Randall Patrick McMurphy lidera una revolución de “insanos” dentro de un sanatorio en los 70, y es recibido con acérrimo rechazo por la enfermera Ratched, puño de hierro en el hospital. McMurphy, rudo, libertino y obstinado, un criminal de poca monta de quien se sospecha todo y se sabe muy poco, realiza distintas provocaciones que fragmentan la rígida estructura del psiquiátrico, que somete a los pacientes a una estricta rutina de censuras y privaciones. Milos Forman, huyendo de la Chequia comunista, concibe una suerte de experimento narrativo, mitad megaproducción de Hollywood mitad cine arthouse, y adapta la novela de Ken Kesey con particular pasión y esmero, desentrañando las distintas pugnas y tensiones en torno al poder entre unos y otros, el control de los cuerpos y del espíritu, la rebeldía frente al dominio de la razón y la disciplina. Hoy en día, One Flew Over the Cuckoo´s Nest, aún con sus limitaciones, es un clásico de oro, extraño consenso entre crítica y público, de legado inmarcesible.
Anoto, a modo de simples observaciones, distintas premisas que me llegan a la mente luego de verme el film por tercera vez, en lo que me voy preparando para la cuarta.
La película reinventa la historia al abandonar la narración del Jefe, el nativo americano gigante y supuestamente mudo. En la novela de Kesey, la historia se narra desde el punto de vista del Jefe y no desde una perspectiva neutral. El juego de opuestos entre el Jefe y McMurphy, el contraste entre una forma de institucionalización y otra (reserva indígena y sanatorio), y la ambigüedad con la que se narra la tensión entre McMurphy y Ratched son puestos a un segundo plano o casi suprimidos. En cambio, el film prefiere la mirada ambivalente y amplia, con una cámara minimalista y que replica el cinema verité, que repiensa la figura de McMurphy, un poco más heroica y trágica una vez que no hay nadie que le dé la contra y nadie que quede para narrar su historia.
La mayoría de secuencias son más amplias de lo que uno pensaría. Siguiendo esta suerte de cinema verité adaptado a la ficción, Milos Forman no condiciona las performances a partir de planos rígidos y espacios delimitados, sino todo lo contrario: deja la cámara a disposición de las acciones y reacciones de los personajes, evita el montaje intrusivo, se enfoca en el antes y después, y el después del después, consiguiendo momentos en crudo, poco tamizados, menos cinematográficos, pero más realistas. La mirada casi etnográfica de su realizador permite desentrañar los juegos de poder en el sanatorio, y la tensión y deshago de los protagonistas ante el letargo de su rutina.
Parece haber una suerte de estética de la institucionalización.A pesar de la simpleza del estilo, la cinematografía de One Flew…, además del diseño de producción, conciben una prisión diferente y apacible, mucho más confortable a primera vista, pero, conforme avanzan las escenas, mucho más alienante. Blanco sobre blanco, algunos claroscuros y más sombras ante la ausencia de luz natural, espacios amplios, pero vacíos. Las mejores secuencias del film son esas tomas seminales de McMurphy y su tropa de desposeídos dando vítores por los aires, exclamando a viva voz, vestidos de blanco sobre fondo blanco, reclamando su presencia. Es una buena forma de embellecer el encierro.
Hay que estar atento a las manifestaciones cotidianas de poder y rebeldía. A pesar del poder central e híper jerárquico que ocupa la enfermera Ratched, todo en el sanatorio se negocia, todo depende de la estrategia. Notemos las torpes, pero constantes maneras en que los pacientes se rebelan ante la autoridad, y las sutiles acciones que toma Ratched para reafirmar el control: decide qué se ve y hasta cuándo se ve, controla las pasiones y deseos de los pacientes, limitando todo aquello que reafirmaría su condición de adulto. Lo peor es que, en el proceso, Ratched les convence de que es idea de ellos.
La ambigüedad entre Ratched y McMurphy es lo que trasciende en la película. En muchos de sus intercambios, ella parece estar en lo cierto. Por eso debemos ver el panorama completo: la imposición de un modelo racionalizado y restrictivo de la conducta, la seguridad paternalista ante todo, la necesidad de vigilancia permanente. Eso es todo lo que Ratched representa y McMurphy es su hiperbólica oposición, confrontando a la razón con el absurdo, la censura con el atrevimiento y el derroche. McMurphy, como el trickster supremo, funciona más como instrumento que como líder; su presencia es conveniente para el resto, aún cuando no puede confiársele ni a sí mismo.
Por supuesto, One Flew Over… es una historia de locura y libertad, pero también de masculinidad desafiada.Todos los pacientes son hombres, todos controlados por la presencia de Ratched. ¿Podemos leer al film como el triunfo de la masculinidad primitiva de McMurphy contra el poder femenino (y civilizador) de Ratched? Parece algo descabellado, pero el subtexto de género sí que enriquece la película: McMurphy incentiva a los demás pacientes a apostar, hacer el amor y hasta salir de pesca, actividades asociadas al arquetipo masculino. Parece ser que la libertad es solo posible en esos términos de género, por más anticuados que sean.
La terapia de electroshock, castigo contra los pacientes revoltosos, se filma en primer plano. La vocación realista de Forman, heredera del cine checoslovaco de los 60, captura detalladamente este “tratamiento”; la imposición civilizadora contra el individuo, una forma de tortura contra aquellos en los márgenes. La imagen, en contraste con las secuencias idílicas de la primera mitad de la historia, parece sacada de un cuadro negro de Goya, o una película de horror. McMurphy es doblegado por sus acciones, y su cuerpo es sometido al control del sistema biomédico, que hace todo menos curarlo.
En el medio del film, queda claro que la locura se constituye dentro de los espacios médicos. En una de las pocas escenas sin McMurphy, los doctores se debaten qué hacer con el forajido: el consenso es que es una amenaza, pero es poco claro si en verdad es un paciente psiquiátrico. Así como el sistema construye la locura (y sus características) a conveniencia, bajo un régimen de poder, así McMurphy puede negociar su “locura” y volverla excusa para quedarse. “No están más locos que el promedio de la calle”, dice el protagonista sus compañeros. Puede exagerar, pero la idea resuena.
El clímax es particularmente caótico, sobre todo por la abrupta tragedia. Así como la novela, que comprime numerosas escenas en pocas páginas de un capítulo, el film cierra en una larga escena que, siguiendo una suerte de parábola religiosa, sacrifica a los mártires y castiga a los culpables; si el castigo es proporcional o no ya depende de la audiencia. La energía cruda en el film no nos prepara para la intensidad del clímax, convincente en su alegoría, en el que el sistema disciplinario y su imposición se encarnan en el individuo desprotegido, sin ofrecerle mayor alternativa que un último acto de violencia consciente, un golpetazo de dignidad entre demás formas de imposición.
Puede que estemos ante una alegoría libertaria o una crítica progresista al poder, o ambas. No es muy claro, porque todo depende de cómo leamos la relación entre McMurphy y Ratched, y la posibilidad de una vida para los pacientes fuera del sanatorio y lo que implica el final: ¿es un acto legítimo el que comete el Jefe contra su amigo? ¿Se trata de un acto solidario y de misericordia, o un acto que reafirma que la libertad vale más que la vida? ¿Podemos creer en un futuro mejor para los del pabellón? Respuestas hay pocas, mientras el Jefe cruza los prados arropado por la luz azulina de la madrugada. Para quedarse, debería estar bien loco.
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