Let The Right One In es la historia de una identidad que todavía no se halla, o no del todo. Sus protagonistas, a su modo, intentan conciliar sus disputas internas, sus temores, y hacerse con una versión favorable de ellos mismos, a pesar de las circunstancias. De todas formas, tanto Oskar como Eli, los jóvenes protagonistas de esta historia de vampiros, están en un limbo constante: seguir con su “destino” -Oskar como chico solitario y “raro”; Eli como vampiresa, villanesca y sedienta de sangre- o, influenciados por el otro, intentar encontrarse seguros con una nueva identidad, más segura, menos sufrida. No es un viaje fácil, pero parece mejor con compañía. Filmada con sencillez, compasión y quietud, la película de Thomas Alfredsson sabe jugar con las expectativas de su audiencia, someterla a un espiral de emociones en constante contradicción, relatar una historia sobrenatural que no es sino excusa para entender el drama adolescente, agudizado por las condiciones modernas.
La clave del filme está en mostrarnos a personajes cualquiera, temerosos de sí mismos y su futuro. Oskar, de piel pálida, constantes silencios y mirada triste, parece aceptar la soledad sin mucha queja. Vive junto a su madre en un complejo habitacional en las afueras de alguna ciudad sueca, sufre de abuso en el colegio por parte de matones y actúa sin mucha agencia evidente. Eso es hasta que, casi por casualidad, da con Eli: extraña niña con más de un secreto. Al inicio, todo parte de lo platónico: miradas extraviadas en las noches, palabras que se comparten tímidamente mucha deducción, pocas respuestas. Entonces, de a pocos, Eli y Oskar se dan cuenta de que no les queda otra opción que estar juntos. A través de esa confianza, cada uno aprenderá del otro, sobre todo Oskar, quien tendrá que aceptar escalofriantes detalles sobre la vida de su nueva amiga.
El film de Thomas Alfredsson es pionero de una nueva forma de hacer cine de horror: reconstruir historias del pasado a través de la fábula moderna. En una tradición que ya incluye clásicos modernos como Border (2018), The Badabook (2014), The Witch (2015) y Get Out (2017), la idea siempre es la misma. Reinventar paradigmas de horror tradicionales -brujas, casas encantadas, espíritus y monstruos de cuentos para niños- y darles un enfoque distinto, contemporáneo, mucho más social, si la palabra es adecuada, mucho más comprometida con el contexto que se cuenta. Si The Badabook lidiaba con el duelo y la depresión, The Witch con los dramas familiares y Get Out con las disputas raciales, LetThe Right One In se encarga de la soledad y la adolescencia, con los lastres de la sociedad moderna. Pocos períodos en son tan sufridos como esta. Pensemos, si no, en los ritos de pasaje que implica hacerse hombre, sobre todo en Oskar. Ser hombre es ser valiente, enfrentarse a los miedos, mostrar iniciativa y, con ella, hacer algo de valor. Oskar no puede hacerlo solo. Por eso, necesita de Eli. Eli, desde su actitud paciente y misteriosa, funge de la voz de la razón. Emite observaciones directas, francas, obvias. Aún así, son importantes para él. Oskar, habitante solitario en bloques de edificios sin mayor interacción, encuentra consuelo en encuentro repentinos en alguien que, por su cuerpo y transformaciones, también es un otro. Entre secretos, miradas y confidencias, Oskar encuentra un nuevo lenguaje y alguien con quien compartirlo.
Lo mismo sucede con Eli. Su situación, guardando las distancias, se parece a la de cualquiera en su lugar. Tiene que lidiar con el estado de transición entre niña y mujer. Quiere independizarse. Su relación con la sangre podría servir como una alegoría a la llegada de la menstruación y la adultez, motivos de rechazo y tabú para muchas mujeres jóvenes. Quizás no lo sea. De todas formas, la sangre sigue siendo su razón de estigma. Para sobrevivir, la necesita. No quiere hacer daño -al menos, no cuando está consciente- pero no le queda otra opción. Se está jugando su subsistencia. Estamos ante un dilema moral de grandes proporciones. Sobrevivir y matar o simplemente morir. Eli tiene que aceptarlo, aun con su edad (o apariencia) juvenil. Aquí hay un interesante juego identitario, presente en la propia noción de “niña vampiro”: parece que el estado mental de Eli, aún con tanto tiempo viva, se mantiene en la pubertad: está condenada a un estado de transición perpetua. En el fondo -y en especial cuando sufre- Eli sigue siendo una niña, con todo lo que eso significa. Por lo que vemos, también Eli necesita de Oskar. No solo debido a su condición material -dado que necesita que le ayude a conseguir la sangre- sino porque, en el fondo, necesita consuelo. Una vez más, a través del dolor, y cierta ciega compasi(dado que Oskar no hace preguntas ni evita a Eli por sus crímenes) es que germina el vínculo entre Eli y Oskar, lazo que, en contraposición a otros en el film, es voluntario, se mide en el tiempo, sus reglas se acuerdan.
La forma en que Alfredsson filma su historia cede a la contemplación y el letargo; es inquietante, pero meticulosa. La acción tarda en llegar. Debe ser así. Es una historia de silencios. Una historia minimalista, a ratos simplona. Por momentos, en la repetición de los mismos páramos helados y bloques de concreto, pareciera como si la película tuviese poco qué ofrecer. Conforme avanza el film, Alfredsson nos revela cierta inusitada belleza. De a pocos, de la misma forma en que Oskar y Eli se acercan y aumenta la intimidad entre ambos, también se permite el adorno. Dentro de los fríos páramos suecos, se aprecia algo valioso en esos primeros planos de Eli y Oskar, en el contraste de rojo sangre con lo pálido de la piel pálida y la nieve que lo cubre todo. Sin colores saturados, pero con una fotografía pulcra y cuidada, parece como si los personajes viviesen en un mundo paralelo, mundo de cuento, que parece incluir todo tipo de sorpresas. Tanto Eli como Oskar, personajes de pocas palabras, transmiten mucho más con la mirada, con el silencio, como si la imagen pudiese ser la única forma de codificar sus conflictos. No es, entonces, un horror elegante (gótico) o grostesco (gore). Let the Right One Infunciona como un horror realista, compuesto de episodioscotidianos,. Tal vez así le sea más sencillo a la audiencia identificarse con lo que ve en la pantalla. .
La audiencia necesita estar involucrada, sobre todo en las escenas de mayor tensión y controversia. Por momentos, Let The Right One In parece no comprometerse moralmente con sus personajes. ¿Debería Oskar utilizar la violencia para defenderse? ¿Resulta legítimo que se vuelva el protector de Eli, con todos los riesgos que ello implica? ¿Debería Eli continuar con su cacería de sangre sin culpa o aceptar que su subsistencia viene con un costo moral casi impagable? Los personajes no hacen tantos esfuerzos por absolver tales interrogantes. Hacen lo que pueden. Viven del día a día. Pensemos, si no, en el personaje del cuidador, el supuesto “padre” de Eli. Nunca queda claro cuál es el tipo de relación que mantienen: no queda caro en dónde se traza a jerarquía, que tipo de acuerdo mantienen y que es lo que eso significa. Él lo sufre. Lo vemos asumir su acuerdo con dolor, con cierta melancolía, como queriendo zafarse sin importar qué. Parece que quiere ser atrapado. Nuevamente, cuestión de identidad: él ya no sabe si la tiene. Las exigencias de cuidado terminan siendo suficientemente desgastantes, en una alegoría al burnout común de cuidadores, que se despersonalizan con el tiempo. Y nuevamente, el vínculo: cuando su vínculo con Ella comienza a desgastarse -y él parece dispuesto a ponerse en riesgo solo para romperlo- la necesidad de cuidado prevalece.
Parece, entonces, que Let The Right One In es recordada por las razones correctas. Su propio título lo adelanta: the right one in; solo la persona correcta puede entrar en la vida de otro. Se aprecia la lección, aún cuando no aporta nada significativamente nuevo. Encontramos un testimonio de amistad en su estado más puro e ideal, con idas y venidas, con numerosos temores, pero que, como bien creen Eli y Oskar, vale la pena. Estamos pues, ante un nuevo cine de horror, un horror comprometido con los personajes que presenta, que los acerca la audiencia, que fuerza al público a preocuparse por su bienestar más allá de una amenaza latente. Un horror que, representando los males de la vida moderna, sirve como un paliativo necesario.
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