En el último noviembre finalizado ayer, los 80 años de la guerra civil nos dejan en el recuerdo especialmente dos acontecimientos, muy cargados de pasión pese al paso de los años y también muy instrumentalizados por los intereses políticos, que han ido perdiendo sus contornos históricos para convertirse paulatinamente en episodios casi míticos, revestidos de una gran carga simbólica.
Nos referimos a la célebre frase “No Pasarán”, exhibida en los muros madrileños al inicio de la ofensiva franquista en los primeros días de noviembre de 1936, y a la ominosa “saca” de presos de las cárceles del Madrid republicano en la misma época, para ser clandestinamente ejecutados en las afueras de la ciudad, en particular, en la localidad de Paracuellos del Jarama.
Ambas situaciones tuvieron su punto de partida casi en simultáneo, en la misma fecha, pero por razones simplemente de orden en la exposición, comenzaremos con la primera, el célebre, “No Pasarán”.
Si bien esta expresión, que refiere la voluntad de resistir frente al enemigo hasta el final, parece que fue dicha por primera vez por soldados franceses ante el empuje alemán, durante la defensa de Verdún en la Gran Guerra, (1914- 1918), es en la España que despertaba horrorizada ante la certeza de la guerra civil en donde toma carta de ciudadanía.
En efecto, el 19 de julio de 1936, un día después de conocerse en todo el país la sublevación del ejército y sus aliados contra el gobierno de la república, la diputada comunista, Dolores Ibarruri, la mítica “Pasionaria”, terminaba sí este virulento discurso leído en una radio madrileña:
“El Partido Comunista os llama a la lucha. Os llama especialmente a vosotros, obreros, campesinos, intelectuales, a ocupar un puesto en el combate para aplastar definitivamente a los enemigos de la República y de las libertades populares. ¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la unión de todos los antifascistas! ¡Viva la República del pueblo! ¡Los fascistas no pasarán!
De tal modo que la frase pasó a convertirse rápidamente en bandera y símbolo de la resistencia de la república contra la agresión de los sublevados. Cuando a principios de noviembre de aquel año, las fuerzas nacionales dirigidas por Franco y otros militares “africanistas”, llegaban a las puertas de Madrid por el sur oeste de la capital, el gobierno republicano juzgó que carecía de medios suficientes para enfrentar a un ejército profesional, que toda resistencia sería inútil y que la caída de la ciudad y por tanto, la derrota de la república, sería cuestión de horas; así, la madrugada del 7, el gobierno y los principales líderes republicanos huyen a Valencia, en lo que constituyó una muy poco digna “retirada”.
Otro fue, sin embargo, el temperamento de los milicianos y del pueblo organizado en armas, quienes decidieron resistir hasta las últimas consecuencias. En ese contexto, se colocó en una de las entradas de la histórica Plaza Mayor, en el centro de la ciudad, el famoso cartel, que decía en grandes letras: “No pasarán. El fascismo quiere conquistar Madrid, Madrid será la tumba del fascismo”.
Y en efecto, combatiendo bajo ese espíritu y con el apoyo de algunos jefes militares leales, como el general José Miaja y de las primeras brigadas internacionales llegadas desde todas partes del mundo para defender la república, las fuerzas populares consiguieron en un mes de durísimos combates, detener a los nacionales e impedir la caída de la capital. A principios de diciembre, el frente se estabilizó en una línea que nacía en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria y se prolongaba hasta la carretera a Valencia. Así permaneció 2 años y 4 meses más hasta la toma definitiva de la ciudad en abril de 1939.
Como elemento simbólico de impresionante fuerza, el “No Pasarán”, sobrevivió a la guerra civil y se convirtió en la segunda parte del siglo XX, a lo todo lo largo del orbe, en bandera de lucha de los más variados movimientos de liberación, de las fuerzas de izquierda y progresistas, en contra del fascismo, el imperialismo y todas sus caras.
El terrible episodio de la “saca” de presos de las cárceles de Madrid en la misma época del “No Pasarán”, constituye, en cambio, una oscura, y sórdida página, uno de los ejemplos más repudiables de la ferocidad con la que se luchó en esta cruel guerra civil.
Decíamos que aquel 7 de noviembre, aprovechando la huida de las autoridades republicanas de la capital, el control del orden público en Madrid quedó a cargo de mandos medios de las principales agrupaciones que formaban parte del gobierno, como socialistas, anarquistas, y en primer lugar, comunistas. En estos persistía el temor que si la ciudad era tomada por los rebeldes, los miles de presos derechistas que se hacinaban en las cárceles madrileñas, entre ellos, muchos militares, se sumarían al esfuerzo bélico de los sublevados.
Aunque no se ha podido comprobar de manera indubitable que estas improvisadas autoridades ordenaran la “saca” de los presos y el destino que se les reservaba, de lo que caben pocas dudas es que al menos, conocieron estos “operativos” y poco hicieron para detenerlos, obedeciendo, altamente probable, a las órdenes dadas por los “consejeros” soviéticos enviados por Stalin, con el fin de hacer irresistible la influencia comunista en la dirección de la guerra. La mayor responsabilidad, cae empero, con fuerza, sobre algunos personajes casi legendarios del conflicto, como el dirigente socialista y poeta, Segundo Serrano Poncela y en especial, sobre Santiago Carrillo Casares, jovencísimo delegado de orden público y encargado de la seguridad en las prisiones en aquel mes de noviembre.
La misma madrugada del 7, en la que se vio huir a las autoridades republicanas, observó la salida de camiones hacia Aravaca, Torrejón de Ardoz y Paracuellos (localidad situada a la ribera del río Jarama, muy cerca al actual aeropuerto de Barajas- Adolfo Suárez), con las primeras víctimas extraídas de la cárcel de San Antón. Se conoce al menos de 10 “sacas” más de presos en el mes (la última fue el 3 de diciembre). Además de la prisión de San Antón, fueron llevados a la muerte prisioneros de la cárcel de Porlier y en especial, de la célebre cárcel Modelo, situada a escasos metros del frente de combate y donde, como se ha recordado en otro artículo de esta página, había ocurrido en agosto otro episodio de extrema virulencia y horror.
Investigaciones, serias y de las otras, hechas con posterioridad al conflicto, la gran mayoría vinculadas al bando vencedor de la guerra, pero también algunas independientes, a las que no se le puede achacar simpatía o complicidad con el régimen franquista, como la fundamental obra, “Paracuellos, como fue”, del hispanista irlandés Ian Gibson, calculan entre 2, 500 y 4,000 las víctimas de esta barbarie.
Entre las víctimas más conocidas y destacadas, al lado de más de quinientos religiosos de distintas órdenes, mencionar al abogado conservador, Ricardo de la Cierva y Codorniú, el marino y notable historiador naval, Mateo Mille García de los Reyes, el líder falangista Ramiro Ledesma Ramos y el comediógrafo andaluz, Pedro Muñoz Seca (1).
Terminada la guerra, fueron excavadas la mayoría de las zanjas en donde se enterraron precariamente los cuerpos de las víctimas y se logró identificar a la gran mayoría de estas antes de darles sepultura. Paracuellos se convirtió en un gran campo santo que en la nueva España, post conflicto, se erigió en el máximo símbolo del terror y de la barbarie “roja” que la “gesta” dirigida por Franco había conseguido erradicar. Pero lo ocurrido en aquel siniestro noviembre continuaría planeando sobre la memoria colectiva del país, mucho después del fin de la dictadura y que se retomara el difícil camino de la democracia.
Esta situación se debió, sin duda, al papel que jugó el mencionado líder comunista Santiago Carrillo en la llamada transición. El antiguo delegado del orden público en el Madrid asediado de noviembre de 1936, cuando solo tenía 21 años, fue figura clave 40 años después, para llegar a los acuerdos, renuncias y pactos que permitieron en 1976- 78, que el PCE (Partido Comunista de España) y la izquierda española fuera legalizada tras renunciar a la lucha armada, rol reconocido por casi todo el espectro político español.
Sin embargo, Carrillo, quien falleció en setiembre de 2012, a la muy avanzada edad de 97 años, vivió permanentemente señalado, especialmente por los herederos de las víctimas de Paracuellos, como el máximo responsable y autor intelectual de la masacre. Lo cierto es que nunca pudo dar una explicación convincente que lo pudiera eximir de responsabilidades y se fue a la tumba con este terrible secreto, al lado de la admiración de muchos, pero también del desprecio de otros tantos. A 80 años de este brutal crimen, parece ya muy difícil que se sepa, algún día, toda la verdad sobre aquel espanto, cuya ominosa sombra no ha podido, con el tiempo, desparecer del todo.
(1). Pedro Muñoz Seca, fue un comediógrafo irreverente dotado de un especial sentido del humor. Se le detuvo a comienzos de la guerra en Barcelona, por simples sospechas de ser monárquico, cuando en sus comedias prácticamente se había reído de todo el espectro político. Se cuenta de él una famosa anécdota, la misma madrugada de su asesinato, que lo pinta de cuerpo entero. Al terminar de cavar su propia tumba, práctica habitual en estas ejecuciones, y confrontado frente a sus verdugos, les dijo: “me vais a quitar casi todo, mis pertenencias, mi familia, hasta mi vida, pero hay algo que no podreis quitarme…el tremendo miedo que os tengo”.