Archivo por meses: julio 2016

El vencedor escribe la historia.

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Sobre los golpes y las asonadas militares del pasado se ha dicho y con razón, que el balance de los mismos era diferente y variaba en función de si esos movimientos triunfaban o no. Si el golpe era develado, se hablaba que “la legalidad se había impuesto”, que “la democracia estaba a salvo”, y a los golpistas derrotados se les señalaba poco menos que como traidores de la patria. En cambio, si este triunfaba, aunque parezca una contradicción, los autores eran reconocidos como “salvadores de la patria y de la legalidad”, por más que la misma hubiese, justamente, haber sido encarnada por los depuestos.

Continuando con los recuerdos de los 80 años de iniciada la guerra civil española, algo muy similar ha ocurrido con la valoración que la historia dedica a la asonada militar que puso fin al gobierno de la república y que, precisamente, por no haber alcanzado el éxito total, propició el estallido del conflicto.

El sábado 18 de julio de 1936, el movimiento militar iniciado el día anterior en Ceuta y Melilla, posiciones del antiguo protectorado español en el actual Marruecos, se extendió prácticamente por todo la península, comenzando en el sur andaluz, en Sevilla. Durante varios días se suscitaron duros combates en casi todas las ciudades importantes pero también en cada alejado pueblo del reino. De un lado, la mayoría de las unidades del Ejército, la Armada y de la Guardia Civil, con el apoyo de milicias fascistas y monárquicas, del otro, las milicias sindicales obreras y campesinas de los partidos y sindicatos de izquierda, con el apoyo de la pequeña parte de militares y guardias civiles que no se plegaron al movimiento.

Hacia el miércoles 22 de julio, hoy hace exactamente 80 años, prácticamente la península apareció dividida en dos sectores, los lugares donde triunfó el golpe, (Canarias, Galicia, gran parte de Asturias, Castilla – León, Extremadura, buena parte de Andalucía), y los lugares donde este fracasó, en donde el pueblo en armas había tomado, en la práctica, el poder (Castilla – La Mancha, Levante, Cataluña, Aragón y el País  Vasco, zonas que incluían a las principales ciudades del país, como la capital, Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao). Se habían producido ya episodios terribles como el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, o el feroz combate en los alrededores del monumento a Colón en Barcelona, y comenzaba, ese mismo día, el mítico asedio del Alcázar de Toledo.

En las zonas bajo control de los insurrectos, más tarde llamada zona o bando nacional, se instauró, paralelamente a las acciones propias de la guerra, un típico régimen militar de mano dura, antecesor de los sanguinarios gobiernos castrenses que conoceríamos en América Latina en los años setenta. Gobernar por medio de bandos militares, Ilegalización de los partidos del Frente Popular y sindicatos afines, persecución implacable de los miembros y simpatizantes de dichas agrupaciones, llegando al exterminio físico en la mayoría de casos, férreo control de la prensa. Incluso, cuando la situación se estabilizó en ambos sectores, se llegó a juzgar y condenar a los derrotados, a quienes defendieron la legalidad republicana, por el delito de “rebelión militar”, tremenda aberración y contradicción tanto jurídica como política. No caben, entonces, mayores dudas, el contenido de los hechos históricos es dictado, la mayoría de las veces, por quienes resultan vencedores y beneficiados con los mismos.

La gota que rebalso el vaso

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Se cumplen, hoy, 13 de julio, 80 años del secuestro y posterior asesinato en Madrid del político conservador español, José Calvo Sotelo. Menos de una semana después, el 18 de julio de 1936, con el levantamiento de las guarniciones del ejército en las antiguas posiciones del protectorado español en Africa (actual Marruecos), se iniciaba el golpe militar que culminaría en la terrible guerra civil que desangró y postró por décadas a España.

La cercanía en las fechas de estos dos acontecimientos, han llevado a historiadores, periodistas y políticos en estas ocho décadas, a asegurar, unos, que este crimen fue la causa principal del estallido del conflicto, otros, que fue el detonante, la “gota que rebalsó el vaso” para desencadenar su inicio. Quiero, con este artículo, recordar el momento y también, tomar partido por una de ambas posturas.

Durante el verano de 1936, España se debatía en una crisis social y política de enorme envergadura. En febrero, 6 meses antes, el Frente Popular, suma de fuerzas republicanas y de izquierda, moderadas y radicales, había vencido en las elecciones generales a su opositor, el Frente Nacional, suma a su vez de las derechas, las monárquicas y otras más modernas, que contaban con el apoyo de las siempre influyentes y poderosas fuerzas armadas y la iglesia católica.

Sin embargo, se trató de un triunfo, si bien inobjetable, obtenido con un margen diferencial muy escaso, lo que dejaba al país polarizado y prácticamente dividido en dos. Ambas coaliciones no estuvieron dispuestas a terminar su enfrentamiento con el recurso a las urnas, llevaron su disputa a las calles, con todo lo ello significaba: asesinatos selectivos dirigidos contra miembros del “enemigo”, los que originaban de inmediato, la posterior represalia en forma de un nuevo crimen, incendios y destrucción de propiedades civiles y religiosas, huelgas interminables en el campo y en la ciudad. No había espacio para el acuerdo o el dialogo: se trataba de “ellos o nosotros”, “blanco o negro”.

En ese contexto altamente explosivo, la tarde del domingo 12 de julio de 1936, en la puerta de su casa en Madrid, era asesinado el teniente José del Castillo, miembro de la Guardia de Asalto (cuerpo policial antidisturbios creado durante la república), y conocido militante socialista, que además de sus funciones como policía, cumplía labores de adoctrinamiento dentro del cuerpo de seguridad. Los autores del crimen fueron pistoleros de la Falange, el movimiento fascista, “a la española”, creado por José Antonio Primo de Rivera pocos años antes.

En represalia, actitud que, como se ha dicho, era moneda corriente en esos días, un grupo de guardias compañeros de armas y de  ideología con la víctima, mas el apoyo de elementos de la Guardia Civil, también de izquierda, salieron en la madrugada del lunes 13 a saciar su sed de venganza. Fueron al domicilio del más visible líder de las derechas, el diputado José María Gil y Robles, pero no lo encontraron (Gil y Robles había salido del país días antes para exiliarse en Francia, en donde pasó escondido toda la guerra civil).

Al no encontrarlo, se detuvieron, sobre las tres de la madrugada, en el número 89 de la madrileñísima calle de Velásquez, en donde vivía Calvo Sotelo, diputado, ex ministro de Hacienda y prominente líder monárquico. A pesar de sus protestas y en presencia de su familia, fue sacado a viva fuerza del domicilio e introducido en una camioneta de la Guardia de Asalto. A menos de dos cuadras de su casa y de manera por demás artera, el guardia Luis Cuenca, le disparó dos tiros en la nuca a quemarropa. El cuerpo fue dejado en la puerta del cementerio de la Almudena, donde fue encontrado y reconocido con las primeras horas del día.

El asesinato de Calvo Sotelo, sumado al del teniente Castillo, conmocionó y polarizó aún más al país. Ambos sepelios se realizaron el martes 14, con horas de diferencia pero con los ánimos absolutamente crispados en ambos sectores. Ante los restos del diputado monárquico, su correligionario, José Antonio Goicochea, dio un célebre discurso que terminó con proféticas invocaciones: “Ante esta bandera colocada como una reliquia sobre tu pecho, ante Dios que nos oye y nos ve, empeñamos juramento solemne de consagrar nuestra vida a esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte, salvar a España. Que todo es uno y lo mismo, porque salvar a España será vengar tu muerte, e imitar tu ejemplo será el camino más seguro para salvar a España”.

No se puede encontrar en este alevoso crimen, sin embargo, la causa definitiva de la guerra fratricida que durante tres interminables años iba a asolar España, los militares que abiertamente conspiraban contra la república con el apoyo de varios movimientos y organizaciones civiles, se venían reuniendo desde hacía meses y estaba ya decidido que se interrumpiría la vigencia de la legalidad republicana, solo faltaba señalar fecha y lugar.

No obstante, pienso, como muchos, que si se puede reconocer en este atentado, el hecho que terminó por decidir y convencer a los últimos jefes militares indecisos; el propio general y futuro dictador, Francisco Franco reconocería muchos años después, que el asesinato de Calvo Sotelo terminó por convencerlo que había que acabar con la república para, en su lógica, “salvar al país”. Fue, en términos coloquiales, “la gota que rebalsó el vaso”. En pocos días se iba a dar comienzo, en clave taurina y en las palabras del hispanista Hugh Thomas, a la más trágica de las corridas de la historia española.