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Fidel

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Ha muerto Fidel Castro, comandante y líder máximo de la llamada revolución cubana, en las últimas horas del viernes 25 de noviembre en La Habana. Difícilmente exista o haya existido un líder político con un legado más controversial que el que deja el mítico revolucionario de Sierra Maestra. Enaltecido y ensalzado por unos hasta el extremo, vilipendiado y odiado por otros hasta el paroxismo. Con él, con su obra y herencia política, resulta casi imposible tratar de asumir posturas objetivas y equilibradas.

O estamos ante el ejemplo del revolucionario por excelencia, al “padre  y guía”, quien “puso de rodillas a la mayor potencia política y militar del mundo”, o solo se ve en su trayectoria a un despreciable y criminal tirano que ha asfixiado a su pueblo durante más de 50 años.

Cuando en octubre de 1953, Castro, entonces de 27 años, era juzgado en Santiago de Cuba (la Cuba de Batista) por sedición como consecuencia del célebre asalto al cuartel Moncada, decidió en su condición de egresado en derecho llevar su propia defensa ante el tribunal militar encargado del juzgamiento. Luego de un larguísimo alegato, precursor de los enjundiosos pero interminables discursos que daría más adelante como líder, culminó el mismo con esta frase no menos simbólica, “al final, la historia me absolverá”.

Castro se refería a que el paso de los años, la serenidad de mirar los acontecimientos históricos desde la perspectiva que da el tiempo, sería el mejor escenario para que el balance de su gestión pública se incline hacia lo positivo, en la esperanza, seguro, que sea esta la imagen que finalmente quedará entre sus compatriotas.

En este caso, este necesario transcurrir del tiempo aún no se ha verificado, los acontecimientos relevantes en la vida del personaje son demasiado actuales y siguen definiendo la vida de muchos, como para pensar que ha llegado el momento ideal para un sereno recuento. Sin embargo, a riesgo de caer en ligerezas, su muerte representa, considero, un buen momento para un primer intento serio de balance, siempre claro, bajo nuestro particular punto de vista.

En el lado de los logros, la revolución de los hombres del 26 de julio, le devolvió a los cubanos su sentido de patria, de recuperación de la dignidad y del orgullo perdido; al exportar el ideario revolucionario a los países de América Latina, sirvió como despertar de las conciencias de nuestros pueblos y les hizo ver su papel de dependencia y sujeción al poder imperial de los Estados Unidos. Todos los movimientos de liberación en América Latina, surgidos a partir del triunfo de la revolución cubana, radicales o moderados, urbanos o campesinos, vencedores o al final vencidos, se inspirarían, de una u otra maanera, en Fidel y en los hombres que ingresaron en La Habana el 1 de enero de 1959.

Cuba se convirtió, bajo los esquemas del desarrollo planificado en clave socialista, en el modelo que exhibió por décadas altos niveles de desarrollo de su población en salud, educación y vivienda, mostrando una radical diferencia con el resto del sub continente. Sin embargo, en este resultado, ensalzado por la propaganda oficial, se empieza a advertir también la otra cara, la que muestra los grandes deméritos de la revolución.

Hay que señalar como antecedente importante, que Cuba antes de Fidel, si bien era una sociedad con graves problemas de corrupción institucional y alternancia democrática, exhibía ya un crecimiento sostenido, con una clase media pujante y trabajadora. Clase media que, además, mucho antes del desembarco del “Gramma”, tenía un elevado nivel educativo y cultural. Pues bien, el modelo económico planificado impuesto por la revolución, al lado de mostrar los resultados señalados, terminó con el paso de los años en dejar a la isla en un tremendo atraso científico, tecnológico y social, al punto que aún hoy la Gran Antilla, en cuanto a estándares de desarrollo es una sociedad fosilizada que se quedó en los años cincuenta del siglo pasado. Situación cuya culpa inicial, es también atribuible al gobierno norteamericano, que en los primeros meses de la revolución le cerró las puertas a Castro (expulsión de la OEA) y lo arrojó a los brazo del “oso” soviético.

Lo peor del régimen ha sido, de un lado el culto mesiánico a la personalidad de Castro, (sin dejar de reconocer que estamos ante un líder excepcional en lo político), quien con los años derivó en un ser único e irremplazable, que sabía y pontificaba casi de cualquier tema y que ha terminado su días como un anciano autócrata, bastante desconectado de las necesidades de su pueblo y de su gente. De otro y quizás, lo más negativo, al exportar el ideario de la revolución al resto del continente, en muchos casos exportó también en abierta intromisión y violación de la soberanía de los pueblos, los modos de hacer la revolución, pretendiendo que en los montes de Tucumán o en los valles de La Higuera en Bolivia podía repetirse la gesta de Sierra Maestra.

En fin, gracias a la gran coartada del tonto y sin sentido embargo norteamericano, Cuba, bajo el absoluto dominio de Fidel Castro y del partido único, ha vivido los últimos 56 años legitimando la necesidad de la cerrazón del régimen, elevando la estatura política de su líder a niveles de endiosamiento y a la vez, dándole espaldas al progreso, secuestrando las libertades y expectativas ciudadanas. ¿Cuándo y cuanto cambiará esta situación con la desaparición de Fidel? La historia, una vez más, tendrá la palabra final.

Bolognesi: 200 años.

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Hoy, 4 de noviembre del 2016, es fecha propicia para hacer un alto en el recuento de los temas históricos que periódicamente tratamos en este blog, para unirnos a la celebración nacional por los 200 años del natalicio del Héroe de Arica y Patrono del Ejército del Perú, el coronel Francisco Bolognesi Cervantes.

Sobre la vida de hombre probo, de esforzado militar a carta cabal, de quien tuvo siempre como guía el fiel cumplimiento del deber y la valorización del Honor como atributo innegociable de su profesión, se han escrito cientos de libros, ensayos y artículos. Su célebre respuesta al emisario chileno dos días antes de la batalla de Arica es ya una marca y seña intangible de nuestra identidad nacional (en este blog se publicó el 6/6/16, un artículo al respecto, “Una épica vulgaridad”).

No tiene pues mayor sentido, ni se descubrirá nada nuevo, si se añade más sobre la trayectoria de vida de Bolognesi ni sobre sus últimos días en la defensa de Arica, por ser hechos de sobra conocidos. Quizás insistir en rescatar, para las nuevas generaciones de peruanas y peruanos, en especial para quienes se inclinen por el servicio público, civiles y militares, el legado de dignidad, fiel cumplimiento del deber y sentido del honor que nos deja este gigante, que como Grau, nos enorgullece el poder decir que nacieron en el Perú, que son nuestros compatriotas.

Decíamos que sobre el llamado “Titán del Morro”, se ha escrito a lo largo de estos años, mucho, quizás más cantidad que calidad, pero pocas obras y escritos han podido expresar con tanta belleza y claridad lo que significa Bolognesi para el Perú y los peruanos, como las que vamos a citar. Nos referimos a dos artículos, el primero, una semblanza a cargo del historiador de la república, el ilustre tacneño, Jorge Basadre, aparecida en su monumental obra, “Historia de la República del Perú”. El segundo, el famoso discurso pronunciado (1) por quien fuera presidente de la república Argentina y compañero de Bolognesi en el morro legendario, don Roque Sáenz Peña, con ocasión de la inauguración del monumento al héroe en la plaza que lleva su nombre, en noviembre de 1905.

Dijo este último:

“¡Pelearemos hasta quemar el último cartucho! Provocación o reto a muerte, soberbia frase de varón, condigno juramento de soldado, que no concibe la vida sin el honor, ni el corazón sin el altruismo, ni la palabra sin el hecho que la confirma y la ilumina para grabarla en el bronce o en el poema, como la consagra la inspiración nacional. Y el juramento se cumplió por el jefe, y por el último de sus soldados, porque el bicolor peruano no fue arriado por la mano del vencido, sino despedazado por el plomo del vencedor”

Por su parte, Basadre escribió:

“Había vivido Bolognesi sin mancharse ni con el lodo de las guerras civiles ni con la locura de las riquezas dilapidadas simultáneamente. A pesar de su modestia, de su sencillez, le tocó transfigurarse a los 63 años. Cuando todo se apagaba, él y sus camaradas obtuvieron allí con su decisión irrevocable que los revestía de una sagrada tristeza y los circundaba de una perenne claridad. En ellos, la dignidad humana fue superior a la muerte. Antes de pronunciar sus famosas palabras…un pueblo entero pasó en unos minutos por aquella habitación desmantelada, con sus equivocaciones, sus pecados, sus sueños de grandeza y su futuro esplendoroso… su palabra centelleó como el acero arrebatado de un golpe a la vaina…flamea como una bandera al viento de la historia”.

Felices doscientos años, coronel Bolognesi.

Jmc/noviembre del 2016.


(1). En realidad, dicen las crónicas que este discurso quedó solo en el papel, pues el ilustre argentino, vencido por la emoción del momento, solo pudo decir frente al bronce que perennizaba a quien había sido su jefe: “Presente, mi coronel”.