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Gernika, un cuadro, un símbolo

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Si se preguntara por escoger un símbolo, uno solo, que mejor represente el significado de la guerra civil española en su conjunto, tengo la impresión que el episodio elegido sería el bombardeo de Guernica (Gernika, en euskera) y su símbolo, el célebre cuadro que sobre el bárbaro ataque pintó el genio malagueño Pablo Picasso. Hoy precisamente, se cumplen 80 años de ese terrible episodio. Basta solo con él, creemos, para restar toda legitimidad moral y derecho en la lucha al bando que finalmente venció en la contienda fratricida.

Pese al tiempo transcurrido, aún hoy día se sigue discutiendo algunos detalles no menores de aquel hecho, por caso, el número exacto de muertos y sobre todo, la real motivación que originó el ataque.

Fue un lunes, lunes 26 de abril de 1937, día de mercado en la pequeña villa de Gernika. De poco menos de 5.000 habitantes en aquellos días, aunque la población no había sufrido aún las consecuencias del conflicto, al menos directamente, de seguro el ambiente no era el más propicio para disfrutar de un día de compras como si nada importante ocurriese. Y si ocurría, Gernika, situada en la provincia de Vizcaya se localiza en el límite con la provincia de Guipuzkoa y era el camino a tomar por las avanzadas nacionales en su avance hacia Bilbao, la capital del País Vasco (Euskadi).

Estaba en pleno desarrollo, la ofensiva de primavera del bando rebelde, que buscaba con la toma de Bilbao y el aplastamiento de la resistencia vasca, dividir el territorio aún en poder de la república, aislar el País Vasco de Cataluña por el este y de Madrid por el sur. La aviación jugaría un papel vital en esta campaña. Las fuerzas nacionales contaban con abundante material de origen italiano y los últimos modelos de la “Luftwaffe” germana, como los Heinkel He 111, Dornier Do 17 y los temidos Junkers, Ju 52, predecesores de los “stukas”, que tanto terror causarían en la inminente segunda guerra mundial.

En cambio, los republicanos, apenas si contaban con un puñado de aparatos de origen ruso, bastante anticuados por lo demás, para enfrentar a sus rivales alemanes. Lo cierto es que para apoyar al avance terrestre, la llamada “Legión Cóndor”, como se denominaba al contingente aéreo alemán aliado del bando nacional, planificó una serie de ataques con la intención en teoría, de destruir las vías de comunicación del ejército republicano en retirada hacia Bilbao. Días antes del ataque a Gernika, se vio un primer ensayo cuando aparatos alemanes e italianos bombardearon la localidad de Durango, situada también en el País Vasco, causando cerca de 200 muertos.

Volvamos al atardecer del aquel lunes 26 de abril, sobre las 3 de la tarde, se vio llegar con gran estruendo 4 aviones volando a gran altura sobre Gernika, un Do 17 alemán y 3 “Savoia” italianos, que empezaron el ataque bombardeando las entradas de la villa, buscando destruir el principal puente de la ciudad; la población, espantada, huyó a todo correr hacia los refugios, situados en cuevas subterráneas.

Unas dos horas después, llegaron 19 aparatos Ju 52 y He 111, los que arrasaron la ciudad con bombas incendiarias de enorme poder destructivo, finalmente, algunos aviones en su retirada descendieron de las alturas ametrallando a los pocos refugiados que se atrevían a salir de los escondites.

La ciudad quedó envuelta en llamas y ardió por casi 30 horas, el 70% de la misma quedó completamente destruido, especialmente el centro. Periodistas y reporteros extranjeros publicaron, desde el primer momento, el horror cometido, lo que causó conmoción fuera de España, por ello, el bando franquista se esforzó, inútilmente por cierto, en pretender culpar a los propios independentistas vascos de la autoría del ataque. Culminada la guerra, sin embargo, no quedó ninguna duda que el de Gernika fue un crimen masivo imputable al bando vencedor en la contienda civil.

Autores modernos, revisionistas de la historia, de reciente aparición, insisten en atribuir el bárbaro bombardeo a un “error” en la planificación del mismo, error atribuido al comandante de la Legión Cóndor en esa área, Wolfram von Richtofen, no habría pues, en esa tesis, el deliberado intento de aterrorizar y destruir a la población civil, además, se ha exagerado, dicen, el numero de víctimas mortales, las que “apenas” si llegaron a 150.

La constatación de los hechos y los testimonios, sin embargo, no admiten mayor duda: el bombardeo de Gernika fue un ensayo deliberado de la aviación nazi, con el aval del mando nacional, (Franco), para probar en la práctica la llamada “guerra total”, el utilizar como blanco a la población civil para destruir la moral del enemigo, “experimento” que pocos años después iba a ser utilizado en Rotterdam, Londres, Kiev, Varsovia, etc, durante la segunda guerra. Es cierto que nunca se ha determinado con precisión el número de víctimas mortales de este ataque, quizás hablar de 1 000 muertos sea realmente  excesivo, pero si se observa que Gernika era una población sin mayor relevancia estratégica militar, que no contaba con protección antiaérea de ninguna clase y que los puentes y la única fábrica de armas existente en el pueblo, permanecieron intactos, no quedan dudas de la verdadera intencionalidad del mismo.

Otro dato de no menor importancia corrobora lo afirmado. Gernika era y es una localidad de profundo significado en la tradición cultural y en la identidad vasca. En ella, desde tiempos inmemoriales, está situada la histórica Casa de Juntas y a su lado, el famoso Árbol de Gernika (“Gernikako Arbola”), donde los señores y barones vascos juraban lealtad a los Fueros de las comunidades vascongadas. Aún en la actualidad, al asumir la presidencia de la comunidad autónoma, el funcionario electo (el “Lendakari”), jura su cargo ante el viejo y simbólico árbol. Por ello, se estima que esta población no fue elegida al azar para experimentar la destrucción total, se buscaba dar un golpe definitivo a la voluntad de resistencia del noble pueblo vasco.

Finalmente, cabe decir, que el complemento de esta historia lo expresó Pablo Picasso con su célebre cuadro. Llamado por la república, a presentar una obra para el pabellón español en la Exposición Universal de París de 1937, el gran artista andaluz de convicciones comunistas, exiliado en Francia, sobrecogido con la noticia de la destrucción de la ciudad vasca, pintó ese testimonio y grito desgarrador que es “El Gernika”, convertido con el paso de los años, en el mayor estandarte simbólico de la lucha de los pueblos de cualquier ideología y origen, por preservar lo más preciado de la humanidad: la vida, la libertad y el repudio a la guerra y a la opresión.

 

 

jcm

 

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La guerra de Franco.

Retomamos nuestros artículos sobre los 80 años transcurridos de la guerra civil española. Esperamos prolongar los mismos hasta abril del 2019, cuando se cumplan, justamente, 80 años de la caída de Madrid en manos de los nacionales y del fin de la guerra, al menos, del enfrentamiento bélico como tal.

En este 2017, el primer aniversario que evocamos es el de la cruenta batalla del Jarama, librada por estas fechas pero en febrero de 1937. Se trató del primer enfrentamiento a gran escala y en campo abierto del conflicto, fue también la primera vez que el llamado Ejército Popular, actúo como tal en defensa de la república, es decir como una milicia regular frente al experimentado ejército nacional, formado, como sabemos, por profesionales veteranos de las armas.

Lleva el nombre con el que ha pasado a la historia, por haber transcurrido la acción sobre las márgenes del río Jarama, afluente del Manzanares, que bordea por el este la capital española. Detenida la ofensiva rebelde en las puertas mismas de Madrid en noviembre de 1936, los mandos nacionales decidieron lanzar una potente ofensiva por el sur este de la ciudad para así flanquear a los defensores, aprovechando su ya inmensa superioridad material, gracias a la llegada de equipos, armas y hombres, enviados por los fascistas italianos y los nazis alemanes.

Sin embargo, con enorme valor y sobreponiéndose a todo tipo de adversidades. los republicanos consiguieron detener el ataque nacional y a su vez animarse a realizar fuertes contraataques. Tras 20 días aproximadamente de fiera lucha y con más de 10 000 muertos entre ambos bandos, la batalla culminó en una suerte de empate táctico: los rebeldes, nuevamente, no consiguieron flanquear y tomar Madrid, pero a su vez, la república no pudo pasar a  la ofensiva estratégica. La línea del frente en esa zona, tras la batalla, no se movería más hasta el final de la contienda.

Durante el resto del año se producirían otras batallas de importancia, como Guadalajara, con victoria republicana y el Brunete, que vio un masivo uso de blindados, pero ninguna resultaría decisiva o tendría un impacto definitivo en la resolución del conflicto.

Aquí es donde conviene detenerse en analizar la compleja personalidad del gran vencedor de la guerra civil, pues consiguió objetivos incluso muy superiores a los perseguidos por su propio bando: el general Francisco Franco.

Hombre de escasa cultura y regular inteligencia, empero, dueño de un valor y audacia a toda prueba en el plano militar, además de ser taimado y muy astuto, Franco fue lentamente consolidando un poder absoluto y hegemónico en el bando rebelde hasta convertirse en el “El Caudillo”, en jefe y dirigente máximo de la llamada “cruzada” nacional. Tuvo la habilidad y una suerte especial para que todos los potenciales rivales que pudieron hacerle “sombra” en la dirección del futuro Movimiento, fueran despareciendo en curiosas y diferentes circunstancias.

En cuanto a sus posibles competidores militares, que incluso al inicio del levantamiento tenían un puesto de mayor relevancia que el suyo en la dirección de este, fueron saliendo del camino, uno tras otro. El general Sanjurjo, exiliado en Portugal y llamado a liderar la sublevación, murió en un tonto accidente de aviación apenas a los dos días del inicio de esta, los generales Fanjul y Goded que fracasaron en tomar Madrid y Barcelona, respectivamente, fueron fusilados por los republicanos. El jefe del contingente nacional del Norte y auténtico cerebro del levantamiento, general Emilio Mola, también perecería en junio de 1937 en otro extraño accidente aéreo.

Y respecto a los civiles prominentes que pudieron quitarle el primer protagonismo, Gil Robles, cabeza visible de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), se autoexilió al inicio del conflicto desapareciendo de la escena política, mientras que el fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, fue fusilado en Alicante en noviembre de 1936, sin que Franco hiciera el menor esfuerzo por aceptar el canje de prisioneros que por el ofrecía el mando republicano. Eso sí, con la victoria y terminado el conflicto, Franco no dudó, con el fin de dotar de simbología al nuevo régimen, en exaltar hasta lo indecible y declarar mártires de la “nueva España” a Primo de Rivera y a José Calvo Sotelo.

Lo más, en todo caso para nosotros detestable, fue la forma en que el pequeño y soberbio militar gallego, no dudó en prolongar la contienda por casi 3 años al servicio de su conveniencia personal, sin importarle la enorme destrucción que el conflicto causaba al país, ni mucho menos, la vida de sus propios soldados.

Fueron varios los momentos en que la guerra pudo haber culminado antes de 1939, si hubiese tomado las decisiones lógicas que el momento militar demandaba. Así, a mediados de septiembre de 1936, con la toma de Talavera de la Reina, las vanguardias nacionales estaban a tiro de tomar Madrid, lo que hubiese supuesto el rápido final de la contienda. En esos momentos, las fuerzas de la república no eran más que un conjunto desordenado de entusiastas aficionados, sin ninguna experiencia y preparación bélica, aún sin la ayuda militar soviética y sin el apoyo de las brigadas internacionales, apoyo que, como se sabe, sería decisivo dos meses más tarde. Madrid hubiera caído, con seguridad, en muy breve tiempo.

Pero el “generalísimo” decidió paralizar el avance y desviar sus tropas hacia Toledo para liberar el Alcázar, sin ninguna importancia militar en lo estratégico, con el exclusivo fin de dar a su causa un primer símbolo que asegurara su prestigio y sentara las bases para su futuro poder, aún a costa de la prolongación del enfrentamiento, pues cuando se reanudó el avance 50 días después, ya era demasiado tarde, la república había ganado un tiempo precioso en prepararse y en organizar la numantina resistencia que ya conocemos.

Y así fue hasta el fin del conflicto, pues hubo otros momentos en los que Franco, deliberadamente y ya en el mando supremo de las operaciones, paralizó, desvió o demoró campañas y ofensivas, consiguiendo prolongar innecesariamente el final de la amarga contienda. Tomó Madrid, en abril de 1939, solo cuando tuvo la plena seguridad en que nada ni nadie podría discutir su liderazgo en el nuevo Estado que nacía, y en que este se moldearía únicamente de acuerdo a sus ideas y conveniencias. Así se inició la larguísima dictadura que por casi 40 años tuvo que soportar el pueblo español, en las que, como el mismo solía decir, “tengo todo atado y bien atado”.

 

 

 

jcm

Noviembre del 36: No pasarán y Paracuellos.

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En el último noviembre finalizado ayer, los 80 años de la guerra civil nos dejan en el recuerdo especialmente dos acontecimientos, muy cargados de pasión pese al paso de los años y también muy instrumentalizados por los intereses políticos, que han ido perdiendo sus contornos históricos para convertirse paulatinamente en episodios casi míticos, revestidos de una gran carga simbólica.

Nos referimos a la célebre frase “No Pasarán”, exhibida en los muros madrileños al inicio de la ofensiva franquista en los primeros días de noviembre de 1936,  y a la ominosa “saca” de presos de las cárceles del Madrid republicano en la misma época, para ser clandestinamente ejecutados en las afueras de la ciudad, en particular, en la localidad de Paracuellos del Jarama.

Ambas situaciones tuvieron su punto de partida casi en simultáneo, en la misma fecha, pero por razones simplemente de orden en la exposición, comenzaremos con la primera, el célebre, “No Pasarán”.

Si bien esta expresión, que refiere  la voluntad de resistir frente al enemigo hasta el final, parece que fue dicha por primera vez por soldados franceses ante el empuje alemán, durante la defensa de Verdún en la Gran Guerra, (1914- 1918), es en la España que despertaba horrorizada ante la certeza de la guerra civil en donde toma carta de ciudadanía.

En efecto, el 19 de julio de 1936, un día después de conocerse en todo el país la sublevación del ejército y sus aliados contra el gobierno de la república, la diputada comunista, Dolores Ibarruri, la mítica “Pasionaria”, terminaba sí este virulento discurso leído en una radio madrileña:

“El Partido Comunista os llama a la lucha. Os llama especialmente a vosotros, obreros, campesinos, intelectuales, a ocupar un puesto en el combate para aplastar definitivamente a los enemigos de la República y de las libertades populares. ¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la unión de todos los antifascistas! ¡Viva la República del pueblo! ¡Los fascistas no pasarán!

De tal modo que la frase pasó a convertirse rápidamente en bandera y símbolo de la resistencia de la república contra la agresión de los sublevados. Cuando a principios de noviembre de aquel año, las fuerzas nacionales dirigidas por Franco y otros militares “africanistas”, llegaban a las puertas de Madrid por el sur oeste de la capital, el gobierno republicano juzgó que carecía de medios suficientes para enfrentar a un ejército profesional, que toda resistencia sería inútil y que la caída de la ciudad y por tanto, la derrota de la república, sería cuestión de horas; así, la madrugada del 7, el gobierno y los principales líderes republicanos huyen a Valencia, en lo que constituyó una muy poco digna “retirada”.

Otro fue, sin embargo, el temperamento de los milicianos y del pueblo organizado en armas, quienes decidieron resistir hasta las últimas consecuencias. En ese contexto, se colocó en una de las entradas de la histórica Plaza Mayor, en el centro de la ciudad, el famoso cartel, que decía en grandes letras: “No pasarán. El fascismo quiere conquistar Madrid, Madrid será la tumba del fascismo”.

Y en efecto, combatiendo bajo ese espíritu y con el apoyo de algunos jefes militares leales, como el general José Miaja y de las primeras brigadas internacionales llegadas desde todas partes del mundo para defender la república, las fuerzas populares consiguieron en un mes de durísimos combates, detener a los nacionales e impedir la caída de la capital. A principios de diciembre, el frente se estabilizó en una línea que nacía en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria y se prolongaba hasta la carretera a Valencia. Así permaneció 2 años y 4 meses más hasta la toma definitiva de la ciudad en abril de 1939.

Como elemento simbólico de impresionante fuerza, el “No Pasarán”, sobrevivió a la guerra civil y se convirtió en la segunda parte del siglo XX, a lo todo lo largo del orbe, en bandera de lucha de los más variados movimientos de liberación, de las fuerzas de izquierda y progresistas, en contra del fascismo, el imperialismo y todas sus caras.

El terrible episodio de la “saca” de presos de las cárceles de Madrid en la misma época del “No Pasarán”, constituye, en cambio, una oscura, y sórdida página, uno de los ejemplos más repudiables de la ferocidad con la que se luchó en esta cruel guerra civil.

Decíamos que aquel 7 de noviembre, aprovechando la huida de las autoridades republicanas de la capital, el control del orden público en Madrid quedó a cargo de mandos medios de las principales agrupaciones que formaban parte del gobierno, como socialistas, anarquistas, y en primer lugar, comunistas. En estos persistía el temor que si la ciudad era tomada por los rebeldes, los miles de presos derechistas que se hacinaban en las cárceles madrileñas, entre ellos, muchos militares, se sumarían al esfuerzo bélico de los sublevados.

Aunque no se ha podido comprobar de manera indubitable que estas improvisadas autoridades ordenaran la “saca” de los presos y el destino que se les reservaba, de lo que caben pocas dudas es que al menos, conocieron estos “operativos” y poco hicieron para detenerlos, obedeciendo, altamente probable, a las órdenes dadas por los “consejeros” soviéticos enviados por Stalin, con el fin de hacer irresistible la influencia comunista en la dirección de la guerra. La mayor responsabilidad, cae empero, con fuerza, sobre algunos personajes casi legendarios del conflicto, como el dirigente socialista y poeta, Segundo Serrano Poncela y en especial, sobre Santiago Carrillo Casares, jovencísimo delegado de orden público y encargado de la seguridad en las prisiones en aquel mes de noviembre.

La misma madrugada del 7, en la que se vio huir a las autoridades republicanas, observó la salida de camiones hacia Aravaca, Torrejón de Ardoz y Paracuellos (localidad situada a la ribera del río Jarama, muy cerca al actual aeropuerto de Barajas- Adolfo Suárez), con las primeras víctimas extraídas de la cárcel de San Antón. Se conoce al menos de 10 “sacas” más de presos en el mes (la última fue el 3 de diciembre). Además de la prisión de San Antón, fueron llevados a la muerte prisioneros de la cárcel de Porlier y en especial, de la célebre cárcel Modelo, situada a escasos metros del frente de combate y donde, como se ha recordado en otro artículo de esta página, había ocurrido en agosto otro episodio de extrema virulencia y horror.

Investigaciones, serias y de las otras, hechas con posterioridad al conflicto, la gran mayoría vinculadas al bando vencedor  de la guerra, pero también algunas independientes, a las que no se le puede achacar simpatía o complicidad con el régimen franquista, como la fundamental obra,  “Paracuellos, como fue”, del hispanista irlandés Ian Gibson, calculan entre 2, 500 y 4,000 las víctimas de esta barbarie.

Entre las víctimas más conocidas y destacadas, al lado de más de quinientos religiosos de distintas órdenes, mencionar al abogado conservador, Ricardo de la Cierva y Codorniú, el marino y notable historiador naval, Mateo Mille García de los Reyes, el líder falangista Ramiro Ledesma Ramos y el comediógrafo andaluz, Pedro Muñoz Seca (1).

Terminada la guerra, fueron excavadas la mayoría de las zanjas en donde se enterraron precariamente los cuerpos de las víctimas y se logró identificar a la gran mayoría de estas antes de darles sepultura. Paracuellos se convirtió en un gran campo santo que en la nueva España, post conflicto, se erigió en el  máximo símbolo del terror y de la barbarie “roja” que la “gesta” dirigida por Franco había conseguido erradicar. Pero lo ocurrido en aquel siniestro noviembre continuaría planeando sobre la memoria colectiva del país, mucho después del fin de la dictadura y que se retomara el difícil camino de la democracia.

Esta situación se debió, sin duda, al papel que jugó el mencionado líder comunista Santiago Carrillo en la llamada transición. El antiguo delegado del orden público en el Madrid asediado de noviembre de 1936, cuando solo tenía 21 años, fue figura clave 40 años después, para llegar a los acuerdos, renuncias y pactos que permitieron en 1976- 78, que el PCE (Partido Comunista de España) y la izquierda española fuera legalizada tras renunciar a la lucha armada, rol reconocido por casi todo el espectro político español.

Sin embargo, Carrillo, quien falleció en setiembre de 2012, a la muy avanzada edad de 97 años, vivió permanentemente señalado, especialmente por los herederos de las víctimas de Paracuellos, como el máximo responsable y autor intelectual de la masacre. Lo cierto es que nunca pudo dar una explicación convincente que lo pudiera eximir de responsabilidades y se fue a la tumba con este terrible secreto, al lado de la admiración de muchos, pero también del desprecio de otros tantos. A 80 años de este brutal crimen, parece ya muy difícil que se sepa, algún día, toda la verdad sobre aquel espanto, cuya ominosa sombra no ha podido, con el tiempo, desparecer del todo.

 

 

(1). Pedro Muñoz Seca, fue un comediógrafo irreverente dotado de un especial sentido del humor. Se le detuvo a comienzos de la guerra en Barcelona, por simples sospechas de ser monárquico, cuando en sus comedias prácticamente se había reído de todo el espectro político. Se cuenta de él una famosa anécdota, la misma madrugada de su asesinato, que lo pinta de cuerpo entero. Al terminar de cavar su propia tumba, práctica habitual en estas ejecuciones, y confrontado frente a sus verdugos, les dijo: “me vais a quitar casi todo, mis pertenencias, mi familia, hasta mi vida, pero hay algo que no podreis quitarme…el tremendo miedo que os tengo”.

Fidel

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Ha muerto Fidel Castro, comandante y líder máximo de la llamada revolución cubana, en las últimas horas del viernes 25 de noviembre en La Habana. Difícilmente exista o haya existido un líder político con un legado más controversial que el que deja el mítico revolucionario de Sierra Maestra. Enaltecido y ensalzado por unos hasta el extremo, vilipendiado y odiado por otros hasta el paroxismo. Con él, con su obra y herencia política, resulta casi imposible tratar de asumir posturas objetivas y equilibradas.

O estamos ante el ejemplo del revolucionario por excelencia, al “padre  y guía”, quien “puso de rodillas a la mayor potencia política y militar del mundo”, o solo se ve en su trayectoria a un despreciable y criminal tirano que ha asfixiado a su pueblo durante más de 50 años.

Cuando en octubre de 1953, Castro, entonces de 27 años, era juzgado en Santiago de Cuba (la Cuba de Batista) por sedición como consecuencia del célebre asalto al cuartel Moncada, decidió en su condición de egresado en derecho llevar su propia defensa ante el tribunal militar encargado del juzgamiento. Luego de un larguísimo alegato, precursor de los enjundiosos pero interminables discursos que daría más adelante como líder, culminó el mismo con esta frase no menos simbólica, “al final, la historia me absolverá”.

Castro se refería a que el paso de los años, la serenidad de mirar los acontecimientos históricos desde la perspectiva que da el tiempo, sería el mejor escenario para que el balance de su gestión pública se incline hacia lo positivo, en la esperanza, seguro, que sea esta la imagen que finalmente quedará entre sus compatriotas.

En este caso, este necesario transcurrir del tiempo aún no se ha verificado, los acontecimientos relevantes en la vida del personaje son demasiado actuales y siguen definiendo la vida de muchos, como para pensar que ha llegado el momento ideal para un sereno recuento. Sin embargo, a riesgo de caer en ligerezas, su muerte representa, considero, un buen momento para un primer intento serio de balance, siempre claro, bajo nuestro particular punto de vista.

En el lado de los logros, la revolución de los hombres del 26 de julio, le devolvió a los cubanos su sentido de patria, de recuperación de la dignidad y del orgullo perdido; al exportar el ideario revolucionario a los países de América Latina, sirvió como despertar de las conciencias de nuestros pueblos y les hizo ver su papel de dependencia y sujeción al poder imperial de los Estados Unidos. Todos los movimientos de liberación en América Latina, surgidos a partir del triunfo de la revolución cubana, radicales o moderados, urbanos o campesinos, vencedores o al final vencidos, se inspirarían, de una u otra maanera, en Fidel y en los hombres que ingresaron en La Habana el 1 de enero de 1959.

Cuba se convirtió, bajo los esquemas del desarrollo planificado en clave socialista, en el modelo que exhibió por décadas altos niveles de desarrollo de su población en salud, educación y vivienda, mostrando una radical diferencia con el resto del sub continente. Sin embargo, en este resultado, ensalzado por la propaganda oficial, se empieza a advertir también la otra cara, la que muestra los grandes deméritos de la revolución.

Hay que señalar como antecedente importante, que Cuba antes de Fidel, si bien era una sociedad con graves problemas de corrupción institucional y alternancia democrática, exhibía ya un crecimiento sostenido, con una clase media pujante y trabajadora. Clase media que, además, mucho antes del desembarco del “Gramma”, tenía un elevado nivel educativo y cultural. Pues bien, el modelo económico planificado impuesto por la revolución, al lado de mostrar los resultados señalados, terminó con el paso de los años en dejar a la isla en un tremendo atraso científico, tecnológico y social, al punto que aún hoy la Gran Antilla, en cuanto a estándares de desarrollo es una sociedad fosilizada que se quedó en los años cincuenta del siglo pasado. Situación cuya culpa inicial, es también atribuible al gobierno norteamericano, que en los primeros meses de la revolución le cerró las puertas a Castro (expulsión de la OEA) y lo arrojó a los brazo del “oso” soviético.

Lo peor del régimen ha sido, de un lado el culto mesiánico a la personalidad de Castro, (sin dejar de reconocer que estamos ante un líder excepcional en lo político), quien con los años derivó en un ser único e irremplazable, que sabía y pontificaba casi de cualquier tema y que ha terminado su días como un anciano autócrata, bastante desconectado de las necesidades de su pueblo y de su gente. De otro y quizás, lo más negativo, al exportar el ideario de la revolución al resto del continente, en muchos casos exportó también en abierta intromisión y violación de la soberanía de los pueblos, los modos de hacer la revolución, pretendiendo que en los montes de Tucumán o en los valles de La Higuera en Bolivia podía repetirse la gesta de Sierra Maestra.

En fin, gracias a la gran coartada del tonto y sin sentido embargo norteamericano, Cuba, bajo el absoluto dominio de Fidel Castro y del partido único, ha vivido los últimos 56 años legitimando la necesidad de la cerrazón del régimen, elevando la estatura política de su líder a niveles de endiosamiento y a la vez, dándole espaldas al progreso, secuestrando las libertades y expectativas ciudadanas. ¿Cuándo y cuanto cambiará esta situación con la desaparición de Fidel? La historia, una vez más, tendrá la palabra final.

Bolognesi: 200 años.

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Hoy, 4 de noviembre del 2016, es fecha propicia para hacer un alto en el recuento de los temas históricos que periódicamente tratamos en este blog, para unirnos a la celebración nacional por los 200 años del natalicio del Héroe de Arica y Patrono del Ejército del Perú, el coronel Francisco Bolognesi Cervantes.

Sobre la vida de hombre probo, de esforzado militar a carta cabal, de quien tuvo siempre como guía el fiel cumplimiento del deber y la valorización del Honor como atributo innegociable de su profesión, se han escrito cientos de libros, ensayos y artículos. Su célebre respuesta al emisario chileno dos días antes de la batalla de Arica es ya una marca y seña intangible de nuestra identidad nacional (en este blog se publicó el 6/6/16, un artículo al respecto, “Una épica vulgaridad”).

No tiene pues mayor sentido, ni se descubrirá nada nuevo, si se añade más sobre la trayectoria de vida de Bolognesi ni sobre sus últimos días en la defensa de Arica, por ser hechos de sobra conocidos. Quizás insistir en rescatar, para las nuevas generaciones de peruanas y peruanos, en especial para quienes se inclinen por el servicio público, civiles y militares, el legado de dignidad, fiel cumplimiento del deber y sentido del honor que nos deja este gigante, que como Grau, nos enorgullece el poder decir que nacieron en el Perú, que son nuestros compatriotas.

Decíamos que sobre el llamado “Titán del Morro”, se ha escrito a lo largo de estos años, mucho, quizás más cantidad que calidad, pero pocas obras y escritos han podido expresar con tanta belleza y claridad lo que significa Bolognesi para el Perú y los peruanos, como las que vamos a citar. Nos referimos a dos artículos, el primero, una semblanza a cargo del historiador de la república, el ilustre tacneño, Jorge Basadre, aparecida en su monumental obra, “Historia de la República del Perú”. El segundo, el famoso discurso pronunciado (1) por quien fuera presidente de la república Argentina y compañero de Bolognesi en el morro legendario, don Roque Sáenz Peña, con ocasión de la inauguración del monumento al héroe en la plaza que lleva su nombre, en noviembre de 1905.

Dijo este último:

“¡Pelearemos hasta quemar el último cartucho! Provocación o reto a muerte, soberbia frase de varón, condigno juramento de soldado, que no concibe la vida sin el honor, ni el corazón sin el altruismo, ni la palabra sin el hecho que la confirma y la ilumina para grabarla en el bronce o en el poema, como la consagra la inspiración nacional. Y el juramento se cumplió por el jefe, y por el último de sus soldados, porque el bicolor peruano no fue arriado por la mano del vencido, sino despedazado por el plomo del vencedor”

Por su parte, Basadre escribió:

“Había vivido Bolognesi sin mancharse ni con el lodo de las guerras civiles ni con la locura de las riquezas dilapidadas simultáneamente. A pesar de su modestia, de su sencillez, le tocó transfigurarse a los 63 años. Cuando todo se apagaba, él y sus camaradas obtuvieron allí con su decisión irrevocable que los revestía de una sagrada tristeza y los circundaba de una perenne claridad. En ellos, la dignidad humana fue superior a la muerte. Antes de pronunciar sus famosas palabras…un pueblo entero pasó en unos minutos por aquella habitación desmantelada, con sus equivocaciones, sus pecados, sus sueños de grandeza y su futuro esplendoroso… su palabra centelleó como el acero arrebatado de un golpe a la vaina…flamea como una bandera al viento de la historia”.

Felices doscientos años, coronel Bolognesi.

Jmc/noviembre del 2016.


(1). En realidad, dicen las crónicas que este discurso quedó solo en el papel, pues el ilustre argentino, vencido por la emoción del momento, solo pudo decir frente al bronce que perennizaba a quien había sido su jefe: “Presente, mi coronel”.

Resistencia y dignidad en la Alemania nazi.

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En este octubre, en el año 16 de la nueva centuria, se cumplen 80 años de la culminación del célebre tribunal de Nuremberg y del dictado de las principales condenas dictadas por esta corte, quizás la primera gran instancia de justicia supranacional de la historia. Un 16 de octubre de 1946, en el patio del histórico edificio que sirvió de sede del tribunal, fueron ejecutados mediante la horca, algunos de los más connotados y despreciables jerarcas del nazismo, tales como von Ribbentrop, Kaltenbrunner, Rosenberg, Keitel, etc.

Sobre el “juicio de Nuremberg”, su naturaleza y consecuencias, se han escrito miles de páginas y han corrido ríos de tinta. Se cuestiona, a partir, sin duda, de puntos de vista tan sólidos desde el prisma jurídico, como los que sostienen lo contrario, la legitimidad del tribunal, el valor de sus conclusiones y fallos. Empero, no es ni pretende ser este, sin embargo, un espacio para un debate de naturaleza técnico –jurídico, por ello, en este artículo no se tomará parte del mismo.

Nuestra intención es, aprovechando el aniversario, destacar un aspecto muy poco conocido y difundido entre nosotros, el valor y la dignidad de quienes en la Alemania de aquellos sombríos tiempos, se atrevieron a desafiar y enfrentar a la tiranía nazi, aún en la mayoría de casos, al costo de sus propias vidas. Un recuerdo estimulante que debe de preservarse como guía para cualquier sociedad, incluida la nuestra, que luche por mantener la vigencia de algunos valores intangibles: libertad, justicia, igualdad, verdad.

La oposición contra el régimen nazi, aunque por lo general minoritaria, se inició en Alemania prácticamente desde el mismo momento en que Hitler fue investido canciller del Reich en 1933. Y es que primero, el “Fuhrer” (“Líder”) se encargó de eliminar toda oposición en el seno de su propio movimiento para luego iniciar una implacable cacería contra las formaciones políticas tradicionales que representaban obstáculos en su camino hacia el poder absoluto.

Cuando estalla la guerra en setiembre de 1939 con la invasión de Polonia, el movimiento nazi a través de sus  instrumentos de represión, la temida Gestapo (Geheime Staatspolizei”: Policía Secreta del Estado) y las SS (Schutzstaffe”. Escuadras de Defensa), había ya, literalmente, exterminado a la disidencia política, especialmente la de izquierda y a la social democracia. (Destaca en ese período la lucha de Ernst Thalmann, dirigente del partido comunista alemán, detenido en 1933 y muerto antes de la finalización de la guerra en el campo de concentración de Buchenwald). Es durante el conflicto que se organiza la persecución y exterminio de colectivos nacionales y sociales en razón de su identidad étnica (“la solución final”), que tiene como más conocida muestra, el holocausto del pueblo judío.

En todos esos años (1933- 1945), fueron numerosos los movimientos y grupos de diferente origen, ideología y ocupación, y personas a título individual, (como el obrero Georg Elser, quien atentó contra Hitler en 1933), que se organizaron para luchar contra el fascismo y la guerra que estaba llevando a Alemania a su completa destrucción. De seguro se han omitido nombres que merecerían estar en la lista, pero estimo que en la pequeña relación que sigue a continuación, están, quizás, los más representativos símbolos de la resistencia del pueblo alemán.

Las iglesias, especialmente la luterana y la católica, se opusieron frontalmente al fascismo y a la ideología totalitaria que lo sustentaba. Centenares de templos fueron cerrados y se prohibieron los cultos en todo el país. En el caso de la iglesia luterana, destacan, sin duda, la vida del pastor Martin Niemoller y especialmente, la resistencia y las obras del pastor y reconocido teólogo, Dietrich Bonhoeffer, ejecutado en el campo de concentración de Flossenburg y considerado hoy, por su iglesia, uno de los mártires del siglo XX. Respecto a la iglesia católica, recordar el valor del obispo August von Galen, del jesuita Alfred Delp y en especial a la monja carmelita, Edith Stein, hoy venerada en los altares como santa, muerta en el campo de exterminio de Auschwitz.

Los movimientos de corte político, por cierto, tuvieron, operando casi siempre en la clandestinidad, un activo rol en la lucha anti nazi. Entre los más conocidos, la llamada “Orquesta Roja”, grupo de espionaje que operaba dentro del Reich, integrada por intelectuales, activistas y dirigentes de izquierda vinculados al partido comunista y a la social democracia. Destacan entre ellos singularmente, un conjunto de parejas de académicos y profesores, como Harro Schulze-Boysen y su esposa Libertas, Arvid Harnack y su esposa, de nacionalidad estadounidense, Mildred Harnack- Fish, Adam y Greta Kuckhoff. Todos, salvo Greta Kuckhoff, ejecutados entre 1942 y 1944.

Cuando se acercaba el fin de la guerra y era evidente, para todos, menos para Hitler y sus secuaces, que Alemania iba a ser derrotada, se organizó un selecto movimiento de oposición conocido como el “Círculo de Kreisau”, este, a diferencia de la “Orquesta Roja”, estaba integrado por miembros de la aristocracia prusiana, juristas, diplomáticos, académicos y hombres de negocios, que querían eliminar a Hitler para negociar con las potencias occidentales un fin del conflicto decoroso para el país.

Destacan como sus principales líderes, los juristas, Helmuth James von Moltke, Peter Yorck von Wartenburg, Adam von Trott Su Solz (también diplomático), Ulrich Schwerin von Schwanenfeld y el sindicalista Julius Leber. También mencionar al Dr. Carl Friedrich Goerdeler, ex alcalde de Leipzig y al Dr. Hans von Dohnany, jurista, cuñado del pastor Bonhoeffer, ejecutados ambos respectivamente, en febrero y abril de 1945, así como los diplomáticos, Ulrich von Hassell y Friedrich von der Schulenburg.

Al fracasar el más serio intento por eliminar a Hitler y a los más connotados dirigentes del régimen, con el fallido atentado e intento de golpe de estado del 20 de julio de 1944, el “Circulo de Kreisau” fue, de inmediato, completamente desmantelado. Llevados ante el estrambótico y delirante juez nazi Roland Freisler, cabeza del llamado “Tribunal del Pueblo”, todas estas personas fueron condenadas a muerte y ejecutadas.

Decíamos que el atentado de julio de 1944, fue, de los muchos intentos realizados contra Hitler, el que más cerca estuvo de cumplir con su cometido. Sin embargo, su fracaso desencadenó la más terrible de las persecuciones implementadas por el régimen. Más de 7 000 personas fueron arrestadas, torturadas y condenadas, a muerte en muchos de los casos, como se ha visto. Al lado de figuras civiles como las ya mencionadas, es justo añadir y mencionar los nombres de prominentes mandos militares que desde el inicio de la guerra conspiraban contra el Tercer Reich.

Está el caso del mariscal Erwin von Witzleben, alto oficial de la Wehrmatch, su colega de igual grado, Erwin Rommel, el célebre “Zorro del Desierto”, obligado a cometer suicidio, el almirante Wilhelm Canaris, curiosamente, ex jefe de la inteligencia naval, los coroneles Henning von Tresckow y el ahora muy conocido por las películas de Hollywood, Claus Graff von Stauffenberg (“Operación Valquiria”), cerebro y ejecutor, respectivamente, del atentado del 20 de julio. Este último (hoy, al lado de Helmuth J. von Moltke, héroe nacional en Alemania), fusilado la misma noche del fallido intento. Witzleben y Canaris, fueron condenados a muerte y ejecutados, (von Tresckow se suicidó al conocer el fracaso del plan).

Los jóvenes, algunos de muy corta edad, tuvieron también un rol clave en la lucha por salir de la oscuridad y del terror; son mundialmente conocidos los hermanos Hans y Sophie Scholl, activistas y resistentes pacíficos de la Universidad Maximilian Ludwig en Munich, ejecutados en 1943, cuando Hans tenía 25 y Sophie 22 años. O Helmuth Hubener, miembro de las iglesias cristianas en Hamburgo, ahorcado en 1942, cuando aún no  cumplía los 18 años.

Unos cuantos, muy pocos, luchadores por la paz y la libertad, sobrevivieron al hundimiento de su país y al final de la tiranía, algunos, en menor número todavía, alcanzaron posterior fama por sus aportes a la nueva Alemania y la reconciliación, como el caso de los egregios políticos, Konrad Adenauer y Willy Brandt, o el empresario e industrial (célebre por la película, “La lista de Schindler”), Oskar Schindler y su esposa, Emily.

La lista es, en fin, bastante larga  y supera con creces el espacio de este artículo. Basta saber que cerca de 70.000 personas fueron procesadas, en la mayoría de casos condenadas a lo largo de los doce años de duración del régimen nazi, uno de los más malignos y crueles que registra la historia contemporánea.

Quiero finalizar este recordatorio- homenaje, con la confianza que la Alemania que resurgió desde, literalmente, sus cenizas y en general, el conjunto de las naciones libres, no olvidarán el sacrificio y el legado de estos valientes, citando al Dr. von Moltke, la víspera de su ejecución, el 23 de enero de 1945 en la infame prisión de Plotzensee en Berlín, cuando le  escribía a sus hijos: “Desde que el nacionalsocialismo llegó al poder, me he esforzado para hacer sus consecuencias más leves para sus víctimas y para preparar el camino para el cambio, a eso, mi conciencia me llevó  hasta el final, pues este es el deber de un hombre de verdad”.

¡ Viva la inteligencia ¡- (80 años de la guerra civil española).

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Hoy, 12 de octubre, España celebra su día nacional, fecha en la que, en un pasado no tan lejano, los países iberoamericanos celebraban también el llamado Día de la Hispanidad. Sobre estas conmemoraciones, conviene marcar algunas precisiones.

Durante los casi 40 años de dictadura franquista, el “Día Nacional” en España se celebraba cada 18 de julio, fecha del, pomposamente llamado en esos tiempos, “Glorioso Alzamiento Nacional”, recordando la fecha en la que oficialmente ocurrió el golpe de estado contra la república y el inicio de la guerra civil. Con el regreso a la democracia, es que se escoge al 12 de octubre como día patrio, fecha que desde tiempos inmemoriales recordaba la fiesta de la hispanidad (se cree que Colón “descubrió” América, el 12 de octubre de 1492). En muchos países iberoamericanos, entre ellos el Perú, dicha festividad era también celebrada, incluso como día no laborable, no solo como “el día del descubrimiento de América”, sino también, como el “Día de la Raza”.

Hoy, el conocimiento de la verdad histórica de lo que verdaderamente ocurrió con el “descubrimiento”, ha hecho que esta fecha pase casi desapercibida en nuestros países, pues se acepta ya que en estas tierras, (también en la España actual, la de las desconexiones y conflictos territoriales), no hay, en verdad, nada que celebrar.

El 12 de octubre de 1936, hoy, hace 80 años, dejó, sin embargo, uno de los momentos más emblemáticos y simbólicos de la lucha que estaba desgarrando a España. Vale la pena recordarlo. Se celebraba ese día, la Fiesta de la Raza y de la Hispanidad en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, corazón de Castilla. Asistieron autoridades locales, como el obispo de la ciudad, Enrique Plá y Deniel y el rector de la universidad, el ilustre filósofo vasco Miguel de Unamuno, también visitantes importantes, como la mismísima Carmen Polo de Franco, esposa del ya por entonces jefe de Estado, el poeta falangista, José María Pemán y el fundador de la Legión (cuerpo del Ejército con sede en el Marruecos español, similar a la legión extranjera francesa), el general José Millán- Astray, que ostentaba una presencia física muy visible por cuanto le faltaba un brazo y además, era tuerto, en ambos casos, por heridas de guerra sufridas en el curso de las campañas africanas de  los años veinte.

Cabe señalar y tomar en cuenta, que en esos momentos, a 3 meses de iniciada la guerra civil, Salamanca y virtualmente toda Castilla La Vieja, como era denominada en aquellos tiempos, estaba ya en poder de las fuerzas nacionales, que Don Miguel de Unamuno, el rector, se había manifestado anteriormente a favor del golpe y de los insurrectos y que Millán Astray  y sus legionarios, eran fascistas convencidos y sin escrúpulos de ningún tipo.

Un profesor, que solo sería recordado por la historia por su discurso en dicha ocasión, Francisco Maldonado, tal vez por quedar bien con el “ilustre” auditorio, arremetió contra las autonomías catalanas y vascas: ”son cánceres en el cuerpo de la nación, que el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlos, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”. Si bien el poeta Pemán trató de suavizar las cosas con un discurso más neutro, Unamuno, ante los gritos de los legionarios, mano derecha extendida, (¡ España ¡… Una…Grande…Libre,  y “¡ Viva la Muerte ¡), no pudo reprimirse más, se levantó y dijo:

Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del Profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. El obispo, quiera o no, es catalán, nacido en Barcelona, yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. (…) España, si eso fuese verdad, sin las Vascongadas y Cataluña, sería un monstruo mutilado, como usted, al que le faltarían un ojo, una pierna y un brazo”.

Testigos presenciales señalan que humillado públicamente, Millán Astray se levantó y gritó: “¡ Viva la Muerte ¡,  ¡ Muera la inteligencia ¡”. El gran pensador, sin inmutarse, continuó: “…Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.

A partir de ese momento existen varias versiones sobre lo que pasó después, la más conocida señala que Millán Astray trató de detener a Unamuno, pero que la intervención de Carmen Polo, lo impidió, otros dicen que Unamuno tuvo que retirarse insultado y humillado por legionarios y otros fascistas, aferrado a una escolta que lo protegía. Lo cierto es que el ilustre filósofo no pisó más los claustros universitarios, se recluyó en su domicilio sin salir para nada y falleció en él, en circunstancias poco aclaradas, el 31 de diciembre de aquel terrible 1936.

Tremenda coincidencia y grotesca ironía, en el último día del peor año de la historia española, moría una de sus mentes más lúcidas, nobles e integradoras del ser español,  a la larga, consecuencia, sin duda, del desafió que tuvo el valor de lanzar un día de octubre, día de la raza y de la hispanidad.

Toledo: su última leyenda.

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Para la mayoría de peruanos y latinoamericanos que hayan tenido la oportunidad de conocer la ciudad de Toledo, en el centro de la península ibérica, la especial configuración de sus calles, los numerosos y centenarios monumentos que la rodean, podrían hacernos creer con un poco de imaginación, que si desaparecieran los autos y las personas, que se está, no en el 2016, sino en el siglo XVI y que en cualquier momento, subiendo por sus empinadas cuestas, podríamos encontrarnos de pronto, nada menos que con “El Greco”.

Contribuye a esa imagen dividida entre lo oscuro y lo medioeval, las numerosas leyendas de amoríos truncos, hechos sobrenaturales, fantasmas  y apariciones, que adornan la historia de la ciudad. Basta leer al respecto las famosas leyendas escritas en el siglo XIX, por el poeta sevillano Gustavo Adolfo Becquer.

No obstante, fue en el verano castellano de 1936, cuando en Toledo se forjó la última y quizás más famosa de sus leyendas. La del Alcázar y su “gesta inmortal”. Hoy, 27 de setiembre, se cumplen exactamente 80 años de la liberación del Alcázar por las tropas franquistas. Es el momento de relatar y recordar lo que verdaderamente ocurrió.

Funcionaba desde principios del siglo XX en el Alcázar, vieja fortaleza toledana construida en tiempos de la dominación mora, cuyos gigantescos muros dominan la ciudad y, aún hoy, son visibles desde muy lejos, la Academia de Infantería del Ejército español. Por sus severos muros, pasaron el 80 % de los militares que se unieron a la “cruzada” que se levantaría en armas contra la república en aquel julio del 36.

En esos días, era director de la Academia, el coronel José Moscardó Ituarte, uniformado que había tenido una carrera militar huérfana de sobresaltos y también de grandes logros. Moscardó estuvo en la preparación del golpe, pero como sucedió en muchas ciudades y pueblos, la improvisación y la falta de organización conspiraron en esos primeros momentos contra el éxito de los golpistas; además, cabe recordar, Toledo, plaza geográficamente muy cercana de Madrid, tenía una fuerte mayoría republicana, especialmente concentrada en los partidos del Frente Popular y en los sindicatos de izquierda.

Recién el martes 21 de julio, conocida ya la derrota de los sublevados en Madrid, se declaró el estado de guerra en la ciudad, no obstante, ante la presencia de numerosos contingentes dispuestos a defender al gobierno republicano, Moscardó decidió replegarse y atrincherarse a cal y canto en el Alcázar. Con él, se encerraron un puñado de jefes y oficiales del Ejército, una decena de cadetes, así como aproximadamente 800 miembros de la Guardia Civil, y con ellos, sus familias, cerca de 500 mujeres y niños.  En total, se acepta una cifra de 1900 personas aproximadamente.

Moscardó y sus oficiales, seguros que pronto serían liberados por el ejército nacional que avanzaba desde Extremadura hacia Madrid, rechazó una a una las propuestas de rendición que le hicieron los jefes republicanos, que habían tomado la ciudad y rodeado la fortaleza. Se habla en la historia “oficial” del conflicto, de una resistencia “sublime y heroica” de los sitiados, de innumerables pruebas de valor, a cargo, incluso, de algunos de los civiles encerrados, pero en realidad, los intentos del mando republicano por acabar con el asedio, fueron muy pocos serios y profesionales, por lo general, se trataba de entusiastas milicianos que, como en un paseo dominical, venían de Madrid a pegar unos cuantos tiros a la fortaleza para después, en las noches, regresar en procesión triunfal a la capital.

La única acción decidida e inteligente para acabar con la resistencia de los sitiados, por lo demás profesionales de las armas, se registró a inicios de septiembre, cuando con el apoyo de los mineros asturianos se voló con minas subterráneas uno de los torreones laterales del edificio. Finalmente, el 27 de dicho mes, las tropas franquistas luego de dispersar a los republicanos liberaron el Alcázar. Moscardó, frente al general Varela,  entregó la fortaleza con estas célebres palabras, “Mi general, sin novedad en el Alcázar”. Franco visitaría las ruinas del edificio días después. En tres meses de asedio, solo se registró un centenar de muertes, lo que quita piso al mito de la ferocidad de la lucha. La leyenda había comenzado.

Dejamos para el final el episodio más conocido y célebre del asedio. La historia oficial dice que el 23 de julio, apenas comenzado este, los sitiadores consiguieron comunicarse por teléfono con el coronel Moscardó y le intimaron la rendición amenazando con fusilar a su hijo Luis, capturado cuando ingresaron a la ciudad. La conversación que habría tenido lugar entre el jefe republicano, Moscardó y su hijo, sería repetida como catecismo en las escuelas españolas durante los 40 años de dictadura. Al escuchar, de labios de su hijo que este sería fusilado si no entregaba el alcázar, Moscardó le habría dicho, “Pues, encomienda tu alma a Dios, grita un Viva Cristo Rey, un Viva España, y muere como un valiente. Pueden ahorrarse el plazo concedido, que el Alcázar no se rendirá jamás”.

Durante mucho tiempo y a pesar que con la vuelta a la democracia, el viejo edificio fue remodelado y convertido en museo del Ejército, y en donde existe una habitación donde se recrea con todo lujo de detalles la famosa conversación, la autenticidad de este episodio ha sido seriamente cuestionada por años, se sabe por ejemplo, que Luis Moscardó, hijo del posteriormente laureado coronel, fue efectivamente ejecutado por los republicanos, pero ello ocurrió a fines de agosto y como represalia por un bombardeo de los nacionales, un mes después del supuesto diálogo; además, parece comprobado que las líneas telefónicas con el Alcázar fueron cortadas el 22 de julio, lo que haría imposible la supuesta conversación, ocurrida oficialmente al día siguiente.

Más allá que en los últimos años, han visto la luz nuevas pruebas, especialmente testimonios, que demostrarían que este episodio si tuvo lugar, a estas alturas y cuando este cumplió ya hace mucho su objeto y misión, la de enaltecer la causa nacional, me parece conveniente dejar esta historia en la actualidad como mito o leyenda, para que eternamente viva al lado de los torturados fantasmas de Becquer.

Un Dios prohibido

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Hace pocas semanas, estuvo en la cartelera limeña, por muy pocos días lamentablemente, la película española “Un Dios prohibido”. En ella se narra de manara bastante convincente por lo demás, la persecución, detención y posterior ejecución de aproximadamente cincuenta seminaristas de la orden claretiana, otro terrible suceso de aquel agosto de 1936, ocurrido en la localidad de Barbastro, en la provincia de Huesca, Aragón.

Influenciados seguramente por nuestra educación católica tradicional y también por las películas clásicas de semana santa, muchas peruanas y peruanos, cuando escuchan hablar de las persecuciones sufridas por la iglesia católica, piensan de inmediato en los días del imperio romano, de Nerón y de sus sucesores. Sin embargo, está documentado que la mayor persecución y exterminio de sus miembros en occidente, fue sufrida por la iglesia en aquel verano de 1936, en la España asolada por la guerra civil. Entre julio y diciembre de dicho año, cerca de 10 000 sacerdotes, hermanos, religiosas y religiosos, laicos comprometidos, fueron asesinados en el territorio controlado por la república, en la absoluta mayoría de casos, por el único “delito” de ser religiosos y no abjurar de su fe.

Entre ellos, por ejemplo, se asesinó a doce obispos en ejercicio, destacando los casos de los prelados, Cruz Laplana y Laguna (Cuenca); Florentino Asensio Barroso (Barbastro); Manuel Basulto Jiménez (Jaén); Manuel Borrás i Ferré (auxiliar de Tarragona); Narciso de Esténaga y Echevarría (Ciudad Real) y Anselmo Polanco Fontecha (Teruel).

Casi no hay orden, congregación o instituto católico que no haya pagado una alta cuota de sangre en este martirologio. No se escapa, por caso, ninguna de las órdenes conocidas y establecidas en nuestro medio desde hace tanto: jesuitas, franciscanos, claretianos, hermanos maristas,  agustinos, carmelitas, diocesanos, etc. Simplemente como ejemplo, más de 200 hermanos y religiosos maristas fueron sacrificados en el inicio de contienda, incluso algunos con anterioridad a la misma, como el caso del Hno. Bernardo (Plácido Fábrega), declarado beato hace muy poco tiempo, asesinado durante la revolución minera de Asturias, antecedente directo de la guerra civil,  en octubre de 1934.

Durante el pontificado del ahora santo, Juan Pablo II, se elevó a los altares a centenares de estas víctimas inocentes, entre ellos,  seis de los obispos mártires, hoy beatos; seguramente en un futuro inmediato, esta relación crecerá aún más. Más allá del recuerdo y de la admiración por estos testimonios de compromiso y fidelidad al evangelio, corresponde valorar en su exacta dimensión, lo que fue esta cruel y criminal persecución.

Sostengo que este y en general, cualquier episodio de la guerra de España debe medirse y analizarse sin perder de vista el contexto político y social en el que se desarrolló el conflicto. Sin ninguna intención de justificar y menos soslayar crímenes tan brutales e inicuos, lo cierto es que en la inmensa mayoría de casos, estas víctimas inocentes, fueron señaladas por el furor republicano de los primeros días de la guerra como partícipes  y cómplices de la situación de explotación y marginación de los sectores populares. La Iglesia, (al igual que el Ejército y la Armada), simbolizaba para los milicianos de los partidos y organizaciones de izquierda, al bando opresor culpable de su situación de miseria y postergación, que roto el dique de la pasión con el estallido de la guerra, había que eliminar para siempre.

La enorme injusticia que representan estos crímenes, se percibe con claridad en que en la totalidad de los casos, bastó el probar la pertenencia del religiosa o religiosa a alguna orden eclesiástica, o la negativa a abjurar de su fe, para que estos se consumaran. Por ello, mi permanente admiración por el valor y la entereza de estos mártires. Empero, de otro lado, si cuestiono la manipulación política que sectores de la jerarquía eclesiástica y de la derecha española ha dado a estos hechos, en especial respecto a los cientos de víctimas de esta matanza elevados a los altares en los últimos 20 años. Se ha analizado estos sucesos sacándolos de su contexto, con ojos actuales, pretendiendo culpar a la izquierda española actual de las aberraciones cometidas, hace hoy, 80 años.

Con la misma pasión con que se denuesta por ejemplo al PSOE (partido Socialista Obrero Español) por haber impulsado la controvertida ley de la Memoria Histórica, y a la inevitable secularización que hoy se vive en España y en Europa en general, sería pertinente, por ejemplo, que la iglesia española recuerde y exalte a las miles de víctimas de la represión del bando nacional, muchos de ellos con seguridad, católicos practicantes, o al menos, a los cerca de 30 sacerdotes y religiosos vascos, partidarios de la república, ejecutados por los vencedores de la guerra en el mismo y terrible verano de 1936.

 

 

jmc

La “Modelo” y su negra historia.

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Recuerdo muy bien cuando en el otoño de 1987 iniciaba mis clases en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Complutense de Madrid, y tomaba el bus que me llevaba al campus universitario en una esquina de la calle de La Princesa, quedar impresionado ante la vista de un gran edificio que se levantaba en la esquina opuesta; era el cuartel general de la Fuerza Aérea española, institución castrense denominada en estas tierras, “Ejército del Aire”. Después supe que la edificación había sido levantada durante el franquismo sobre los restos de una antigua prisión, de siniestra recordación en el conflicto español, conocida como la cárcel “Modelo”.

El nombre de esta cárcel ha quedado asociada a terribles episodios ocurridos en aquel 1936, año que pretendemos recordar con sucesos como el que relatamos a continuación, 80 años después de acontecido.

Consolidado en Madrid a fines de julio el triunfo de las fuerzas del Frente Popular y la victoria del pueblo en armas tras aplastar a los golpistas, militares y civiles de derecha sublevados, muy pronto las principales prisiones de la capital se vieron abarrotadas de centenares de presos políticos: mandos militares y de las organizaciones políticas de derecha, miembros del clero, hacendados y empresarios, y en general de todo aquel que se sospechara que hubiese respaldado el movimiento golpista.

Mientras el gobierno y sus principales líderes se ocupaban por organizar la defensa de Madrid en las afueras y zonas vecinas a la capital ante el avance de las fuerzas nacionales, el problema de la seguridad interior en la ciudad quedó en manos de militantes comunistas, anarquistas y socialistas de mando medio, muy radicalizados, que no tardaron en crear un clima de terror y de zozobra en la Villa del Oso y del Madroño. Así comenzaron los temidos “paseos” en las madrugadas, en idéntica forma a lo que ocurría, al mismo tiempo, en la zona nacional.

A mediados de agosto se supo en Madrid la caída de la ciudad de Badajoz, en Extremadura, en manos de los golpistas y sobre todo, de la terrible represión que siguió a la toma de la ciudad a cargo de las tropas moras del ejército español de África, además, corrió el rumor (que como sabemos era desgraciadamente cierto), de la desaparición y posterior  asesinato del poeta Federico García Lorca en Granada. Las incontroladas masas de milicianos, dueños de la calle, decidieron tomar venganza asesinando a los presos políticos.

La noche del 22 de agosto de 1936, se inició en el leñero de la Modelo un incendio de proporciones; aunque se sospecha que fue originado ex profeso por las propias autoridades del penal, nunca se descubrió a los verdaderos autores. Una multitud de enardecidos milicianos se agolpó en las puertas de la cárcel y momentos después del ingreso de una partida de bomberos, unos 200 anarquistas y socialistas, aprovecharon la oportunidad e ingresaron a la prisión, ante la pasividad e impotencia de los funcionarios de la misma. De inmediato se dirigieron a las oficinas administrativas donde, en poder de las listas de presos, seleccionaron a unos 30 connotados hombres de derecha o estrechamente vinculados con el alzamiento del 18 de julio.

Entre ellos se encontraban el anciano Melquiades Alvarez (ex presidente del Congreso de los Diputados y conservador moderado), Manuel Rico Avello (ex ministro y antiguo alto comisario de España en Marruecos), Ramón Alvarez – Valdez (ex ministro de Justicia), Julio Ruiz de Alda (cofundador de Falange en 1933 y famoso pionero de la aviación en España), Fernando Primo de Rivera (hermano del fundador de Falange), el diputado y líder fascista, José María Albiñana y los generales Rafael Villegas Montesinos (jefe teórico de la rebelión militar en Madrid) y Osvaldo Capaz Montes (conocido militar “africanista”). Sin más trámite, durante la noche y madrugada del 23, estas personas fueron sacadas de sus celdas, llevadas al sótano y ejecutadas a mansalva.

Cuando las impotentes autoridades republicanas retomaron el control de la prisión, se encontraron con este terrible cuadro, cuyos detalles empezaron a conocerse de inmediato entre la población madrileña. La publicación de las fotografías de los ejecutados, primero en la zona republicana, luego en países vecinos, como Francia o Gran Bretaña, causó hondo impacto y un sentimiento de horror en la opinión pública internacional.

Para los historiadores y especialistas de la guerra civil, no cabe duda que los asesinatos de agosto en la Modelo y las posteriores “sacas” de presos en noviembre del mismo año en esa y otras cárceles madrileñas (episodio que también, en su momento, compartiremos en este espacio), restaron imagen y credibilidad a la causa republicana en el exterior  y fue un factor  decisivo para que varias potencias democráticas negaran el apoyo que, desesperadamente, necesitaba la república en esos momentos.

Se cuenta que al enterarse del asesinato de Melquiades Alvarez, ilustre víctima de esta masacre, el presidente de la república, Manuel Azaña, exclamó: “¿Cómo, Melquiades Alvarez también?, no puede ser. ¡ Señores, la guerra está perdida¡.”