Un Dios prohibido

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Hace pocas semanas, estuvo en la cartelera limeña, por muy pocos días lamentablemente, la película española “Un Dios prohibido”. En ella se narra de manara bastante convincente por lo demás, la persecución, detención y posterior ejecución de aproximadamente cincuenta seminaristas de la orden claretiana, otro terrible suceso de aquel agosto de 1936, ocurrido en la localidad de Barbastro, en la provincia de Huesca, Aragón.

Influenciados seguramente por nuestra educación católica tradicional y también por las películas clásicas de semana santa, muchas peruanas y peruanos, cuando escuchan hablar de las persecuciones sufridas por la iglesia católica, piensan de inmediato en los días del imperio romano, de Nerón y de sus sucesores. Sin embargo, está documentado que la mayor persecución y exterminio de sus miembros en occidente, fue sufrida por la iglesia en aquel verano de 1936, en la España asolada por la guerra civil. Entre julio y diciembre de dicho año, cerca de 10 000 sacerdotes, hermanos, religiosas y religiosos, laicos comprometidos, fueron asesinados en el territorio controlado por la república, en la absoluta mayoría de casos, por el único “delito” de ser religiosos y no abjurar de su fe.

Entre ellos, por ejemplo, se asesinó a doce obispos en ejercicio, destacando los casos de los prelados, Cruz Laplana y Laguna (Cuenca); Florentino Asensio Barroso (Barbastro); Manuel Basulto Jiménez (Jaén); Manuel Borrás i Ferré (auxiliar de Tarragona); Narciso de Esténaga y Echevarría (Ciudad Real) y Anselmo Polanco Fontecha (Teruel).

Casi no hay orden, congregación o instituto católico que no haya pagado una alta cuota de sangre en este martirologio. No se escapa, por caso, ninguna de las órdenes conocidas y establecidas en nuestro medio desde hace tanto: jesuitas, franciscanos, claretianos, hermanos maristas,  agustinos, carmelitas, diocesanos, etc. Simplemente como ejemplo, más de 200 hermanos y religiosos maristas fueron sacrificados en el inicio de contienda, incluso algunos con anterioridad a la misma, como el caso del Hno. Bernardo (Plácido Fábrega), declarado beato hace muy poco tiempo, asesinado durante la revolución minera de Asturias, antecedente directo de la guerra civil,  en octubre de 1934.

Durante el pontificado del ahora santo, Juan Pablo II, se elevó a los altares a centenares de estas víctimas inocentes, entre ellos,  seis de los obispos mártires, hoy beatos; seguramente en un futuro inmediato, esta relación crecerá aún más. Más allá del recuerdo y de la admiración por estos testimonios de compromiso y fidelidad al evangelio, corresponde valorar en su exacta dimensión, lo que fue esta cruel y criminal persecución.

Sostengo que este y en general, cualquier episodio de la guerra de España debe medirse y analizarse sin perder de vista el contexto político y social en el que se desarrolló el conflicto. Sin ninguna intención de justificar y menos soslayar crímenes tan brutales e inicuos, lo cierto es que en la inmensa mayoría de casos, estas víctimas inocentes, fueron señaladas por el furor republicano de los primeros días de la guerra como partícipes  y cómplices de la situación de explotación y marginación de los sectores populares. La Iglesia, (al igual que el Ejército y la Armada), simbolizaba para los milicianos de los partidos y organizaciones de izquierda, al bando opresor culpable de su situación de miseria y postergación, que roto el dique de la pasión con el estallido de la guerra, había que eliminar para siempre.

La enorme injusticia que representan estos crímenes, se percibe con claridad en que en la totalidad de los casos, bastó el probar la pertenencia del religiosa o religiosa a alguna orden eclesiástica, o la negativa a abjurar de su fe, para que estos se consumaran. Por ello, mi permanente admiración por el valor y la entereza de estos mártires. Empero, de otro lado, si cuestiono la manipulación política que sectores de la jerarquía eclesiástica y de la derecha española ha dado a estos hechos, en especial respecto a los cientos de víctimas de esta matanza elevados a los altares en los últimos 20 años. Se ha analizado estos sucesos sacándolos de su contexto, con ojos actuales, pretendiendo culpar a la izquierda española actual de las aberraciones cometidas, hace hoy, 80 años.

Con la misma pasión con que se denuesta por ejemplo al PSOE (partido Socialista Obrero Español) por haber impulsado la controvertida ley de la Memoria Histórica, y a la inevitable secularización que hoy se vive en España y en Europa en general, sería pertinente, por ejemplo, que la iglesia española recuerde y exalte a las miles de víctimas de la represión del bando nacional, muchos de ellos con seguridad, católicos practicantes, o al menos, a los cerca de 30 sacerdotes y religiosos vascos, partidarios de la república, ejecutados por los vencedores de la guerra en el mismo y terrible verano de 1936.

 

 

jmc

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