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La guerra de Franco.

Retomamos nuestros artículos sobre los 80 años transcurridos de la guerra civil española. Esperamos prolongar los mismos hasta abril del 2019, cuando se cumplan, justamente, 80 años de la caída de Madrid en manos de los nacionales y del fin de la guerra, al menos, del enfrentamiento bélico como tal.

En este 2017, el primer aniversario que evocamos es el de la cruenta batalla del Jarama, librada por estas fechas pero en febrero de 1937. Se trató del primer enfrentamiento a gran escala y en campo abierto del conflicto, fue también la primera vez que el llamado Ejército Popular, actúo como tal en defensa de la república, es decir como una milicia regular frente al experimentado ejército nacional, formado, como sabemos, por profesionales veteranos de las armas.

Lleva el nombre con el que ha pasado a la historia, por haber transcurrido la acción sobre las márgenes del río Jarama, afluente del Manzanares, que bordea por el este la capital española. Detenida la ofensiva rebelde en las puertas mismas de Madrid en noviembre de 1936, los mandos nacionales decidieron lanzar una potente ofensiva por el sur este de la ciudad para así flanquear a los defensores, aprovechando su ya inmensa superioridad material, gracias a la llegada de equipos, armas y hombres, enviados por los fascistas italianos y los nazis alemanes.

Sin embargo, con enorme valor y sobreponiéndose a todo tipo de adversidades. los republicanos consiguieron detener el ataque nacional y a su vez animarse a realizar fuertes contraataques. Tras 20 días aproximadamente de fiera lucha y con más de 10 000 muertos entre ambos bandos, la batalla culminó en una suerte de empate táctico: los rebeldes, nuevamente, no consiguieron flanquear y tomar Madrid, pero a su vez, la república no pudo pasar a  la ofensiva estratégica. La línea del frente en esa zona, tras la batalla, no se movería más hasta el final de la contienda.

Durante el resto del año se producirían otras batallas de importancia, como Guadalajara, con victoria republicana y el Brunete, que vio un masivo uso de blindados, pero ninguna resultaría decisiva o tendría un impacto definitivo en la resolución del conflicto.

Aquí es donde conviene detenerse en analizar la compleja personalidad del gran vencedor de la guerra civil, pues consiguió objetivos incluso muy superiores a los perseguidos por su propio bando: el general Francisco Franco.

Hombre de escasa cultura y regular inteligencia, empero, dueño de un valor y audacia a toda prueba en el plano militar, además de ser taimado y muy astuto, Franco fue lentamente consolidando un poder absoluto y hegemónico en el bando rebelde hasta convertirse en el “El Caudillo”, en jefe y dirigente máximo de la llamada “cruzada” nacional. Tuvo la habilidad y una suerte especial para que todos los potenciales rivales que pudieron hacerle “sombra” en la dirección del futuro Movimiento, fueran despareciendo en curiosas y diferentes circunstancias.

En cuanto a sus posibles competidores militares, que incluso al inicio del levantamiento tenían un puesto de mayor relevancia que el suyo en la dirección de este, fueron saliendo del camino, uno tras otro. El general Sanjurjo, exiliado en Portugal y llamado a liderar la sublevación, murió en un tonto accidente de aviación apenas a los dos días del inicio de esta, los generales Fanjul y Goded que fracasaron en tomar Madrid y Barcelona, respectivamente, fueron fusilados por los republicanos. El jefe del contingente nacional del Norte y auténtico cerebro del levantamiento, general Emilio Mola, también perecería en junio de 1937 en otro extraño accidente aéreo.

Y respecto a los civiles prominentes que pudieron quitarle el primer protagonismo, Gil Robles, cabeza visible de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), se autoexilió al inicio del conflicto desapareciendo de la escena política, mientras que el fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, fue fusilado en Alicante en noviembre de 1936, sin que Franco hiciera el menor esfuerzo por aceptar el canje de prisioneros que por el ofrecía el mando republicano. Eso sí, con la victoria y terminado el conflicto, Franco no dudó, con el fin de dotar de simbología al nuevo régimen, en exaltar hasta lo indecible y declarar mártires de la “nueva España” a Primo de Rivera y a José Calvo Sotelo.

Lo más, en todo caso para nosotros detestable, fue la forma en que el pequeño y soberbio militar gallego, no dudó en prolongar la contienda por casi 3 años al servicio de su conveniencia personal, sin importarle la enorme destrucción que el conflicto causaba al país, ni mucho menos, la vida de sus propios soldados.

Fueron varios los momentos en que la guerra pudo haber culminado antes de 1939, si hubiese tomado las decisiones lógicas que el momento militar demandaba. Así, a mediados de septiembre de 1936, con la toma de Talavera de la Reina, las vanguardias nacionales estaban a tiro de tomar Madrid, lo que hubiese supuesto el rápido final de la contienda. En esos momentos, las fuerzas de la república no eran más que un conjunto desordenado de entusiastas aficionados, sin ninguna experiencia y preparación bélica, aún sin la ayuda militar soviética y sin el apoyo de las brigadas internacionales, apoyo que, como se sabe, sería decisivo dos meses más tarde. Madrid hubiera caído, con seguridad, en muy breve tiempo.

Pero el “generalísimo” decidió paralizar el avance y desviar sus tropas hacia Toledo para liberar el Alcázar, sin ninguna importancia militar en lo estratégico, con el exclusivo fin de dar a su causa un primer símbolo que asegurara su prestigio y sentara las bases para su futuro poder, aún a costa de la prolongación del enfrentamiento, pues cuando se reanudó el avance 50 días después, ya era demasiado tarde, la república había ganado un tiempo precioso en prepararse y en organizar la numantina resistencia que ya conocemos.

Y así fue hasta el fin del conflicto, pues hubo otros momentos en los que Franco, deliberadamente y ya en el mando supremo de las operaciones, paralizó, desvió o demoró campañas y ofensivas, consiguiendo prolongar innecesariamente el final de la amarga contienda. Tomó Madrid, en abril de 1939, solo cuando tuvo la plena seguridad en que nada ni nadie podría discutir su liderazgo en el nuevo Estado que nacía, y en que este se moldearía únicamente de acuerdo a sus ideas y conveniencias. Así se inició la larguísima dictadura que por casi 40 años tuvo que soportar el pueblo español, en las que, como el mismo solía decir, “tengo todo atado y bien atado”.

 

 

 

jcm