Para Nina – Promising Young Woman (2020)

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Promising Young Woman sabe lo que hace. Escandaliza, exige de más a su audiencia con sus acusaciones, hace las preguntas correctas con violencia y descaro. Se apropia de las principales disputas alrededor del MeToo y las entrelaza mediante una historia coherente, ágil y demoledora. El resultado es un film que dice cosas que ya conocemos, pero que no habíamos visto antes en la pantalla, al menos, no desde lo mainstream. Será que, a pesar de haber normalizado el rape awareness y la cultura de la cancelación, la herida sigue demasiado abierta como para que la explote el cine de masas, al menos de una forma tan frontal como esta. Quizás eso explique por qué audiencia sigue indispuesta frente a las acciones de Carey Mulligan y la odisea que asume por vengar a quienes tanto quiso. Será eso lo que nos atrae de su propuesta. Será por eso que no nos la sacamos de la cabeza.

Al inicio, parece que el film de Emerald Fennell propone una historia visceral, pero rígida, a partir de una idea mecánica que se repite una y otra vez. Cassie pasa cada fin de semana recorriendo bares y clubes nocturnos, vengando la violación de Nina, su mejor amiga, quien se suicidio luego de que el caso fuera archivado en la universidad. Finge que está ebria con numerosos desconocidos, solo para aterrarlos con la verdad cuando ellos deciden tener sexo con ella. Cassie, otrora talentosa estudiante de medicina, ahora ve su vida paralizada por el dolor. Ha vuelto a casa, abandonó los estudios y asumió un trabajo sin futuro. La venganza es lo único que ocupa su mente. Todo cambia cuando llega un ex compañero de la escuela de medicina, quien trae de vuelta el fantasma de Nina y sugiere que su misión está incompleta. Decide, entonces, iniciar un ciclo de venganza contra los victimarios de Nina.

Cada argumento está presente. El slutshaming de tantos hombres que, por una razón u otra, creen que una mujer borracha no es objeto de su compasión —al menos, no de la suficiente—. La respuesta del sistema, empapelado de leguleyos judiciales que protege a los victimarios, haciéndose de la vista gorda en la medida de lo posible. La reacción social frente al MeToo y sus implicaciones, plagada de frustración, incertidumbre e ira. La actitud condescendiente de sujetos que, con la mayor confianza posible, se creen “buenos tipos” solo por no caer en instancias evidentes de acoso, a pesar de seguir manipulando a las mujeres de otras formas La frustración de la víctima, sometida a una inmensa soledad y a una evidente incomprensión de su entorno. El mundo que, a pesar de haber cambiado, no cambia.

La cruzada de Cassie, meticulosamente planificada por Emerald Fennell, no es tan sencilla como parece. No es venganza por venganza. Tiene que ver, en primer lugar, con la expiación. Naturalmente, Cassie se siente culpable por lo que le sucedió a Nina. El sistema, a fin de mantener a las mujeres a regla -y aminorar su agencia- echa mano a mecanismos de control emocional, fuerza a las víctimas a reprocharse a sí mismas. A su modo, Cassie lleva entiende la culpa como duelo y viceversa. No parece ser capaz de separar uno del otro. No lo dice, pero la audiencia lo intuye a partir de Carey Mulligan. Lleva la marcha cabizbaja de su personaje y su dolor, avanzando en silencio, negándose a sufrir en público, ahogando su dolor en una rutina que ya no se siente suya. En este proceso, mediante el dolor, Cassie se está perdiendo a sí misma: no encuentra motivos para seguir que no incluyan su cruzada, solo se entiende en el duelo. La culpa se torna una emoción pegajosa, inmersa en su psique.

Además de expiación, los actos de Cassie funcionan evidentemente desde la ira. No haber procesado su duelo —y haberlo perdido todo en el proceso— hace que Cassie abandone todo toda restricción, y se permita la violencia, quizás como forma de castigarse a sí misma. Ojo, no hablamos de violencia desmedida —cómo suele pasar en otros rape revenge films— sino actos puntillosos, y sutiles precisos y directos, concebidos como formas de ataque, aun cuando no es claro quién es el receptor. Palabras hechas para herir. Manipulación y mentiras. Performance. Y sí, ocasionalmente, golpes a desconocidos. Cassie, por supuesto, no tiene nada que perder. Ella no se siente víctima, sino cómplice. El hecho de que Nina sea quien ya no esté lo hace peor. Su ausencia se hace permanente. Cassie no se siente mejor que el resto, y por eso está dispuesta asumir cualquier riesgo posible.

La cruzada de Cassie va incluso más allá. Si somos rigurosos, nos daremos cuenta que, al final, buena parte de sus actos son, en verdad, muy inofensivos para los agresores. Juega a la borracha frente a victimarios, solo para humillarles al revelar su estado de sobriedad que confronta a los agresores con sus decisiones. Los actos de venganza frente a los responsables de Nina son viles muestras de manipulación, juegos mentales y simulaciones, sin afección real. Los responsables sienten pavor, pero nada malo les sucede. Su vida sigue siendo la misma. ¿Será que Cassie, a fin de cuentas, es capaz de perdonar, de darles una segunda oportunidad a quienes no lo merecen? ¿O será que, frente a lo arriesgado de sus acciones, conviene una venganza didáctica, ilustrativa, una retorcida parábola con la que enseñar a trúhanes y abusadores, pero que no implica que se manche las manos?  Uno podría decir que la tortura psicológica es incluso peor que cualquier afrenta física, pero esa respuesta no resulta convincente. En el fondo, parece que Cassie no está dispuesta a rebajarse al nivel de sus victimarios. Quiere que sufran por lo que sufrió Nina sin tener que ensuciarse demasiado y, una vez más, demostrar que, para infligir dolor, no es necesario ser un criminal.

La confrontación, sin embargo, luce bella. El estilo de Emerald Fennell, por sorpresa, es mesurado y cuidadoso, reconociendo lo problemático de lo que narra. Una película así sugiere exceso. Aquí no. Fennell no nos satura con un montaje trillado y demasiado veloz, ignora el voicework, los cortes rápidos o el humor directo. En general, parece que no nos dice las cosas frontalmente, omite el sermón. Los colores pastel confrontan la inquietante temática; la estética, onírica y brillante, sugiere una disociación entre la realidad que queremos y la realidad en la pantalla. Casi siempre la pantalla es ancha y de bordes amplios, como manteniendo la atención en los hechos por sí mismos, dejando en segundo plano los detalles —veces innecesarios— y las recciones de personajes —a veces distractores—.

Los personajes interpelados por Cassie son todos despreciables. Cada uno, de forma superficial, parece ser lo suficientemente funcional para vivir cómodamente: son agradables, exitosos e incluso —aparentemente— bienintencionados. Luego, poco a poco, vemos su parte más oscura. Y así, personajes que se parecen a nosotros son capaces de tolerar los actos más infames. La audiencia se incomoda, pero no deja de ver. Aquí importan los hombres, los villanos. Tipos sin gracia, rabiosos, deseosos de sexo y subsumidos en chistes crudos, comentarios insensibles y acciones incómodas. Quisiéramos pensar que los personajes masculinos en el film —además de Bo Burnham y el padre de Cassie— son poco creíbles, bochornosos, casi dependientes de la caricatura. Luego, naturalmente, los asociamos con hombres que vimos en la escuela, el trabajo o el club nocturno, y, de a pocos, aceptamos la cruda verdad: Fenell ha sido precisa en su descripción, inclusive hasta benévola. Sí, sí. Puede que no todos los hombres sean así. Pero claro que los hay, y suficientes como para tener un arquetipo identificable que, irónicamente, se nos hace muy cliché, poco innovador. Eso es lo más escalofriante.

Algunos pensarán que Fennell se pasa de la raya. Dirán, quizás, que el final resulta demasiado iluso o confrontacional, y que no deberíamos regocijarnos al ver a esos hombres pagar por sus acciones y sufrir lo que terminan sufriendo. Dirán, incluso, que ellos merecen una segunda oportunidad. Bueno. ¿Y qué hay de Nina? Fennell quiere hacer un punto, bastante incómodo, hasta de mal gusto, pero también necesario. Habrá quienes no quieran oírlo. Pero los que lo hagan posiblemente no sean los mismos. Quizá verán a una mujer ebria en un bar con algo más que rechazo o interés. Quizás empatía. Y eso ya es algo.

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Anselmi

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