¡ Viva la inteligencia ¡- (80 años de la guerra civil española).

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Hoy, 12 de octubre, España celebra su día nacional, fecha en la que, en un pasado no tan lejano, los países iberoamericanos celebraban también el llamado Día de la Hispanidad. Sobre estas conmemoraciones, conviene marcar algunas precisiones.

Durante los casi 40 años de dictadura franquista, el “Día Nacional” en España se celebraba cada 18 de julio, fecha del, pomposamente llamado en esos tiempos, “Glorioso Alzamiento Nacional”, recordando la fecha en la que oficialmente ocurrió el golpe de estado contra la república y el inicio de la guerra civil. Con el regreso a la democracia, es que se escoge al 12 de octubre como día patrio, fecha que desde tiempos inmemoriales recordaba la fiesta de la hispanidad (se cree que Colón “descubrió” América, el 12 de octubre de 1492). En muchos países iberoamericanos, entre ellos el Perú, dicha festividad era también celebrada, incluso como día no laborable, no solo como “el día del descubrimiento de América”, sino también, como el “Día de la Raza”.

Hoy, el conocimiento de la verdad histórica de lo que verdaderamente ocurrió con el “descubrimiento”, ha hecho que esta fecha pase casi desapercibida en nuestros países, pues se acepta ya que en estas tierras, (también en la España actual, la de las desconexiones y conflictos territoriales), no hay, en verdad, nada que celebrar.

El 12 de octubre de 1936, hoy, hace 80 años, dejó, sin embargo, uno de los momentos más emblemáticos y simbólicos de la lucha que estaba desgarrando a España. Vale la pena recordarlo. Se celebraba ese día, la Fiesta de la Raza y de la Hispanidad en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, corazón de Castilla. Asistieron autoridades locales, como el obispo de la ciudad, Enrique Plá y Deniel y el rector de la universidad, el ilustre filósofo vasco Miguel de Unamuno, también visitantes importantes, como la mismísima Carmen Polo de Franco, esposa del ya por entonces jefe de Estado, el poeta falangista, José María Pemán y el fundador de la Legión (cuerpo del Ejército con sede en el Marruecos español, similar a la legión extranjera francesa), el general José Millán- Astray, que ostentaba una presencia física muy visible por cuanto le faltaba un brazo y además, era tuerto, en ambos casos, por heridas de guerra sufridas en el curso de las campañas africanas de  los años veinte.

Cabe señalar y tomar en cuenta, que en esos momentos, a 3 meses de iniciada la guerra civil, Salamanca y virtualmente toda Castilla La Vieja, como era denominada en aquellos tiempos, estaba ya en poder de las fuerzas nacionales, que Don Miguel de Unamuno, el rector, se había manifestado anteriormente a favor del golpe y de los insurrectos y que Millán Astray  y sus legionarios, eran fascistas convencidos y sin escrúpulos de ningún tipo.

Un profesor, que solo sería recordado por la historia por su discurso en dicha ocasión, Francisco Maldonado, tal vez por quedar bien con el “ilustre” auditorio, arremetió contra las autonomías catalanas y vascas: ”son cánceres en el cuerpo de la nación, que el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlos, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”. Si bien el poeta Pemán trató de suavizar las cosas con un discurso más neutro, Unamuno, ante los gritos de los legionarios, mano derecha extendida, (¡ España ¡… Una…Grande…Libre,  y “¡ Viva la Muerte ¡), no pudo reprimirse más, se levantó y dijo:

Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del Profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. El obispo, quiera o no, es catalán, nacido en Barcelona, yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. (…) España, si eso fuese verdad, sin las Vascongadas y Cataluña, sería un monstruo mutilado, como usted, al que le faltarían un ojo, una pierna y un brazo”.

Testigos presenciales señalan que humillado públicamente, Millán Astray se levantó y gritó: “¡ Viva la Muerte ¡,  ¡ Muera la inteligencia ¡”. El gran pensador, sin inmutarse, continuó: “…Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.

A partir de ese momento existen varias versiones sobre lo que pasó después, la más conocida señala que Millán Astray trató de detener a Unamuno, pero que la intervención de Carmen Polo, lo impidió, otros dicen que Unamuno tuvo que retirarse insultado y humillado por legionarios y otros fascistas, aferrado a una escolta que lo protegía. Lo cierto es que el ilustre filósofo no pisó más los claustros universitarios, se recluyó en su domicilio sin salir para nada y falleció en él, en circunstancias poco aclaradas, el 31 de diciembre de aquel terrible 1936.

Tremenda coincidencia y grotesca ironía, en el último día del peor año de la historia española, moría una de sus mentes más lúcidas, nobles e integradoras del ser español,  a la larga, consecuencia, sin duda, del desafió que tuvo el valor de lanzar un día de octubre, día de la raza y de la hispanidad.

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