Autora: Marlene Anchante Rullé
A manera de ejemplo, tomaré algunas situaciones que fueron comentadas por el Dr Zolezzi a propósito de su participación en el 5° Congreso Internacional de Arbitraje PUCP, realizado la semana pasada: a) instituciones o empresas que recurren siempre a los mismos árbitros. El árbitro sabe que procurar que quien lo nombró “gane” es una buena inversión porque lo volverán a nombrar como árbitro, b) árbitros que no hacen su trabajo sino lo delegan en asistentes juniors. Hecho grave porque el nombramiento de árbitro es de responsabilidad personal, precisamente debido a la trayectoria ética y profesional, c) El árbitro que se arrima al trabajo del co-arbitro “super eficiente”. Al momento de laudar, “el super eficiente” dice: “yo tengo un proyecto de laudo”. Y hace ganar a los que lo nombraron como árbitro. Para las situaciones b) y c) personalmente he tenido la oportunidad de escuchar justificaciones del tipo: “eso es común en el medio arbitral”, “es que se trata de personas sumamente ocupadas”, “el arbitraje se está contagiando del Poder Judicial”, o simplemente “así funcionan las cosas en el arbitraje”. Respuestas que no hacen otra cosa que enfatizar cuestiones ambientales en la conducta de los árbitros. Ante estas situaciones nos preguntamos dónde queda la independencia, autonomía y honestidad del árbitro (válido también para otros terceros neutrales que intervienen en relaciones conflictivas) y que es base de su capacidad para laudar o impartir justicia.
Según Frisancho (2008) existen dos asuntos claves que son la base del comportamiento moral en las personas: a) la capacidad de diferenciar moralidad de convención y, b) el anticiparse a las emociones que uno experimentará frente a un conflicto ético. En el primer caso, se trata de identificar y argumentar acerca de las razones por las que algo es considerado inmoral. Mientras que, en el segundo caso, se trataría de reconocer anticipadamente emociones producto de una transgresión moral y razonarlas. De modo que, si considero que no haría algo por vergüenza o culpa, dichas emociones podrían asociarse con: a) la posibilidad de recibir un castigo –algo externo- o b) una sensación de incoherencia personal –algo interno-, más allá de observadores externos o posibles castigos. Estas emociones que se pueden anticipar frente a un conflicto ético, actúan como factores motivadores de la conducta de las personas, tanto para desencadenar como frenar comportamientos. En las tres situaciones narradas por el Dr Zolezzi, precisamente la capacidad de razonar con autonomía y confrontar emociones morales con la propia coherencia personal, aparecen como deficientes. Esto nos muestra lo imperioso de abordar los aspectos éticos más allá de códigos de conducta, y exigirnos (personal y colectivamente) una reflexión constante acerca de nuestro ejercicio profesional y prácticas éticas en el campo de la resolución de conflictos.
Referencias:
Femenia, Nora. Un marco ético para la mediación. Consulta del 11 de setiembre del 2011. http://www.mediate.com/articles/Un_marco_etico.cfm
Frisancho, Susana (2008). Jueces y corrupción: algunas reflexiones desde la Psicología del desarrollo moral. Consulta del 9 de setiembre del 2011. http://idehpucp.pucp.edu.pe//images/docs/revista%20memoria%204.pdf
Malandi, Ricardo (2002). Ética discursiva y ética aplicada: Reflexiones sobre la formación de profesionales. Revista iberoamericana de educación, Nº 29.
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