Reflexiones sobre el conflicto en Puno (parte II)

Autora: Marlene Anchante Rullé

Los conflictos tienen orígenes, procesos y resultados. Dependiendo de cómo se vean los orígenes es que se decidirán las formas de manejo (los procesos), y ello a su vez llevará a uno u otro resultado. Si la lectura central del conflicto es que se origina por intenciones “oscuras” de generar violencia, entonces el proceso de manejo evidentemente se concentrará en esta causa, pudiendo correr el riesgo de descuidar las demás. En una primera etapa, dos estrategias principales se pusieron en juego en el conflicto de Puno: la comisión de alto nivel y autorizar la intervención de las fuerzas armadas en apoyo de la policía nacional (RS N° 191-2011). En el primer caso haber enfocado las negociaciones a alto nivel es correcto a nuestro parecer. Pero algo muy importante. Es necesario que quienes participan de estos espacios estén capacitados para hacerlo. Como señala el profesor Mitchell los líderes de un país tendrán que aprender resolución de conflictos para poder gobernar. Algo más, no es suficiente que algunas personas estén capacitadas para negociar, se necesita también instituciones y organizaciones negociadoras y dialogantes.

Lamentablemente, el conflicto de Puno escaló a niveles de violencia. Si bien hay quienes cuestionan las teorías de escalonamiento por considerar que la cultura y el contexto las relativizan, igual creo que vale la pena identificar algunos aspectos que alimentan dicha escalada. Según el Programa PROPAZ de la OEA un conflicto se torna violento cuando: a) el problema se personaliza (se busca eliminar a la persona y no al problema), b) el problema prolifera (ya no se sabe cuál es el problema), c) el conflicto adquiere vida propia (ya no depende del problema inicial que lo desató), d) polarización social (las voces más extremistas pasan a ser los líderes). Otros como Glasl añaden: e) endurecimiento (producto de las frustraciones ante los intentos de resolución), f) imágenes y coaliciones (se percibe el conflicto en términos de victorias y derrotas, en juego reputaciones de los actores), g) ultimatums (amenazas extremas). Sin duda todos estos elementos se han presentado de alguna manera en el conflicto de Puno, contribuyendo a su escalada a niveles de violencia.
En el escenario de un conflicto violento y con una opinión pública en contra que critica el manejo inadecuado del gobierno, éste se enfrenta a una encrucijada, que le exige tomar decisiones críticas. ¿Resultado? El gobierno claudica ante los pedidos iniciales de la población de Puno. ¿Justificación? Razones de “orden superior”, “facilitar cambio de gobierno”, “democracia”. Llegamos al mismo punto de partida, pero con una gran diferencia: 5 personas que han perdido la vida y 35 heridos. En segunda instancia, daños a la propiedad pública y privada, turismo venido a menos, una empresa minera que pretende demandar al Estado Peruano, etc. Y algo muy importante, una vez más se ha reforzado la conducta violenta en vez del dialogo como “la mejor estrategia” para conseguir resultados. Este aprendizaje es una verdadera “bomba de tiempo” para el próximo gobierno, pues tiene que ver con orígenes o causas sistémicas, aquellas de largo plazo que crean las condiciones para desencadenar conflictos.
Terminaré este post recordando que los conflictos pueden ser productivos o destructivos dependiendo de la habilidad que tengamos para manejarlos. Siempre están presentes en una sociedad. Simplemente existen. Por tanto, no pensemos en cómo eliminarlos sino en cómo enfrentarlos de la mejor manera.
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