Los términos “presencial” y “a distancia” se han considerado tradicionalmente como condiciones dicotómica, independientes, incluso contrapuestas. La educación presencial era aquella que se daba en los “centros educativos” en contacto directo, “cara a cara”, con el profesor. Por su parte, la educación a distancia ocurría cuando el estudiante tomaba contacto indirecto, a través de materiales impresos, textos, separatas u otros, con el profesor o autor de tales contenidos, que no se hallaba presente mientras el alumno estudiaba o aprendía. Como esta situación no era de garantía plena, el modelo incluía al tutor quien eventualmente o periódicamente podía atender las consultas y orientar las actividades del estudiante.
Con la difusión de las tecnologías de información y comunicación (TICs) soportadas en medios digitales y redes de computadoras, tienen mayor uso los conceptos de sincronía y asincronía y de presencialidad diferida en el tiempo o en el espacio, incluso en tiempo y espacio a la vez. Ello amplió las posibilidades y variantes para estudiar y aprender. Presencialidad y distancia no son condiciones dicotómicas ni dos caras de una misma moneda. Tampoco son los extremos de un mismo continuo. ¿Cómo se podría aprender si profesor, contenidos, recursos, experiencias, etc. no están presentes? El concepto estático, fijo, rígido de presencialidad, aquel del siglo pasado, es hoy obsoleto. Debemos construir un concepto nuevo, que converse de modo dinámico, flexible con las variantes y grados de distancia.
Hoy, se habla de “ubiquidad” para llamar la atención sobre el hecho de que cualquier estudiante o profesor puede “estar” casi a la vez en cualquier lugar, tener acceso a infinidad de contenidos y recursos, y desde cualquier punto del mundo. Por poblado o remoto que sea, siempre habrá un punto de acceso cercano, al alcance de la mano, para estar conectado, para estar “presente” donde y con quien uno quiera. Casi no hay lìmites, las distancias se reducen a su mínima expresión; el mundo físico es hoy un mundo plano. Sin embargo, hay otras distancias -no físicas- que están pendientes de resolver. Nos referimos a las distancias cognitivas, psicológicas y culturales que existen entre personas, grupos e instituciones.
La brecha digital basada en limitaciones en el acceso a la red, es un problema que cada día se reduce o atenúa más. Con ello, se han hecho más notorias otras brechas o distancias. La diferencia o distancia en las habilidades y capacidades cognitivas para pensar, razonar, entender, que antes sólo podían verse al interior de un aula de clases, hoy se han extendido e incrementado con las múltiples posibilidades de comunicación e interacción que brinda internet; se presentan entre toda clase de personas. Igual sucede con las características personales, anímicas, emocionales y actitudinales; la capacidad y disposición para vivenciar nuevas experiencias no son compartidas por todos. La dimensión cultural no escapa de esta realidad. Las culturas de antes, precisamente ubicadas y definidas, hoy se multiplican cotidianamente intercambiando identidades, modelos, valores, haciendo más difícil y complicado el desarrollo de los grupos y las instituciones.
Presencialidad y distancia, tecnlogías de información y comunicación, educación y brechas son conceptos y factores que deben analizarse de modo vinculante, pues las opciones que se asuman en unas repercute o condiciona a las otras.