The Sessions es un experimento inusual que, frente a toda expectativa, ha salido muy bien. Una apuesta arriesgada, erótica y delicada sobre un tema poco común, condenado al tabú. Filmada con ingenio y sensibilidad, sin tantas ambiciones y mucho corazón, el film convence por las razones correctas. Finalmente, la historia de un hombre con discapacidad y la terapeuta sexual que le guía se vuelve un testimonio genuino de reconciliación, confrontación con la enfermedad y vulnerabilidad, una puesta en escena respetuosa y necesaria. Más allá del melodrama, Sessions funciona como experiencia didáctica, quizás de las primeras en su género, casi nunca trivial y casi siempre memorable.
The Sessions es la historia de Mark O’Brien, quien padece de polio severo y se ha visto forzado a vivir una vida casi sin vivirla. Está postrado en una camilla y depende de un pulmón artificial. No puede valerse por sí mismo. No puede siquiera respirar con libertad, mucho menos hacer el amor. A pesar de alguna relación en el pasado, Mark, por más que le cueste admitirlo, sigue siendo virgen. Es entonces que, naturalmente, está la Iglesia, dispuesta a absolver sus plegarias. Nuevamente, no de la forma en que pensamos. El padre Brendan, hippie y amable, se mantiene impotente frente al sufrimiento de Mark y a pesar de sus propias convicciones, aprueba el intento. Mark decide perder su virginidad con Sheryl, terapeuta sexual dedicada a trabajar en casos como el de Mark. Con su actitud despreocupada y afable, Cheryl le muestra a Mark un mundo nuevo, con los riesgos y beneficios que este implica.
El film de Ben Lewin es un film sin muchas pretensiones. La historia es bastante lineal y precisa. Nos involucramos en el día a día de Mark y, poco a poco, asistimos a cada una de las sesiones, desentrañando el simbolismo e implicaciones de cada una. La cámara es fija, respetuosa de la naturalidad de diálogos y actores, apenas enfocando close-ups una que otra vez. La secuencia es siempre la misma: escena en casa de Mark, sesión con Cheryl, escena subsidiaria como puente. Formulaico y sencillo. Así es mejor. La audiencia sigue fija en la evolución de Mark y no se distrae por nada. Lewin, un sobreviviente de la polio por sí mismo, escribe con mucho ingenio, recreando las interacciones sexuales. torpes y ansiosas, con bastante dulzura. Si bien las proezas técnicas no sobran, tampoco los errores. Eso necesitan las sesiones.
La primera sesión es la del descubrimiento y disrupción.Jamás pensé que alguien estaría desnudo conmigo, dice Mark. Es razonable. Para Mark, la desnudez es un proceso rudimentario, desprovisto de toda brillantez o mayor significado que lo operacional. Está desnudo frente a su enfermera diariamente. Se ha resignado a jamás ver el cuerpo desnudo de ninguna mujer. Incluso, es incapaz de tocar su propio cuerpo. La presencia amable de Cheryl es indispensable para que esta rígida concepción de Mark sobre el sexo se vea derruida, y pueda entender las contradicciones y emociones adscritas a este. El filme no se limita. Sin música ni elementos distractores, vemos los primeros pasos de Mark. Al final, explorar el sexo implica el descubrimiento de su cuerpo: una reconexión necesaria, una nueva asociación con pulsiones y sensaciones limitadas o negadas, una reapropiación de aquello que, como coraza, le mantiene inmóvil.
La segunda sesión ya implica sexo, pero no el sexo deseado, al menos para el protagonista. Mark todavía falla. Una vez revalorado el erotismo y más cercano a Cheryl, el miedo aumenta. Ella se frustra. Cheryl, a pesar de su profesionalismo, es un ser de carne y hueso. Mark no es un tipo como el resto. Su peculiar condición le hace más difícil que el resto de sus clientes. Cheryl es paciente, pero también duda. Mark intenta convencerse. Cheryl se desnuda y la cámara la filma así; a Mark no. Quizás es necesario: la belleza de Cheryl es explícita y cómoda; la de Mark, tímida y oculta.
La tercera sesión es la del contacto. Indudablemente, el sexo implica cercanía y un tipo de intimidad que Mark no conoce. Por suerte, Mark no es un personaje fijo en su discapacidad, sino un sujeto picaresco e ingenioso, que aliviana su rutina con un humor incómodo y confrontacional. Cheyl parece persuadirse por él. Lo poco que sabemos de ella nos sugiere que vive su propia frutración amorosa.Por una vez, Mark alcanza el orgasmo. A priori no parece mucho, pero, para paciente y terapeuta, implica un hito una memoria compartida. Y aquí, la exigencia. Mark es y siempre ha sido un entusiasta. Saber que llegar al orgasmo implica pretender llegar al orgasmo junto a Sheryl. Un acto noble, pero también, de reafirmación de su condición de amante. Mark quiere que Shreyl disfrute como él.
La cuarta sesión, entonces, es de la realidad. Quizás sea la quinta, si consideramos aquella pequeña -y necesaria- cita en el café que tienen Mark y Cheryl, rompiendo las reglas de su servicio. Para cuando vuelven a la sesión regular, la relación es inevitable. Una vez más, el sexo establece toda una red de significados. Una vez más, el sexo fuerza la confianza. En una climática escena, con la partitura de Marco Beltrami de fondo, Mark presiona su cuerpo, no se rinde, el exige demás y Cheryl, cada vez más segura de lo que quiere, se deja llevar por él. En el fondo, la narración, contenida y melancólica, mientras se conquista el placer. Es un momento sexy, pero sobre todo emotivo. Las lágrimas son bienvenidas. La tensión también. Bien que mal, Cheryl no puede estar con Mark. Aquí, la despedida es abrupta. ¿Esto es todo?, se pregunta Mark y también se lo pregunta la audiencia.
¿Por qué el sexo? ¿Acaso Mark cae presa de la presión social por desvirgarse, cediendo al rito de pasaje que implica hacerlo por una vez y hallar cierta masculinidad dentro de sus limitaciones? ¿Tendrá que ver con su formación católica, en el que la censura y el sacramento del cuerpo solo hace de lo carnal algo mucho más deseable? ¿O será un deseo instintivo, acaso innato, por compañía e intimidad, por comprender su cuerpo a través de otro? Puede ser un poco de todo. Puede ser, que, en un espacio de intimidad, de intentos fallidos y distintos temores, Mark y Shreyl, ambos enfrentados a la presión religiosa y carnal, encuentran algún tipo de rendención.
Estas preguntas se acumulan mientras la historia sigue relevando sus trucos. Dadas las limitaciones de estilo, entonces, la presión del film recae principalmente en Helen Hunt y John Hawkes. Hawkes, sabiendo las limitaciones de su rol, realiza una interpretación contenida, fidedigna y encantadora, sabiendo ser vulnerable, pero carismático. La astucia del personaje le sienta bien. A su vez, Hunt encarna el rol de Cheryl con la necesaria sencillez de su personaje, constantemente recatada, pero sagaz; maternal, pero dominante. Lo curioso es que Hunt parece ni intentarlo: parece ella, en su estado natural y libre, como si la cámara estuviese de más.
Todo esto aligera lo complejo del filme. La necesidad de sexotrabajadoras para personas en discapacidad ha sido un tema escabroso y controversial y por buenas razones. Cuesta pensar que sería de Mark sin un cómodo ingreso económico o un padre Brendan que le guíe. Quizás esa sea la mejor parte del film. La desenvoltura con la que narra lo que narra. Su capacidad de pensar diferente, de tratar la temática sin paternalismo ni excesiva denuncia, tan solo, pasión y ternura. Misma pasión que, al parecer, Mark O’ Brien jamás dejó de lado, mucho menos luego de estas sesiones. El cierre nos conmueve por eso. Sugiere que el amor, el sexo y la confianza pueden llegar a ser sinónimos. Al menos, cuando se trata de las personas correctas.
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