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Gernika, un cuadro, un símbolo

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Si se preguntara por escoger un símbolo, uno solo, que mejor represente el significado de la guerra civil española en su conjunto, tengo la impresión que el episodio elegido sería el bombardeo de Guernica (Gernika, en euskera) y su símbolo, el célebre cuadro que sobre el bárbaro ataque pintó el genio malagueño Pablo Picasso. Hoy precisamente, se cumplen 80 años de ese terrible episodio. Basta solo con él, creemos, para restar toda legitimidad moral y derecho en la lucha al bando que finalmente venció en la contienda fratricida.

Pese al tiempo transcurrido, aún hoy día se sigue discutiendo algunos detalles no menores de aquel hecho, por caso, el número exacto de muertos y sobre todo, la real motivación que originó el ataque.

Fue un lunes, lunes 26 de abril de 1937, día de mercado en la pequeña villa de Gernika. De poco menos de 5.000 habitantes en aquellos días, aunque la población no había sufrido aún las consecuencias del conflicto, al menos directamente, de seguro el ambiente no era el más propicio para disfrutar de un día de compras como si nada importante ocurriese. Y si ocurría, Gernika, situada en la provincia de Vizcaya se localiza en el límite con la provincia de Guipuzkoa y era el camino a tomar por las avanzadas nacionales en su avance hacia Bilbao, la capital del País Vasco (Euskadi).

Estaba en pleno desarrollo, la ofensiva de primavera del bando rebelde, que buscaba con la toma de Bilbao y el aplastamiento de la resistencia vasca, dividir el territorio aún en poder de la república, aislar el País Vasco de Cataluña por el este y de Madrid por el sur. La aviación jugaría un papel vital en esta campaña. Las fuerzas nacionales contaban con abundante material de origen italiano y los últimos modelos de la “Luftwaffe” germana, como los Heinkel He 111, Dornier Do 17 y los temidos Junkers, Ju 52, predecesores de los “stukas”, que tanto terror causarían en la inminente segunda guerra mundial.

En cambio, los republicanos, apenas si contaban con un puñado de aparatos de origen ruso, bastante anticuados por lo demás, para enfrentar a sus rivales alemanes. Lo cierto es que para apoyar al avance terrestre, la llamada “Legión Cóndor”, como se denominaba al contingente aéreo alemán aliado del bando nacional, planificó una serie de ataques con la intención en teoría, de destruir las vías de comunicación del ejército republicano en retirada hacia Bilbao. Días antes del ataque a Gernika, se vio un primer ensayo cuando aparatos alemanes e italianos bombardearon la localidad de Durango, situada también en el País Vasco, causando cerca de 200 muertos.

Volvamos al atardecer del aquel lunes 26 de abril, sobre las 3 de la tarde, se vio llegar con gran estruendo 4 aviones volando a gran altura sobre Gernika, un Do 17 alemán y 3 “Savoia” italianos, que empezaron el ataque bombardeando las entradas de la villa, buscando destruir el principal puente de la ciudad; la población, espantada, huyó a todo correr hacia los refugios, situados en cuevas subterráneas.

Unas dos horas después, llegaron 19 aparatos Ju 52 y He 111, los que arrasaron la ciudad con bombas incendiarias de enorme poder destructivo, finalmente, algunos aviones en su retirada descendieron de las alturas ametrallando a los pocos refugiados que se atrevían a salir de los escondites.

La ciudad quedó envuelta en llamas y ardió por casi 30 horas, el 70% de la misma quedó completamente destruido, especialmente el centro. Periodistas y reporteros extranjeros publicaron, desde el primer momento, el horror cometido, lo que causó conmoción fuera de España, por ello, el bando franquista se esforzó, inútilmente por cierto, en pretender culpar a los propios independentistas vascos de la autoría del ataque. Culminada la guerra, sin embargo, no quedó ninguna duda que el de Gernika fue un crimen masivo imputable al bando vencedor en la contienda civil.

Autores modernos, revisionistas de la historia, de reciente aparición, insisten en atribuir el bárbaro bombardeo a un “error” en la planificación del mismo, error atribuido al comandante de la Legión Cóndor en esa área, Wolfram von Richtofen, no habría pues, en esa tesis, el deliberado intento de aterrorizar y destruir a la población civil, además, se ha exagerado, dicen, el numero de víctimas mortales, las que “apenas” si llegaron a 150.

La constatación de los hechos y los testimonios, sin embargo, no admiten mayor duda: el bombardeo de Gernika fue un ensayo deliberado de la aviación nazi, con el aval del mando nacional, (Franco), para probar en la práctica la llamada “guerra total”, el utilizar como blanco a la población civil para destruir la moral del enemigo, “experimento” que pocos años después iba a ser utilizado en Rotterdam, Londres, Kiev, Varsovia, etc, durante la segunda guerra. Es cierto que nunca se ha determinado con precisión el número de víctimas mortales de este ataque, quizás hablar de 1 000 muertos sea realmente  excesivo, pero si se observa que Gernika era una población sin mayor relevancia estratégica militar, que no contaba con protección antiaérea de ninguna clase y que los puentes y la única fábrica de armas existente en el pueblo, permanecieron intactos, no quedan dudas de la verdadera intencionalidad del mismo.

Otro dato de no menor importancia corrobora lo afirmado. Gernika era y es una localidad de profundo significado en la tradición cultural y en la identidad vasca. En ella, desde tiempos inmemoriales, está situada la histórica Casa de Juntas y a su lado, el famoso Árbol de Gernika (“Gernikako Arbola”), donde los señores y barones vascos juraban lealtad a los Fueros de las comunidades vascongadas. Aún en la actualidad, al asumir la presidencia de la comunidad autónoma, el funcionario electo (el “Lendakari”), jura su cargo ante el viejo y simbólico árbol. Por ello, se estima que esta población no fue elegida al azar para experimentar la destrucción total, se buscaba dar un golpe definitivo a la voluntad de resistencia del noble pueblo vasco.

Finalmente, cabe decir, que el complemento de esta historia lo expresó Pablo Picasso con su célebre cuadro. Llamado por la república, a presentar una obra para el pabellón español en la Exposición Universal de París de 1937, el gran artista andaluz de convicciones comunistas, exiliado en Francia, sobrecogido con la noticia de la destrucción de la ciudad vasca, pintó ese testimonio y grito desgarrador que es “El Gernika”, convertido con el paso de los años, en el mayor estandarte simbólico de la lucha de los pueblos de cualquier ideología y origen, por preservar lo más preciado de la humanidad: la vida, la libertad y el repudio a la guerra y a la opresión.

 

 

jcm