Músorgski en la Javier Prado

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El foyer del teatro es hermoso, cómodo. Los asistentes han llegado temprano y ordenadamente ocupan sus lugares. La expectación crece a medida que se acerca la hora del concierto. Las luces se atenúan, se anuncia al ejecutante. Con paso sereno el músico se acerca al piano, hace una leve reverencia al público que contiene la respiración. Comienza la música, inunda el espacio, belleza pura. A lo lejos, el ruido de las combis existe pero no interesa. Termina el concierto, aplausos y algunas lágrimas. El músico ha regalado su arte, lo ha ofrecido a quien quiera escucharlo. Sin cargo alguno. ¡Que alivio! No todo es mercado.

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