Buscando las huellas del poeta.

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Resulta poco menos que increíble que a 80 años de la muerte del más grande poeta español de todos los tiempos, cuya influencia en el mundo de las letras universales puede ceder el paso solo ante Cervantes y su Quijote, aún no se haya podido encontrar sus restos,

enterrados clandestinamente en alguna fosa común en los extrarradios de su Granada natal.

Al no conocerse con exactitud el lugar donde descansa el cuerpo de Federico García Lorca, tampoco se sabe a ciencia cierta si la trágica madrugada en la que salió del Gobierno Civil en Granada, acompañado por una escuadra de matarifes de ocasión para ser llevado al lugar de su ejecución, fue la del 17, 18 o 19 de agosto de aquel terrible verano de 1936.

Hoy 18 de agosto, 80 años después, queremos recordar al gran poeta nacido andaluz, hoy universal, quien sabe la víctima más ilustre de esa carnicería sin tregua que fue la Guerra Civil española.

García Lorca se encontraba en Madrid cuando se sucedieron los asesinatos del teniente Castillo de la Guardia de Asalto y del diputado monárquico Calvo Sotelo, ante la conmoción social generada por estos crímenes y los rumores sobre un inminente golpe militar, decidió adelantar sus vacaciones estivales, regresando a la casa paterna en Granada. Sabía que por sus ideas de avanzada, su abierto apoyo a la república y sobre todo por su, por entonces ya conocida homosexualidad, estaba en la lista “negra” de las fuerzas fascistas, monárquicos, integristas católicos y militares que añoraban la grandeza del Cid en una España “una y eterna”. En su ciudad natal estaría además bajo la compañía y protección de sus padres, hermanas y en especial de su cuñado, Manuel Fernández Montesinos, médico de profesión y alcalde socialista de la ciudad.

Bajo los frondosos sauces que le sirvieron muchas veces de inspiración, se encontraba el poeta en su casa familiar de la Huerta de San Vicente (hoy Casa Museo García Lorca), cuando se produce el levantamiento militar del 18 de julio, que como reguero de pólvora se extendió rápidamente por toda la península. En Granada la situación se definió recién el 21 y 22 de julio. Los militares insurrectos y los civiles que los apoyaban se aprovecharon de las dudas y vacilaciones del general Miguel Campins, comandante militar de la plaza, leal a la república pero hombre indeciso y temeroso, para tomar el poder y los principales edificios públicos de la ciudad. Tras aplastar literalmente a cañonazos la tibia resistencia obrera del barrio del Albaicín, completaron el control total de la situación.

De inmediato el reino del terror se extendió por toda la ciudad y la provincia, se detenía, generalmente por las noches, a toda persona de la que sospechara su filiación republicana, de ser miembro de algún partido del Frente Popular, o simplemente opositor al levantamiento. En una semana, la cárcel principal de la ciudad estaba ya abarrotada con más de 4 000 detenidos. Desde el 1 de agosto, en muchos casos sin juicio y en otros con remedos de proceso, empezaron las ejecuciones sumarias, las primeras semanas ante las tapias del cementerio de San José, donde se fusilaba en grupos y de madrugada. Así cayó el 16 de agosto, por ejemplo, el alcalde Fernández Montesinos, cuñado del poeta.

García Lorca, sabedor de que se le buscaba y ante la detención de su cuñado, decidió pedir asilo en la casa de un buen amigo, el también poeta, aunque de ideas de extrema derecha, Luis Rosales; pensó que se encontraría a buen resguardo en la casa de un conocido falangista, decidido colaborador del alzamiento. Pero lo cierto es que en la tarde del 16 de agosto, sin saber seguro que esa misma madrugada su hermana Concha se había convertido en viuda, fue arrestado por una partida de falangistas comandada por el siniestro Ramón Ruiz Alonso, miembro de la CEDA granadina (Confederación Española de Derechas Autónomas).

A partir de su detención, se pierde el conocimiento del derrotero exacto que llevaría al poeta a la muerte. A pesar de las gestiones de los Rosales por liberarlo, la noche del 17 o la del 18, fue llevado a la “Colmena”, un lúgubre lugar situado a las afueras de la ciudad, en el camino de Alfacar, cerca de la localidad de Víznar. En la madrugada del 18 o del 19, en compañía de un maestro de escuela republicano y de dos banderilleros anarquistas, Federico García Lorca fue ejecutado en algún paraje situado al pie de la carretera que lleva al pueblo mencionado.

Conforme fueron avanzando los días, el cuerpo del poeta quedó sepultado a su vez por cientos de otras víctimas que diariamente caían en las cunetas de ese camino. Cuando a fines de noviembre, las autoridades golpistas creían haber aplastado toda oposición en la provincia y “pacificado” la región, se calcula que más de 5 000 personas habían sido sumariamente ejecutadas en los alrededores de la capital, sin contar a los caídos en el cementerio de San José.

Durante el resto del conflicto y específicamente en los casi 40 años de dictadura franquista, el asesinato de Lorca fue un tema tabú sobre el que no se podía hablar en esa España oscurantista, secuestrada por el miedo. Ello a pesar que algunos hispanistas anglosajones como Gerald Brenan en los años 40 e Ian Gibson a fines de los sesenta, empezaron a investigar por su cuenta sobre lo sucedido con el gran poeta. Es solo a partir del fin de la dictadura y el retornó del país a la vida democrática, cuando con libertad se pudo hablar y escribir sobre la represión granadina en el inicio de la guerra civil y sobre la suerte corrida por el autor del “Romancero Gitano”, en este empeño, sin duda, la obra de Gibson ha sido fundamental. Sin embargo, siempre subsistieron las dudas sobre el lugar exacto donde descansan los restos del poeta.

A la fecha, se han realizado en medio de fuertes polémicas (se sabe que los descendientes de los toreros Arcollas y Galadí, y del maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo, ejecutados junto a Lorca, están a favor de encontrar e inhumar los restos, pero que la familia del poeta se opone terminantemente), hasta tres búsquedas de los restos en zonas aledañas a Viznar y la sierra de Alfacar, sin resultados positivos. Se anuncia con el permiso del ayuntamiento granadino, una nueva búsqueda para este setiembre, sin embargo, creemos firmemente que más allá del resultado de la nueva búsqueda, la herencia y el legado de Federico García Lorca no depende ya, felizmente, de la aparición de sus restos mortales. Hace mucho tiempo ya que esta herencia no tiene punto final. Es y será singularmente eterna.

El vencedor escribe la historia.

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Sobre los golpes y las asonadas militares del pasado se ha dicho y con razón, que el balance de los mismos era diferente y variaba en función de si esos movimientos triunfaban o no. Si el golpe era develado, se hablaba que “la legalidad se había impuesto”, que “la democracia estaba a salvo”, y a los golpistas derrotados se les señalaba poco menos que como traidores de la patria. En cambio, si este triunfaba, aunque parezca una contradicción, los autores eran reconocidos como “salvadores de la patria y de la legalidad”, por más que la misma hubiese, justamente, haber sido encarnada por los depuestos.

Continuando con los recuerdos de los 80 años de iniciada la guerra civil española, algo muy similar ha ocurrido con la valoración que la historia dedica a la asonada militar que puso fin al gobierno de la república y que, precisamente, por no haber alcanzado el éxito total, propició el estallido del conflicto.

El sábado 18 de julio de 1936, el movimiento militar iniciado el día anterior en Ceuta y Melilla, posiciones del antiguo protectorado español en el actual Marruecos, se extendió prácticamente por todo la península, comenzando en el sur andaluz, en Sevilla. Durante varios días se suscitaron duros combates en casi todas las ciudades importantes pero también en cada alejado pueblo del reino. De un lado, la mayoría de las unidades del Ejército, la Armada y de la Guardia Civil, con el apoyo de milicias fascistas y monárquicas, del otro, las milicias sindicales obreras y campesinas de los partidos y sindicatos de izquierda, con el apoyo de la pequeña parte de militares y guardias civiles que no se plegaron al movimiento.

Hacia el miércoles 22 de julio, hoy hace exactamente 80 años, prácticamente la península apareció dividida en dos sectores, los lugares donde triunfó el golpe, (Canarias, Galicia, gran parte de Asturias, Castilla – León, Extremadura, buena parte de Andalucía), y los lugares donde este fracasó, en donde el pueblo en armas había tomado, en la práctica, el poder (Castilla – La Mancha, Levante, Cataluña, Aragón y el País  Vasco, zonas que incluían a las principales ciudades del país, como la capital, Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao). Se habían producido ya episodios terribles como el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, o el feroz combate en los alrededores del monumento a Colón en Barcelona, y comenzaba, ese mismo día, el mítico asedio del Alcázar de Toledo.

En las zonas bajo control de los insurrectos, más tarde llamada zona o bando nacional, se instauró, paralelamente a las acciones propias de la guerra, un típico régimen militar de mano dura, antecesor de los sanguinarios gobiernos castrenses que conoceríamos en América Latina en los años setenta. Gobernar por medio de bandos militares, Ilegalización de los partidos del Frente Popular y sindicatos afines, persecución implacable de los miembros y simpatizantes de dichas agrupaciones, llegando al exterminio físico en la mayoría de casos, férreo control de la prensa. Incluso, cuando la situación se estabilizó en ambos sectores, se llegó a juzgar y condenar a los derrotados, a quienes defendieron la legalidad republicana, por el delito de “rebelión militar”, tremenda aberración y contradicción tanto jurídica como política. No caben, entonces, mayores dudas, el contenido de los hechos históricos es dictado, la mayoría de las veces, por quienes resultan vencedores y beneficiados con los mismos.

La gota que rebalso el vaso

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Se cumplen, hoy, 13 de julio, 80 años del secuestro y posterior asesinato en Madrid del político conservador español, José Calvo Sotelo. Menos de una semana después, el 18 de julio de 1936, con el levantamiento de las guarniciones del ejército en las antiguas posiciones del protectorado español en Africa (actual Marruecos), se iniciaba el golpe militar que culminaría en la terrible guerra civil que desangró y postró por décadas a España.

La cercanía en las fechas de estos dos acontecimientos, han llevado a historiadores, periodistas y políticos en estas ocho décadas, a asegurar, unos, que este crimen fue la causa principal del estallido del conflicto, otros, que fue el detonante, la “gota que rebalsó el vaso” para desencadenar su inicio. Quiero, con este artículo, recordar el momento y también, tomar partido por una de ambas posturas.

Durante el verano de 1936, España se debatía en una crisis social y política de enorme envergadura. En febrero, 6 meses antes, el Frente Popular, suma de fuerzas republicanas y de izquierda, moderadas y radicales, había vencido en las elecciones generales a su opositor, el Frente Nacional, suma a su vez de las derechas, las monárquicas y otras más modernas, que contaban con el apoyo de las siempre influyentes y poderosas fuerzas armadas y la iglesia católica.

Sin embargo, se trató de un triunfo, si bien inobjetable, obtenido con un margen diferencial muy escaso, lo que dejaba al país polarizado y prácticamente dividido en dos. Ambas coaliciones no estuvieron dispuestas a terminar su enfrentamiento con el recurso a las urnas, llevaron su disputa a las calles, con todo lo ello significaba: asesinatos selectivos dirigidos contra miembros del “enemigo”, los que originaban de inmediato, la posterior represalia en forma de un nuevo crimen, incendios y destrucción de propiedades civiles y religiosas, huelgas interminables en el campo y en la ciudad. No había espacio para el acuerdo o el dialogo: se trataba de “ellos o nosotros”, “blanco o negro”.

En ese contexto altamente explosivo, la tarde del domingo 12 de julio de 1936, en la puerta de su casa en Madrid, era asesinado el teniente José del Castillo, miembro de la Guardia de Asalto (cuerpo policial antidisturbios creado durante la república), y conocido militante socialista, que además de sus funciones como policía, cumplía labores de adoctrinamiento dentro del cuerpo de seguridad. Los autores del crimen fueron pistoleros de la Falange, el movimiento fascista, “a la española”, creado por José Antonio Primo de Rivera pocos años antes.

En represalia, actitud que, como se ha dicho, era moneda corriente en esos días, un grupo de guardias compañeros de armas y de  ideología con la víctima, mas el apoyo de elementos de la Guardia Civil, también de izquierda, salieron en la madrugada del lunes 13 a saciar su sed de venganza. Fueron al domicilio del más visible líder de las derechas, el diputado José María Gil y Robles, pero no lo encontraron (Gil y Robles había salido del país días antes para exiliarse en Francia, en donde pasó escondido toda la guerra civil).

Al no encontrarlo, se detuvieron, sobre las tres de la madrugada, en el número 89 de la madrileñísima calle de Velásquez, en donde vivía Calvo Sotelo, diputado, ex ministro de Hacienda y prominente líder monárquico. A pesar de sus protestas y en presencia de su familia, fue sacado a viva fuerza del domicilio e introducido en una camioneta de la Guardia de Asalto. A menos de dos cuadras de su casa y de manera por demás artera, el guardia Luis Cuenca, le disparó dos tiros en la nuca a quemarropa. El cuerpo fue dejado en la puerta del cementerio de la Almudena, donde fue encontrado y reconocido con las primeras horas del día.

El asesinato de Calvo Sotelo, sumado al del teniente Castillo, conmocionó y polarizó aún más al país. Ambos sepelios se realizaron el martes 14, con horas de diferencia pero con los ánimos absolutamente crispados en ambos sectores. Ante los restos del diputado monárquico, su correligionario, José Antonio Goicochea, dio un célebre discurso que terminó con proféticas invocaciones: “Ante esta bandera colocada como una reliquia sobre tu pecho, ante Dios que nos oye y nos ve, empeñamos juramento solemne de consagrar nuestra vida a esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte, salvar a España. Que todo es uno y lo mismo, porque salvar a España será vengar tu muerte, e imitar tu ejemplo será el camino más seguro para salvar a España”.

No se puede encontrar en este alevoso crimen, sin embargo, la causa definitiva de la guerra fratricida que durante tres interminables años iba a asolar España, los militares que abiertamente conspiraban contra la república con el apoyo de varios movimientos y organizaciones civiles, se venían reuniendo desde hacía meses y estaba ya decidido que se interrumpiría la vigencia de la legalidad republicana, solo faltaba señalar fecha y lugar.

No obstante, pienso, como muchos, que si se puede reconocer en este atentado, el hecho que terminó por decidir y convencer a los últimos jefes militares indecisos; el propio general y futuro dictador, Francisco Franco reconocería muchos años después, que el asesinato de Calvo Sotelo terminó por convencerlo que había que acabar con la república para, en su lógica, “salvar al país”. Fue, en términos coloquiales, “la gota que rebalsó el vaso”. En pocos días se iba a dar comienzo, en clave taurina y en las palabras del hispanista Hugh Thomas, a la más trágica de las corridas de la historia española.

“The worst day in the history of the British army”

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Sigamos, pues, jugando con las fechas. Hoy, 1 de julio del 2016, se cumple el aniversario de otro hecho de armas trascedental de la Gran Guerra (1914- 1918), los 100 años del inicio de la batalla del Somme, episodio más conocido en occidente porque fue, “el peor día en la historia del ejército británico”, tal como indica el título.

En los centenares de años que tiene de existencia el ejército ingles (The Royal Army), al lado de innumerables episodios victoriosos que han engrandecido su leyenda, existen también, cierto que en menor escala, terribles derrotas, con costos muy altos para la corona de la llamada, por sus adversarios, “Pérfida Albión”. Yorktown, en la guerra de independencia norteamericana, Isandhlwana, ante una tribu africana, (los Zulús), en 1879, Arnhem, la fallida operación “Market Garden”, en la fase final de la segunda guerra mundial, pasando por la no menos mítica carga de la “Brigada Ligera”, duranrte la guerra de Crimea, carga que más allá de la aureola romántica que la ha rodeado, fue en verdad, un mayúsculo desastre militar; pero ninguna, de verdad, tan terrible en costo de vidas humanas como lo ocurrido en el primer día de la batalla del Somme.

Regresemos al contexto y la situación militar de la época, al finalizar la primavera de 1916, tercer año de la guerra, la batalla de Verdún, iniciada en febrero del citado año, concentraba toda la atención de los beligerantes en el frente oocidental, por ello, en el afán de aliviar la presión que sufrían las fuerzas francesas sitiadas en Verdún y tambien por las consecuencias de la progresiva retirada rusa en el frente oriental, Lord Horatio Kitchener (Primer Lord de la Defensa), en acuerdo con el general sir Douglas Haig, comandante de la BEF (British Expeditionary Force), en Francia, y el general francés, Ferdinand Foch, concibieron un audaz plan para recuperar territorio en el norte de Francia y así obligar al mando germano a trasladar tropas desde el frente de Verdún, aliviando la resistencia francesa en ese sector.

El plan consistía en lanzar un masivo ataque de infantería en las derivaciones del Rio Somme, situado en el sur- este de la zona del Pas de Calais, en el norte de Francia, contando para ello con el concurso de 13 divisiones británicas y 11 francesas. Como preparación del ataque, el 24 de junio, muy temprano, la artillería aliada inició un inclemente bombardeo, con más de 1,500 bocas de fuego, contra las líneas alemanas, el mismo que duró hasta la víspera del ataque (30 de junio). También hicieron estallar minas subterráneas debajo de las trincheras del enemigo, causando una gran mortandad. Haig y Foch, confiados en que la barrera de fuego había diezmado a los defensores, prepararon las órdenes para el ataque. No repararon, sin embargo, en un importante y crucial detalle. Las tropas, especialmente las británicas que iban a participar en el ataque, eran reclutas novatos recién llegados a suelo francés, sin la menor experiencia en combate.

Del otro lado del terreno, los defensores alemanes, bajo la órdenes del general Fritz von Below, a pesar del duro castigo recibido, esperaban a los atacantes en silencio. Poco después del amanecer del 1 de julio de 1916, en filas compactas y sobre un frente de unos 16 km de largo, los jóvenes y novatos infantes británicos, llevando un peso muerto que casi llegaba hasta los 30 kg, sobre sus espaldas, avanzaron a paso de trote y luego de carga contra las trincheras del enemigo.

Les aguardaba una inesperada y amarga sorpresa. Los alemanes los iban a recibir con una interminable fila de ametralladoras, las mortales Maxim- DW- MG 08, “Maschinegewehr 08″, que podían disparar más de 400 balas por minuto. El resultado no pudo ser más catastrófico para los atacantes: al caer la tarde se contabilizaba entre los ingleses, la asombrosa cifra de más de 57, 470 bajas, de los cuales, entre 18 y 20 000 fueron muertes (en esos primeros días los alemanes tuvieron unas 8 000 bajas). Fracasada la ofensiva, con los atacantes de regreso al punto de partida inicial, se inició a partir del día siguiente, una nueva e interminable lucha de desgaste, con mínimos progresos por ambos bandos y que al llegar a su final, en noviembre del mismo año, no había representado mayor cambio en la situación de estancamiento del conflicto ni en los planes  de los beligerantes.

Cuando Usted, amigable lectora o lector, participe de estas líneas, tal vez haya terminado ya la principal ceremonia de conmemoración por este especial aniversario, a llevarse a cabo en medio del antiguo campo de batalla, en el “The Thiepval Memorial”, gran mausoleo – cementerio, que guarda los restos de miles de combatientes ingleses y franceses caidos en dicha batalla, diseñado y construido por Sir Edwin Lutyens, en 1932. Se estima que 10, 000 personas, muchas especialmente invitadas, asistirán a la ceremonia y demás eventos conmemorativos, al lado de dignatarios y militares de la Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, e incluso, del antiguo adversario, Alemania.

Como es lógico, es en Inglaterra donde se realizarán más ceremonias recordatorias; este 1 de julio, a las 7:28am, hora del Reino Unido, se guardará a nivel nacional, dos minutos de silencio, la misma hora en que hace 100 años, la primera oleada de infantes británicos se lanzó, para ser barridos por un fuego inclemente, sobre las líneas alemanas, acto seguido, tropas de la Real Artillería Montada del Rey, harán fuego de salva por 100 segundos desde la plaza del parlamento en Londres, para culminar esos, seguro, sobrecogedores dos minutos, con el tañido de las campanas del histórico Big Ben. También, en la Abadía de Westminster, se tendrá un especial servicio, con la presencia de la reina Isabel II.

Como se puede apreciar, habrá este dia muchas actividades a ambos lados del canal de la Mancha, recordando seguramente con mucha emoción y patriotismo, a quienes sucumbieron hace una centuria, en una carga tan impresionante como inútil. Discursos, salvas de cañón, desfiles, monumentos, pero dudo que se escuche alguna palabra de condena, de reconocimiento tardió de responsabilidades de los herederos de quienes enviaron a una muerte segura a miles de jóvenes, sin ninguna preparación ni experiencia. ¿Se sigue creyendo que el amor a la patria, a lo que es tuyo, se ventila mejor en un campo de batalla?. Si no se aprendió la lección de este holocausto, pese al paso de los años, habrá valido de muy poco que Inglaterra recuerde hoy el que es llamado, “The worst day in the history of the British Army”.

Cuando el honor no es negociable.

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En el mundo militar, el tema del honor y el sentido que en si mismo tiene esta palabra, ocupa un lugar muy especial entre los valores que desde tiempos inmemoriables, guardan las intituciones castrenses; pensamos, sin embargo, que este sentido del honor militar encuentra una especial relevancia y contenido en las tradiciones navales de las principales marinas del mundo.

Continuando con nuestro deseo de recordar aniversarios y efemérides de la historia militar, voy a comentar un episodio muy poco conocido de la primera guerra mundial, el autohundimiento de la flota del Kaiser en Scapa Flow.

Cuando recordábamos, en este blog, el significado de lo que fue la batalla de Jutlandia (31 de mayo y 1 de junio de 1916), decíamos que estratégicamente, Alemania había perdido dicho enfrentamiento, puesto que sus buques, que lograron escapar a la destrucción total de manos de la Grand Fleet (Gran Flota británica), se encontraron al regresar a sus bases, en el mismo punto de partida anterior a la batalla. Practicamente bloqueados y ocultos en sus fondeaderos, sin ninguna posibilidad de intervenir en el conflicto.

Esta situación se mantuvo hasta el final de la guerra, la Flota Alemana permaneció anclada en Kiel y Wilhelmshaven y no vovió a salir más a alta mar. A principios de noviembre de 1918, los ejércitos del Kaiser retrocedían inexorablemente hacia sus fronteras, presionados por las fuerzas aliadas, más poderosas que nunca, ya que contaban ahora con el apoyo del cuerpo expedicionario norteamericano; la guerra parecía inevitablemente perdida. Ante esa situación, el almirante von Scheer y los altos mandos de la armada, decidieron sacar a los buques y lanzarlos en un ataque suicida contra la flota británica; sin saber, sin embargo, la reacción que la marinería iba a tener al conocer el plan.

Desmoralizados y temerosos, muy influenciados por lo que había ocurrido en Rusia durante  la revolución de octubre del año anterior, y la formación de los famosos comités de campesinos, obreros y soldados, (los “soviets”), los subalternos y marineros decidieron no obedecer a sus jefes, no embarcar y amotinarse contra ellos, antes que ir a lo que creian, una muerte segura. El levantamiento pronto pasó a convertirse en una revolución en toda regla, la misma que se extendió a todo el país. Resultado, si bien el movimiento fue dominado y reducido, con un alto costo en vidas humanas, el Kaiser Guillermo fue forzado a abdicar, se canceló la salida de la flota y Alemania no tuvo más remedio que rendirse incondicionalmente.

Durante la negociación del armisticio y las condiciones que implicaba la rendición, los paises vencedores decidieron internar a la Flota de Alta mar germana en la base británica de Scapa Flow, situada en las Islas Orcadas (Escocia), para después repartirse los principales buques. Es así que entre el 25 y 28 de aquel noviembre, los grandes buques de la armada alemana y sus tripulaciones, pasaron por la verguenza y humillación, de marchar en linea de fila, con sus cañones en silencio, escoltados por un solitario y minúsculo destructor, a su cautiverio en Scapa Flow.

Mientras se negociaba que hacer con los buques, los días, las semanas y los meses fueron pasando, y la situación de estos se deterioraba día a día, con unas dotaciones abandonadas a su suerte, desmoralizadas, en pésimas condiciones de salubridad y alimentación. Cuando a fines de junio de 1919, corrió el rumor que se iba a tomar ya la decisión de repartir las unidades entre las potencias vencedoras, el comandante de la flota cautiva, contraalmirante Ludwig von Reuter, envió por medio de señales camufladas, la señal esperada por sus hombres: la flota no se sería repartida entre sus enemigos, antes perecería y salvaría su honor.

Aprovechando que el grueso de la flota británica de guardia en la base habia salido esa mañana a unas maniobras en alta mar, el 21 de junio, los buques cautivos (la maniobra ya había sido acordada y practicada hacía tiempo), abrieron sus válvulas de fondo y los compartimentos estancos, en cinco horas, y ante la desesperación e impotencia de los ingleses que regresaron a toda máquina al conocer lo que estaba pasando, 10 acorazados, 5 cruceros de batalla, 5 cruceros ligeros y 32 destructores, integrantes de la misma flota que no había podido ser vencida en Jutlandia, se fueron a pique, luego de poner a buen recaudo a sus menguadas tripulaciones.

Los ingleses acusaron a los alemanes de romper las bases del armisticio y tomaron prisioneros por un buen tiempo a von Reuter y a sus hombres. Años después, empresas privadas reflotaron algunos de los buques germanos, para vender sus piezas como chatarra. Otros, todavía permanecen hoy hundidos en esa aguas, a pesar que Scapa Flow se cerró hece muchos años como base naval. Pero los marinos alemanes, fleles a una antigua e inflexible tradición, salvaron su Honor y el de su bandera. Por eso, en cuanto a honor militar, tal vez no haya más cabal intérprete, que un marino de la vieja escuela.

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 Ayer, 5 de junio, se cumplieron 136 años de la célebre respuesta dada por el coronel Bolognesi en Arica, durante la Guerra del Pacífico, cuando fue requerido por el invasor a entregar sin resistencia aquella plaza fuerte y el morro que la corona. El 5 de junio de 1880,  estando sitiada y rodeada la plaza y el puerto de Arica por fuerzas chilenas de mar y tierra muy superiores en número y en medios a los defensores, el sargento mayor del ejército de Chile, Juan de la Cruz Salvo, se presentó como parlamentario ante las líneas peruanas solicitando conversar con el jefe de la guarnición, el coronel Francisco Bolognesi. Salvo traia instrucciones precisas del coronel Lagos, comandante de las fuerzas sitiadoras, a fin de conseguir la entrega de la plaza sin que hubiera necesidad de combatir; el interés chileno no obedecía, como se dijo después, a supuestas razones humanitarias, sino al exagerado temor que estos tenían ante la posibilidad que los accesos al morro legendario estuviesen minados, lo que ocasionaría una gran mortandad entre las fuerzas atacantes.

Es conocida de sobra la enérgica respuesta del jefe de la plaza ante la propuesta de rendir la misma, frase que aprendemos los peruanos prácticamente desde la cuna y que forma parte de nuestro más entrañable signo de identidad: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. Vibrante respuesta que posteriomente fue consultada y entusiasticamente apoyada por el resto de jefes de la guarnición.

Años después de concluido el infausto conflicto, don Ricardo Palma, nuestro gran tradicionista, publicó, cuando nuevamente se encontraba al frente de la Biblioteca Nacional, su famosa tradición, “Francisco Bolognesi”, en la que narra los pormenores de la épica batalla y también, lo ocurrido cuando el héroe de Arica dio su célebre respuesta al parlamentario del invasor. Sin embargo, al poco tiempo, en Valparaiso y cuando ostentaba ya el grado de coronel del ejército de Chile (llegaría a ser general), De la Cruz Salvo publicó un artículo en el que negaba que la famosa expresión “hasta quemar el último cartucho” hubiera tenido lugar durante la conversación con Bolognesi, y que en todo caso, las expresiones de este en la misma fueron simplemente, “vulgares”.

El 18 de setiembre de 1885 (curiosamente, el día nacional de Chile), Palma. a su vez, le contesta al arrogante y desmemoriado militar con otro artículo en el que le demuestra la varacidad de la histórica frase. De parte peruana, los testigos sobrevivientes a la batalla, los oficiales Manuel De La Torre y Marcelino Varela, y el noble argentino don Roque Sáenz Peña, futuro presidente de su país, quien generosamente combatió por la causa peruana en dicha contienda, señalaron unanimemente, que la respuesta de Bolognesi fue tal cual la conocemos hoy en día. Es más, del lado chileno, el más prestigioso historiador del conflicto, Benjamín Vicuña Mackenna, hombre de conocida animadversión por todo lo peruano, señalaba en su obra , “Historia de la Guerra del Pacífico, III Volumen”, que el propio sargento mayor De la Cruz Salvo le contó la historia de la conversación sostenida con Bolognesi, mencionando claramente la expresión objeto del debate.

Así resulta que fue el principal testigo de la misma, el señalado sargento mayor, el encargado de hacer conocida y de difundir la inmortal frase. Por ello, y con la fina ironía que lo caracterizaba, don Ricardo Palma teminó la aludida aclaración de setiembre de 1885 con estas palabras textuales: “Si Bolognesi no pronunció la vulgaridad de quemar el último cartucho, en tal caso, atendiéndonos a Vicuña Mackenna y desdeñando otros informes y documentos oficiales, sería el mismo coronel Salvo y no yo, el inventor de esa, para mi y el sentimiento patriótico de los peruanos, bellísima y épica “vulgaridad”.

100 años de la batalla naval de Jutlandia.

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Hoy, 31 de mayo del 2016, y quizás en estos mismos momentos, se estén llevando a cabo sendos eventos de conmemoración, tanto en puertos importantes de las islas británicas, como Portsmouth o Rosyth (Escocia), como en la antigua base naval de Wilhelmshaven en Alemania. No es poco lo que se conmemora, nada menos que los 100 años de la mayor batalla naval de la historia, la gran batalla de Jutlandia, según la nomenclatura inglesa, o de Skagerrak, según la germana. Encuentro que se dio en el marco de la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, (1914- 1918), la que enfrentó de un lado a Inglaterra, Francia y Rusia (después la Unión Soviética durante el mismo conflicto), contra las potencias centrales, Alemania, el imperio austro-húngaro e Italia.

Luego de su épica victoria en Trafalgar (octubre de 1805), Gran Bretaña emergió como la mayor potencia naval en el mundo, primacía que ostentó hasta mediados del siglo XX. Es decir, durante la Gran Guerra, la enseña de la “Unión Jack” era todavía la soberana absoluta de los mares. No obstante, el imperio alemán, a partir de fines del siglo XIX, se atrevió a desafiar ese predominio, con un programa de construcciones navales nunca visto en la historia. Si bien, cuando comenzó el conflicto (agosto de 1914), Alemania no pudo alcanzar la paridad respecto al oponente británico, si consiguió formar una flota que por lo menos, mantuvo ocupados y en expectativa a los lores del mar.

Los mandos germanos sabían que de aceptar un combate abierto y decisivo entre ambas flotas, la “Grand Fleet” llevaba todas las de ganar, por ello, su estrategia fue evitar en lo posible dicho encuentro y realizar acciones puntuales y de menor calado, como por caso, atacar el tráfico comercial en el Atlántico, vital para la supervivencia del imperio británico. Al contrario, la estrategia inglesa era, confiados en su superioridad cuantitativa y material, en buscar dicho enfrentamiento para, en una sola gran batalla, destruir la flota alemana a lo “Nelson”.

Planteadas ambas estrategias, la Flota de Alta mar alemana permaneció fondeada en sus bases en el Mar del Norte esperando una ocasión para, sin arriesgarse completamente, dar algunos golpes a su linajudo oponente. La ocasión pareció llegar a fines de mayo de 1916, el mando de la escuadra había decidido una incursión, con todos sus efectivos, para bombardear instalaciones en Sunderland, en la costa este británica. Es así que la la Flota teutona se hizo a la mar dividida en dos componentes, primero, la escuadra de cruceros de batalla (1), al mando del vice almirante Franz von Hipper, cuya misión era explorar, digamos el terreno, para que después operaran los acorazados, detras zarpó el grueso de la escuadra, compuesta por 16 acorazados, al mando del comandante en jefe de la misma, el almirante Reinhard von Scheer.

Lo que ignoraban los alemanes era que los británicos estaban al tanto de sus movimientos y también, divididos en dos grandes agrupaciones salían a su encuentro. Igual que en el caso  de sus adversarios, adelante iba la escuadra de cruceros de batalla al mando del arriesgado  vice almirante sir David Beatty, y mucho más atrás, en imponente formación, el grueso de la Gran Flota, 24 acorazados, bajo el comando del almirante sir John Jellicoe, primer Lord del Mar.

Hacia las dos y media de la tarde del 31 de mayo, las flotas de cruceros se avistaron en el mar del norte, en una zona costera de la actual Dinamarca, denominada Jutlandia, dando inicio a este tremendo combate naval. La batalla tuvo varias fases, primero, el combate entre los cruceros de batalla, claramente favorable a los alemanes, sus buques eran algo más pequeños y con artillería de menor calibre, pero estaban formidablemente blindados y la calidad de sus proyectiles era insuperable. Resultado, tras tres horas de lucha, dos cruceros de batalla ingleses fueron hundidos, HMS Indefatigable y HMS Queen Mary, otros dos, gravemente dañados, HMS Lion y HMS Tiger, a cambio de averías graves en los cruceros alemanes Lûtzow y Seydlitz.

Al caer la noche y atraidos por el combate, hicieron su aparición ambas flotas principales, se sucedieron una serie de maniobras de contacto y de evasión en condiciones de nula visibilidad; durante el intercambio de fuego, nuevamente los ingleses llevaron la peor parte, perdieron a un tercer crucero de batalla, el HMS Invencible y a los cruceros pesados, HMS Defense y HMS Warrior, a cambio del hundimiento al fin y luego de seguir recibiendo duro castigo, del Lûtzow, por parte alemana. En la madrugada del 1 de junio, entraron en acción los torpederos de ambas flotas, fueron hundidos varios buques menores de los dos bandos y el viejo pre acorazado alemán Pommern, pero por más intentos de atraparla, Jellicoe no pudo “cazar” a la flota germana, la que finalmente pudo escapar y regresar a sus bases esa misma noche.

En téminos cuantitativos, las cifras nos dicen que Inglaterra perdió nada menos que 14 buques, entre ellos, como vimos, 3 cruceros de batalla, además, tuvo 6,077 muertos en acción.  Alemania perdió 11 buques, entre ellos, un crucero de batalla y un acorazado antiguo, además sufrió la muerte de 2,551 hombres. Por ello y durante décadas, se proclamaron ganadores de la batalla, lo cual puede ser cierto desde el punto de vista táctico, pero estratégicamente, al no cambiar la suituación general, es decir, continuar la flota alemana confinada en sus bases, sin poder salir, la victora correspondió al imperio británico. Un periodista norteamericano de la época, ejemplificó bien esta situación, cuando comentando la batalla, dijo: “los alemanes han atacado a su carcelero, le han pegado, pero continúan en la cárcel”:

Fue, sin dudas, la última gran batalla naval de la historia, la última en la que combatieron, cañón por cañón, solo buques; las grandes batallas de la segunda guerra, como Midway o el Golfo de Leyte, en la que intervinieron más buques y más hombres, fueron en realidad batallas aeronavales, con decisiva participación del componente aéreo, batallas, en que las flotas contendientes no se avistaban nunca. Hoy, los antiguos contendientes, más aliados que nunca, conmemoran juntos este gran episodio de su historia, el mismo que, al lado de la tragedia humana generada por la pérdida de tantas vidas, no deja de tener el sabor y el halo romántico de la batalla antigua.

(1). Cruceros de batalla, así fueron denominados buques de gran velocidad, con el tonelaje y la artillería de un acorazado pero malamente blindados, con la coraza de un crucero, lo que los hacía muy vulnerables. En Jutlandia se perdieron cuatro de estos buques, en cambio, ningún acorazado fue hundido. 

Revivir la historia (peruana y mundial)

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Aunque abogado de profesión y experiencia laboral, lo mio, en cuanto a gustos, ha sido siempre la historia, peruana y mundial, especialmente el enfoque político y militar de los grandes acontecimientos sociales, y si queremos ser más específicos, sobre los ocurridos a partir del siglo XIX.

Sin embargo, espero en este blog también, porqué no, incorporar acontecimientos históricos, aperentemente menos relevantes dirían algunos, como por ejemplo, hechos vinculados al más popular de los deportes, el fútbol, otro asunto que también me apasiona desde muy pequeño.

Comenzaré por publicar los capítulos más interesantes de una novela que escribí hace algunos años (y que nunca me he atrevido a publicar), sobre la experiencia que viví entre 1991 y 1994 en El Salvador, cuando fui miembro de la Misión de Observadores de las Naciones Unidas (ONUSAL), en dicho país. Casi un 80% por ciento de la misma se basa en hechos reales, los nombres son ficticios, los personajes no. Queda a vuestra entera observación. Muchas gracias.

El FMLN EN EL CAFÉ HAITí

 (Crónica apasionada de una experiencia vital durante el proceso de pacificación de El Salvador).                           

 


 

 

 

 

 

“no sé quienes son ustedes, ni de dónde vienen, pero lo que sí sé desde que los carros blancos empezaron a pasar por aquí, es que ya no tuve que ir  a enterrar gente todos los días”.

 

EL FMLN EN EL CAFÉ HAITÍ.

“Bueno, total, tan complicada no puede ser la cosa, en todo caso, será algo parecido a como se puso el tema en Ayacucho hace unos 8 o 9 años”.

Sentado, en un costado del Café Haití en Miraflores, mirando sin ver un partido de básquet de la NBA gringa que pasaban por TV y jugando con la última y humedecida servilleta que le quedaba tras tomarse un reparador cortado, Ignacio “Nacho” Beltrán pensaba y hablaba consigo mismo, pensaba y también esperaba. Aguardaba a alguien de quien sólo conocía la voz y esperaba asimismo que cuando lo tuviera enfrente este “alguien” no se percatara de lo nervioso que estaba.

“Qué rápido ha pasado todo esto”, se decía. Hacía apenas dos meses (era mediados de agosto de 1991) había recibido la invitación de las Naciones Unidas para sumarse a la flamante Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador (ONUSAL), como oficial jurídico. Dos meses en que tras su aceptación todo transcurría con mucha prisa. Por ejemplo, la entrevista con el Sr. Bonanno, un funcionario argentino que vino a Lima especialmente para entrevistarlo a él y a los otros 3 peruanos convocados. También la muy pesada sesión de exámenes médicos, los que incluyeron dejarse pinchar por un doctor muy anciano en un maloliente consultorio al lado del Hospital del Niño en plena Avenida Brasil, en el centro de la ciudad.

Por último, la llegada del FAX en inglés desde la sede de la organización en Nueva York, confirmando la fecha del viaje, el número de vuelo, las características del contrato, con quién contactarse al llegar, etc. En fin, al realizar cada actividad, Nacho se preguntaba, temeroso de caminar por un camino que podría no tener retorno, si esa,  que estaba tomando, era la mejor de las decisiones. Y pese a las dudas, a los recelos y al temor, el creía que sí, que la respuesta era afirmativa. Total, parecía tratarse de una misión de pacificación muy interesante con los “derechos humanos” como bandera principal.

Recordaba que su relación con las personas vinculadas al mundo de los derechos humanos venía de mucho tiempo atrás. Durante los últimos años de la secundaria en el miraflorino Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas, había conocido al responsable de la pastoral espiritual del Colegio, un sacerdote de los Sagrados Corazones, el padre Héctor de Cárdenas SSCC, que lo invitó a unirse a su comunidad de jóvenes comprometidos, allá en la calle Ramón Zavala, cerca del último óvalo de la Av. Pardo en Miraflores. Fue en ese local donde se unió a otros muchachos de ambos sexos, también alumnos de colegios religiosos para hacer algo de promoción social y trabajo comunitario. Conoció por vez primera la realidad dura y diferente de algunas barriadas limeñas y sintió también la nueva sensación que le daba ese cosquilleo, ese aturdimiento, cuando algunas de las chicas que le gustaban le daban un poco más de atención que a los demás muchachos (o al menos, eso es lo que él creía).

Después, vino el ingreso a la Universidad Católica y casi paralelamente, el ingreso a un partido de ideario socialista, revolucionario en las siglas, pero de corte más socialcristiano que otra cosa. La militancia política versus el peso de la realidad cotidiana y las exigencias de la carrera (pues sin muchas dudas, escogió estudiar Derecho), significaron el alejamiento de la actividad partidaria mas no el romper o distanciarse del campo que lo motivaba más: el mundo por ese entonces casi ignorado en el Perú, de la atención y protección de los llamados derechos humanos.

Si bien, cuando terminó la carrera, su propia tesis de bachiller trataba sobre un trabajo académico – jurídico vinculado a dicho tema, fue el ingreso como investigador en una ONG de ámbito regional, lo que definitivamente lo instaló en el mundo de la praxis y del activismo en la lucha por promover y defender los principales derechos de todos. Un mundo formado, es cierto, por una gran mayoría de ex alumnos de la Pontificia, sociólogos, antropólogos, literatos, abogados, siempre con el sello, el  distintivo de haber salido de la PUCP..

En tal sentido su renuncia a la ONG y su paso por Madrid, para estudiar Ciencia Política (y trabajar 2 años vendiendo seguros), fue sólo un paréntesis que se cerró cuando a su regreso, volvió a vincularse laboralmente con otra entidad privada vinculada al mundo de los derechos humanos. Sabía que fue por sugerencia de su jefe en la ONG indicada, el que su nombre fuera presentado como candidato para la flamante misión que la ONU preparaba para El Salvador.

Si bien, lo suyo estaba claro que era y seguía siendo el trabajar en ese terreno, igual se preguntaba si ello justificaba una aventura aparentemente tan riesgosa como viajar para vivir en El Salvador, un país que según la información que conocía, estaba siendo desgarrado por una cruenta y larga guerra civil. Las condiciones laborales, como cualquiera puede imaginarse respecto de un trabajo de naturaleza internacional, más todavía al ser la ONU el empleador, eran seguramente de las mejores, pero ¿y la seguridad personal? No olvidaba al reflexionar sobre ello, las responsabilidades que como hijo único tenía frente a su madre, él era el único sostén de doña Carmen, flamante viuda, pues su padre, Gonzalo, acababa de fallecer en el mes de mayo. ¿Se iría dejando a su madre sola en Lima y con el peso tan reciente de una pérdida tan dura?

– Disculpe, ¿es Ud. el señor Beltrán?

Una voz grave con marcado acento, creyó él entre venezolano y mexicano, lo hizo despertar de sus cavilaciones. Enfrente y de pie junto a él, estaba un personaje de pequeña estatura y de aspecto humilde. De rostro curtido, moreno y con un bigote a la usanza de las viejas películas mexicanas.

– Si, soy yo –

– Pues, gusto en conocerlo. Soy el compañero “Roberto”, representante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, en el Perú. Tengo instrucciones de hablar con Ud. antes de su traslado a nuestro país.

Sin mucho tiempo de procesar lo que escuchaba, Nacho tuvo en pocos segundos a su curioso interlocutor sentado a su costado. Y el hombre continuó:

– Antes que Ud. me pregunte cosas, le voy a transmitir algunas ideas que serán útiles para su futuro trabajo y también para su seguridad. Créame, sabemos todo sobre Ud. sobre su experiencia y vinculación con la defensa de los derechos humanos. Su pasado como militante de izquierda. Sabemos también que es soltero y que no viajará con familia…

A estas alturas el asombro de Nacho era casi total.

– Consideramos un acierto su elección como miembro de la ONUSAL. El Frente, debe Ud. saber, es el primer interesado en llegar a un acuerdo negociado que ponga fin a la guerra de liberación nacional que venimos librando desde 1980

– El principal problema para alcanzar la paz es convencer a los sectores más duros y recalcitrantes de la extrema derecha salvadoreña, de la Fuerza Armada y los paramilitares vinculados a ésta. Se ha llegado gracias a nuestras acciones y al apoyo popular a un virtual empate militar que, muy a su pesar, estos sectores están ya reconociendo. Para garantizar que se continúe con la negociación, se ha recurrido a las Naciones Unidas, organización en la que confiamos plenamente, por su historia, capacidad e imparcialidad –

“Roberto” continuó hablando, con convicción pero sin mayor emoción, como que estuviera repitiendo un discurso bien aprendido o dicho ya anteriormente.

– En cuanto a su seguridad, desconfíe de las autoridades y de los uniformados, no olvide que ellos, si aceptan la presencia de la Misión es porque no les queda otra, que en el fondo detestan la idea que organismos extranjeros, seguramente formados por “comunistas – y ensayó una sonrisa – vengan a enmendarles la plana. En cambio, verá Ud. cómo el pueblo, y mientras más humilde lo sea con mayor razón, no sólo los va a recibir bien, sino que les dará en la medida de sus posibilidades, el  mayor de los apoyos. Nuestra gente, en el monte o en las ciudades, sabe bien de la instalación de la Misión y están debidamente aleccionados para darles toda su colaboración. Lo único que esperamos de ustedes es que digan exactamente las cosas como vean que son, que sean imparciales y que respeten en todo momento a nuestro pueblo –

Aunque se había preparado mentalmente para el momento y tenía toda una batería de preguntas por hacer y dudas que aclarar, Nacho se quedó casi sin habla cuando el representante del Frente Farabundo Martí terminó de aleccionarlo. En realidad, cayó en cuenta que el pequeño hombre de la mirada aguzada le había aclarado en breves minutos muchos de sus interrogantes.

– Bueno mi amigo, me voy. He cumplido con mi encargo. Espero que le guste mi tierra y sus “pupusas” –

Por supuesto que Nacho jamás había escuchado anteriormente este término, ¿pupusas? – pero no se atrevió a preguntar.

“Roberto” aún no había terminado: – Hace mucho, pero mucho calor, pero se acostumbrará. No se preocupe ni pierda su tiempo en buscarnos cuando llegue, que a través de su trabajo nos encontrará sea cual sea el lugar al que lo destinen y si no, ya verá, nosotros lo encontraremos. Suerte, mucha suerte –

Y sin más se levantó. Un apretón de manos frío pero cortés y Nacho que lo veía perderse a paso rápido entre los carros estacionados en la Avenida Diagonal.

(continuará).