicados luego de consumir alimentos que el estado les provee. Desde Lima, a años luz del pequeño hospital donde una docena de niños se recupera, la solemne funcionaria declara que la culpa recae en las señoras encargadas de cocinar el alimento. Claro, pobres que no siguieron las reglas elementales de higiene. No sé si esto lo declara antes o después de bailar alegremente en un evento público. Acto seguido, otro solemne funcionario (aunque de menor rango) se hace presente en el lugar de los acontecimientos. Con voz compungida, ceño adusto y algunos billetes en mano, ofrece a los deudos esos billetes como señal de solidaridad. No una autocrítica, una promesa de investigación o al menos un abrazo: solo los billetes. ¿A qué aritmética habrá recurrido? ¿Cómo habrá realizado el cálculo para llegar al monto exacto de S/. 150 soles por niño muerto?. El funcionario de menor rango ha sido cesado raudamente. Ahora me pregunto: ¿Cómo será perder un hijo en esas circunstancias? ¿Cómo será que alguien te ofrezca dinero para aplacar ese dolor?.

 

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