Ayer, 22 de julio, se cumplieron 100 años de la desaparición física de uno de los más grandes pensadores, intelectuales y teóricos revolucionarios de nuestra historia: don Manuel Gonzáles Prada. Extraña coincidencia, este aniversario se cumple justo en momentos en que el país atraviesa una de sus crisis estructurales más críticas y profundas, al punto, que creemos, está en juego su viabilidad como nación. La presentación pública, a la vista de todo el país, de infames actos de corrupción que demuestran el grado de envilecimiento al que han llegado instituciones esenciales de la república, como el Poder Judicial o el Congreso, hacen más oportuno que nunca el tomar nota de esta coincidencia, puesto que la indignada palabra del gran maestro, tan áspera y dura para describir la podredumbre de su época, cobra nuevamente toda su fuerza al aplicarla a la hora actual.
Este artículo no tiene la intención de describir y detallar la biografía de nuestro personaje, sin embargo, es necesario señalar algunas notas puntuales sobre su vida. Nació en Lima como José Manuel de los Reyes González de Prada y Álvarez de Ulloa, el 5 de enero de 1844, en el seno de una familia aristocrática, de noble origen hispano. Sin dudas, fue la figura más discutida e influyente en las letras y la política nacional en el último tercio del siglo XIX. Como ensayista es considerado uno de los mejores y más influyentes prosistas de fines de dicho siglo. Destacan sus feroces críticas sociales y políticas sobre la nación y la sociedad peruanas, tendencia que se acentuaría después de la Guerra del Pacífico, una de las mayores catástrofes de nuestra historia republicana.
Ejerció como Director de la Biblioteca Nacional del Perú en dos períodos (1912-1914 y 1915-1918). Cuando en 1912 asumió la dirección de esta institución, lo hizo en reemplazo del renunciante, su acérrimo rival en el mundo intelectual y literario, Ricardo Palma. Al producirse el golpe de estado de febrero de 1914, en un gesto que pinta de cuerpo entero su sobria y majestuosa dignidad, se encaminó a palacio de gobierno, dejando su carta de renuncia en la misma mesa de partes de la casa de Pizarro.
En el plano literario se le considera el más alto exponente del realismo peruano, así como por sus innovaciones poéticas se le denominó precursor del Modernismo Americano. Como prosista, es recordado principalmente por “Pájinas libres” (1894) y “Horas de lucha” (1908), ensayos donde muestra una creciente radicalización de sus planteamientos y la defensa de todas las libertades, incluidas la de culto (abierto defensor de la educación laica, y de la no intromisión de la Iglesia en el control y manejo de la cosa pública), conciencia y pensamiento.
Falleció súbitamente en su casa de Barranco, el 22 de julio de 1918. Su influencia en el mundo político y social, fue creciendo desde su muerte y aún hoy, como vemos en estos días, su afilado verbo y punzante oratoria tiene mucho que decirnos a los peruanos, pues nuestros viejos males continúan, (con otras formas y otras caras), siendo prácticamente los mismos que él dejó. Se le considera un auténtico precursor de todas las ideologías y propuestas de cambio social que nacieron en el país durante el siglo XX, desde el anarquismo hasta el aprismo. Por ello, ejerció enorme influencia sobre ideólogos y líderes políticos diversos, como Víctor Raúl Haya de la Torre, o José Carlos Mariátegui.
Entrando en materia, González Prada, señala como la causa principal de nuestra amarga derrota ante Chile en la guerra del pacífico, no lo que llama, “la ferocidad araucana”, sino la envilecida y decadente estructura política que gobernaba el país, en donde casi todas las iniciativas públicas obedecían únicamente al interés individual de los gobernantes de turno, (¿no parece familiar este cuadro?), situación que propició el ingreso y desarrollo de la corrupción a todo nivel. Por ello, ya en su célebre “Discurso del Politeama” (1888), plantea el eterno problema de si el Perú existe o no como nación.
Demuestra que el culto por lo hispano, la añoranza de la Madre Patria, caracterizaba al grupo criollo hegemónico que al mismo tiempo, acrecentaba su desprecio por lo indígena, manteniendo a esta raza, mayoritaria por lo demás en el país, en un estado de permanente exclusión y discriminación. Afirmaba que jamás llegó a existir rasgo alguno de identidad colectiva que definiera a los peruanos como nación. Sobre esta retrógrada y carcomida estructura se encuentran variadas y contundentes afirmaciones del gran ideólogo. Aquí algunas de ellas:
“Nuetra forma de gobierno se reduce a una gran mentira, porque no merece llamarse república democrática un estado en que deos o tres millones de individuos viven fuera de la ley”
“Nada corrompe ni malea tanto como el ejercicio de la autoridad, por momentánea y reducida que esta sea”
“Aquí no vivimos como hermanos, a la sombra del mismo techo, respirando el mismo ambiente y amando las mismas cosas, sino disputándonos un rayo de sol, como gitanos en feria, tratando de engañarnos sórdidamente como tahúres en mesa de garito, odiándonos interiormente con el rencor implacable de oprimidos y opresores…”.
“Que tenemos?, en el gobierno, manoteadas inconscientes o remedos de movimientos libres, en el poder judicial, vanalidades y prevaricatos, en el congreso, riñas grotescas sin arranques de valor y discusiones soporíferas sin chispa de elocuencia, en el pueblo, carencia de fe, porque ninguna se cree ya. En resumen, hoy el Perú es un organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota la pus”.
No solamente hace incapié en la corrupción y en el envilecimiento en las altas esferas del poder, también señala como esta convive también, con funcionarios situados em los más bajos escalafones del mismo, respecto a situaciones cotidianas que afectan a la gente común y corriente. Veamos:
“El agente de policía, el funcionario conocido en Lima con el apodo de “cachaco”, representa el último eslabón de la ominosa cadena formada por ministros de gobierno, el prefecto, el subprefecto, el comisario, el inspector. Sin embargo, nadie más abusivo, más altanero ni más inexorable que el “cachaco”: hormiga con presunciones de elefante. Sigue por ley: bajar ante el superior, altivez con el inferior. Todo humildad ante la gran dama y el gran señor, todo soberbia ante la tímida chola, el pobre negro y el infeliz chino”.
Sin embargo, a pesar de la contundencia de su crítica, del tono a veces apocalíptico de esta, exhibió siempre cuotas de fé y de esperanza, en que los mismos peruanos puedan revertir esta situación, regenerar y salvar al país. Y encarga esa tarea a las nuevas generaciones, a los jóvenes:
“En esta obra de reconstitución y venganza no contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletérea, hoy sus frutos de sabor amargo, Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutos nuevos…Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra”.
Sea pues motivo, esta conmemoración de los 100 años de la partida de uno de nuestros más grandes y auténticos pensadores, un aliciente más, en esta difícil hora por la que vive el país, que efectivamente, las nuevas generaciones puedan salvar al Perú y lo encaminen por la senda del progreso y del crecimiento, pero un crecimiento basado en la libertad, la justicia y la igualdad.