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“The worst day in the history of the British army”

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Sigamos, pues, jugando con las fechas. Hoy, 1 de julio del 2016, se cumple el aniversario de otro hecho de armas trascedental de la Gran Guerra (1914- 1918), los 100 años del inicio de la batalla del Somme, episodio más conocido en occidente porque fue, “el peor día en la historia del ejército británico”, tal como indica el título.

En los centenares de años que tiene de existencia el ejército ingles (The Royal Army), al lado de innumerables episodios victoriosos que han engrandecido su leyenda, existen también, cierto que en menor escala, terribles derrotas, con costos muy altos para la corona de la llamada, por sus adversarios, “Pérfida Albión”. Yorktown, en la guerra de independencia norteamericana, Isandhlwana, ante una tribu africana, (los Zulús), en 1879, Arnhem, la fallida operación “Market Garden”, en la fase final de la segunda guerra mundial, pasando por la no menos mítica carga de la “Brigada Ligera”, duranrte la guerra de Crimea, carga que más allá de la aureola romántica que la ha rodeado, fue en verdad, un mayúsculo desastre militar; pero ninguna, de verdad, tan terrible en costo de vidas humanas como lo ocurrido en el primer día de la batalla del Somme.

Regresemos al contexto y la situación militar de la época, al finalizar la primavera de 1916, tercer año de la guerra, la batalla de Verdún, iniciada en febrero del citado año, concentraba toda la atención de los beligerantes en el frente oocidental, por ello, en el afán de aliviar la presión que sufrían las fuerzas francesas sitiadas en Verdún y tambien por las consecuencias de la progresiva retirada rusa en el frente oriental, Lord Horatio Kitchener (Primer Lord de la Defensa), en acuerdo con el general sir Douglas Haig, comandante de la BEF (British Expeditionary Force), en Francia, y el general francés, Ferdinand Foch, concibieron un audaz plan para recuperar territorio en el norte de Francia y así obligar al mando germano a trasladar tropas desde el frente de Verdún, aliviando la resistencia francesa en ese sector.

El plan consistía en lanzar un masivo ataque de infantería en las derivaciones del Rio Somme, situado en el sur- este de la zona del Pas de Calais, en el norte de Francia, contando para ello con el concurso de 13 divisiones británicas y 11 francesas. Como preparación del ataque, el 24 de junio, muy temprano, la artillería aliada inició un inclemente bombardeo, con más de 1,500 bocas de fuego, contra las líneas alemanas, el mismo que duró hasta la víspera del ataque (30 de junio). También hicieron estallar minas subterráneas debajo de las trincheras del enemigo, causando una gran mortandad. Haig y Foch, confiados en que la barrera de fuego había diezmado a los defensores, prepararon las órdenes para el ataque. No repararon, sin embargo, en un importante y crucial detalle. Las tropas, especialmente las británicas que iban a participar en el ataque, eran reclutas novatos recién llegados a suelo francés, sin la menor experiencia en combate.

Del otro lado del terreno, los defensores alemanes, bajo la órdenes del general Fritz von Below, a pesar del duro castigo recibido, esperaban a los atacantes en silencio. Poco después del amanecer del 1 de julio de 1916, en filas compactas y sobre un frente de unos 16 km de largo, los jóvenes y novatos infantes británicos, llevando un peso muerto que casi llegaba hasta los 30 kg, sobre sus espaldas, avanzaron a paso de trote y luego de carga contra las trincheras del enemigo.

Les aguardaba una inesperada y amarga sorpresa. Los alemanes los iban a recibir con una interminable fila de ametralladoras, las mortales Maxim- DW- MG 08, “Maschinegewehr 08″, que podían disparar más de 400 balas por minuto. El resultado no pudo ser más catastrófico para los atacantes: al caer la tarde se contabilizaba entre los ingleses, la asombrosa cifra de más de 57, 470 bajas, de los cuales, entre 18 y 20 000 fueron muertes (en esos primeros días los alemanes tuvieron unas 8 000 bajas). Fracasada la ofensiva, con los atacantes de regreso al punto de partida inicial, se inició a partir del día siguiente, una nueva e interminable lucha de desgaste, con mínimos progresos por ambos bandos y que al llegar a su final, en noviembre del mismo año, no había representado mayor cambio en la situación de estancamiento del conflicto ni en los planes  de los beligerantes.

Cuando Usted, amigable lectora o lector, participe de estas líneas, tal vez haya terminado ya la principal ceremonia de conmemoración por este especial aniversario, a llevarse a cabo en medio del antiguo campo de batalla, en el “The Thiepval Memorial”, gran mausoleo – cementerio, que guarda los restos de miles de combatientes ingleses y franceses caidos en dicha batalla, diseñado y construido por Sir Edwin Lutyens, en 1932. Se estima que 10, 000 personas, muchas especialmente invitadas, asistirán a la ceremonia y demás eventos conmemorativos, al lado de dignatarios y militares de la Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, e incluso, del antiguo adversario, Alemania.

Como es lógico, es en Inglaterra donde se realizarán más ceremonias recordatorias; este 1 de julio, a las 7:28am, hora del Reino Unido, se guardará a nivel nacional, dos minutos de silencio, la misma hora en que hace 100 años, la primera oleada de infantes británicos se lanzó, para ser barridos por un fuego inclemente, sobre las líneas alemanas, acto seguido, tropas de la Real Artillería Montada del Rey, harán fuego de salva por 100 segundos desde la plaza del parlamento en Londres, para culminar esos, seguro, sobrecogedores dos minutos, con el tañido de las campanas del histórico Big Ben. También, en la Abadía de Westminster, se tendrá un especial servicio, con la presencia de la reina Isabel II.

Como se puede apreciar, habrá este dia muchas actividades a ambos lados del canal de la Mancha, recordando seguramente con mucha emoción y patriotismo, a quienes sucumbieron hace una centuria, en una carga tan impresionante como inútil. Discursos, salvas de cañón, desfiles, monumentos, pero dudo que se escuche alguna palabra de condena, de reconocimiento tardió de responsabilidades de los herederos de quienes enviaron a una muerte segura a miles de jóvenes, sin ninguna preparación ni experiencia. ¿Se sigue creyendo que el amor a la patria, a lo que es tuyo, se ventila mejor en un campo de batalla?. Si no se aprendió la lección de este holocausto, pese al paso de los años, habrá valido de muy poco que Inglaterra recuerde hoy el que es llamado, “The worst day in the history of the British Army”.

Cuando el honor no es negociable.

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En el mundo militar, el tema del honor y el sentido que en si mismo tiene esta palabra, ocupa un lugar muy especial entre los valores que desde tiempos inmemoriables, guardan las intituciones castrenses; pensamos, sin embargo, que este sentido del honor militar encuentra una especial relevancia y contenido en las tradiciones navales de las principales marinas del mundo.

Continuando con nuestro deseo de recordar aniversarios y efemérides de la historia militar, voy a comentar un episodio muy poco conocido de la primera guerra mundial, el autohundimiento de la flota del Kaiser en Scapa Flow.

Cuando recordábamos, en este blog, el significado de lo que fue la batalla de Jutlandia (31 de mayo y 1 de junio de 1916), decíamos que estratégicamente, Alemania había perdido dicho enfrentamiento, puesto que sus buques, que lograron escapar a la destrucción total de manos de la Grand Fleet (Gran Flota británica), se encontraron al regresar a sus bases, en el mismo punto de partida anterior a la batalla. Practicamente bloqueados y ocultos en sus fondeaderos, sin ninguna posibilidad de intervenir en el conflicto.

Esta situación se mantuvo hasta el final de la guerra, la Flota Alemana permaneció anclada en Kiel y Wilhelmshaven y no vovió a salir más a alta mar. A principios de noviembre de 1918, los ejércitos del Kaiser retrocedían inexorablemente hacia sus fronteras, presionados por las fuerzas aliadas, más poderosas que nunca, ya que contaban ahora con el apoyo del cuerpo expedicionario norteamericano; la guerra parecía inevitablemente perdida. Ante esa situación, el almirante von Scheer y los altos mandos de la armada, decidieron sacar a los buques y lanzarlos en un ataque suicida contra la flota británica; sin saber, sin embargo, la reacción que la marinería iba a tener al conocer el plan.

Desmoralizados y temerosos, muy influenciados por lo que había ocurrido en Rusia durante  la revolución de octubre del año anterior, y la formación de los famosos comités de campesinos, obreros y soldados, (los “soviets”), los subalternos y marineros decidieron no obedecer a sus jefes, no embarcar y amotinarse contra ellos, antes que ir a lo que creian, una muerte segura. El levantamiento pronto pasó a convertirse en una revolución en toda regla, la misma que se extendió a todo el país. Resultado, si bien el movimiento fue dominado y reducido, con un alto costo en vidas humanas, el Kaiser Guillermo fue forzado a abdicar, se canceló la salida de la flota y Alemania no tuvo más remedio que rendirse incondicionalmente.

Durante la negociación del armisticio y las condiciones que implicaba la rendición, los paises vencedores decidieron internar a la Flota de Alta mar germana en la base británica de Scapa Flow, situada en las Islas Orcadas (Escocia), para después repartirse los principales buques. Es así que entre el 25 y 28 de aquel noviembre, los grandes buques de la armada alemana y sus tripulaciones, pasaron por la verguenza y humillación, de marchar en linea de fila, con sus cañones en silencio, escoltados por un solitario y minúsculo destructor, a su cautiverio en Scapa Flow.

Mientras se negociaba que hacer con los buques, los días, las semanas y los meses fueron pasando, y la situación de estos se deterioraba día a día, con unas dotaciones abandonadas a su suerte, desmoralizadas, en pésimas condiciones de salubridad y alimentación. Cuando a fines de junio de 1919, corrió el rumor que se iba a tomar ya la decisión de repartir las unidades entre las potencias vencedoras, el comandante de la flota cautiva, contraalmirante Ludwig von Reuter, envió por medio de señales camufladas, la señal esperada por sus hombres: la flota no se sería repartida entre sus enemigos, antes perecería y salvaría su honor.

Aprovechando que el grueso de la flota británica de guardia en la base habia salido esa mañana a unas maniobras en alta mar, el 21 de junio, los buques cautivos (la maniobra ya había sido acordada y practicada hacía tiempo), abrieron sus válvulas de fondo y los compartimentos estancos, en cinco horas, y ante la desesperación e impotencia de los ingleses que regresaron a toda máquina al conocer lo que estaba pasando, 10 acorazados, 5 cruceros de batalla, 5 cruceros ligeros y 32 destructores, integrantes de la misma flota que no había podido ser vencida en Jutlandia, se fueron a pique, luego de poner a buen recaudo a sus menguadas tripulaciones.

Los ingleses acusaron a los alemanes de romper las bases del armisticio y tomaron prisioneros por un buen tiempo a von Reuter y a sus hombres. Años después, empresas privadas reflotaron algunos de los buques germanos, para vender sus piezas como chatarra. Otros, todavía permanecen hoy hundidos en esa aguas, a pesar que Scapa Flow se cerró hece muchos años como base naval. Pero los marinos alemanes, fleles a una antigua e inflexible tradición, salvaron su Honor y el de su bandera. Por eso, en cuanto a honor militar, tal vez no haya más cabal intérprete, que un marino de la vieja escuela.

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 Ayer, 5 de junio, se cumplieron 136 años de la célebre respuesta dada por el coronel Bolognesi en Arica, durante la Guerra del Pacífico, cuando fue requerido por el invasor a entregar sin resistencia aquella plaza fuerte y el morro que la corona. El 5 de junio de 1880,  estando sitiada y rodeada la plaza y el puerto de Arica por fuerzas chilenas de mar y tierra muy superiores en número y en medios a los defensores, el sargento mayor del ejército de Chile, Juan de la Cruz Salvo, se presentó como parlamentario ante las líneas peruanas solicitando conversar con el jefe de la guarnición, el coronel Francisco Bolognesi. Salvo traia instrucciones precisas del coronel Lagos, comandante de las fuerzas sitiadoras, a fin de conseguir la entrega de la plaza sin que hubiera necesidad de combatir; el interés chileno no obedecía, como se dijo después, a supuestas razones humanitarias, sino al exagerado temor que estos tenían ante la posibilidad que los accesos al morro legendario estuviesen minados, lo que ocasionaría una gran mortandad entre las fuerzas atacantes.

Es conocida de sobra la enérgica respuesta del jefe de la plaza ante la propuesta de rendir la misma, frase que aprendemos los peruanos prácticamente desde la cuna y que forma parte de nuestro más entrañable signo de identidad: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. Vibrante respuesta que posteriomente fue consultada y entusiasticamente apoyada por el resto de jefes de la guarnición.

Años después de concluido el infausto conflicto, don Ricardo Palma, nuestro gran tradicionista, publicó, cuando nuevamente se encontraba al frente de la Biblioteca Nacional, su famosa tradición, “Francisco Bolognesi”, en la que narra los pormenores de la épica batalla y también, lo ocurrido cuando el héroe de Arica dio su célebre respuesta al parlamentario del invasor. Sin embargo, al poco tiempo, en Valparaiso y cuando ostentaba ya el grado de coronel del ejército de Chile (llegaría a ser general), De la Cruz Salvo publicó un artículo en el que negaba que la famosa expresión “hasta quemar el último cartucho” hubiera tenido lugar durante la conversación con Bolognesi, y que en todo caso, las expresiones de este en la misma fueron simplemente, “vulgares”.

El 18 de setiembre de 1885 (curiosamente, el día nacional de Chile), Palma. a su vez, le contesta al arrogante y desmemoriado militar con otro artículo en el que le demuestra la varacidad de la histórica frase. De parte peruana, los testigos sobrevivientes a la batalla, los oficiales Manuel De La Torre y Marcelino Varela, y el noble argentino don Roque Sáenz Peña, futuro presidente de su país, quien generosamente combatió por la causa peruana en dicha contienda, señalaron unanimemente, que la respuesta de Bolognesi fue tal cual la conocemos hoy en día. Es más, del lado chileno, el más prestigioso historiador del conflicto, Benjamín Vicuña Mackenna, hombre de conocida animadversión por todo lo peruano, señalaba en su obra , “Historia de la Guerra del Pacífico, III Volumen”, que el propio sargento mayor De la Cruz Salvo le contó la historia de la conversación sostenida con Bolognesi, mencionando claramente la expresión objeto del debate.

Así resulta que fue el principal testigo de la misma, el señalado sargento mayor, el encargado de hacer conocida y de difundir la inmortal frase. Por ello, y con la fina ironía que lo caracterizaba, don Ricardo Palma teminó la aludida aclaración de setiembre de 1885 con estas palabras textuales: “Si Bolognesi no pronunció la vulgaridad de quemar el último cartucho, en tal caso, atendiéndonos a Vicuña Mackenna y desdeñando otros informes y documentos oficiales, sería el mismo coronel Salvo y no yo, el inventor de esa, para mi y el sentimiento patriótico de los peruanos, bellísima y épica “vulgaridad”.